Nunca me ha costado hacer amigos, pero luego los he olvidado con la misma facilidad. Mi niñez transcurrió en una docena de ciudades distintas, cada una en un extremo de España. «Haced las maletas», decía mi padre, y al día siguiente –o esa misma tarde, o inmediatamente– nos íbamos. Todas nuestras pertenencias tenían que caber en una maleta. Ahora tengo dieciséis años. Estoy solo. Creía que nunca había estado antes en Valladolid, pero hoy me ha parado un chico de mi edad, me ha mirado a los ojos y me ha dicho:
–Tú eres Jarocho, ¿verdad? ¿No te acuerdas de mí? Yo era tu mejor amigo.
Comienzo: por Óscar Esquivias
***
Capítulo 2. Finalista 032506
Al principio, he dudado. Es cierto que su cara me resultaba familiar, sobre todo esa mirada, con un estrabismo tan acusado. Y luego estaba el que me llamara Jarocho. Yo solía tener un mejor amigo en cada una de todas las ciudades por las que pasaba, porque con ellos ganaba la estabilidad que mi padre me negaba con la trashumancia, pero sólo una persona me había llamado así, y estaba seguro de que no había sido en Valladolid. Me fijé unos segundos más en él. Intenté imaginarle con unos años menos, quitarle complexión, estatura y voz de hombre.
—Será que no me reconoces sin el bote —añadió, agitando un objeto inexistente en su mano.
Entonces, caí en la cuenta. En lugar de un chico de dieciséis, allí estaba un chaval de nueve o diez años, con una gran sonrisa cuajada de hierros en los dientes. Sus ojos estrábicos se entreveían tras los cristales rayados de unas gafas de pasta marrón, bastante descuidadas por todas partes, con un esparadrapo enrollado en la juntura de las patillas. En su mano sostenía un bote de Cola-Cao que agitaba una y otra vez: «Mira, Jarocho, hoy traigo una de las gordas», decía, y al trasluz se adivinaban las formas de una lagartija aturdida que culebreaba desesperadamente por intentar salir.
—¿Eres…Comesaña? ¿Félix Comesaña?
—¡Ese mismo, Jarocho! Una fila por detrás de la tuya, ¿te das cuenta? Pues anda que no te copié veces en los exámenes de Mates de… ¿cómo se llamaba aquel profesor?
—El Otu, le llamabas el Otu. El bueno de Comesaña, ¡claro que te recuerdo! Vaya pieza estabas hecho para poner nombres a todo el mundo, macho. A mí me encajaste Jarocho.
Nos reímos. Comesaña tenía para los motes la habilidad de la que carecía para sacar más de un cinco en cualquier asignatura. A mí me puso ese porque decía que en su casa llamaban jaros a los animales que tenían el pelo rojizo como yo. Peor fue el del Otu, por ejemplo, que se le ocurrió porque el pobre hombre, que en realidad se llamaba Obdulio, no paraba de repetir que los ángulos de más de noventa grados se denominaban otusos, e insistía en que era una palabra difícil, tanto como su nombre, Odulio. Pausaba las sílabas para ilustrarlo, alargándolas con exageración, como si llamase a un fantasma: ooo-tuuu-sooos…,Ooo-duuu-liooo…, mientras nosotros teníamos que aguantarnos la risa mordiéndonos los carrillos por dentro.
Sólo me quedaba saber en dónde había conocido a Comesaña. El trasiego al que me había visto obligado de niño mezclaba en mi cabeza nombres de personas y lugares, de ciudades cuya vista perdía a lo lejos desde el asiento trasero del coche. Una nueva vida en una pequeña maleta que se abría y cerraba cada poco tiempo. No fue en Valladolid, de eso estaba seguro, pero no me atreví a preguntarle. No quise arriesgarme a que me dijera que fue precisamente allí, en la última ciudad, en la que le pasó aquello a mi padre.
Capítulo 3. Finalista 032705
Aunque sabía que no podía ser allí. La imagen que albergaba mi álbum de fotos mental me lo mostraba con al menos cinco años menos. Y era imposible que me equivocase. Tengo una excelente memoria fotográfica. Incluso el orientador de uno de tantos centros le comentó a mi padre que podía ser un alumno con altas capacidades, que sería interesante hacerme algunas pruebas. Él se negó. Nos convenía más pasar desapercibidos.
—Bueno, Jarocho, veo que a tu padre el ejército lo sigue moviendo más que a una ficha de parchís. ¡Si os habían largado a Murcia! Y ahora te encuentro en la otra punta de España. Te envié media docena de cartas y no respondiste a ninguna.
—Al final no nos mudamos a la dirección que te di y yo no encontraba donde había puesto la tuya. ¡A mí también me dio mucha pena!
Sonreí. Por un lado era cierto que me causaba mucha lástima separarme de esos grandes amigos que durante un tiempo lo eran todo. Pero no era solo por eso. La mueca se me escapó al pensar en las palabras de Comesaña. El ejército. Eso era lo que contábamos cuando llegábamos a un lugar. Una historia inventada sobre una madre fallecida de una larga y horrible enfermedad y un padre soldado que pertenecía a una sección en constante movimiento. Mi hermana y yo interpretábamos nuestros papeles a las mil maravillas. Ahora tenía que recordar en qué ciudad estaba cuando dijimos que nos íbamos a Murcia. Otra información errónea. Jamás he pisado Murcia.
—No me extraña que pierdas cosas con tanta mudanza. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí?
La respuesta verdadera habría sido ocho meses. La oficial, poco más de cinco. Los meses del medio habíamos permanecido ocultos, obligados por aquello que le sucedió a papá.
—Casi seis meses. A ver si esta vez es la definitiva. Tengo ganas de asentarme un poco. Pero cuénteme tú Comesaña, ¿qué haces por estos lugares?
Desviar la conversación siempre había sido la mejor estrategia.
—Pues ya ves, tío, mis padres, que decían que estaba juntándome con malas compañías y me han mandado aquí con unos familiares. ¡Me tienen más controlado que en la cárcel! Con lo bien que se está en Alicante. ¡Aquí hace un frío de mil demonios!
Ahora ya sabía de dónde era Comesaña. Buena época la de Alicante. Recuerdo que en aquella ocasión papá vino a buscarnos al colegio y por eso tuvimos que dar explicaciones.
—Y no te he contado lo mejor, Jarocho. El martes pasado me encontré a la Jirafa, la de lengua. ¿La recuerdas? Más alta que un día sin pan. Si es que el mundo es un pañuelo. ¿No te parece increíble?
Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Aquella mujer había sido la causa de que saliéramos por patas con tanta prisa. Papá nunca quiso concretar más, pero no, no podía ser una casualidad que estuviera allí también. Debía de deshacerme de Comesaña y compartir aquella información lo antes posible.
Capítulo 4. Finalista 033004
- Como dirían por estos lares la sombra de la Jirafa es alargada.-se desternilló Comesaña ante su improvisada ocurrencia.
Yo no terminaba de reaccionar, abducido por la imagen reminiscente de la espigada profesora de Lengua, aquella mujer de piernas interminables, escrutándonos con sus ojos saltones desde su particular azotea. Noches de sudores fríos en las que me asaltaba su rostro inexpresivo y su turbadora mirada. Y aquellas preguntas que yo no entendía…
- ¿Y qué tal tu hermana, Jarocho?- continuó Comesaña advirtiendo el mutismo en el que me había sumido.- Recuerdo que estaba enamorado de ella hasta las trancas.
- Bien, bien…-Mi hermana, sí, mi hermana, necesitaba imperiosamente avisarla…
Como bien dije al principio me encontraba solo. Llegamos juntos hace ocho meses a Valladolid, pero las circunstancias hicieron que nos separáramos una vez superado los tres meses de cuarentena. Mi hermana, que acababa de cumplir los veinte, abandonó la ciudad sin confesarme su destino. Por nuestra seguridad era mejor que no lo supiera. Prometió volver en cuanto aclarara lo sucedido, yo tan solo tendría que pasar desapercibido. Ella se pondría en contacto conmigo pero, ¿cómo me podía poner en contacto yo con ella?
Comprendí al momento que la presencia de la Jirafa no era casual y que seguramente nos estaba buscando. Quizás estuviera al corriente del acontecer de mi padre.
- ¿Estás bien, tío? Parece que hubieses visto un fantasma…
- Tengo que dejarte, Comesaña- le interrumpí nervioso, forzando una mueca que demostrase lo contrario.- Se me está haciendo tarde.
- Comprendo… pero tenemos que quedar para seguir hablando. No sabes la ilusión que me ha hecho volver a verte. Prométeme que te pondrás en contacto conmigo.- insistió mientras escribía entre sus apuntes una dirección y un número de teléfono. Disimulé para no tener que proporcionarle mis datos de contacto, falsos a todas luces por supuesto.
Nos dimos un abrazo y sentí que el temblor aún afloraba en mi cuerpo, confiando que Comesaña lo atribuyese a la emoción del encuentro.
- Jarocho.- recalcó mi apodo al separarnos.- Cuídate.
No supe contestarle de palabra, limitando mi respuesta a un mero movimiento de cabeza de arriba abajo. Sus últimas palabras se me antojaron inquietantes.
Retomé mi camino sin rumbo, absorto en mis preocupaciones, acrecentadas por la revelación de Comesaña. Si el azar no era el brazo ejecutor de las circunstancias acaecidas en los últimos meses, entonces el tiempo corría en contra nuestra.
Sólo quedaba un sitio al que acudir, aquel que encarecidamente me habían vetado.
Capítulo 5. Finalista 040102
Me encaminé hacia allí decidido a descubrir qué guardaba aquel lugar prohibido. Varias veces miré hacia atrás para comprobar que nadie me seguía.
De repente me di cuenta de que había cometido de un error garrafal. Siempre había pensado que el padre de Comesaña trabajaba en el ejército, pero si ese hubiera sido el caso, ¿por qué pensaba él que mi padre era militar? ¿Cómo puede ser que con el mismo destino no se conocieran? Me arrepentí de no haber sonsacado a qué se dedicaba su familia.
Mis pensamientos se vieron relegados cuando el móvil empezó a vibrar.
— Sandra, ¡qué ganas tenía de hablar contigo!
— Carlos, nuestros nombres han sido cambiados. Me llamo Irene y tú eres Carlos. Cuando acabe esta conversación, rompe el teléfono y deshazte de él. Ya me las apañaré para contactar contigo. Te harán una entrega en el Archivo Municipal. ¿Te acuerdas dónde está?
—Sí, cerca del Museo del Patio Herreriano.
—OK. Escucha, me han dicho que cojas la documentación y que te la lleves.
—Vale. Irene, hace un rato me he encontrado con Comesaña. ¿Lo recuerdas de Alicante?
—No sé quién es, pero a mí esto me suena raro. Aléjate de él y procura que en público no te llame Jarocho. Tengo que colgarte. Destruye el teléfono inmediatamente.
La antesala al Archivo Municipal se me antojó oscura. Aquella mañana, y a pesar de ser invierno, Valladolid lucía un atípico día soleado. Cuando me adapté a la escasa luz que allí había, me acerqué al mostrador. Sin saber muy bien qué debía pedir, arriesgué presentándome con mi nuevo nombre.
—Soy Carlos.
—Sí, ¿y? —me preguntó la funcionaria.
—Ya le atiendo yo —se ofreció otra empleada del archivo—. Llegas un poco tarde. Ven conmigo.
Entramos en una habitación alumbrada tan sólo por una lámpara de mesa. Sobre ésta, se encontraba un sobre.
—Cuando compruebes que esto es lo tuyo, vete.
Se marchó cerrando la puerta tras de sí. Me extrañó mucho que el sobre no estuviera cerrado como otras veces. Nunca supe qué contenía el sobre. Nada más meter la mano para coger los documentos que estaban dentro, un sopor inaudito me invadió. Caí en un sueño profundo del cual me despertaron bien entrada la tarde.
—Jarocho, despierta —me gritaban mientras me zarandeaban de un sitio para otro —. Corres peligro.
Aunque estaba totalmente aturdido y me era imposible abrir los ojos, creí reconocer la voz.
— ¿Comesaña?
—Presta atención a lo que voy a decirte. Uno, no debes fiarte de nadie; y dos, mucho menos en aquellos que dicen ser tu familia.
De nuevo sentí la puerta a mi espalda. Me levanté torpemente, recogí los folios esparcidos por la mesa, y salí de allí. La sala principal del archivo se encontraba desierta y tan sólo estaba iluminada por pequeñas luces de emergencia. Me dirigí al portón de la entrada y empujé la puerta. Cuál sería mi sorpresa, cuando ya en el exterior, comprobé la oscuridad de la noche.
Capítulo 6. Finalista 040304
Me encontraba extremadamente débil. Y tenía frío. Avancé hacia la calle de la Cebadería, para entrar en el primer bar de tapas que encontrara abierto, cerca de la Plaza Mayor. Miraba a uno y otro lado, por si Comesaña volvía a aparecer; ya nada me extrañaba.
- Ahora mismo. ¿No quieres un pincho de tortilla?
- Uff. No, gracias.
Había pagado el capricho de esta mañana, bebiéndome los restos de ginebra de la botella que trajimos de la casa de Madrid. Una combinación peligrosa para esa maldita pastilla que tomo para la ansiedad. Nunca leo los prospectos de las medicinas; quizá porque cuando veía hacerlo a mi padre, yo sufría. Todos hemos vivido una pesadilla desde la muerte de mi madre, hace ya quince años; y se ha hecho más trágica desde que un día papá no volvió a casa, hace ya casi un año. La obstinación de Sandra en buscarle, sin duda heredada de él, mantiene mi esperanza de abrazarle de nuevo.
La intriga y el desconcierto rodearon la muerte de mi madre. Me contaron lo ocurrido cuando pensaron que podría encajar la verdad: mi padre, que entonces sí era militar –trabajaba en la base de Málaga-, se culpó de no haberlo evitado. Decidió cambiar de profesión: no podía defender la patria cuando no había sabido proteger a su familia. Se hizo detective privado con un objetivo prioritario: investigar los detalles del caso que llevaba mi madre cuando tuvo el accidente; él sabía que fue provocado. En Marbella, la mafia rusa sabe moverse sigilosamente; más, cuando se trataba de negocios de esa envergadura: le taparon la boca para siempre.
- ¿Cuánto le debo?
- Seis euros
Saqué las monedas del bolsillo de la cazadora: sentí el sobre, escondido entre ella y el jersey; no había abierto en todo el tiempo la cremallera. Aunque tenía que dar un rodeo para llegar al apartamento y entrar con precaución, era urgente examinar esos documentos.
- Adiós. Buenas noches.
Había repuesto fuerzas. Necesitaba que el aire frío me espabilara. ¡David: piensa, piensa!: primero, la llamada de mi hermana, tan rápida que olvidé contarle que mi amigo se había encontrado con Julia. Su voz sonaba lejana y se entrecortaba, como si estuviera de viaje. ¡Ey!... si aseguró que no conocía a Comesaña, ¿cómo sabía entonces el mote con el que me llamaba? Empecé a angustiarme y, como un eco, resonaban las palabras de Comesaña –sí, la voz era de él- advirtiéndome que no me fiara de los que dicen ser mi familia. Comesaña: ahora debía interpretar todo lo que hablamos e investigar por qué vino a despertarme.
Capítulo 7. Finalista: 040602
Mi siguiente idea fue buscar a Comesaña a la dirección que me dio. No le llamé primero, quería encontrármelo por sorpresa.
Le vi salir tras dos horas de espera y llamé sin temor a ser reconocido. Nadie abrió. Perfecto, tenía ganas de volver a utilizar mis viejas ganzúas. Siempre he tenido curiosidad por las puertas que no se abren.
Revolví sus papeles. Es curioso, había cientos de documentos con ese código numérico indescifrable. ¿También le mandaban cartas a Comesaña? ¿Era él quien me lo había enviado? ¿Qué tenía que ver Comesaña con mi padre?
En pleno bloqueo patrocinado por toda esa incertidumbre se paró mi pulso ante el sonido de su voz.
-Hola Jarocho. ¿Te gusta mi casa?
Me volví. Ahí estaba, sonriéndome tranquilo. Decidí coger el toro por los cuernos:
-¿Por qué me despertaste en el archivo? ¿Qué son todos estos números?
-Relájate, ¿te han gustado las flores de la entrada? Me costó mucho decidir entre hortensias y geranios.
-¿Qué haces en Valladolid, Comesaña? ¿Qué tienes que ver con mi padre?
-Finalmente me decanté por los geranios, me parecían más típicos. ¿No crees?
-No sé, siempre he odiado las flores.
-Una lástima, las flores dicen más de lo que crees. A esta casa, por ejemplo, la disfrazan con un ambiente familiar.
-Déjate de flores, Comesaña, te he pillado. No me voy a ir de aquí sin saber en qué andas.
-Eres más tonto de lo que pensaba, Jarocho. ¿Aún crees que me has pillado tú a mí? Yo te di la dirección. Te estaba esperando.
-¿Y qué es lo que quieres? ¿Dónde está mi padre?
-No entiendes nada. Mira, Jarocho, yo no soy el malo aquí. Tu padre y tu hermana te han estado utilizando todos estos años. No sé cuál es su fin, pero han estado jodiendo a mucha gente. Tenemos que frenarles, y será más fácil si me ayudas.
-No entiendo qué te pueden estar haciendo mi padre y mi hermana a ti.
-Eso ahora da igual, es una historia compleja. Sé que tienes contacto con tu hermana y necesito ir hasta ella. Y también sé dónde está tu padre, así que el trato es el siguiente: tú me llevas hasta tu hermana y yo a ti hasta tu padre.
Capítulo 8. Finalista 040803
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Capítulo 2. Finalista 032506
Al principio, he dudado. Es cierto que su cara me resultaba familiar, sobre todo esa mirada, con un estrabismo tan acusado. Y luego estaba el que me llamara Jarocho. Yo solía tener un mejor amigo en cada una de todas las ciudades por las que pasaba, porque con ellos ganaba la estabilidad que mi padre me negaba con la trashumancia, pero sólo una persona me había llamado así, y estaba seguro de que no había sido en Valladolid. Me fijé unos segundos más en él. Intenté imaginarle con unos años menos, quitarle complexión, estatura y voz de hombre.
—Será que no me reconoces sin el bote —añadió, agitando un objeto inexistente en su mano.
Entonces, caí en la cuenta. En lugar de un chico de dieciséis, allí estaba un chaval de nueve o diez años, con una gran sonrisa cuajada de hierros en los dientes. Sus ojos estrábicos se entreveían tras los cristales rayados de unas gafas de pasta marrón, bastante descuidadas por todas partes, con un esparadrapo enrollado en la juntura de las patillas. En su mano sostenía un bote de Cola-Cao que agitaba una y otra vez: «Mira, Jarocho, hoy traigo una de las gordas», decía, y al trasluz se adivinaban las formas de una lagartija aturdida que culebreaba desesperadamente por intentar salir.
—¿Eres…Comesaña? ¿Félix Comesaña?
—¡Ese mismo, Jarocho! Una fila por detrás de la tuya, ¿te das cuenta? Pues anda que no te copié veces en los exámenes de Mates de… ¿cómo se llamaba aquel profesor?
—El Otu, le llamabas el Otu. El bueno de Comesaña, ¡claro que te recuerdo! Vaya pieza estabas hecho para poner nombres a todo el mundo, macho. A mí me encajaste Jarocho.
Nos reímos. Comesaña tenía para los motes la habilidad de la que carecía para sacar más de un cinco en cualquier asignatura. A mí me puso ese porque decía que en su casa llamaban jaros a los animales que tenían el pelo rojizo como yo. Peor fue el del Otu, por ejemplo, que se le ocurrió porque el pobre hombre, que en realidad se llamaba Obdulio, no paraba de repetir que los ángulos de más de noventa grados se denominaban otusos, e insistía en que era una palabra difícil, tanto como su nombre, Odulio. Pausaba las sílabas para ilustrarlo, alargándolas con exageración, como si llamase a un fantasma: ooo-tuuu-sooos…,Ooo-duuu-liooo…, mientras nosotros teníamos que aguantarnos la risa mordiéndonos los carrillos por dentro.
Sólo me quedaba saber en dónde había conocido a Comesaña. El trasiego al que me había visto obligado de niño mezclaba en mi cabeza nombres de personas y lugares, de ciudades cuya vista perdía a lo lejos desde el asiento trasero del coche. Una nueva vida en una pequeña maleta que se abría y cerraba cada poco tiempo. No fue en Valladolid, de eso estaba seguro, pero no me atreví a preguntarle. No quise arriesgarme a que me dijera que fue precisamente allí, en la última ciudad, en la que le pasó aquello a mi padre.
Capítulo 3. Finalista 032705
Aunque sabía que no podía ser allí. La imagen que albergaba mi álbum de fotos mental me lo mostraba con al menos cinco años menos. Y era imposible que me equivocase. Tengo una excelente memoria fotográfica. Incluso el orientador de uno de tantos centros le comentó a mi padre que podía ser un alumno con altas capacidades, que sería interesante hacerme algunas pruebas. Él se negó. Nos convenía más pasar desapercibidos.
—Bueno, Jarocho, veo que a tu padre el ejército lo sigue moviendo más que a una ficha de parchís. ¡Si os habían largado a Murcia! Y ahora te encuentro en la otra punta de España. Te envié media docena de cartas y no respondiste a ninguna.
—Al final no nos mudamos a la dirección que te di y yo no encontraba donde había puesto la tuya. ¡A mí también me dio mucha pena!
Sonreí. Por un lado era cierto que me causaba mucha lástima separarme de esos grandes amigos que durante un tiempo lo eran todo. Pero no era solo por eso. La mueca se me escapó al pensar en las palabras de Comesaña. El ejército. Eso era lo que contábamos cuando llegábamos a un lugar. Una historia inventada sobre una madre fallecida de una larga y horrible enfermedad y un padre soldado que pertenecía a una sección en constante movimiento. Mi hermana y yo interpretábamos nuestros papeles a las mil maravillas. Ahora tenía que recordar en qué ciudad estaba cuando dijimos que nos íbamos a Murcia. Otra información errónea. Jamás he pisado Murcia.
—No me extraña que pierdas cosas con tanta mudanza. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí?
La respuesta verdadera habría sido ocho meses. La oficial, poco más de cinco. Los meses del medio habíamos permanecido ocultos, obligados por aquello que le sucedió a papá.
—Casi seis meses. A ver si esta vez es la definitiva. Tengo ganas de asentarme un poco. Pero cuénteme tú Comesaña, ¿qué haces por estos lugares?
Desviar la conversación siempre había sido la mejor estrategia.
—Pues ya ves, tío, mis padres, que decían que estaba juntándome con malas compañías y me han mandado aquí con unos familiares. ¡Me tienen más controlado que en la cárcel! Con lo bien que se está en Alicante. ¡Aquí hace un frío de mil demonios!
Ahora ya sabía de dónde era Comesaña. Buena época la de Alicante. Recuerdo que en aquella ocasión papá vino a buscarnos al colegio y por eso tuvimos que dar explicaciones.
—Y no te he contado lo mejor, Jarocho. El martes pasado me encontré a la Jirafa, la de lengua. ¿La recuerdas? Más alta que un día sin pan. Si es que el mundo es un pañuelo. ¿No te parece increíble?
Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Aquella mujer había sido la causa de que saliéramos por patas con tanta prisa. Papá nunca quiso concretar más, pero no, no podía ser una casualidad que estuviera allí también. Debía de deshacerme de Comesaña y compartir aquella información lo antes posible.
Capítulo 4. Finalista 033004
- Como dirían por estos lares la sombra de la Jirafa es alargada.-se desternilló Comesaña ante su improvisada ocurrencia.
Yo no terminaba de reaccionar, abducido por la imagen reminiscente de la espigada profesora de Lengua, aquella mujer de piernas interminables, escrutándonos con sus ojos saltones desde su particular azotea. Noches de sudores fríos en las que me asaltaba su rostro inexpresivo y su turbadora mirada. Y aquellas preguntas que yo no entendía…
- ¿Y qué tal tu hermana, Jarocho?- continuó Comesaña advirtiendo el mutismo en el que me había sumido.- Recuerdo que estaba enamorado de ella hasta las trancas.
- Bien, bien…-Mi hermana, sí, mi hermana, necesitaba imperiosamente avisarla…
Como bien dije al principio me encontraba solo. Llegamos juntos hace ocho meses a Valladolid, pero las circunstancias hicieron que nos separáramos una vez superado los tres meses de cuarentena. Mi hermana, que acababa de cumplir los veinte, abandonó la ciudad sin confesarme su destino. Por nuestra seguridad era mejor que no lo supiera. Prometió volver en cuanto aclarara lo sucedido, yo tan solo tendría que pasar desapercibido. Ella se pondría en contacto conmigo pero, ¿cómo me podía poner en contacto yo con ella?
Comprendí al momento que la presencia de la Jirafa no era casual y que seguramente nos estaba buscando. Quizás estuviera al corriente del acontecer de mi padre.
- ¿Estás bien, tío? Parece que hubieses visto un fantasma…
- Tengo que dejarte, Comesaña- le interrumpí nervioso, forzando una mueca que demostrase lo contrario.- Se me está haciendo tarde.
- Comprendo… pero tenemos que quedar para seguir hablando. No sabes la ilusión que me ha hecho volver a verte. Prométeme que te pondrás en contacto conmigo.- insistió mientras escribía entre sus apuntes una dirección y un número de teléfono. Disimulé para no tener que proporcionarle mis datos de contacto, falsos a todas luces por supuesto.
Nos dimos un abrazo y sentí que el temblor aún afloraba en mi cuerpo, confiando que Comesaña lo atribuyese a la emoción del encuentro.
- Jarocho.- recalcó mi apodo al separarnos.- Cuídate.
No supe contestarle de palabra, limitando mi respuesta a un mero movimiento de cabeza de arriba abajo. Sus últimas palabras se me antojaron inquietantes.
Retomé mi camino sin rumbo, absorto en mis preocupaciones, acrecentadas por la revelación de Comesaña. Si el azar no era el brazo ejecutor de las circunstancias acaecidas en los últimos meses, entonces el tiempo corría en contra nuestra.
Sólo quedaba un sitio al que acudir, aquel que encarecidamente me habían vetado.
Capítulo 5. Finalista 040102
Me encaminé hacia allí decidido a descubrir qué guardaba aquel lugar prohibido. Varias veces miré hacia atrás para comprobar que nadie me seguía.
De repente me di cuenta de que había cometido de un error garrafal. Siempre había pensado que el padre de Comesaña trabajaba en el ejército, pero si ese hubiera sido el caso, ¿por qué pensaba él que mi padre era militar? ¿Cómo puede ser que con el mismo destino no se conocieran? Me arrepentí de no haber sonsacado a qué se dedicaba su familia.
Mis pensamientos se vieron relegados cuando el móvil empezó a vibrar.
— Sandra, ¡qué ganas tenía de hablar contigo!
— Carlos, nuestros nombres han sido cambiados. Me llamo Irene y tú eres Carlos. Cuando acabe esta conversación, rompe el teléfono y deshazte de él. Ya me las apañaré para contactar contigo. Te harán una entrega en el Archivo Municipal. ¿Te acuerdas dónde está?
—Sí, cerca del Museo del Patio Herreriano.
—OK. Escucha, me han dicho que cojas la documentación y que te la lleves.
—Vale. Irene, hace un rato me he encontrado con Comesaña. ¿Lo recuerdas de Alicante?
—No sé quién es, pero a mí esto me suena raro. Aléjate de él y procura que en público no te llame Jarocho. Tengo que colgarte. Destruye el teléfono inmediatamente.
La antesala al Archivo Municipal se me antojó oscura. Aquella mañana, y a pesar de ser invierno, Valladolid lucía un atípico día soleado. Cuando me adapté a la escasa luz que allí había, me acerqué al mostrador. Sin saber muy bien qué debía pedir, arriesgué presentándome con mi nuevo nombre.
—Soy Carlos.
—Sí, ¿y? —me preguntó la funcionaria.
—Ya le atiendo yo —se ofreció otra empleada del archivo—. Llegas un poco tarde. Ven conmigo.
Entramos en una habitación alumbrada tan sólo por una lámpara de mesa. Sobre ésta, se encontraba un sobre.
—Cuando compruebes que esto es lo tuyo, vete.
Se marchó cerrando la puerta tras de sí. Me extrañó mucho que el sobre no estuviera cerrado como otras veces. Nunca supe qué contenía el sobre. Nada más meter la mano para coger los documentos que estaban dentro, un sopor inaudito me invadió. Caí en un sueño profundo del cual me despertaron bien entrada la tarde.
—Jarocho, despierta —me gritaban mientras me zarandeaban de un sitio para otro —. Corres peligro.
Aunque estaba totalmente aturdido y me era imposible abrir los ojos, creí reconocer la voz.
— ¿Comesaña?
—Presta atención a lo que voy a decirte. Uno, no debes fiarte de nadie; y dos, mucho menos en aquellos que dicen ser tu familia.
De nuevo sentí la puerta a mi espalda. Me levanté torpemente, recogí los folios esparcidos por la mesa, y salí de allí. La sala principal del archivo se encontraba desierta y tan sólo estaba iluminada por pequeñas luces de emergencia. Me dirigí al portón de la entrada y empujé la puerta. Cuál sería mi sorpresa, cuando ya en el exterior, comprobé la oscuridad de la noche.
Capítulo 6. Finalista 040304
Las ideas corrían por el
laberinto que aprisionaba mi cabeza. Si quería salir de ésta, antes de avanzar
alocadamente hacia donde me llevaba el instinto, debía reflexionar sobre los
últimos acontecimientos: recordarlos, fijándome en pequeños matices que me
ayudaran a interpretar los hechos, las palabras y los gestos.
Me encontraba extremadamente débil. Y tenía frío. Avancé hacia la calle de la Cebadería, para entrar en el primer bar de tapas que encontrara abierto, cerca de la Plaza Mayor. Miraba a uno y otro lado, por si Comesaña volvía a aparecer; ya nada me extrañaba.
- Hola. Por favor, una tosta de jamón con tomate, otra de cecina y una
Coca-Cola… Bueno, mejor agua.
- Ahora mismo. ¿No quieres un pincho de tortilla?
- Uff. No, gracias.
Había pagado el capricho de esta mañana, bebiéndome los restos de ginebra de la botella que trajimos de la casa de Madrid. Una combinación peligrosa para esa maldita pastilla que tomo para la ansiedad. Nunca leo los prospectos de las medicinas; quizá porque cuando veía hacerlo a mi padre, yo sufría. Todos hemos vivido una pesadilla desde la muerte de mi madre, hace ya quince años; y se ha hecho más trágica desde que un día papá no volvió a casa, hace ya casi un año. La obstinación de Sandra en buscarle, sin duda heredada de él, mantiene mi esperanza de abrazarle de nuevo.
La intriga y el desconcierto rodearon la muerte de mi madre. Me contaron lo ocurrido cuando pensaron que podría encajar la verdad: mi padre, que entonces sí era militar –trabajaba en la base de Málaga-, se culpó de no haberlo evitado. Decidió cambiar de profesión: no podía defender la patria cuando no había sabido proteger a su familia. Se hizo detective privado con un objetivo prioritario: investigar los detalles del caso que llevaba mi madre cuando tuvo el accidente; él sabía que fue provocado. En Marbella, la mafia rusa sabe moverse sigilosamente; más, cuando se trataba de negocios de esa envergadura: le taparon la boca para siempre.
- ¿Cuánto le debo?
- Seis euros
Saqué las monedas del bolsillo de la cazadora: sentí el sobre, escondido entre ella y el jersey; no había abierto en todo el tiempo la cremallera. Aunque tenía que dar un rodeo para llegar al apartamento y entrar con precaución, era urgente examinar esos documentos.
- Adiós. Buenas noches.
Había repuesto fuerzas. Necesitaba que el aire frío me espabilara. ¡David: piensa, piensa!: primero, la llamada de mi hermana, tan rápida que olvidé contarle que mi amigo se había encontrado con Julia. Su voz sonaba lejana y se entrecortaba, como si estuviera de viaje. ¡Ey!... si aseguró que no conocía a Comesaña, ¿cómo sabía entonces el mote con el que me llamaba? Empecé a angustiarme y, como un eco, resonaban las palabras de Comesaña –sí, la voz era de él- advirtiéndome que no me fiara de los que dicen ser mi familia. Comesaña: ahora debía interpretar todo lo que hablamos e investigar por qué vino a despertarme.
Capítulo 7. Finalista: 040602
El sobre era pequeño y en una esquina tenía una especie de emblema que parecía que habían intentado borrar. Lo primero que vi fue la fotografía: era mi padre, aunque no parecía él. Reconocí su destacada nariz, pero ahora tenía una el pelo largo y una frondosa barba que le escondía la mitad de la cara.
Lo mejor fue reconocer el fondo. ¡La Plaza del Ejército! ¡Estaba aquí! Si esta foto era reciente, tenía posibilidades de encontrarle. Junto a la imagen, había un folio con un montón de números al que no era capaz de encontrar sentido. Lo guardé todo en mi bolsillo y salí a caminar.
Lo mejor fue reconocer el fondo. ¡La Plaza del Ejército! ¡Estaba aquí! Si esta foto era reciente, tenía posibilidades de encontrarle. Junto a la imagen, había un folio con un montón de números al que no era capaz de encontrar sentido. Lo guardé todo en mi bolsillo y salí a caminar.
Mi siguiente idea fue buscar a Comesaña a la dirección que me dio. No le llamé primero, quería encontrármelo por sorpresa.
Le vi salir tras dos horas de espera y llamé sin temor a ser reconocido. Nadie abrió. Perfecto, tenía ganas de volver a utilizar mis viejas ganzúas. Siempre he tenido curiosidad por las puertas que no se abren.
Revolví sus papeles. Es curioso, había cientos de documentos con ese código numérico indescifrable. ¿También le mandaban cartas a Comesaña? ¿Era él quien me lo había enviado? ¿Qué tenía que ver Comesaña con mi padre?
En pleno bloqueo patrocinado por toda esa incertidumbre se paró mi pulso ante el sonido de su voz.
-Hola Jarocho. ¿Te gusta mi casa?
Me volví. Ahí estaba, sonriéndome tranquilo. Decidí coger el toro por los cuernos:
-¿Por qué me despertaste en el archivo? ¿Qué son todos estos números?
-Relájate, ¿te han gustado las flores de la entrada? Me costó mucho decidir entre hortensias y geranios.
-¿Qué haces en Valladolid, Comesaña? ¿Qué tienes que ver con mi padre?
-Finalmente me decanté por los geranios, me parecían más típicos. ¿No crees?
-No sé, siempre he odiado las flores.
-Una lástima, las flores dicen más de lo que crees. A esta casa, por ejemplo, la disfrazan con un ambiente familiar.
-Déjate de flores, Comesaña, te he pillado. No me voy a ir de aquí sin saber en qué andas.
-Eres más tonto de lo que pensaba, Jarocho. ¿Aún crees que me has pillado tú a mí? Yo te di la dirección. Te estaba esperando.
-¿Y qué es lo que quieres? ¿Dónde está mi padre?
-No entiendes nada. Mira, Jarocho, yo no soy el malo aquí. Tu padre y tu hermana te han estado utilizando todos estos años. No sé cuál es su fin, pero han estado jodiendo a mucha gente. Tenemos que frenarles, y será más fácil si me ayudas.
-No entiendo qué te pueden estar haciendo mi padre y mi hermana a ti.
-Eso ahora da igual, es una historia compleja. Sé que tienes contacto con tu hermana y necesito ir hasta ella. Y también sé dónde está tu padre, así que el trato es el siguiente: tú me llevas hasta tu hermana y yo a ti hasta tu padre.
Capítulo 8. Finalista 040803
De
pronto, hizo un rápido y mudo movimiento hacia la entrada. Con el dedo sobre la
boca indicando silencio, y apuntando hacia los geranios con la mano derecha,
insistía mirándome furiosamente a los ojos. Entonces, lo vi: un destello blanco
entre el rojo de las flores. Me acerqué a la maceta y comprobé que había un
papel doblado hasta la mínima expresión. Lo cogí, escondiéndolo en la mano, y
acerté a decir con una voz que, asombrosamente, sonó firme:
- Ese trato lo haremos sólo si antes puedo ver a mi padre con mis propios ojos.
Observaba a Comesaña, inquisitivamente. Él me miraba también, un ojo hacia mi mano, la que escondía su pedazo de papel, y el otro desviado hacia los geranios.
- ¿Y tú, cómo vas a probar que veré a Sandra?
- Félix, necesito ir al baño. Mira, no puedo escaparme, ya ves que no tengo nada en los bolsillos. Me quito la cazadora. ¿Te vale?
Parecía que dudaba hacia dónde dirigirse y que probaba suerte. Abrió una puerta cercana, casi al inicio del pasillo que arrancaba a la derecha. La casa parecía grande.
- No tardes.
Desdoblé ansiosamente el papel, escrito por una cara, en unos trazos minúsculos. Las letras se contorsionaban, con el temblor de mis manos: “Julia os la tiene jurada. Estamos en su casa, nos está escuchando. Me la crucé el martes por la calle… ya sabes cómo sonsaca, ella me dijo que vivías aquí. Saqué en claro que tu padre y Sandra saben algo que no le deja vivir. Me amenazó con contar a mis tíos cosas que sabe de mí, de Alicante: valdría más su palabra que la mía, aunque esa chusma ya no tenga nada que ver conmigo. No les diría nada si yo hacía mi papel. Entonces, delante de mí, llamó a tu hermana: le dijo que tenía a tu padre y le dio las instrucciones para llevarte al archivo y recoger la prueba. Si no ibas, te haría daño. Joe, te di pistas las dos veces que nos vimos. Ahora, piensa bien qué hacemos, porque no está sola. Hoy la llamó su chico, oí el acento raro de su voz, mientras Julia buscaba entre los papeles, hasta que cerró el cajón al darse cuenta de que yo miraba...”.
Temblaba. Eché el papel en el retrete, estrujado en una bola compacta, y tiré de la cadena. Miraba fijamente el remolino de agua, quería estar seguro de que desaparecía. Podía haber arrojado también la tarjeta de mi móvil, escondida dentro del zapato. ¿Y el teléfono?... lo dejé en el apartamento antes de venir a buscar a Comesaña.
Se me escapó un suspiro de alivio: mi padre estaba vivo y podía confiar en Sandra. Esa tía no iba a conseguir amargarnos más la vida.
Salí. Comesaña esperaba; el tío no perdía la tranquilidad. Nuestras miradas eran cómplices.
Capítulo 9. Finalista 041003
Él no podía tomar la iniciativa porque podrían sospechar, así que todo dependía de mí y de lo que se me ocurriera. Y esto fue:
Capítulo 10. Finalista 041303
No conocía el coche, un Renault Twingo negro. Yo me senté a su lado y Comesaña se encogió en la esquina del asiento trasero, tapándose la cabeza con la parka.
- ¡David! ¿Estás bien? ¿Nos llevamos a éste?
- ¡Sí! Comesaña es de fiar, se la ha jugado por avisarme. Me ha contado que Julia tiene a papá y que te busca… ¡Sandra, necesitaba verte!
La noté más delgada. Apretó con fuerza los labios, y el acelerador. Hablaba, al tiempo que escrutaba el camino.
- Así, que tú eres Comesaña -dijo, mirándole fugazmente por el retrovisor-: ahora te recuerdo. Tendrás que decirme por qué sabías mi teléfono. ¿Con qué te sobornó Julia para que se lo dieras? ¡No podía creer que esa llamada desconocida fuera de ella! Me dijo que te utilizaría de tapadera.
Luego, se dirigió a mí:
- Dije a Julia que no te llamaría hasta hoy. Sabes que necesito pensar antes de actuar… ¿Te has deshecho del móvil? He comprado dos, el tuyo está en la guantera.
Cogí el teléfono y me agaché para sacar la tarjeta que tenía en el zapato y romperla. Un frenazo brusco, la tiró al suelo.
Sin esperar contestación, Sandra volvió a hablar con mi amigo:
- Por cierto, Julia me preguntó muy alterada por qué llamabas Jarocho a mi hermano.
Me giré. El pobre, no disimulaba su consternación. Por un momento, la situación era cómica: Comesaña, ahí, penitente, con la cara transformada por un flequillo crispado -de los pelos de su capucha- y una mirada, entre embobada y dolorida, hacia el retrovisor. Había perdido el aplomo con que actuaba en casa de Julia. Balbuceó:
- Le llamo Jarocho, por...por su pelo jaro.
De pronto, dio un respingo y se apartó bruscamente el falso flequillo:
- ¡Julia habló hoy de la operación!, le dijo a ese extranjero que creía saber dónde estaba la prueba.
Noté la aceleración del coche y miré, asustado, a Sandra. Recordé lo que había leído meses atrás, sobre esa operación policial: actuaron en varias ciudades de España, hubo treinta detenciones y confiscaron cien cuentas bancarias, por operaciones de blanqueo de dinero. Había indicios de su conexión con empresas condenadas en el caso “Gueru”: el que llevó a la muerte a mi madre, cerrado seis años después sin haber podido demostrar el asesinato.
Comesaña pidió ir a un baño y tuvimos que parar en una gasolinera. Sandra esperó a que se alejara, para decirme:
-La policía aún no ha encontrado a papá, aunque dicen que debió esconder la cinta antes de su secuestro porque, si no, no estaría vivo. Se ha sabido que la mujer que declaró todo a mamá, vivía con Kiril, el amigo de Julia. Esa rusa también pagó con su vida: es su ley del silencio.
La miraba sorprendido, intentando asimilar la información. Después de una pausa, sacó un papel del bolso:
- Estaba junto a la tarjeta de identificación profesional de papá, en la funda.
Le eché un vistazo: era un alfabeto numérico.
Capítulo 11: Grupo Literario Parquesol
La conversación nos había mantenido tan entretenidos que no nos percatamos del peligro que corríamos hasta que sentimos abrirse las puertas traseras del vehículo. Dos individuos, de aspecto tosco, entraron y se sentaron detrás de nosotros. Uno de ellos me clavó en las costillas una USP compacta, una pistola militar que conocía muy bien. Mi padre tenía una muy parecida.
—Pon el coche en marcha —le dijo con acento extranjero a mi hermana el sujeto que empuñaba el arma—. No hagas nada que me resulte sospechoso. Si no obedeces, tu hermano tendrá una bala en el estómago. Conduce dirección al Auditorio Miguel Delibes y aparca detrás.
Los dos hombres empezaron a hablar en un idioma desconocido para mí, aunque sospeché que conversaban en ruso. Dos cosas eran evidentes: la persona que hablaba español recibía órdenes del otro, y además estaba muy nervioso por algo.
—Para el coche allí —ordenó—. Daros la vuelta, quiero veros las caras, sólo así sé si os estáis enterando de lo que digo. Tu amigo te entregó un sobre en el Archivo. A decir verdad, te cambió un sobre por otro. Imagino que no sabes de qué van los números, nosotros tampoco podemos descifrarlos, pero tu padre tiene en su poder una especie de alfabeto, llamémosle así, que nos ayudaría. Ahora mismo tu padre está trabajando para nosotros —soltó una risotada—, aunque no voluntariamente. Lo hemos secuestrado. Parece que no ha aprendido la lección que le dimos a tu madre por inmiscuirse en nuestros asuntos.
Observé de reojo a Sandra, cuando se enfurecía se le agarrotaban los músculos del cuello de la tensión contenida y ahora podía ver cómo se le estiraban como cuerdas de guitarra. Yo estaba a punto de olvidarme de la pistola para darle una lección a aquel imbécil, pero quince años de espera merecían un poco más de paciencia y cabeza fría.
El ruso seguía con su discurso autosuficiente:
— Tu padre nos ha dicho que grabó el alfabeto en una cinta y que vosotros dos tenéis cada uno una parte del código de apertura de la caja. No voy a perder más tiempo esta noche. Vuestro padre me ha dicho que la cinta está dentro de una caja fuerte soldada al Puente Colgante. Así que, andando. O me abrís la caja o vuestro padre va a sufrir más de lo que os gustaría presenciar.
—Tenemos que meternos debajo de la estructura —les indiqué cuando llegamos allí.
—Bueno, primero uno y luego el otro.
—Eso no es posible. Si no ayudo a mi hermana, no llega. Es muy torpe.
—De acuerdo —dijo, mirando por encima de la barandilla—. Si me la jugáis, os disparo. Y daos prisa, ya casi no se ve.
Agarré la mano de mi hermana y se la apreté.
—Tú primero, que yo tiro de ti.
Y eso hice, para arrojarla al Pisuerga.
Capítulo 12. Finalista: 041701
Me precipité a las aguas tras Sandra. Los dos éramos buenos buceadores. Vivir en Alicante había tenido sus ventajas y una de ellas era el poder aprender submarinismo. Intentamos sumergirnos lo más posible pero aun así las detonaciones de los disparos llegaron a nuestros oídos. Los rusos debían estar tremendamente furiosos.
Estuvimos cerca de un minuto braceando en el seno de aquellas turbias aguas henchidas de incómodos habitantes: ramas, botes, plásticos, jirones de tela y algún ignoto cuerpo carnoso que bien pudiera tratarse de una rata. Sentíamos su roce mientras avanzábamos hacia el otro lado del puente. Allí, una colonia de carrizales nos cobijó de las inquisitoriales miradas de nuestros perseguidores. Comprobamos, ateridos de frio, el estado enfebrecido de Kiril y su amigo que recorrían el pretil del puente asomándose aquí y allá con sus negras pistolas. La encapotada noche favorecía nuestra ocultación.
El tiempo pareció detenerse, como si los pequeños granos de arena tuvieran pánico a deslizarse por la superficie acristalada del reloj.
-Como no salgamos pronto de aquí,-dijo mi hermana tiritando-no hará falta que los esbirros de la Jirafa nos maten.
En ese instante, el rugido del motor del Twingo nos permitió respirar aliviados. Abandonaban la búsqueda.
Trepando por la terrosa ladera ascendimos hasta la pradera aledaña al río. Una vez allí corrimos chorreando agua hasta el antiguo cuartelillo de la Guardia Civil. Y esta vez la suerte se alió con nosotros al encontrar unas ropas viejas abandonadas en un contenedor de basura. Rebuscamos hasta acomodarnos unas prendas secas. Miré a Sandra y a pesar de la tensión se me escapó una carcajada al verla disfrazada de cabo de la Benemérita. Yo, sin embargo, me tuve que conformar con unos pantalones de loneta que me llegaban por la pantorrilla y un suéter femenino.
-¡La hemos liado buena!-me lamenté. Quizás en estos momentos le están haciendo algo malo a papá.
-Confío en que no sea así. Al fin y al cabo todavía nos necesitan, y eso que no saben que tenemos el alfabeto. Por cierto, ¿Dónde lo tienes? ¿Se quedó en el coche?
No. Por suerte tanto el código numérico como el alfabeto para desentrañar su significado los había guardado en mi bolsillo dentro de mi monedero. Tanteé las ropas mojadas y comprobé su estado.
-¡Bien! Están intactos. Y luego dicen que las cosas del mercadillo… Pues esté portamonedas es un seguro de vida…
-Debemos darnos prisa y descifrar cuanto antes la relación de números. Conociendo la pasión de mamá por las mates estoy convencido que contiene el lugar dónde escondió las pruebas incriminatorias del caso “Gueru”.
Reactivado por el recuerdo de mi madre y por la necesidad de vengar lo que le ocurrió, me acodé en un rincón de nuestro refugio y aprovechando la luz que llegaba de una farola comencé la difícil tarea. O iba a hacerlo porque, de súbito, se escuchó un estrépito que nos obligó a parapetarnos tras una mesa.
-¡Comesaña! ¡Hijo de la gran…!- gritamos al unísono los dos.
Capíutlo 13: finalista 042001
Aquel momento de tensión extrema se transmutó por mor de la expiación del alma en un sincero desahogo. Tras el tremendo susto y después de controlar nuestra violenta reacción, Comesaña narró, con voz entrecortada, una VERDAD que fluía a trompicones como aquel tronco sumido en un remolino del que intenta escapar.
Nos contó lo acaecido desde el desdichado día en que al llegar del instituto encontró su casa violentada y destrozada. Por toda explicación apareció en su cama una misiva con órdenes precisas si quería volver a ver a sus padres con vida. Esa misma tarde le visitaron Kiril y la Jirafa dejándole muy claro su misión: buscarme y ganarse mi confianza de nuevo. Tenía que sonsacarnos el modo de descifrar el código que nuestra madre creó, encerrando allí la información vital para incriminar a los responsables de la mafia rusa en España.
Relató, entre lágrimas y en un clima de mutua comprensión, las amenazas y el ultimátum de Julia al no obtener resultados. Nos explicó lo acontecido en la gasolinera, donde nos habían seguido Kiril y su esbirro. Habían decidido que ya no les resultaba de utilidad con lo que le amordazaron y tiraron en un terraplén junto al lavadero de coches. Un cliente escuchó sus lamentos guturales y le liberó.
-¿Cómo has llegado hasta aquí?-le interrogó Sandra.
- Tu padre y yo nos inventamos, para ganar tiempo, lo de la caja adosada al puente.
-¿Cómo, has visto a papá? ¿Dónde? ¿Cómo está?- le pregunté histérico.
-Le cambian de piso. La última vez le tenían en la Calle Hípica y…
-¿Y?
-Nada, que vuestro padre es tremendamente fuerte. Resiste. Está bien.
Aquellas palabras lejos de tranquilizarnos nos angustiaron más si cabe, e imaginamos a nuestro padre torturado y vejado por aquellas alimañas. Comesaña no se atrevía a decirnos su estado real, estaba convencido.
-Pedí a mi rescatador que me trajera al Puente Colgante y allí no tuve más que seguir vuestro escandaloso rastro acuoso.
-Ya no sé si debo creerte.-Le dije con tono conciliador.-Eres desconcertante.
-Vosotros sí que despistáis con esas trazas.
-La única vía posible es descifrar de una vez la relación numérica. Ayuda a mi hermano mientras busco unas ropas menos llamativas.
-Pero… Si soy un zote en mates, ¿por qué crees que le copiaba?
-¿Sólo en mates?- protesté.
Nos concentramos en tan trascendental tarea y, tras dos horas gastando materia gris, llamamos con alborozo a Sandra, que para entonces apareció disfrazada de lagarterana.
-No sé a qué llamas “ropas menos llamativas”.- rio Comesaña.
-¡Vamos! ¿Qué dice? No hay tiempo.
-EN EL LUGAR PROHIBIDO ENCONTRAREIS LA RESPUESTA. SED LIBRES.-Cantamos a coro.
-¿Qué es eso del lugar prohibido?-preguntó Félix.
-Fue el sitio dónde nos ocultó nuestro padre un tiempo. Un pisito en el Cuatro de Marzo. Todavía llevo la llave.-Le aclaró Sandra.
-Corriendo. La vida de mis padres y el vuestro depende de nosotros.
De modo espontáneo nos abrazamos en una cálida piña insuflándonos una energía que íbamos a necesitar para lo que se avecinaba…
Capítulo 14. Finalista: 042202
Y lo que se nos venía encima empezó desde ese mismo momento, cuando Sandra se dio cuenta de que había dejado la llave en las ropas mojadas antes de cambiarse. Por suerte se dio cuenta ahí mismo y el susto se nos pasó rápido, si no teníamos que haber regresado y hubiésemos perdido un tiempo precioso.
Teníamos que salir a un lugar menos apartado e intentar coger un taxi para llegar a esa dirección. Con el atuendo de Sandra teníamos que estar atentos y hacer como que íbamos a una fiesta de disfraces. El taxista se partía de la risa, no podía evitar reírse de la pinta de Sandra y tuvimos que seguirle la corriente Félix y yo y tratar de que ella no hiciera una de las suyas cuando se pone furiosa.
Llegamos al Cuatro de Marzo, Félix llevaba casi el dinero justo para pagar el taxi, faltaban 2 euros que nos perdonó el taxista, que aún seguía riéndose sin parar de mirar a mi hermana.
- Aquí estamos, frente al pisito, no guardo malos recuerdos de este lugar a pesar de que permanecíamos casi siempre guardados- exclamó Sandra, ya liberada de la tensión del taxi.
- Pues yo no puedo decir lo mismo, se me hicieron eternas las semanas, meses, lo que fuera, ahí dentro.
- Venga dejaros de melancolías que aquí hemos venido a otra cosa. Dame la llave, yo mismo abro- apretó Félix al vernos perder tiempo sin necesidad.
Sandra no le concedió ese deseo y cuando iba a meter la llave en la cerradura se dio cuenta de que había sido manipulada.
Acercó la oreja a la puerta y poniéndose el dedo índice en la boca indicándonos silencio intentó averiguar quién podía estar ahí. Al momento, vi como su rostro se transformó; era una señal de que habían llegado antes que nosotros.
Dentro la Jirafa maldecía porque no daba con lo que buscaba.
- Kiril, busca bien, ¿estás seguro de que no hay nada?, no puede ser, busca, rebusca- gritaba ahora como una loca.
Era la señal de que teníamos que desaparecer de ahí y rezar para que no encontraran lo que nosotros veníamos a buscar. Seguro papá había encontrado un lugar perfecto para no dar con las pruebas. Teníamos que decidir qué hacer, ellos no iban a estar mucho más tiempo adentro y nosotros debíamos de actuar.
Ya de nuevo en la calle, y para nuestra sorpresa, el taxista nos esperaba.
- Vamos chicos, ustedes traman algo y yo quiero ser parte de esto, yo antes fui policía, y de los buenos. ¿Cuál es el próximo destino?, ¿a quién liberamos?- sin duda, nos iba a ser de gran ayuda este extraño taxista.
- Para la calle Hípica, seguro que vuestro padre permanece aún allá. Siendo ahora cuatro, y probablemente poca la vigilancia que tenga, podremos liberarlo y después con su ayuda buscamos a mis padres -apuntó Comesaña todo decidido.
CAPÍTULO FINAL
Autores:
GRUPO LITERARIO PARQUESOL
Armando Manrique Legido
Carmen Mínguez Sabater
Diego Irimia Sánchez
Gloria Martín Barredo
Mar Hernández Hernández
Rocío de Juan Romero
Yolanda Cantalapiedra Alonso
Fue mi hermana la que reflexionó dentro de aquella locura y decidió que llamásemos a la policía, advirtiéndoles de que no debían anunciarse con sirenas o nuestro padre podría pagar las consecuencias. El taxista, que si no tuviera las manos al volante se hubiera frotado las manos de puro gusto de verse en otra igual, nos dijo que se llamaba Nico (de Nicodemo, ¿eh?), y que la carrera de esta noche nos salía gratis porque le estábamos dando argumento para una novela, porque él escribía novela negra cuando no estaba de servicio y en los ratos que estaba parado se tomaba sus apuntes. «Y celebro el 23 de abril como si fuera mi cumpleaños», concluyó.
El humor de Nico logró destensar el ambiente dentro del coche. Cuando llegamos al piso de la calle Hípica, la policía ya había entrado en el apartamento y liberado a mi padre, que solo estaba vigilado por un hombre. El reencuentro de los tres fue muy emotivo aunque casi teníamos miedo de abrazarle… ¡estaba tan delgado! Podíamos ver sus mejillas enflaquecidas y el temblor de sus manos.
Pero su voz sonaba tan autoritaria como siempre —militar hasta la muerte— cuando nos dijo, espantando sus propias lágrimas de un manotazo:
—Dejaos de lloriqueos, que hay que agarrar a esa furcia de Julia y a su amigo, ellos son los responsables de la muerte de vuestra madre.
—¡La cinta, papá! —dijo Sandra, entonces—. Están en el piso del Cuatro de Marzo, registrándolo… ¡van a encontrarla!
—Antes se helará el infierno —dijo mi padre—. Nunca hubo una cinta. Lo que necesitaba para inculparles lo he conseguido dejando que me secuestrasen, con la ayuda de mi cómplice, que les grababa —e hizo un ademán hacia el hombre que habían apresado—. Hoy, por fin, les he dicho lo del piso para poder escaparme, pero me habéis enviado ayuda antes.
Nico, el taxista, que había observado toda la escena desde la puerta, se atrevió a preguntar:
—Y digo yo, ¿me da permiso para utilizar esta historia para un relato?
Comesaña farfulló por lo bajo:
—Como si alguien se lo fuera a creer…
- Ese trato lo haremos sólo si antes puedo ver a mi padre con mis propios ojos.
Observaba a Comesaña, inquisitivamente. Él me miraba también, un ojo hacia mi mano, la que escondía su pedazo de papel, y el otro desviado hacia los geranios.
- ¿Y tú, cómo vas a probar que veré a Sandra?
- Félix, necesito ir al baño. Mira, no puedo escaparme, ya ves que no tengo nada en los bolsillos. Me quito la cazadora. ¿Te vale?
Parecía que dudaba hacia dónde dirigirse y que probaba suerte. Abrió una puerta cercana, casi al inicio del pasillo que arrancaba a la derecha. La casa parecía grande.
- No tardes.
Desdoblé ansiosamente el papel, escrito por una cara, en unos trazos minúsculos. Las letras se contorsionaban, con el temblor de mis manos: “Julia os la tiene jurada. Estamos en su casa, nos está escuchando. Me la crucé el martes por la calle… ya sabes cómo sonsaca, ella me dijo que vivías aquí. Saqué en claro que tu padre y Sandra saben algo que no le deja vivir. Me amenazó con contar a mis tíos cosas que sabe de mí, de Alicante: valdría más su palabra que la mía, aunque esa chusma ya no tenga nada que ver conmigo. No les diría nada si yo hacía mi papel. Entonces, delante de mí, llamó a tu hermana: le dijo que tenía a tu padre y le dio las instrucciones para llevarte al archivo y recoger la prueba. Si no ibas, te haría daño. Joe, te di pistas las dos veces que nos vimos. Ahora, piensa bien qué hacemos, porque no está sola. Hoy la llamó su chico, oí el acento raro de su voz, mientras Julia buscaba entre los papeles, hasta que cerró el cajón al darse cuenta de que yo miraba...”.
Temblaba. Eché el papel en el retrete, estrujado en una bola compacta, y tiré de la cadena. Miraba fijamente el remolino de agua, quería estar seguro de que desaparecía. Podía haber arrojado también la tarjeta de mi móvil, escondida dentro del zapato. ¿Y el teléfono?... lo dejé en el apartamento antes de venir a buscar a Comesaña.
Se me escapó un suspiro de alivio: mi padre estaba vivo y podía confiar en Sandra. Esa tía no iba a conseguir amargarnos más la vida.
Salí. Comesaña esperaba; el tío no perdía la tranquilidad. Nuestras miradas eran cómplices.
Capítulo 9. Finalista 041003
Pensé que si estábamos siendo espiados había que salir de allí para poder hablar con libertad.
Él no podía tomar la iniciativa porque podrían sospechar, así que todo dependía de mí y de lo que se me ocurriera. Y esto fue:
- Bueno, he estado pensando que si los dos nos enrocamos no vamos a ningún lado, por eso te propongo que yo te acerco hacía donde está Sandra, pero antes de entrar tú me pones al teléfono con mi padre.
Aquí, Comesaña se quedó más bien pétreo durante unos segundos, supongo que descolocado por la oferta y sin saber bien que hacer.
- Espera un momento, voy a la habitación a por el móvil y la cartera- me dijo por fin.
Estaba claro que iba a consultar la oferta, y mientras tanto yo me hacía cargo de la tontería que era, pero viniendo de un muchacho tal vez pensaran que no sabía lo que decía e intentaran sacar partido.
Estaba claro que iba a consultar la oferta, y mientras tanto yo me hacía cargo de la tontería que era, pero viniendo de un muchacho tal vez pensaran que no sabía lo que decía e intentaran sacar partido.
- Bueno, Jarocho, la oferta me vale, pero si después de hablar con tu padre no veo a Sandra, lo vas a pasar muy mal- me espetó en el tono duro y dramático que correspondía.
Podía decir lo que quisiera, mi parte consistía en aceptar, y así lo hice antes de que iniciáramos la peregrinación, vete tú a saber a dónde.
Podía decir lo que quisiera, mi parte consistía en aceptar, y así lo hice antes de que iniciáramos la peregrinación, vete tú a saber a dónde.
- Félix- inicié yo la conversación- solo se trataba de salir de allí, porque de momento has de saber que no tengo ni idea de donde está mi hermana, y aunque lo supiera no te llevaría. Vas captando el problema.
- Pero David- me dijo, y ya en solo dos palabras se le notaba el miedo- yo he intentado ayudarte y tú no me ofreces ninguna salida.
Admití y le agradecí su ayuda, pero le hice ver que yo no podía hacer mucho, aunque sí advertirle que ahora no debía temer a la Jirafa por sus tonterías de Alicante sino porque estaba metido en un lio mucho mayor y en un peligro que no imaginaba.
Admití y le agradecí su ayuda, pero le hice ver que yo no podía hacer mucho, aunque sí advertirle que ahora no debía temer a la Jirafa por sus tonterías de Alicante sino porque estaba metido en un lio mucho mayor y en un peligro que no imaginaba.
- Jarocho, me estoy cagando.
- Mira, solo se me ocurren dos cosas, o salimos los dos corriendo y nos escondemos, o te pego un empujón y salgo yo corriendo. En este último caso ya eres inútil para ellos y no se si pasarán o se desharán de ti.
- Ahora estoy mucho más animado- me dijo con una sonrisa irónica.
Permanecí callado mientras él pensaba y yo iba escudriñando, porque era seguro que nos seguían.
Permanecí callado mientras él pensaba y yo iba escudriñando, porque era seguro que nos seguían.
Por fin habló sin mucha convicción. Había decidido venirse conmigo.
- Yo sé dónde quiero ir, así que a la voz de ¡ya! echamos a correr como almas que lleva el diablo- dejé unos segundos- ¡Ya!
Esta vez sí que íbamos al sitio prohibido, seguro que mi apartamento no era seguro.
Con solo cien metros recorridos ya teníamos un coche al lado bajando la ventanilla y frenando ante nosotros
- ¡Subid los dos!- nos espetó una voz que me supo a gloria bendita- ¡y rapidito!Capítulo 10. Finalista 041303
No conocía el coche, un Renault Twingo negro. Yo me senté a su lado y Comesaña se encogió en la esquina del asiento trasero, tapándose la cabeza con la parka.
- ¡David! ¿Estás bien? ¿Nos llevamos a éste?
- ¡Sí! Comesaña es de fiar, se la ha jugado por avisarme. Me ha contado que Julia tiene a papá y que te busca… ¡Sandra, necesitaba verte!
La noté más delgada. Apretó con fuerza los labios, y el acelerador. Hablaba, al tiempo que escrutaba el camino.
- Así, que tú eres Comesaña -dijo, mirándole fugazmente por el retrovisor-: ahora te recuerdo. Tendrás que decirme por qué sabías mi teléfono. ¿Con qué te sobornó Julia para que se lo dieras? ¡No podía creer que esa llamada desconocida fuera de ella! Me dijo que te utilizaría de tapadera.
Luego, se dirigió a mí:
- Dije a Julia que no te llamaría hasta hoy. Sabes que necesito pensar antes de actuar… ¿Te has deshecho del móvil? He comprado dos, el tuyo está en la guantera.
Cogí el teléfono y me agaché para sacar la tarjeta que tenía en el zapato y romperla. Un frenazo brusco, la tiró al suelo.
Sin esperar contestación, Sandra volvió a hablar con mi amigo:
- Por cierto, Julia me preguntó muy alterada por qué llamabas Jarocho a mi hermano.
Me giré. El pobre, no disimulaba su consternación. Por un momento, la situación era cómica: Comesaña, ahí, penitente, con la cara transformada por un flequillo crispado -de los pelos de su capucha- y una mirada, entre embobada y dolorida, hacia el retrovisor. Había perdido el aplomo con que actuaba en casa de Julia. Balbuceó:
- Le llamo Jarocho, por...por su pelo jaro.
De pronto, dio un respingo y se apartó bruscamente el falso flequillo:
- ¡Julia habló hoy de la operación!, le dijo a ese extranjero que creía saber dónde estaba la prueba.
Noté la aceleración del coche y miré, asustado, a Sandra. Recordé lo que había leído meses atrás, sobre esa operación policial: actuaron en varias ciudades de España, hubo treinta detenciones y confiscaron cien cuentas bancarias, por operaciones de blanqueo de dinero. Había indicios de su conexión con empresas condenadas en el caso “Gueru”: el que llevó a la muerte a mi madre, cerrado seis años después sin haber podido demostrar el asesinato.
Comesaña pidió ir a un baño y tuvimos que parar en una gasolinera. Sandra esperó a que se alejara, para decirme:
-La policía aún no ha encontrado a papá, aunque dicen que debió esconder la cinta antes de su secuestro porque, si no, no estaría vivo. Se ha sabido que la mujer que declaró todo a mamá, vivía con Kiril, el amigo de Julia. Esa rusa también pagó con su vida: es su ley del silencio.
La miraba sorprendido, intentando asimilar la información. Después de una pausa, sacó un papel del bolso:
- Estaba junto a la tarjeta de identificación profesional de papá, en la funda.
Le eché un vistazo: era un alfabeto numérico.
Capítulo 11: Grupo Literario Parquesol
La conversación nos había mantenido tan entretenidos que no nos percatamos del peligro que corríamos hasta que sentimos abrirse las puertas traseras del vehículo. Dos individuos, de aspecto tosco, entraron y se sentaron detrás de nosotros. Uno de ellos me clavó en las costillas una USP compacta, una pistola militar que conocía muy bien. Mi padre tenía una muy parecida.
—Pon el coche en marcha —le dijo con acento extranjero a mi hermana el sujeto que empuñaba el arma—. No hagas nada que me resulte sospechoso. Si no obedeces, tu hermano tendrá una bala en el estómago. Conduce dirección al Auditorio Miguel Delibes y aparca detrás.
Los dos hombres empezaron a hablar en un idioma desconocido para mí, aunque sospeché que conversaban en ruso. Dos cosas eran evidentes: la persona que hablaba español recibía órdenes del otro, y además estaba muy nervioso por algo.
—Para el coche allí —ordenó—. Daros la vuelta, quiero veros las caras, sólo así sé si os estáis enterando de lo que digo. Tu amigo te entregó un sobre en el Archivo. A decir verdad, te cambió un sobre por otro. Imagino que no sabes de qué van los números, nosotros tampoco podemos descifrarlos, pero tu padre tiene en su poder una especie de alfabeto, llamémosle así, que nos ayudaría. Ahora mismo tu padre está trabajando para nosotros —soltó una risotada—, aunque no voluntariamente. Lo hemos secuestrado. Parece que no ha aprendido la lección que le dimos a tu madre por inmiscuirse en nuestros asuntos.
Observé de reojo a Sandra, cuando se enfurecía se le agarrotaban los músculos del cuello de la tensión contenida y ahora podía ver cómo se le estiraban como cuerdas de guitarra. Yo estaba a punto de olvidarme de la pistola para darle una lección a aquel imbécil, pero quince años de espera merecían un poco más de paciencia y cabeza fría.
El ruso seguía con su discurso autosuficiente:
— Tu padre nos ha dicho que grabó el alfabeto en una cinta y que vosotros dos tenéis cada uno una parte del código de apertura de la caja. No voy a perder más tiempo esta noche. Vuestro padre me ha dicho que la cinta está dentro de una caja fuerte soldada al Puente Colgante. Así que, andando. O me abrís la caja o vuestro padre va a sufrir más de lo que os gustaría presenciar.
—Tenemos que meternos debajo de la estructura —les indiqué cuando llegamos allí.
—Bueno, primero uno y luego el otro.
—Eso no es posible. Si no ayudo a mi hermana, no llega. Es muy torpe.
—De acuerdo —dijo, mirando por encima de la barandilla—. Si me la jugáis, os disparo. Y daos prisa, ya casi no se ve.
Agarré la mano de mi hermana y se la apreté.
—Tú primero, que yo tiro de ti.
Y eso hice, para arrojarla al Pisuerga.
Capítulo 12. Finalista: 041701
Me precipité a las aguas tras Sandra. Los dos éramos buenos buceadores. Vivir en Alicante había tenido sus ventajas y una de ellas era el poder aprender submarinismo. Intentamos sumergirnos lo más posible pero aun así las detonaciones de los disparos llegaron a nuestros oídos. Los rusos debían estar tremendamente furiosos.
Estuvimos cerca de un minuto braceando en el seno de aquellas turbias aguas henchidas de incómodos habitantes: ramas, botes, plásticos, jirones de tela y algún ignoto cuerpo carnoso que bien pudiera tratarse de una rata. Sentíamos su roce mientras avanzábamos hacia el otro lado del puente. Allí, una colonia de carrizales nos cobijó de las inquisitoriales miradas de nuestros perseguidores. Comprobamos, ateridos de frio, el estado enfebrecido de Kiril y su amigo que recorrían el pretil del puente asomándose aquí y allá con sus negras pistolas. La encapotada noche favorecía nuestra ocultación.
El tiempo pareció detenerse, como si los pequeños granos de arena tuvieran pánico a deslizarse por la superficie acristalada del reloj.
-Como no salgamos pronto de aquí,-dijo mi hermana tiritando-no hará falta que los esbirros de la Jirafa nos maten.
En ese instante, el rugido del motor del Twingo nos permitió respirar aliviados. Abandonaban la búsqueda.
Trepando por la terrosa ladera ascendimos hasta la pradera aledaña al río. Una vez allí corrimos chorreando agua hasta el antiguo cuartelillo de la Guardia Civil. Y esta vez la suerte se alió con nosotros al encontrar unas ropas viejas abandonadas en un contenedor de basura. Rebuscamos hasta acomodarnos unas prendas secas. Miré a Sandra y a pesar de la tensión se me escapó una carcajada al verla disfrazada de cabo de la Benemérita. Yo, sin embargo, me tuve que conformar con unos pantalones de loneta que me llegaban por la pantorrilla y un suéter femenino.
-¡La hemos liado buena!-me lamenté. Quizás en estos momentos le están haciendo algo malo a papá.
-Confío en que no sea así. Al fin y al cabo todavía nos necesitan, y eso que no saben que tenemos el alfabeto. Por cierto, ¿Dónde lo tienes? ¿Se quedó en el coche?
No. Por suerte tanto el código numérico como el alfabeto para desentrañar su significado los había guardado en mi bolsillo dentro de mi monedero. Tanteé las ropas mojadas y comprobé su estado.
-¡Bien! Están intactos. Y luego dicen que las cosas del mercadillo… Pues esté portamonedas es un seguro de vida…
-Debemos darnos prisa y descifrar cuanto antes la relación de números. Conociendo la pasión de mamá por las mates estoy convencido que contiene el lugar dónde escondió las pruebas incriminatorias del caso “Gueru”.
Reactivado por el recuerdo de mi madre y por la necesidad de vengar lo que le ocurrió, me acodé en un rincón de nuestro refugio y aprovechando la luz que llegaba de una farola comencé la difícil tarea. O iba a hacerlo porque, de súbito, se escuchó un estrépito que nos obligó a parapetarnos tras una mesa.
-¡Comesaña! ¡Hijo de la gran…!- gritamos al unísono los dos.
Capíutlo 13: finalista 042001
Aquel momento de tensión extrema se transmutó por mor de la expiación del alma en un sincero desahogo. Tras el tremendo susto y después de controlar nuestra violenta reacción, Comesaña narró, con voz entrecortada, una VERDAD que fluía a trompicones como aquel tronco sumido en un remolino del que intenta escapar.
Nos contó lo acaecido desde el desdichado día en que al llegar del instituto encontró su casa violentada y destrozada. Por toda explicación apareció en su cama una misiva con órdenes precisas si quería volver a ver a sus padres con vida. Esa misma tarde le visitaron Kiril y la Jirafa dejándole muy claro su misión: buscarme y ganarse mi confianza de nuevo. Tenía que sonsacarnos el modo de descifrar el código que nuestra madre creó, encerrando allí la información vital para incriminar a los responsables de la mafia rusa en España.
Relató, entre lágrimas y en un clima de mutua comprensión, las amenazas y el ultimátum de Julia al no obtener resultados. Nos explicó lo acontecido en la gasolinera, donde nos habían seguido Kiril y su esbirro. Habían decidido que ya no les resultaba de utilidad con lo que le amordazaron y tiraron en un terraplén junto al lavadero de coches. Un cliente escuchó sus lamentos guturales y le liberó.
-¿Cómo has llegado hasta aquí?-le interrogó Sandra.
- Tu padre y yo nos inventamos, para ganar tiempo, lo de la caja adosada al puente.
-¿Cómo, has visto a papá? ¿Dónde? ¿Cómo está?- le pregunté histérico.
-Le cambian de piso. La última vez le tenían en la Calle Hípica y…
-¿Y?
-Nada, que vuestro padre es tremendamente fuerte. Resiste. Está bien.
Aquellas palabras lejos de tranquilizarnos nos angustiaron más si cabe, e imaginamos a nuestro padre torturado y vejado por aquellas alimañas. Comesaña no se atrevía a decirnos su estado real, estaba convencido.
-Pedí a mi rescatador que me trajera al Puente Colgante y allí no tuve más que seguir vuestro escandaloso rastro acuoso.
-Ya no sé si debo creerte.-Le dije con tono conciliador.-Eres desconcertante.
-Vosotros sí que despistáis con esas trazas.
-La única vía posible es descifrar de una vez la relación numérica. Ayuda a mi hermano mientras busco unas ropas menos llamativas.
-Pero… Si soy un zote en mates, ¿por qué crees que le copiaba?
-¿Sólo en mates?- protesté.
Nos concentramos en tan trascendental tarea y, tras dos horas gastando materia gris, llamamos con alborozo a Sandra, que para entonces apareció disfrazada de lagarterana.
-No sé a qué llamas “ropas menos llamativas”.- rio Comesaña.
-¡Vamos! ¿Qué dice? No hay tiempo.
-EN EL LUGAR PROHIBIDO ENCONTRAREIS LA RESPUESTA. SED LIBRES.-Cantamos a coro.
-¿Qué es eso del lugar prohibido?-preguntó Félix.
-Fue el sitio dónde nos ocultó nuestro padre un tiempo. Un pisito en el Cuatro de Marzo. Todavía llevo la llave.-Le aclaró Sandra.
-Corriendo. La vida de mis padres y el vuestro depende de nosotros.
De modo espontáneo nos abrazamos en una cálida piña insuflándonos una energía que íbamos a necesitar para lo que se avecinaba…
Capítulo 14. Finalista: 042202
Y lo que se nos venía encima empezó desde ese mismo momento, cuando Sandra se dio cuenta de que había dejado la llave en las ropas mojadas antes de cambiarse. Por suerte se dio cuenta ahí mismo y el susto se nos pasó rápido, si no teníamos que haber regresado y hubiésemos perdido un tiempo precioso.
Teníamos que salir a un lugar menos apartado e intentar coger un taxi para llegar a esa dirección. Con el atuendo de Sandra teníamos que estar atentos y hacer como que íbamos a una fiesta de disfraces. El taxista se partía de la risa, no podía evitar reírse de la pinta de Sandra y tuvimos que seguirle la corriente Félix y yo y tratar de que ella no hiciera una de las suyas cuando se pone furiosa.
Llegamos al Cuatro de Marzo, Félix llevaba casi el dinero justo para pagar el taxi, faltaban 2 euros que nos perdonó el taxista, que aún seguía riéndose sin parar de mirar a mi hermana.
- Aquí estamos, frente al pisito, no guardo malos recuerdos de este lugar a pesar de que permanecíamos casi siempre guardados- exclamó Sandra, ya liberada de la tensión del taxi.
- Pues yo no puedo decir lo mismo, se me hicieron eternas las semanas, meses, lo que fuera, ahí dentro.
- Venga dejaros de melancolías que aquí hemos venido a otra cosa. Dame la llave, yo mismo abro- apretó Félix al vernos perder tiempo sin necesidad.
Sandra no le concedió ese deseo y cuando iba a meter la llave en la cerradura se dio cuenta de que había sido manipulada.
Acercó la oreja a la puerta y poniéndose el dedo índice en la boca indicándonos silencio intentó averiguar quién podía estar ahí. Al momento, vi como su rostro se transformó; era una señal de que habían llegado antes que nosotros.
Dentro la Jirafa maldecía porque no daba con lo que buscaba.
- Kiril, busca bien, ¿estás seguro de que no hay nada?, no puede ser, busca, rebusca- gritaba ahora como una loca.
Era la señal de que teníamos que desaparecer de ahí y rezar para que no encontraran lo que nosotros veníamos a buscar. Seguro papá había encontrado un lugar perfecto para no dar con las pruebas. Teníamos que decidir qué hacer, ellos no iban a estar mucho más tiempo adentro y nosotros debíamos de actuar.
Ya de nuevo en la calle, y para nuestra sorpresa, el taxista nos esperaba.
- Vamos chicos, ustedes traman algo y yo quiero ser parte de esto, yo antes fui policía, y de los buenos. ¿Cuál es el próximo destino?, ¿a quién liberamos?- sin duda, nos iba a ser de gran ayuda este extraño taxista.
- Para la calle Hípica, seguro que vuestro padre permanece aún allá. Siendo ahora cuatro, y probablemente poca la vigilancia que tenga, podremos liberarlo y después con su ayuda buscamos a mis padres -apuntó Comesaña todo decidido.
CAPÍTULO FINAL
Autores:
GRUPO LITERARIO PARQUESOL
Armando Manrique Legido
Carmen Mínguez Sabater
Diego Irimia Sánchez
Gloria Martín Barredo
Mar Hernández Hernández
Rocío de Juan Romero
Yolanda Cantalapiedra Alonso
Fue mi hermana la que reflexionó dentro de aquella locura y decidió que llamásemos a la policía, advirtiéndoles de que no debían anunciarse con sirenas o nuestro padre podría pagar las consecuencias. El taxista, que si no tuviera las manos al volante se hubiera frotado las manos de puro gusto de verse en otra igual, nos dijo que se llamaba Nico (de Nicodemo, ¿eh?), y que la carrera de esta noche nos salía gratis porque le estábamos dando argumento para una novela, porque él escribía novela negra cuando no estaba de servicio y en los ratos que estaba parado se tomaba sus apuntes. «Y celebro el 23 de abril como si fuera mi cumpleaños», concluyó.
El humor de Nico logró destensar el ambiente dentro del coche. Cuando llegamos al piso de la calle Hípica, la policía ya había entrado en el apartamento y liberado a mi padre, que solo estaba vigilado por un hombre. El reencuentro de los tres fue muy emotivo aunque casi teníamos miedo de abrazarle… ¡estaba tan delgado! Podíamos ver sus mejillas enflaquecidas y el temblor de sus manos.
Pero su voz sonaba tan autoritaria como siempre —militar hasta la muerte— cuando nos dijo, espantando sus propias lágrimas de un manotazo:
—Dejaos de lloriqueos, que hay que agarrar a esa furcia de Julia y a su amigo, ellos son los responsables de la muerte de vuestra madre.
—¡La cinta, papá! —dijo Sandra, entonces—. Están en el piso del Cuatro de Marzo, registrándolo… ¡van a encontrarla!
—Antes se helará el infierno —dijo mi padre—. Nunca hubo una cinta. Lo que necesitaba para inculparles lo he conseguido dejando que me secuestrasen, con la ayuda de mi cómplice, que les grababa —e hizo un ademán hacia el hombre que habían apresado—. Hoy, por fin, les he dicho lo del piso para poder escaparme, pero me habéis enviado ayuda antes.
Nico, el taxista, que había observado toda la escena desde la puerta, se atrevió a preguntar:
—Y digo yo, ¿me da permiso para utilizar esta historia para un relato?
Comesaña farfulló por lo bajo:
—Como si alguien se lo fuera a creer…