Hizo un aparte con Don Miguel y le preguntó al oído si sabía algo sobre los verracos y cómo se puede saber si un marrano tan decente y bien parecido como Durruti sería un buen procreador.
-Lo digo -decía Martín- porque este cochino siempre ha tenido un toque extraño, casi galante. Cuando algún cliente entraba al taller con una perra o una gata, aun siendo muy pequeño, se quedaba parado en seco en la trastienda y se erguía, con el hocico temblón, como si fuera un conquistador.
-Pues bien podría ser que su amigo Durruti fuera todo un machote. De hecho, he notado que todavía está sin capar, pero por el tamaño que tiene me atrevo a decir que no puede pasar mucho tiempo más con su virilidad intacta. Si no, su carne no valdrá demasiado, adquirirá ese sabor hormonado del cerdo viejo y no habrá quien le meta el diente.
-Y sin embargo, si le ponemos en contacto, ya me entiende, con alguna cerdita cariñosa, podríamos tener una camada de ¿cuántos? ¿Ocho o diez chonitos?
-Probablemente, amigo Martín. Creo que ya sé por dónde va usted, y esto nos sitúa en un nuevo escenario que convendría contemplar antes de cerrar definitivamente el trato.
-Lo digo -decía Martín- porque este cochino siempre ha tenido un toque extraño, casi galante. Cuando algún cliente entraba al taller con una perra o una gata, aun siendo muy pequeño, se quedaba parado en seco en la trastienda y se erguía, con el hocico temblón, como si fuera un conquistador.
-Pues bien podría ser que su amigo Durruti fuera todo un machote. De hecho, he notado que todavía está sin capar, pero por el tamaño que tiene me atrevo a decir que no puede pasar mucho tiempo más con su virilidad intacta. Si no, su carne no valdrá demasiado, adquirirá ese sabor hormonado del cerdo viejo y no habrá quien le meta el diente.
-Y sin embargo, si le ponemos en contacto, ya me entiende, con alguna cerdita cariñosa, podríamos tener una camada de ¿cuántos? ¿Ocho o diez chonitos?
-Probablemente, amigo Martín. Creo que ya sé por dónde va usted, y esto nos sitúa en un nuevo escenario que convendría contemplar antes de cerrar definitivamente el trato.



Martín había vuelto a ser el gran protagonista de ésta, ya aventura, que había empezado de madrugada. Con su maniobra había
ResponderEliminarlogrado no dejar escapar a Durruti por cuatro cuartos, sino por el contrario podía ser más rentable la operación y hasta
incluso salvarle del todo la vida al cochino.
Don Miguel igualmente daba gracias a que esa mañana su paseo con su perrita no había sido igual que el de todos los días;
esta mañana la monotonía de sus paseos se había visto rota inesperadamente por un buen negocio para su buena amiga Cristina.
El resto de mortales, salvo la amiga de Don Miguel, veían perder todas las posibilidades de lograr no ya el cerdo sino
siquiera un céntimo del negocio, del cual no habían escuchado nada y seguían pensando que consistía en una simple venta.
El ambiente se fue despejando de gente poco a poco, comenzaba la retirada para los allí presentes; los derrotados con las
cabezas bajas, resignados, con el cansancio reflejado en sus rostros por la movida mañana desde temprano; entre ellos, los
borrachos que abandonaban del todo también su resaca. Pero Martín y su compañero Pascual aunque no estaban entre los de ese
grupo, mostraban una mezcla de satisfacción, en especial Martín, y a la vez de incertidumbre.
El que podía darse también con un canto en los dientes era Durruti; seguía vivo, quién daba un duro por él hacía un rato.
Aunque estaba también cansado, como casi todo el mundo, seguía retozando extraño ahora a lo nuevo que se movía en torno a
él.
Don Miguel invitó a Cristina a unirse al corrillo y la puso al corriente de las tribulaciones que turbaban al joven
ResponderEliminarmecánico.
Martín se limitaba a asentir ensimismado, enfrascada su mente en la elaboración de una versión porcina del cuento de la
lechera. La mera idea de convertirse en el orgulloso propietario de toda una ventregada de berreantes Durrutis lechales
bastaba para estampar en su rostro una sonrisa bobalicona.
Ni borracho volvería a trabajar en aquel taller cochambroso. Lanzaría su mono de trabajo al despótico rostro del señor
Molina, diría “adiós, muy buenas” a una vida de privación y servidumbre y se lanzaría a la aventura de dirigir su propia
explotación de puercos. Sólo la penetrante intensidad de unos ojos azules pudo arrancarlo de tan utópica ensoñación.
-¡Ya lo tengo, Martín!- exclamó Cristina entusiasmada. - Don Arturo, amigo de mi familia, tiene una granja a las afueras de
Valladolid. Mi cerdita Trufelina fue un regalo que me hizo por mi sexto cumpleaños. ¿Qué me dices?
Una repentina e inusitada determinación se apoderó del padre de Pirelli al percatarse de que no le temblaban las piernas en
presencia de una moza tan lozana. Quería impresionarla, actuar. Era hora de coger al toro por los cuernos y solucionar el
problema que su vehemente comportamiento había causado.
-Señores- dijo volviéndose hacia sus camaradas de taller.- Cristina tiene a bien ponernos en contacto con un experto
conocido suyo. Su mediación garantizará que todas las partes implicadas salgan igualmente beneficiadas de este peliagudo
asunto. Lo que no sé es cómo vamos a llevar a Durruti hasta la otra punta de Valladolid sin dar el demasiado el cante.
-Parece que tienes algo más que serrín en esa mollera- contestó Canales.- Menos mal que el tito Canalón está aquí para
sacarnos a todos las castañas del fuego.
Cuando Martín y Don Miguel irrumpieron de nuevo en escena, a Pascual le cambió el semblante. Tenía cara de problemas. O
ResponderEliminarmejor dicho, de más problemas. A ver con qué cuento le salía ahora el mangurrián del aprendiz.
-¿Qué pasa ahora? -dijo cortante, en un intento de acabar de raíz con cualquier atisbo de duda de Martín.
-Verás, Pascual, creo que deberíamos pensarlo un poco mejor... -comenzó a decir su atribulado compañero.
-¡No hay nada más que pensar! ¡Se acabó! ¡El cerdo se vende y nosotros comemos caliente una temporada, fin de la historia!-
tronó el vozarrón de Pascual, que hizo enmudecer al resto. Hasta la Fita y Durruti, que andaban enzarzados en sus cosas, se
quedaron quitos y expectantes. -Discúlpeme, señorita, creo que convendría cerrar ya el trato -le dijo a la joven.
-No, de eso nada -terció de nuevo Martín, que se creció ante la situación. Pascual no le iba a dejar como un mindundi ante
aquella chica tan hermosa, por muy aprendiz de mecánico que fuera.- Tengo una idea... O mejor dicho, Don Miguel y yo hemos
tenido una idea que podría beneficiarnos a todos. Incluso podría reparar el desagravio y el disgusto que les hemos dado a
las Hermanas de la Cruz, que al fin y al cabo tienen tanta necesidad como nosotros y se han ido con las manos vacías.
-Hable, pues -invitó la joven.
-Bien, eh.... Es un poco embarazoso, pero... ¿por qué conformarnos con un cerdo cuando podemos tener más si sabemos esperar?
Vamos a ver si me explico... Usted ha dicho antes que su familia tenía una dehesa, ¿no es así?
-Sí, y creo que intuyo por dónde va usted.
Inmediatamente plantearon la opción a Cristina, que efectivamente confirmó que en la finca de su papá Durruti podría ejercer de semental. Eso sí, siempre que se diera el visto buena al marrano, ya que dedicar cerdas de cría a gestar marranos que luego no dieran un buen rendimiento no se lo permitirían. En caso afirmativo, podrían llegar a un buen acuerdo y recibir en ‘especias’ los beneficios de la cesión del cerdo. No les resultó muy difícil convencer a los compañeros de que la nueva situación podría ser altamente beneficiosa para todos. Tal vez en lugar de un marrano para todos aquel mismo día podrían tener un cerdo para cada uno durante los años siguientes. Todo era cuestión de ver la forma.
ResponderEliminarEl aspecto peliagudo estaba en las tres monjas y el cura. Las hermanas convenían e n que aquello era mucho mejor para todos, pero se resistían a conformarse con un marrano al año siguiente.
-Pero madres, si es mucho más un cerdo completo para el convento dentro de un año que este mismo a repartir ahora.
-Señorita, olvida usted que hace unas pocas horas este marrano estaba en el convento, enterito, a nuestra disposición. Y que ahora estamos dispuestas a esperar un año. Eso tiene que tener cierta recompensa, ¿no le parece?
Visto así, la hermana tenía razón. Desde luego, la Madre Superiora no tenía parangón como negociadora. Además de aquella especie de poder de convicción natural que irradiaba su gélida mirada.
Don Miguel fue un poco más allá aún:
-Hermana. Tal vez ustedes podrían entrar en el trato en parecidas condiciones que los miembros del taller, mientras Durruti esté en edad de procrear.
-En ese caso, Don Miguel, el convento se consideraría benefactor de Carrocerías Molina y estaría en deuda con el taller.
-Señorita Cristina, ¿puede venir usted un momento? –pidió Martín, ante el asombro de los demás, que lo de que algún asunto se tratase en un aparte y en cuchicheos no les hacía ninguna gracia.
ResponderEliminar-Disculpen, señores. Seguramente será algún detalle de la venta.
-Los detalles de una venta que nos afecta a todos se discuten en voz alta –comentó Canales a los demás, mientras Cristina se acercaba a Don Miguel y a Martín.
Con un gesto, los demás compañeros le hicieron ver que tal vez tanto secreto tuviera que ver con las monjas, aún presentes allí, y no con ellos. ‘Canalón’ era buena gente, pero a veces un poco corto de miras.
Mientras, Martín y Don Miguel seguían su particular cruzada:
-Señorita Cristina- intervino el padre de Pirelli-. Usted ha dicho que su papá tiene una finca y que allí está, al menos, el cerdito que usted crió. ¿Siguen teniendo marranos?
-Pues claro, Martín. ¿Dónde, si no, crees que iría Durruti?
-¿Y cree usted, Cristina, que Durriti serviría de verraco?
-Es cuestión de preguntárselo al guarda de la finca.
-Pues tal vez podamos llegar a otro tipo de acuerdo. Uno a más largo plazo y que no supusiera un desembolso inmediato por su parte.
La muchacha asintió. Si en un principio estaba dispuesta a pedirle a su padre que le diera aquel capricho pagando, mucho más fácil sería convencerle de que se lo diera gratis. La idea de convertir a Durruti en verraco ya rondaba por su cabeza como argumento con su progenitor, pero esta segunda opción ponía las cosas más fáciles aún. Ahora quedaban tres cosas: explicarle el nuevo plan a los demás compañeros , convencerles aunque los beneficios no fueran inmediatos, asegurarse de que el marrano era un buen conquistador y convenir con las monjas un nuevo trato.