domingo, 25 de abril de 2010

Pocas cosas en esta vida podían alterar el carácter agrio del irascible Canales y saber que otros dependían de su persona era la madre de todas ellas. La repentina atención que todos parecían prestar le enardecía y exultante esbozó una amarillenta sonrisa que reveló dos hileras desiguales de minúsculos y amarillentos dientecillos retorcidos.

No sin sorna explicó como el señor Molina le había confiado la furgoneta del taller para buscar a las ovejas descarriadas, haciéndole prometer que las traería de vuelta al redil aunque fuera a coscorrones. Con un gesto confiado les invitó a seguirle y condujo al nutrido grupo hacia el lugar donde había estacionado el dichoso vehículo.

La grasa era inherente a la vida de los mecánicos y el rostro de Martín se enrojeció al comprobar el grosor de la negra costra que cubría cada rincón del destartalado vehículo. Le faltó tiempo para quitarse la chaqueta y extenderla sobre uno de los banquillos donde Cristina habría de sentarse. El gesto no pasó desapercibido y la chica le agasajó con una sonrisa de sincero agradecimiento en la que el joven quiso detectar un toque de complicidad.

Don Miguel les deseó la mejor de las suertes y se marchó complacido, sabiéndose artífice de la dicha de tan variopinto grupo de conciudadanos. Fita trotaba elegantemente detrás de él y a cada rato se volvía para ladrar una despedida para su amigo Durruti, que la observaba atento con los ojillos tan húmedos como su inquieto hociquito.

El motor arrancó con gran estruendo y el tembleque hizo castañear cuatro dentaduras y un juego de colmillos. Habían emprendido la marcha hacia la finca de Don Arturo, y pronto atravesaban las adoquinadas calles.

-Martín.-dijo Cristina, reflejada en su mirada la oscura idea que la llenaba de preocupación.-Hay algo que debes saber sobre Don Arturo.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 17:48 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. La sombra de preocupación que asomaba de los ojos de Cristina no tardó en expandirse hacia Martín. La sonrisilla con la que éste se había subido a la furgoneta desapareció en un instante. Parecía que ideas como la tranquilidad y el sosiego eran incompatibles con su propósito de salvar la vida de Durruti y procurarle una nueva existencia. Un escalofrío recorrió su menudo cuerpo al escuchar el anuncio de Cristina y la voz salió a duras penas de su vacilante garganta.

    -¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que sucede con Don Arturo?

    -En realidad no de él de quien estoy preocupada. Siempre nos ha mostrado su afecto y confío en él ciegamente. A quien temo de verdad es a su mujer. Algo en su mirada me advierte de que no se trata de una mujer cabal. Creo que no va a gustarle nada que nos presentemos sin avisar de antemano con vuestro cerdito. Y aunque logremos que Don Arturo acceda a quedarse con Durruti, ella es capaz de convencerle de cualquier otra cosa.

    Ajenos a la conversación que sucedía a sus espaldas, Canales y Pascual lanzaban risotadas y ya comenzaban a repartirse el botín que sacarían de la virilidad de Durruti. Botín que, como el tiempo se encargaría de demostrar finalmente, no tenía la más miserable oportunidad de materializarse ante los ilusos meánicos.

    ResponderEliminar
  2. Y diciendo esto, acercó su cara a la de Martín para susurrarle algo al oído. La cercanía de su rostro angelical. La frescura de su aroma que le recordaba al de las flores silvestres en la pradera de San Isidro. La suavidad de su voz y la calidez de su aliento tan cercano, dejaron al muchacho sin palabras, y hasta se diría que sin pensamientos.

    Canales prestaba la máxima atención a la conducción del vehículo y por eso fue el único que no se dio cuenta del detalle.

    Todos los demás, incluido Durruti, habían visto cómo crecía la simpatía que desde el primer momento se instaló entre los dos muchachos. Y ahora se mostraban curiosos y expectantes ante lo que parecían dos tortolitos. La cara de Martín, ruborizado y sumido en un atolondramiento inusual, expresaba claramente la importante confusión que reinaba en su cerebro.

    El silencio se rompió con un bocinazo que sobresaltó a todos. Acto seguido, la camioneta efectuaba una brusca maniobra intentando evitar el atropello de una persona que cruzaba la calle sin mirar, haciendo que fueran a frenar contra una farola estruendosamente.

    Se produjo un tremendo caos en el interior y, tras unos momentos de indecisión y comprobar que habían salido ilesos, se bajaron inmediatamente del vehículo para ver lo que había pasado. La gente empezó a arremolinarse en torno al accidentado grupo intentando, más que ayudar, resolver las incógnitas que a priori planteaba la heterogénea presencia de mecánicos, señorita, muchacho y cerdo.

    No tardó en aparecer un policía municipal que, avisado por el tumulto y las insistentes bocinas de los coches atascados detrás, pudo ver al acercarse lo que supuso razón y causa del accidente que había producido tamaña algarabía.

    - ¿De quién es este animal? Espetó nada mas llegar dirigiéndose a un señor con boina.

    ResponderEliminar
  3. 04261

    -¿Qué? -Preguntaron los abiertos ojos de Martín.

    Ahora sí, ahora temblaba y su mano izquierda sudaba y su mano derecha también, las escondió unos segundos en sus bolsillos.

    Se secaron sus dedos pero se agitaban como las ramas de un árbol evitando al viento.

    ¡Petento! –gritó Canales a otro vehículo verde que había pasado el semáforo en rojo.

    Oing. Oing, oing –palabreaba Durruti.

    Y esos gritos trajeron al mismo tiempo un pequeño huracán dentro de la furgoneta y por ello existió un acercamiento de los cuerpos de Cristina y Martín. Martín quiso creer que ese choque fortuito fue una caricia. Martín ignoraba que Cristina quiso creer que ese fortuito choque fuera una caricia.

    -¿Qué tengo que saber sobre Arturo?

    -Es amigo de nuestra familia y me gustaría pedir un favor.

    Martín no encontraba oxígeno dentro de la furgoneta para respirar, el último aliento de vida que tenía o que creía que tenía, lo invirtió en una frase:

    -Sí claro, ¿de qué favor se trata?

    -Me gustaría que le dijeras a Don Arturo que estamos prometidos.

    Caj, caj –tosía Martín. –Vale, pero, ¿y el motivo?

    -Ahora lo verás.

    ResponderEliminar
  4. Martín quedó petrificado ante las palabras de Cristina, sin habla, pero con un tembleque en todo el cuerpo y sobretodo en las piernas que parecía como salido de una batidora. Pasaban los segundos y no reaccionaba, hasta que Cristina posando su delicada mano sobre el brazo de Martín le hizo reaccionar.

    - ¡Disculpe usted..., Señorita…!, titubeaba en su respuesta, y no sabía qué responderle; el contacto de las dos pieles le hizo disparar ahora los nervios y un riego como de agua bien fría le corrió también por las venas al sentir la mano de Cristina tocando su extremidad. Cristina, con su acostumbrada templanza y buenos modales, presagiaba que Martín estaba inquieto por lo que le podía pasar a Durruti.

    - ¡No se preocupe usted Martín. Usted no tiene que preocuparse por nada, Don Arturo es una persona encantadora, amante de los animales! Cristina ante la reacción inicial del joven tuvo que evitar decir la verdad sobre Don Arturo.

    - ¡Me deja usted tranquilo señorita! Lo dijo sin evitar el sonrojo, sin mirarla, creyendo guardarlo solamente para él. Se estaba delatando ante su compañero Pascual, quien tosiendo de una manera muy particular llamó la atención de Martin, para que le dirigiese la mirada y verle como le guiñaba un ojo a la vez que movía la cabeza en dirección a la joven. Pascual parecía ser el único en darse cuenta que Martin estaba colado por ella.

    Pascual que también había escuchado antes lo que le había dicho Cristina a Martin en tono preocupante, sobre lo que tenía que saber de Don Arturo, no entendía ahora la reacción tranquilizadora de Cristina. Él parecía ser el único en advertir el enamoramiento de Martin y un extraño comportamiento de ella. Tenía que estar más vigilante a partir de ahora.

    ResponderEliminar
  5. A Martín le preocupaba que se dirigiera a él para decírselo. Algo había que tenía que ver, directamente, con lo que el muchacho sentía por Durruti. Si no, se dirigiría también al resto de sus compañeros. Ante su gesto preocupado, la muchacha habló de nuevo:

    -En realidad son dos cosas. Una, que aunque es un genial negociador y sin duda el acuerdo al que lleguemos con él será el más beneficioso para todas las partes, debemos atar bien todos los cabos, porque no se anda con chiquitas. Es decir, si de repente decide que algún otro cerdo es mejor para verraco que éste, no dudará en sacrificarlo, puesto que después de que se lo hayamos entregado a cambio de algo lo considerará suyo. Si quieres garantizar que viva, deberás dejárselo bien claro desde el principio. Porque, eso sí, es un hombre de palabra.

    Martín suspiró profundamente. Efectivamente, el condicionante de que su querido marrano muriera de viejo podía ser un importante escollo. Pero había que intentarlo.

    -¿Y cuál es la otra cosa?

    -Es mucho más grave aún y tiene que ver con la posición política de Don Arturo.

    En este punto, los demás miembros del grupo, que tenían puesta la oreja desde el principio, dirigieron directamente su mirada a la joven.

    -Una de las cosas que une a este hombre con mi familia es que mi padre le salvó de una buena durante la guerra. Don Arturo es anarquista –dijo bajando la voz, como si alguien más que los pasajeros de la camioneta pudieran oírla-. Quizá sea mejor no decirle que el cerdo se llama Durruti.

    Los miembros del equipo, uno a uno, comenzaron a reír. Primero tímidamente y luego en sonora carcajada.

    -Querida –dijo Pascual, completamente confiado-. Durruti no se llama así por burla.

    ResponderEliminar

No es necesario estar dado de alta ni identificado en Google, OpenID, etc. para enviar tu aportación.
Recuerda incluir autor, DNI, email y tu texto.

  • Facebook
  • Twitter
  • Linkedin

Twitter

Encaja 400

PARA LA: