La determinación estalló en el corazón de Catalina. Su primera sonrisa en dos semanas tenía un matiz inquietante, se diría que incluso feroz e inhumano, por la frialdad de sus ojos. Era el punto álgido en la sucesión de sentimientos que se habían venido acumulando. Primero la desesperación y la incredulidad, después el abatimiento. Los días habían ido alimentando el ansia de venganza, pero su buen fondo había podido más y a raíz de la información que Guzmán había conocido empezaron a concebir una estrategia para entrar en contacto con Proaza.
Ahora que el plan estaba perfilado, era el momento de apartar las dudas y llevarlo a cabo hasta sus últimas consecuencias. Todo se basaba en una presunción: Proaza tenía que ser un hombre sin escrúpulos y cegado por su avaricia. No se entendía de otra forma que fuera capaz de hacer algo tan repugnante como arrebatar un recién nacido a una madre.
La idea no era especialmente original ni brillante, pero confiaban en que diera resultado.
…
“¡Les he desplumado a todos ustedes, caballeros!” –dijo Proaza, ya un poco achispado. La partida se había alargado y para ventura del médico, el azar le había sido muy propicio.
“Ha jugado bien sus cartas, doctor. Enhorabuena. Déjeme que se lo reconozca invitándole a un último trago”.
El licenciado no era uno de los habituales, pero la euforia del triunfo y el alcohol y, por qué no, la perspectiva de la invitación, hizo que Proaza aceptara. Ya en la calle, el licenciado adoptó un tono más reservado y le dijo al doctor: “Amigo Proaza, sé que es usted un hombre de negocios, y quiero proponerle uno”.
En una pequeña mesa y con la compañía de varias jarras de buen tinto, el licenciado le contó al doctor cómo pese a ser un hombre afortunado y en posición acomodada, Dios no había bendecido su matrimonio con ningún vástago, y ahora, ya perdida la esperanza, estaba dispuesto a cualquier cosa para conseguir un heredero.
A Proaza se le iluminaron los ojos, y con el entendimiento un poco embotado por el alcohol, mordió el anzuelo con decisión: “Licenciado, no será fácil, pero puedo ayudarle a aliviar ese pesar suyo y de su esposa”.
Ahora que el plan estaba perfilado, era el momento de apartar las dudas y llevarlo a cabo hasta sus últimas consecuencias. Todo se basaba en una presunción: Proaza tenía que ser un hombre sin escrúpulos y cegado por su avaricia. No se entendía de otra forma que fuera capaz de hacer algo tan repugnante como arrebatar un recién nacido a una madre.
La idea no era especialmente original ni brillante, pero confiaban en que diera resultado.
…
“¡Les he desplumado a todos ustedes, caballeros!” –dijo Proaza, ya un poco achispado. La partida se había alargado y para ventura del médico, el azar le había sido muy propicio.
“Ha jugado bien sus cartas, doctor. Enhorabuena. Déjeme que se lo reconozca invitándole a un último trago”.
El licenciado no era uno de los habituales, pero la euforia del triunfo y el alcohol y, por qué no, la perspectiva de la invitación, hizo que Proaza aceptara. Ya en la calle, el licenciado adoptó un tono más reservado y le dijo al doctor: “Amigo Proaza, sé que es usted un hombre de negocios, y quiero proponerle uno”.
En una pequeña mesa y con la compañía de varias jarras de buen tinto, el licenciado le contó al doctor cómo pese a ser un hombre afortunado y en posición acomodada, Dios no había bendecido su matrimonio con ningún vástago, y ahora, ya perdida la esperanza, estaba dispuesto a cualquier cosa para conseguir un heredero.
A Proaza se le iluminaron los ojos, y con el entendimiento un poco embotado por el alcohol, mordió el anzuelo con decisión: “Licenciado, no será fácil, pero puedo ayudarle a aliviar ese pesar suyo y de su esposa”.
Desperté en una sombría estancia que me costó más de medio minuto identificar. El espacio físico era el mismo, idénticas estanterías, lamisma cama, aunque en distinta orientación. La decoración habíacambiado, las baldas se hallaban repletas de peluches y muñecas y lacolcha que me tapaba dibujaba llamativos estampados de princesas decuento. La estancia no era otra que la habitación de mi infancia yposterior adolescencia, hasta que marché a Madrid a cursar mis estudiosuniversitarios. Ahora era el refugio de María, su cuarto de juegos ydonde dormía las noches que mi hermana se la dejaba a los abuelos. Aquíde niño es donde conocí a Zaqueo.
ResponderEliminarDos contornos borrosos se acercaban lentamente, uno más grande que elotro, lo que me causó cierto desasosiego. La cercanía delató la identidad de mi hermana Sara y mi sobrina, timoratas, examinándome con detenimiento. María encendió la lámpara de la mesilla, de tulipa rosa,reflejando sus caras al detalle.
Sara me contó lo sucedido unas horas antes. Al parecer había sufrido un síncope, cayendo desplomado sobre la mesa del comedor. No tardaron los servicios de emergencia del 112 de la calle García Morato en acudir al domicilio de mis padres, apenas separados ochocientos metros. Lograron reanimarme, y medio inconsciente me tumbaron en la cama en la que ahora yacía. El susto aún tenía a mis padres paralizados en el sofá del salón.
- Ahora sigue descansando. Si luego te encuentras bien te acerco a tu casa en mi coche. Si no, ha dicho mamá que puedes quedarte a dormir aquí toda la noche.
Asentí con la cabeza, sin fuerzas para articular palabra alguna. María se acercó a darme un beso y apagar de nuevo la lámpara.
- Tranquilo, tío, Zaqueo se queda contigo para cuidarte.- me susurró al oído.
Su nombre hizo que recordara el instante previo al desmayo, cuando vi el nombre de mi antepasado plasmado en el cuaderno. Había pasado de ser mero espectador del relato de una anciana a formar parte y ser pieza protagonista de dicha historia. ¿Conocía Catalina mi linaje? Me dolía terriblemente la cabeza y necesitaba reposar.
Cerré los ojos y un murmullo surgió de la oscuridad. Una figura en la penumbra entonaba un arrullo, una nana canturreada con un acento singular: “Callad, fijo mío, chiquito … “
Desde el último domingo que dejé la casa de mi familia casi sin
ResponderEliminardespedirme, mi vida ha cambiado todavía a un ritmo mayor que el de los días pasados en los que los paseos en bus se habían convertido en una especie de juego de lotería, donde el premio era encontrarme a mis ya amigas y escucharlas contando la historia.
Ese domingo terminé deambulando por las calles hasta llegar a casa, tenía miedo de tomar el bus y encontrármelas dentro después de lo del cuaderno de mi hermana. Cuando llegué a casa estaba terriblemente cansado, la cabeza me pesaba montones, debía haber sido por las vueltas que le había dado a la pobre tratando de encontrar respuestas claras.
Esa noche pensaba que había soñado la estrategia de Catalina y Guzmán contra Proaza, pero al despertar algo más tarde de lo normal, parecía que el valium en eso si había conseguido su efecto, pude comprobar que esa noche no había estado solo en casa.
Se respiraba un ambiente húmedo, como de antaño, las sillas del salón que daba justo a mi habitación estaban colocadas de otra manera, sobre el sofá y los dos sillones había ropa suelta, una mantilla y en la mesita baja varios restos de comida, tres copas, una botella de vino vacía y otra casi terminada.
- ¿Yo ayer tuve una fiesta?, ¿gente en la casa y no me acuerdo de
nada?. Yo no recuerdo haber tomado vino y tanto.
Me preguntaba todo eso a mi mismo, aturdido por la escena, cuando del baño salía una mujer con ropas de otra época, no mucha, y detrás de ella otra mujer que aparentaba ser su sirvienta.
- Pero mi señora, cómo sale así vestida frente a este hombre, que puede pensar su señor, me echará luego las culpas de…
Me quedé completamente de piedra, helado, no articulaba palabra alguna, mudo.
- Basta María, este señor es de total confianza, el nos ayudará a
encontrar a Catalina. Páseme por favor y sin rechistar mi vestido,
últimamente estás muy de rogar y hablas demasiado.
- Y usted apuesto joven, a qué espera para irnos a ese carruaje que
usted ha llamado, ¿cómo?, ¡ah¡ autobús, eso, qué palabra más extraña.
Ustedes si que son raros.
- ¿Quién es esta señora?, ¿qué hace en mi casa? ¿Por qué conoce a Catalina?
Algunas cosas comenzaban a estar claras. Las mujeres hicieron de nuevo su aparición en el 7 ese mismo día, en mi vuelta a casa tras la comida familiar. Catalina parecía empeñada en que yo conociera su historia y avanzaba en los pormenores de la trampa a Proaza. Y, sobre todo, parecía seguro que de alguna forma todo lo ocurrido 500 años antes estaba conectado conmigo. Ahora sí. Ahora tenía la certeza de que se esperaba algo de mí.
ResponderEliminarZaqueo me había acompañado durante toda mi infancia. Dejó de hacerlo un día, tal cual había venido, y todo el mundo lo interpretó como un signo de madurez por mi parte. Andaban preocupados, porque estaba empezando el colegio, con 4 años largos, y aún jugaba con él. “Es que parece que lo está viendo”, oía comentar a veces a mi madre y a mi hermana, que con 8 años más que yo se permitía el lujo de tratarme como si fuera una pulga. Y no es que lo pareciera: es que yo lo veía. Realmente compartía excelentes ratos con aquel niño flaquito de ojos enormes. A medida que pasó el tiempo, y a fuerza de oír a mis familiares referirse a él como mi amigo imaginario, yo mismo lo recreé en la memoria como un ser inexistente, producto de mi imaginación.
Con el regreso de Catalina y su amiga al autobús volvió a mí la imagen de Zaqueo. Y comprendí por qué unas horas antes me había producido tanta impresión saber que mi sobrina jugaba con él. Mi compañero de juegos ‘invisible’ era flacucho y de ojos despiertos, sí. Y con un cuerpo enfundado en calzas y jubón, y esa mirada suya, despierta y desesperada, bajo un mechón rubio rebelde. Y hablaba exactamente igual que las dos mujeres de la línea 7, o de mi cabeza, o de lo que fuera aquello.
Comprendí que tenía dos opciones: contárselo al psiquiatra o averiguar por mi cuenta qué ocurría. Opté por lo segundo, y mi primera decisión al respecto fue hacer lo que no me había atrevido en las tres semanas que duraba ya aquello: girarme.
“¿Y cómo va a hacerlo? ¿Conoce a alguna madre que quiera desprenderse de su hijo?
ResponderEliminar“Puedo ayudarle a aliviar su dolor pero no puedo hacer lo mismo con su curiosidad”--- Contestó Proaza. “Ahora toca descansar. Después de la suerte que he tenido hoy no quisiera que nada me la estropeara. Le espero mañana a las ocho de la mañana en el Café del Norte de la Plaza Mayor. Tenemos que concretar cuánto estaría dispuesto a pagar y cuándo sería la entrega”.
“En mi opinión deberíamos tratar los asuntos del encargo en un sitio privado, no público. No quiero arriesgarme ni lo más mínimo y me imagino que usted también querrá ser discreto. Mi casa está llena de gente y no estaríamos solos ni un minuto. ¿Qué le parece si quedamos en la suya?
“Bueno… Creo que tiene razón, un sitio público puede traernos grandes riesgos. Pásese por mi casa mañana a las nueve de la noche. –Proaza saca un bolígrafo y un papel del bolso del pantalón, escribe una dirección y le entrega la nota al licenciado-.
“Muchas gracias. No sabe cuánto me ha ayudado. Hoy dormiré mejor que nunca.”- dijo el licenciado.
“Antes de que nos vayamos me gustaría saber cuál es su nombre. No acostumbro a hacer favores a desconocidos.”
“Perdóneme doctor, no suelo ser tan descortés. Mi nombre es Arturo Blanco”.
“Un placer, -contestó el doctor Proaza. Ahora ya podemos irnos”.
Mientras Arturo caminaba por las oscuras calles vallisoletanas hasta
llegar a su hogar una voz familiar le recordó lo que estaba haciendo.
Guzmán había esperado hasta el final de la partida en un callejón para poder hablar con Arturo y ahora quería saber si su trampa había funcionado.
“Buenas noches Arturo. -Le dijo con voz amistosa. Espero que el plan haya salido bien”.
“Buenas noches amigo Guzmán. La verdad es que no pudo haber salido mejor: el pez ha picado el anzuelo hasta el fondo”.
Aquella noche me costó conciliar el sueño. Lo que había comenzado como un encuentro casual se había convertido en un episodio absorbente que,
ResponderEliminarademás, encontraba ramificaciones tan inesperadas para crecer como la que mi hermana me había situado frente a mis ojos.
Si lo analizaba de una manera racional, aquello no tenía ninguna importancia. Que un nombre tan poco usual como Proaza hubiera llegado a mí a través de dos fuentes diferentes y en tan poco tiempo sólo podía achacarlo a la casualidad. Pero por alguna razón me veía incapaz de dejar el asunto en manos del azar.
Hasta ese momento mis encuentros con Catalina habían estado limitados a los domingos. Era el único día en el que debía utilizar el autobús para llegar a mi cita familiar. Pero seguro que la anciana era una habitual de esa línea. Apenas me había fijado en ella, eso era cierto, pero su voz y sus gestos no invitaban a pensar que anduviera sobrada de
fuerzas. No había ninguna razón objetiva para creerlo, pero me convencí de que no sería difícil encontrarla en cualquier momento y abordarla
para conocer más de una historia que se había incrustado en mi cabeza.
Ese mismo lunes alegué un molesto dolor de cabeza y unas décimas de fiebre para huir del trabajo y me planté en la parada donde creía que Catalina iniciaba el trayecto. Lloviznaba y me refugié en la marquesina
mientras fumaba un cigarrillo. La mujer que se encontraba a mi lado me dirigió una mirada furibunda que me sirvió para recordar la nueva prohibición de disfrutar de mi vicio también en ese espacio.
Arrojé la colilla a la acera justo cuando ante mí apareció la frágil figura de Catalina. Esperaba ese momento, pero no me había preparado para él.
-Perdone que le aborde de esta manera. Usted no me conoce, pero la he visto en varias ocasiones en este autobús. Verá, la he oído hablar y un nombre me ha llamado la atención. Me gustaría conocer más sobre él. Se trata de Proaza.
Su mirada me atravesó de lado a lado y podría haberme helado la sangre de ser eso posible.
-Lo siento. –No reconocí esa voz seca y distante en el tono pausado y amable que me había acostumbrado a escuchar-. No sé de quién me habla...