Hasta ese momento no me había planteado la posibilidad de que el bebé pudiese haber sido asesinado, estaba completamente seguro de que la intención de Proaza era venderlo, pero la información que recopilé en la Facultad de Medicina me hizo dar la vuelta a la historia de una manera desagradable. Se me revolvían las tripas cada vez que me imaginaba al recién nacido en manos de aquel médico sin escrúpulos.
Quería continuar con la investigación, saber cuál fue realmente el destino de aquel niño, no sólo por satisfacer mi curiosidad, ni tampoco para hacer justicia, había algo más en toda aquella historia que me empujaba a averiguar la verdad…
La siguiente pista la encontré de nuevo en uno de mis habituales viajes en la línea 7.
-No estábamos dispuestos a darnos por vencidos –susurró Catalina en uno de los últimos asientos del autobús, antes de comenzar a narrar otro de los episodios de aquella macabra historia.
-Puede que a mí me flaquearan las fuerzas, la pérdida de mi hijo me hizo caer en un pozo de tristeza. Pero Guzmán estaba cada vez más dispuesto a vengarse, a llegar hasta donde fuera necesario.
El marido de Catalina llevaba días siguiendo al médico, estaba tan obsesionado que no le importaba descuidar su trabajo, sus comidas o sus horas de sueño, y todo aquello le había pasado factura. El aspecto de Guzmán se había deteriorado tanto desde el fallido plan con el Licenciado Blanco que parecía un vagabundo desequilibrado, y la mirada de odio que se veía reflejada en sus ojos hacía que los viandantes evitaran cruzarse con él.
El sol hacía rato que se había puesto cuando Proaza regresó a su casa. Guzmán lo había seguido y, protegido por la oscuridad de la noche, esperó.
De pronto, la tenue luz de un candil asomó en una de las ventanas de la planta baja. El marido de Catalina se pegó a la fachada del edificio para observar mejor.
La sangre de Guzmán se congeló al contemplar la escena que tenía ante sí. Proaza, con su ropa empapada en sangre y sentado en un viejo sillón, pronunciaba un extraño rezo en latín con una sonrisa macabra dibujada en su rostro. Pero eso no fue lo peor, el corazón de Guzmán se paralizó al oír el llanto de un niño proveniente del sótano.
Quería continuar con la investigación, saber cuál fue realmente el destino de aquel niño, no sólo por satisfacer mi curiosidad, ni tampoco para hacer justicia, había algo más en toda aquella historia que me empujaba a averiguar la verdad…
La siguiente pista la encontré de nuevo en uno de mis habituales viajes en la línea 7.
-No estábamos dispuestos a darnos por vencidos –susurró Catalina en uno de los últimos asientos del autobús, antes de comenzar a narrar otro de los episodios de aquella macabra historia.
-Puede que a mí me flaquearan las fuerzas, la pérdida de mi hijo me hizo caer en un pozo de tristeza. Pero Guzmán estaba cada vez más dispuesto a vengarse, a llegar hasta donde fuera necesario.
El marido de Catalina llevaba días siguiendo al médico, estaba tan obsesionado que no le importaba descuidar su trabajo, sus comidas o sus horas de sueño, y todo aquello le había pasado factura. El aspecto de Guzmán se había deteriorado tanto desde el fallido plan con el Licenciado Blanco que parecía un vagabundo desequilibrado, y la mirada de odio que se veía reflejada en sus ojos hacía que los viandantes evitaran cruzarse con él.
El sol hacía rato que se había puesto cuando Proaza regresó a su casa. Guzmán lo había seguido y, protegido por la oscuridad de la noche, esperó.
De pronto, la tenue luz de un candil asomó en una de las ventanas de la planta baja. El marido de Catalina se pegó a la fachada del edificio para observar mejor.
La sangre de Guzmán se congeló al contemplar la escena que tenía ante sí. Proaza, con su ropa empapada en sangre y sentado en un viejo sillón, pronunciaba un extraño rezo en latín con una sonrisa macabra dibujada en su rostro. Pero eso no fue lo peor, el corazón de Guzmán se paralizó al oír el llanto de un niño proveniente del sótano.
En ese punto el relato de Catalina cayó en una prolongada pausa. Sus últimas palabras habían salido de su boca envueltas en un temblor que transmitía todo el sufrimiento que esa confesión le provocaba. El tono de su voz, habitualmente claro y preciso, había caído en un pozo del que me costaba rescatar aquello que pronunciaba. En el momento en el que se acercaba al descubrimiento por parte de Guzmán de aquella escalofriante escena, la mujer no pudo proseguir en su narración y quedó muda. Mientras el autobús pasaba junto a la Academia de Caballería para enfilar el Paseo de Zorrilla, esperé a que Catalina prosiguiera con su viaje a ese pasado irreal al que me sentía cada vez más vinculado.
ResponderEliminarLa voz que me golpeó la nuca en ese momento me desarmó durante unos segundos. Acostumbrado a que Catalina monopolizara la conversación –si es que podía llamarse así-, las palabras que resonaron en ese momento a mis espaldas lograron devolverme de nuevo al mundo real. La compañera de viaje de la anciana, la figura sin rostro a la que tan sólo había intuido hasta ese momento, cobró un inesperado protagonismo.
-Catalina, te he dicho tantas veces que deberías dejar de torturarte con todo esto… No tiene ningún sentido volver a una historia en la que sólo puedes encontrar un dolor infinito que no puedes controlar. Una historia que no te ha provocado más que sufrimiento durante todos estos años. Olvídalo todo, te lo suplico.
Me giré para observar con detenimiento el rostro de quien trataba de convencer a Catalina de que apartara de su mente aquel terrible episodio. El reflejo de los rayos del sol me impidió ver con claridad en un primer momento el fondo del autobús. Cuando mis ojos se habituaron al exceso de claridad no pude disimular una sorpresa que derivó inmediatamente, en miedo. Un chaval absorto en la música que salía de sus auriculares y un joven encorbatado eran las únicas personas que ocupaban los asientos del vehículo.
Guzmán se llevó una temblorosa mano a la boca para contener el alarido que pugnaba por escapar de su garganta. Aquella oscura letanía se repetía una y otra vez, incesante, indiferente a los desconsolados lloros del chiquillo. Tan solo pensar que eran las lágrimas de su vástago las que se vertían en aquel sórdido lugar hacía hervir su sangre, sin embargo, el terror inconsciente que provocaba la bizarra escena paralizaba su cuerpo.
ResponderEliminarTodo su ser le incitaba a salir corriendo, ponerse a salvo y olvidar lo ocurrido. Lo habría hecho sin duda de no ser la vida de su hijo lo que estaba en juego. Con el brillo de la determinación en sus ojos se alejo del lugar, encaminándose hacia una taberna que había visto cuando se dirigía a casa del galeno. La luz se derramaba sobre los adoquines de una plazuela mientras el jolgorio de los parroquianos se elevaba hacia el cielo nocturno de la noche vallisoletana. Atravesó el umbral como una exhalación y sus gritos de socorro no tardaron en acallar los cantos y las chanzas. Su fantasmal figura y su rostro demacrado acaparaban toda la atención de los presentes.
¡Van a matar a mi hijo!
Los intentos por calmarle resultaron infructuosos. El recién llegado no atendía a razones y se limitaba a tirar de las ropas de los desconocidos mientras imploraba su ayuda. Tras describir las satánicas practicas que había presenciado no tardo en conseguir que un nutrido grupo de hombres se decidiera a seguirle.
Impulsados por el deber cristiano de ayuda al prójimo y por la enajenación producida por el alcohol pronto se plantaron en frente de la casa de Proaza. Los gritos de la ruidosa comitiva trataban de hacer al monstruo salir de su escondrijo y no tardaron en encontrar respuesta. Las ventanas cobraron vida cuando unas velas se encendieron en el interior. Los gritos amainaron, dando lugar a una calma tensa que auguraba tormenta.
La puerta comenzó a abrirse lentamente, dejando escapar una rendija de luz que se ensanchó hasta enmarcar una oscura figura. El mismo Proaza había salido a recibirles con un candil en la mano y una mirada de preocupación en el rostro. A Guzmán se le cayó el alma al suelo al percatarse de que sus ropas estaban impolutas. Todo rastro de sangre había desaparecido.
Puede saberse a que se debe este escan... Ah Guzmán. Buenas noches, ¿puedo ayudarte en algo?
El estado de enajenación de Guzmán le impidió reflexionar un momento y buscar una solución meditada para afrontar semejante situación. Por el contrario, llevado por la ira, comenzó a dar aldabonazos con vehemencia al grito de “abre la puerta, asesino”, sin importarle el escándalo que aquellas horas intempestivas estaba provocando.
ResponderEliminarProaza salió del trance de su ritual, alarmado por los golpes que alguien estaba dando en su puerta. No sabía cómo habían podido averiguar su oscuro secreto. Se había encargado de silenciar y comprar los favores de la aristocracia y la autoridad pública, pero alguno de ellos le había delatado. Recordó su camisa y sus calzas ensangrentadas, que agravarían aún más la tesitura. Apenas tenía tiempo para cambiarse de indumentaria y quien estuviera ahí fuera le requería cada vez con más insistencia.
- ¿Quién va?- preguntó intentando ganar tiempo.
- Soy Guzmán de Cantalapiedra, maldito bastardo. Abre inmediatamente la puerta, sé que mi hijo está adentro.
El ademán del médico cambió por completo. Despreocupado por su apariencia, dotado de una frialdad escalofriante, se dirigió inmutable hacia la puerta. Al abrirla, sorprendió a Guzmán en postura de volver a golpear la aldaba. El esposo de Catalina, aunque impresionado por el aspecto dantesco de Proaza, arremetió contra él, queriendo entrar en la casa.
- Sé que lo tienes en el sótano, le oí llorar.- forcejeaba con el galeno.
Superó el quicio pero, en un gesto rápido e inapreciable, Proaza sacó una daga de su espalda y la hundió en el pecho de Guzmán. Los ojos de éste se desencajaron, sorprendido por la reacción del médico. Poco a poco las fuerzas le fueron fallando, desplomándose en el preciso momento en que Proaza extrajo el filo, hendido con asombrosa minuciosidad y precisión entre las costillas.
Proaza introdujo el cadáver de Guzmán en su morada, mientras una figura oculta al otro lado de la calle era testigo de la escena.
Minutos después unos nudillos llamaban a la puerta de la casa de Catalina. Ésta, creyendo que se trataba de su esposo, abrió sin preguntar. En la entrada se encontró con la presencia de un individuo al que no conocía.
- Señora, algo horrible le ha pasado a su marido.
- ¿Quién es vuesa merced y por qué dice semejante barbaridad?
- No es momento de presentaciones. Si quiere salvar su propia vida y la de su hijo, necesito que me acompañe con celeridad.
En eso que Guzmán iba a correr en dirección del sótano para ver si la sangre sobre Proaza venía de ese lugar, donde el niño seguía llorando desconsoladamente, vio como el endiablado médico alzaba los brazos y gritaba con fuerza lo que parecía un nombre.
ResponderEliminar- Zaqueo, Zaqueo, Zaqueo.
- No, no, por favor.
Grité con fuerza en el autobús mientras me levantaba del asiento. Un estremecimiento se había apoderado de mí al escuchar de boca de Catalina aquel nombre.
- No, no puede ser tanta coincidencia.
Yo seguía gritando mientras los pocos acompañantes que había en el bus me contemplaban completamente alucinados.
- Oiga usted, ¿se encuentra bien? ¿Quiere que pare el autobús para que baje?
Me preguntaba el conductor del autobús contrariado por la escena, al mismo tiempo que hacía lo que me proponía, momento que aproveché para empujar la puerta del autobús que más contrariado todavía el conductor abrió rápidamente.
No miré para atrás. No quería ver ni por el rabillo del ojo a las pasajeras narradoras de la historia. Respiraba muy agitado en la acera y me proponía tranquilizarme tratando de no pensar en nada.
Después de un par de minutos me puse a caminar en dirección a casa, ya calmado debía pensar en si todo esto era cierto o era siempre fruto de la imaginación. Al llegar a casa debía buscar en Internet si esa palabra tenía algún significado y hablar con Isabel para que me ayudase a descifrar todo lo que pasaba. Seguro que al principio me tomará por loco, que seguro lo estoy, pero no me puedo quedar solo en esta locura.
Por suerte casi me olvidé del asunto y pude disfrutar la caminata como hacía mucho tiempo no había hecho, la noche en Valladolid era algo fresca pero agradable.
Antes de entrar en casa me quedé parado en la puerta de la calle, fue como un movimiento reflejo sin entender por qué, como un presentimiento. En ese momento pasaba otro autobús por mi calle cuyo ruido me hizo estremecer, recordándome la escena vivida unos minutos antes dentro de uno de ellos, justo también cuando desde ahí percibí que había luces encendidas en la casa.
- No, si ahora voy a tener ladrones en casa, y seguro que disfrazados de rufianes medievales.
De repente, un individuo de figura esbelta entró en el mismo edificio en el que vivía Proaza. Guzmán, sin pensárselo dos veces, entró detrás de él. Quizás desde el interior podría dar forma a las teorías que le venían rondando en la cabeza desde hacía tiempo: Proaza era un médico sin escrúpulos y podría ser un asesino, el asesino de su hijo recién nacido.
ResponderEliminarEl marido de Catalina era consciente de que cuanta más información recopilaba más monstruoso le parecía el doctor. Los llantos agudos del bebé le recordaban a su pequeño y por un momento pensó en aporrear la puerta para poder salvarlo. Los gritos dejaron de oirse y el silencio se adueñó del lugar. Ya no se oía el llanto desgarrador ni las extrañas oraciones en latín que Proaza pronunciaba.
En el rellano del piso no se podía ver nada del interior, por eso, Guzmán decidió salir de nuevo para intentar observar en el viejo sillón a Proaza. Para su sorpresa en la sala donde el doctor había realizado el extraño ritual ya no había nadie, ni rastro del médico ni del pequeño. Guzmán estaba seguro de que algo realmente macabro había sucedido.
Sus zapatos de ante comenzaron a mojarse. Guzmán extrañado de sentir el frío del agua en un día sin lluvia les echó un vistazo y, acto seguido, se puso a correr. Lo que vio le impactó tanto que no pudo quedarse ni un minuto más en aquel tenebroso lugar. De camino a su casa sólo recordaba los gritos de la indefensa criatura y la sangre que salía de las cañerías del edificio del doctor.
Durante el trayecto a su casa pensó en acudir a la policía, pero ¿qué pruebas tenía para poder acusar a Proaza de asesino? Sabía que si lo acusaba de ello el que acabaría en la cárcel sería él mismo y dejaría a Catalina completamente sola y hundida.