Catalina no parecía dispuesta a contar más por ese día. Al menos, la historia se detuvo ahí y comprendí que tendría que esperar a un nuevo viaje para enterarme de algo más. Sin embargo, me sonaba raro eso de que gente cubierta y vestida igual entrase en La Antigua así, a plena luz de la noche. Lo que yo tenía entendido era que las sociedades secretas, los masones, operaban completamente en la sombra, por lo que no conseguía entender qué hacía toda aquella gente entrando en una iglesia, en grupos y a la vista de cualquier curioso apostado en una esquina de la calle. Sólo se me ocurría que pudieran ser cofradías, así que empecé a documentarme de nuevo.
Al parecer, a mediados del siglo XVI, momento en el que debía estar ocurriendo todo lo que narraba Catalina, había ya tres cofradías: la de la Sagrada Pasión de Cristo, que se fundó en 1531 y se llamaba, en sus orígenes, Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo y Cofradía de la Santísima Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Al parecer, su misión era acompañar a los condenados a muerte al cadalso, darles sepultura y cuidar de sus familias gracias a las limosnas que pedían a tal efecto. Pero en la historia que narraba la acongojada madre no había ningún condenado a muerte, o al menos ella no había mencionado nada aún, así que no veía la relación.
Las otras dos cofradías que existían entonces eran la Cofradía Penitencial de la Santa Vera-Cruz, fundada en 1498, y la Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias, nacida en 1536 o en 1543, la fecha no parece muy segura, a tenor de la documentación al respecto. La de la Vera Cruz, ligada en sus orígenes a los franciscanos y con "sede" en la llamada Puerta del Campo, donde está ahora la Plaza de Zorrilla, por lo que nada parecía indicar que pudieran ir a La Antigua a algo. En cuanto a la de las Angustias, al parecer uno de sus cometidos, además de asistir a los hermanos de la cofradía, era mantener un hospital y enterrar a los muertos cuyo cadáver nadie reclamaba.
¿Había reclamado Catalina el cadáver de su esposo? ¿Podría reclamar el cadáver sin 'saber' que le habían matado? ¿Estaría Proaza intentando quitarse de en medio a Guzmán vía 'oficial' para curarse en salud?
Todas aquellas dudas me quitaban el sueño.
Al parecer, a mediados del siglo XVI, momento en el que debía estar ocurriendo todo lo que narraba Catalina, había ya tres cofradías: la de la Sagrada Pasión de Cristo, que se fundó en 1531 y se llamaba, en sus orígenes, Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo y Cofradía de la Santísima Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Al parecer, su misión era acompañar a los condenados a muerte al cadalso, darles sepultura y cuidar de sus familias gracias a las limosnas que pedían a tal efecto. Pero en la historia que narraba la acongojada madre no había ningún condenado a muerte, o al menos ella no había mencionado nada aún, así que no veía la relación.
Las otras dos cofradías que existían entonces eran la Cofradía Penitencial de la Santa Vera-Cruz, fundada en 1498, y la Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias, nacida en 1536 o en 1543, la fecha no parece muy segura, a tenor de la documentación al respecto. La de la Vera Cruz, ligada en sus orígenes a los franciscanos y con "sede" en la llamada Puerta del Campo, donde está ahora la Plaza de Zorrilla, por lo que nada parecía indicar que pudieran ir a La Antigua a algo. En cuanto a la de las Angustias, al parecer uno de sus cometidos, además de asistir a los hermanos de la cofradía, era mantener un hospital y enterrar a los muertos cuyo cadáver nadie reclamaba.
¿Había reclamado Catalina el cadáver de su esposo? ¿Podría reclamar el cadáver sin 'saber' que le habían matado? ¿Estaría Proaza intentando quitarse de en medio a Guzmán vía 'oficial' para curarse en salud?
Todas aquellas dudas me quitaban el sueño.
Llegó de nuevo el domingo y esperé la llegada del autobús a la hora acostumbrada. A esas alturas daba por supuesto que, poco después de tomar asiento en la parte posterior del vehículo, Catalina retomaría su historia en el mismo punto en el que lo abandonó siete días antes. Pese a lo absurdo que pueda resultar ahora, así había sucedido durante el último mes y medio. Me acomodé junto a la ventanilla, crucé las piernas y leí de manera superficial los titulares del periódico que acababa de comprar. Cuando el conductor realizó la oportuna parada de la plaza de San Juan, sentí que algo no marchaba como en otras ocasiones. La voz de la mujer ya debería de haber comenzado de nuevo a narrar su historia y yo tenía que haberme sumido de nuevo en ese estado de irrealidad al que me llevaba cada nuevo giro del relato.
ResponderEliminarAunque durante los días anteriores el asunto de los cofrades había ocupado una parcela significativa de mi cabeza, no encontraba ninguna posible solución al enigma que Catalina había dejado sin resolver el último domingo. Y, por lo que parecía, tendría que esperar otra semana hasta poder desentrañar el misterio. Llegué a mi destino, eché un último vistazo al autobús en busca de una figura familiar, y bajé a la calle.
Ese día apenas presté atención a lo que se comentaba en la mesa. Los encuentros de mi hermana con aquel amigo común al que perdimos el rastro hace demasiado tiempo o el estado de salud de la vecina de nuestra antigua casa pasaron de largo ante mi verdadera preocupación. O quizás debería hablar ya de obsesión.
De regreso a mi casa, ya de noche, eché un último vistazo al periódico. Miré la última página, la de la programación, para comprobar que la oferta televisiva no mejoraba los fines de semana. Retrocedí por las páginas dedicadas a los deportes –en realidad al fútbol- y cuando aparecieron las esquelas de ese día un nombre me pateó el estómago. ‘Catalina Pascual Ruiz, fallecida en Valladolid a los 77 años de edad…’
Pero esa noche llegué totalmente agotado a casa y cuando apenas me eché sobre la cama me quedé profundamente dormido, con restos del dentífrico todavía entre los dientes, pues apenas atiné para cepillarme un poco los dientes; no probé bocado en casi todo el día y tampoco lo hice al llegar a casa. Mi apetito también se estaba resintiendo.
ResponderEliminarLo de profundamente dormido fue apenas el principio, pues las pesadillas inundaron mi sueño inmediatamente.
-Señor, por favor usted me tiene que ayudar, no me deje morir. Apiádese de mi señor. No, no deje que lo haga.
Un bebe recién nacido se aparecía llorando hablándome en esos términos, y yo le contestaba que no podía hacer nada mientras un señor con bigotes y acento extraño se jactaba de la escena exhibiendo una espada llena de sangre.
-Señor, dígale a este caballero que me diga dónde está mi esposo, ¿es cierto que mi hijo está vivo?
Me preguntaba una señora envuelta en una extraña túnica detrás de un gran resplandor, mientras discutía con un extraño individuo que parecía un sacerdote.
Durante la noche sudé, me moví en todos lados de la cama, murmuré como respondiendo a todas las preguntas que me lanzaban desesperados los personajes de los sueños.
En la mañana, bien temprano desperté más cansado de lo que me había acostado, tembloroso, asustado, hasta después de reaccionar unos segundos y comprobar que todo habían sido pesadillas. Más tarde recibí una llamada de mi hermana Isabel, preguntando por cómo estaba y demandándome el abandono que exhibía con ella y toda la familia desde que me mostró el cuaderno con el árbol genealógico, además me dijo algo que me dejó más preocupado aún de lo que yo ya estaba.
-Hermanito, quería decirte además que descubrí algo más, muy extraño por cierto, y quiero hablarlo contigo antes de crear ningún estúpido malentendido o que te enteraras por otros. La verdad es que me quita el sueño y está empezando a cambiar mi vida.
Subió al autobús pero la suerte no estaba con él, ni rastro de Catalina. Se quedó algo adormilado pensando en el asunto del niño y los sueños revoletearon por su mente en un viaje en el tiempo. Lo mejor era ir a la casa del doctor Proaza, pensó. Cruzó la plaza del Corrillo, la calle del Bao, atravesó la plazuela Vieja, y se adentró en la calle Esgueva hasta llegar a la Antigua. Observó el trasiego de encapuchados que penetraban en la iglesia, vestían un austero sayal pardo. No tuvo dudas, eran frailes capuchinos del convento situado en el Campo Grande. Pertenecientes a la tercera rama escindida de la orden de los Franciscanos, se ocupaban del alma de los reos que iban a parar al Pisuerga, cuya recogida de los cuerpos estaba atribuida a la cofradía de la Vera Cruz, encargada de dar sepultura a los criminales días después de ser expuestos sus cuerpos a las orillas del río para escarnio público.
ResponderEliminarNo era capaz de encontrar la relación entre la muerte de un reo y la de Guzmán hasta que un estruendo de bronce batido le sacó del insomnio. Las campanas de la iglesia de la Antigua tocaban a maitines, serían las tres de la madrugada y él se encontraba sentado en el sillón del sótano de Proaza. Se levantó de un salto y observó que había estado concentrando en su interior un mundo desconocido que el Sillón del Diablo le había transmitido durante el éxtasis. Agudizó el oído y oyó la respiración entrecortada de algún adulto en el interior entremezclada con los sonidos propios de los bebés cuando duermen y algún llanto infantil que se ahogaba en la lejanía.
Abrió una de las enormes tinas de madera y allí estaba el cuerpo de Guzmán envuelto en un pellejo, observó la tinta fresca que acaba de ser escrita en un documento por el que el doctor Proaza sustituía aquella entidad muerta por la de un reo y ya no tuvo dudas. De madrugada sería llevado al río Pisuerga.
Por el tragaluz a ras de tierra entraba la claridad lechosa de la noche. La luna se hallaba encima de la torre de la iglesia de La Antigua. Desde allí el templo parecía un centinela. Sobre el Sillón del Diablo, un retrato del doctor Alonso Rodríguez de Guevara presidía el sótano.
En el momento de salir, oyó una voz amenazadora:
–¡Alto!
Desvelado, acabé en la calle, y mis pasos me encaminaron tendenciosos hacia la Iglesia de las Angustias, actual sede de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias. Como era de esperar, a esas horas estaba cerrada. Me disponía a dar la vuelta, convencido de mi obcecación, cuando un quejumbroso chirrido me llamó la atención. De la iglesia salió un religioso, avejentado y encorvado, rostro enjuto, al que me dirigí para su sorpresa.
ResponderEliminar- Perdone padre que le importune a estas horas tan intempestivas.
- ¿En qué puedo ayudarle, joven?- preguntó receloso.
La verdad es que ni yo sabía cómo podría socorrerme aquel hombre. Eran tantas las dudas que no estaba seguro de que estuviese en el sitio adecuado.
- Ya sé que puede parecer una locura … -comencé a titubear- me preguntaba, al pasar por aquí … si la Cofradía siempre estuvo en esta Iglesia …
El cura, sin esperar a que continuara, se llevó la mano a la faltriquera debajo del hábito y sacó una llave que encajó en la cerradura del portón.
- Sígame.- dijo breve y conciso.
Una vez dentro, caminó parsimonioso hasta la capilla de Nuestra Señora de las Angustias y ante su imagen quedó absorto como la primera vez que la contemplara en su añorada juventud.
“En sus orígenes, la Cofradía tuvo su sede en una ermita situada en lo que se denominaba las cuatro calles, en la actual calle Torrecilla, en su día calle de las Angustias Viejas. La leyenda cuenta que a mediados del siglo XVI la ermita fue clausurada por un suceso sobrecogedor y los cofrades situaron su oratorio esporádicamente en la Iglesia de Santa María de la Antigua. Años más tarde, con la ermita ya en ruina, se construiría la iglesia en la que ahora mismo nos encontramos. Hasta nuestros días, hijo mío.”
- ¿Qué ocurrió exactamente en aquella ermita?
- Habladurías que nunca se llegaron a demostrar. Sacrificios humanos, rituales satánicos, y el espíritu de un bebé cuyo llanto se filtraba por los muros de la ermita. Hay quien lo relaciona con la leyenda del Sillón del Diablo.
- ¿El Sillón del Diablo?
- Sí, hijo, la historia de aquel maléfico objeto utilizado por un joven licenciado de Medicina, condenado a muerte por practicar la disección en vida. ¿Cuál era su nombre? -vaciló un instante- ¡Ah, sí… Proaza!
Una punzada de inquietud me traspasó el corazón.
El efecto de la adrenalina había pasado, y Proaza acusaba ahora el peso de Guzmán, mientras lo arrastraba escaleras abajo hacia el sótano. El aspecto del médico al llegar al final de las escaleras, jadeante, sudoroso, con el rostro descompuesto por la excitación y con todas sus ropas manchadas de sangre, era espantoso. Afortunadamente, el bebé se había quedado dormido en los brazos del ama, una pobre chica medio loca que encadenada al camastro y en permanente penumbra se había convertido en una esclava del doctor sin ninguna voluntad o juicio.
ResponderEliminar-“¡Mira lo que has conseguido! La próxima vez que dejes que ese desgraciado llore te muelo a palos.”
El médico había recuperado su compostura y frialdad, tras la orgía de sangre y violencia que había tenido lugar aquella noche, y que había terminado con la muerte de la segunda e inesperada víctima. Ahora ambos cadáveres estaban allí abajo, en el frío y húmedo sótano. Guzmán, en un rincón, esperando su turno, y el cuerpo de aquél vagabundo, ya desmembrado, bajo la luz de las velas.
Sobre la mesa, además de todo el instrumental médico, la obra por la que el médico había empezado su carrera delictiva un año antes: un borrador de Christianismi Restitutio, abierto por una de las páginas de su Libro V. Aún faltaba media docena de años para que el texto fuera publicado en Ginebra, firmado bajo el pseudónimo de Villeneuve, pero Proaza había podido hacerse con aquellas páginas que revelaban detalladamente cómo la sangre se deshacía de sus vapores fulginosos por medio de la función circulatoria menor. La mente enferma del médico había encontrado en ese texto la confluencia de sus dos obsesiones: la medicina y la teología. Pero lo que en Miguel Servet era estudio y reflexión, en Proaza se había convertido en crimen y demencia.
…Y un poco más allá de la mesa, colgado en la pared, un hábito de procesionar, silencioso testigo de las carnicerías y locuras de Proaza.