viernes, 30 de marzo de 2012

Felicia, un nombre un poco raro, me suena a felicidad, ahora mismo también a un modelo de un coche polaco o algo así, la verdad es que no estoy muy seguro. Yo esperaba que con ella iba a seguir la felicidad de la paz en el edificio, y al final debía llamarse más bien Malicia, que me recuerda también ahora mismo a mala leche. En fin, dicen que la convivencia entre personas no es fácil, y sobre todo en comunidades de vecinos, donde casi siempre suele haber alguno o alguna, y puede ser hasta una familia entera, que te complica la vida y la del resto de residentes en el edificio.

Felicia vivía sola, o al menos eso pensaba yo, porque no había visto entrar o salir y menos hablar a nadie a lo largo del día en su apartamento. Mi turno en el autobús acababa casi siempre antes del mediodía, cuando volvía poco después a casa a tomar una buena ducha y descansar un rato antes de hacer alguna actividad en la tarde. Yo sí vivía solo, me estaba acercando a los cuarenta pero no me preocupaba la soledad del hombre solitario, porque aunque no tenía muchas amistades las disfrutaba siempre que podía, además de las obligadas de la familia, padres y un hermano bufón como el que más. En fin, no mucho que contar en una vida sencilla, algo monótona se podría decir pero yo era feliz, aunque fuese a mi manera, eso era lo importante al fin. Si nadie se metía conmigo, menos yo me iba a meter. La verdad hasta que esta …, bueno, esta señora se metió en mi vida, y lo fue desde el momento que supe de ella y conocí su nombre, unas pocas horas después, a una hora inusual, muy humillante con razón para mí.

Y no era música clásica o ambiental la que sonaba en el ambiente para amansar las fieras; el sobresalto me hizo sentarme en la cama, el corazón jaleaba al ritmo del bajo que atravesaba las finas paredes. No recordaba otro momento como ese, salvo algún que otro frenazo brusco del autobús para evitar un accidente y que te lleva el corazón cerca del cuello. La fiera, adormecida a lo largo de toda mi vida, despertaba y vaya que con qué fuerza.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 15:09 3 continuaciones finalistas

3 comentarios:

  1. Firmemente decidido a dejar las cosas bien claras desde el primer día, me levanté furibundo de un salto. Estaba a oscuras, pero sentía la cara roja de rabia como si por sí sola iluminara todo. Se lo aseguro: pocas veces he estado tan fuera de mí. Avancé torpemente por el pasillo casi a ciegas, dando tumbos hipnóticos por las paredes. Al apoyarme en ellas seguía percibiendo con nitidez las vibraciones de la música en las palmas de las manos. Igual que las patadas de un feto diabólico, créame. Además había olvidado las zapatillas y con tanto ímpetu predador, me enganché de sopetón el meñique del pie en la pata de la consola. Le confieso que no tengo ninguna fe en el más allá, pero ahora pienso si eso sería un aviso de los hados para no caminar hacia mi destino inexorable. De semejante guisa –en pijama, descalzo, trastabillando por no poder apoyar más que el talón y maldiciendo de dolor en todas las lenguas babélicas-, logré llegar renqueante hasta la puerta de la vecina.

    Cuando las cosas están por no marchar, nada va bien desde el principio. Recuerdo que Jaime tenía un timbre de tono suave, algo parecido a un sonido de campanas. Eso unido a que también era hombre de pocas visitas, exactamente igual que yo, convertía el ding-dong hasta en compañía ocasional. Pero el “riiiiiiing” que ahora sonaba se me antojaba agudo e impertinente. Insistí unos segundos sin despegar el dedo. Reconozco que a pesar de lo antipático, el maldito timbre fue efectivo: la música cesó y en su lugar se oyeron pisadas calmas por el pasillo. El hecho de no mostrar prisa alguna me impacientó aún más. Al situarse exactamente al otro lado de la puerta, sentí la tapa de la mirilla. El pequeño hilo de luz revelaba que me estaba observando. Esperé. Miré al suelo, miré a los lados; luego de nuevo a la puerta, de frente. Seguí esperando a que ella confirmase su presencia. Nos sosteníamos la mirada, aun sin vernos cara a cara. Nada, ni una palabra. De repente, las pisadas se alejaron. Me quedé atónito. Estaba dispuesto a volver a llamar y arriesgarme a una denuncia por escándalo público, cuando volví a escuchar los pasos acercándose. Sorpresivamente, una nota sucinta se deslizó bajo la puerta:

    -“No sea imprudente; le espero en Paraíso 4, mañana a las ocho. Felicia Böcking”

    ResponderEliminar
  2. La falta de sueño despertó en mí instintos que no reconocía como propios. Siempre alardeaba de ser hombre cabal y sensato en todas mis decisiones, pero aquel desvelo provocó que mi comportamiento se viese alterado al día siguiente. Escondí la cabeza debajo de la almohada, rumiando lo que debía ser mi respuesta ante tal provocación.

    De vuelta de una insufrible jornada conduciendo el autobús, de bostezo continuo y despistes varios, llegué hasta el portal y al ir a coger la correspondencia, me sentí atraído por la placa que llevaba tatuado el nombre de mi vecina, la estruendosa alemana que había alterado mi descanso la noche anterior. Nunca he sido hombre curioso, ni cotilla, siempre de la opinión de que cada uno en su casa y Dios en la de todos, pero como le he dicho aquel trastorno de mi rutina diaria había despertado en mí tentaciones ajenas a mi idiosincrasia. Después de escrutar el buzón de mi vecina, atisbé algo de claridad en aquel oscuro compartimento. No sin dificultad, y a costa de algún rasguño en mi dedo índice, logré rescatar un par de cartas. Aunque no apareció nadie durante aquellos intensos minutos, hice un gesto instintivo de disimulo y subí raudo las escaleras.

    Ya en la cocina y recuperado el resuello, revisé ambas misivas y comprobé que una de ellas llevaba remite del extranjero, pensé que de Alemania, como puede usted suponer. Pero la otra aparecía sin remite y el sello era español.

    Utilicé la técnica del vapor, la que mi madre usaba en las cartas que la empresa enviaba a mi padre cuando se vio obligado a trabajar en la ciudad, y que abría para corroborar que realmente cobraba el dinero que traía a casa. Logré despegar el cierre sin que apenas se apreciara marca alguna.
    Sepa usted que profanar aquel sobre fue el comienzo de mi infortunio.

    ResponderEliminar
  3. Tal vez lo entenderá mejor si le hablo de nuestro primer encuentro, el día siguiente a la llegada de Felicia. Yo volvía a casa cansado, después de mi jornada de trabajo, cuando coincidimos en el rellano de la escalera. Me pareció muy joven, más de lo que había supuesto. Iba muy maquillada, como si quisiera disimular su juventud tras múltiples capas de pintura. Por qué no decirlo, era también muy bella. Hubiera podido ser portada de cualquier revista de moda. Su aspecto sofisticado y, sobre todo, su mirada intensa e indiscreta, me dejaron mudo.

    Había estado dándole vueltas al incidente nocturno durante toda la mañana. Lo mejor era hablar con ella cuanto antes, decirle que no podía repetirse más aquel alboroto, enfadarme si era necesario. Pero cuando la vi, toda la retahíla que llevaba aprendida se esfumó en el fondo de mi memoria, como si nunca hubiera existido. Y cuando me sonrió levemente, dejando caer insinuante los párpados, al tiempo que me daba las buenas tardes con inconfundible acento extranjero, supe que estaba perdido antes de iniciar el camino. Me encontré desarmado, apenas acerté a responderle en tono quedo, casi inaudible, mientras bajaba la cabeza, buscando las llaves en el bolsillo.

    Nada más cerrar la puerta de mi casa, fui consciente de lo poco que podía hacer ante semejante mujer. Cómo deseaba que ella se fijara en mí. Estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para lograrlo. Las sienes me latían agitadamente, al ritmo de mi loco corazón, mientras me veía reflejado en el espejo del recibidor, las mejillas levemente coloradas y ese aire alelado de quien ha perdido su rumbo sin saber cómo.

    Ya más calmado, repasé los acontecimientos tumbado en la cama, mientras intentaba dormir, sin éxito, por segunda noche consecutiva. Una vez más, ella seguía siendo la causa de mi insomnio y, sin embargo, esta vez no podía reprocharle nada. No había escuchado ruido alguno en su casa durante toda la tarde. Dando vueltas entre las sábanas, con los ojos cerrados, veía repetirse en mi cabeza la primera escena de esa película que empezaba a vislumbrar: Felicia bajando despacio la escalera, con ese vestido guante que se adaptaba perfectamente a su estilizado cuerpo, moviéndose armónicamente sobre aquellos impresionantes tacones. Mi imaginación volando cada vez más alto, cada vez más lejos.

    ResponderEliminar

No es necesario estar dado de alta ni identificado en Google, OpenID, etc. para enviar tu aportación.
Recuerda incluir autor, DNI, email y tu texto.

  • Facebook
  • Twitter
  • Linkedin

Twitter

Encaja 400

PARA LA: