lunes, 19 de abril de 2010

Martín se olió desde el principio que la repentina entrada en escena de Canales no podía significar más que nuevos y, posiblemente, decisivos contratiempos. Hasta ese momento aún creía en una solución rápida y nada traumática del embrollo en el que se había metido por culpa de su falta de decisión. Ese buen hombre que la providencia había puesto en su camino pagaría un buen dinero por el animal, Durruti viviría despreocupado un tiempo más y a sus compañeros no les quedaría más remedio que aceptar el trato, generoso por otra parte, del que informarían al día siguiente en el taller.

Con el recién llegado en el medio de la puja por Duruti todas sus esperanzas se desvanecían. Una cosa era convencer de las bondades del acuerdo con el fajo de billetes en la mano y otra muy distinta quitarle a 'Canalón' la idea de la cabeza de acabar con el marrano cuando éste se mostraba frente a él contoneando sus sugerentes carnes.

-Mira, Canales, no vas a creer lo que ha ocurrido. Tenemos la posibilidad de sacarle más partido al cerdo de lo que habíamos pensado. Aquí este señor y una señorita muy simpática nos ofrecen unos buenos cuartos por Durruti.

-No sigas por ahí, Martín, que me enciendo. -La voz del tercer mecánico en liza se incrementó en varios tonos-. Al cerdo no lo vendes ni tú, ni Pascual ni la madre que lo parió. Y menos a escondidas.

Cuando acercó su mano diestra para sujetar a Durruti del trozo de cuerda que colgaba de su pescuezo, Martín sólo rezaba para que con la otra no le soltara un pescozón por su atrevimiento.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:23 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. -Tranquilo, Martín, que no te voy a hacer nada. Y no porque no te lo merezcas.
    Canales atrajo hacia sí al cerdo, que se dejó hacer mansamente por el nuevo dueño que había acudido a reclamar su propiedad.
    -Del chaval todavía lo puedo entender, Pascual, pero de ti no. Acordamos repartirnos el marrano, y tú eras el primero con interés en zamparte los chorizos que salieran de él.
    El habitualmente brioso Pascual bajó la cabeza y entornó los ojos. Demonios, no sabía lo que se le había cruzado por la cabeza para que su idea inicial de terminar con la vida de Durruti hubiera pasado a mejor vida. Y encima tenía que soportar la charla de Canales, a quien consideraba uno de sus mejores amigos.
    -El chico y yo pensamos por un momento que el trato con este hombre era lo mejor para todos. Pero tienes razón, Canales. Quedamos en engordar al cerdo y ya es el momento de que nos sirva de sustento.
    Martín, mudo junto a Don Miguel, que contemplaba la escena sin intención de intervenir, comprendía que la aventura de salvar la vida a Durruti tocaba a su fin. Había llegado lejos, pero la realidad era tozuda y no tenía reservado al pobre marrano una vida larga y próspera.
    El tercer mecánico lanzó una rápida despedida y tiró con firmeza de la soga. El cerdo comenzó a andar a su lado y Pascual se unió a la comitiva, de vuelta al taller y a la matanza prevista.
    El padre de Pirelli vio alejarse al peculiar trío, incapaz de emitir una sola palabra ni de levantar su mano para despedirse de Durruti.

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  2. Canales era moralmente para el taller el dueño del cerdo, el que lo trajo de incógnito del pueblo y el que propuso

    alimentarlo para su futura matanza. La Fita lanzó una dentellada hacia su mano derecha, sin acertar a hincarle el diente.

    Aprovechando una finta de la perrita, consiguió tirar del gorrino, sujeto por el cuello por el dogal, enfilando hacia el

    Paseo de Zorrilla. La tarea le resultaba ardua pues Durruti pugnaba con obcecación para no ser arrastrado. Martín salió

    raudo tras él, tratando de convencerle. Pascual trocó la embriagada euforia por el amodorramiento. No era capaz de dar dos

    pasos seguidos, con un panorama que se le iba difuminando por momentos.

    A la altura de la Academia de Caballería agarró Martín los cuartos traseros del cochino, en vista de la nula predisposición

    de “Canalón” a dialogar. El impedimento del muchacho hizo posible la llegada de Pascual, todavía aturdido por los efluvios

    del alcohol, y torpemente intentó ayudarle a empujar a Durruti en dirección contraria.

    Don Miguel y Cristina, aún perplejos por la estrambótica pugna por el cochino, comprendieron que no servía de nada

    intervenir directamente en la trifulca barriobajera, y prefirieron buscar el amparo de la pertinente autoridad civil.

    Dudó la Fita si seguir leal a don Miguel o arrancarse hacia su nuevo camarada, decantándose por esto último. Así segundos

    después se encontraba amarrada con saña a la pernera izquierda del pantalón de pana de Canales.

    Tan ofuscados estaban en la contienda los tres mecánicos, la perra y el cerdo que no repararon en las señales del peligro

    que se acercaba hacia ellos.

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  3. A ver quién era el guapo que le contaba, además, que aquella era la salida menos mala posible teniendo en cuenta que les buscaban tres monjas y un cura, en representación de un convento entero y quién sabe qué más, porque también pretendían hacerse con Durruti gracias a que Martín la había liado parda. Pascual podía entender, aunque no aceptar, el sentimentalismo de Martín. Pero para Canales, que se había criado en un pueblo en el que cualquier animal era o una herramienta de trabajo o comida en ciernes, intentar salvarle la vida a un cerdo porque se le hubiese tomado cariño era un desatino. De hecho, había sido el principal responsable de que finalmente se plantease en el taller la necesidad de hacer la matanza en vez de postergar la decisión sine die. “Este marrano tiene ya casi un año, y todo lo que pase de un año y tres o cuatro meses para sacrificarlo son ganas de seguir alimentándolo en balde. Y tampoco podemos esperar a marzo, que luego no se nos curan los chorizos”, argumentaba. Su razonamiento, avalado por la experiencia de su infancia y juventud, era impecable, así que a todos los demás no les quedó otra que elegir entre despedirse de Durruti para comérselo o despedirse de él para nada. Y la opción estaba clara.

    El caso es que la batalla, con Canales de por medio, estaba perdida. Era imposible apelar a su compasión ni al más mínimo sentido del negocio. A no ser que…

    -Oye, Canales –intervino Pascual-. ¿Tú no decías que querías comprar un regalo para cierta dama?

    La obsesión de Canales por una prostituta con ínfulas a la que pretendía retirar era la única aldaba a la que agarrarse para convencerle. Si lo ganaban a él, el resto de los compañeros eran pan comido.

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  4. Estaba claro que con Canales poco se podía hacer. Afortunadamente para todos, llegaba casi seguido del resto de los

    compañeros, todos preocupados por el destino de Pascual, Martín y Durruti, que no daban señales de vida desde la noche

    anterior y quien más quien menos se hacía mil preguntas. Ni los peor pensados podían creer que los elegidos por la fortuna

    como matarifes hubiesen huido con el marrano sin más, pero el hambre podía ser muy traicionera. Verlos allí, con el cerdo,

    resultaba tranquilizador, aunque no respondía a, por el momento, a ningún interrogante.

    -A ver, un poco de tranquilidad- dijo Pascual-. Nos hemos pasado Martín y yo toda la noche persiguiendo a este cerdo y ahora

    tenemos dos opciones: o seguir con el plan inicial o venderlo y sacarle unos buenos cuartos.

    El resumen de lo sucedido incluía una mentira, aunque fuera por omisión de datos, pero no estaban las cosas como para

    empeorarle la situación a Martín. Lo que urgía ahora era convencer a todos de que la venta de Durruti era más beneficiosa

    para todos que su sacrificio. Allí, en medio de la calle como estaban, se trató la cuestión. ‘Canalón’, al final, paso por

    el aro.

    -Muy bien, señorita. El cerdo es suyo. Ese caballero avala el trato por su parte.

    Pascual, tras dar el buen provecho, tendió la mano hacia Cristina.

    -Señor, no puede vender algo que no es suyo –pronunció una voz femenina a sus espaldas.

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  5. -No pretendemos hacerlo a escondidas – terció Pascual-. Simplemente, intentamos sacar el máximo provecho del cerdo. Y no te enfades tanto, ‘Canalón’, que para mí también es más cómodo que dos compañeros pasen por el trago de cargarse a Durruti y luego solamente recoger la parte que me toque. Al chico y a mí nos ha tocado en suerte matar el marrano. Y, en vez de eso, resulta que podemos cambiarlo por dinero. Di-ne-ro. ¿Y encima tenemos que aguantar que nos digas que si tal y no sé qué?

    Canales no se esperaba la reacción de Pascual. Bien mirado, el posible trato con aquellos dos jóvenes estaba bien. Pero ‘Canalón’ seguía atrapado en su orgullo.

    -Que sí, Pascual, que eso está muy bien. Pero se avisa a los compañeros, se habla y se decide entre todos, que Durruti no es de vuestra propiedad. ¿O es que nos estamos olvidando de lo esencial?

    -Efectivamente, ese cerdo no es de la propiedad de estos dos hombres –resonó una voz tan femenina como seca-

    Don Miguel, Cristina y los tres mecánicos se giraron sobresaltados. Pascual y Martín, más que el resto, ya que habían reconocido de inmediato el tono sin paliativos de la Superiora. Allí estaba, con sor Genoveva, sor Virtudes, el secretario del obispo y la pareja de la Guardia Civil.

    Canales miró a Martín y a Pascual con la expresión de quien dicta una sentencia de muerte.

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