domingo, 18 de abril de 2010

Apuró el contenido del vaso de un solo trago y salió en busca de la perra. Sus ladridos aumentaban de intensidad y no parecía que tuviera intención de calmarse. No era un animal nervioso, por lo que la escandalera que acababa de montar en la tasca escapaba del entendimiento de Don Miguel. Durante sus jornadas de caza la perra sí mostraba un carácter aguerrido e impetuoso que quedaba inmediatamente apaciguado cuando regresaba a la ciudad.

El espectáculo que ofrecía en ese momento la Fita provocaba las carcajadas de un puñado de paseantes que en ese momento rodeaban el Campo Grande en dirección a la calle Santiago. Completamente desencajada, brincaba alrededor del mansurrón de Durruti con la intención de alejar del cochino a un desconocido que intentaba echarle la mano al cuello.

-Ven aquí Durruti, que si estos dos desgraciados no han podido contigo ya sabré yo cómo tratarte.

Pascual y Martín ya se habían apresurado al exterior para contemplar la sorprendente aparición en escena de un tercer miembro de Carrocerías Molina.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:02 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. Ante los atónitos ojos de los mecánicos se personaba la imagen de Servando, moralmente para el taller el dueño del cerdo, el que lo trajo de incógnito del pueblo y el que propuso alimentarlo para su futura matanza.

    Servando, aprovechando una finta de la Fita, consiguió tirar del gorrino, sujeto por el cuello por un dogal, enfilando hacia el Paseo de Zorrilla. La tarea le resultaba ardua pues Durruti pugnaba con obcecación para no ser arrastrado. Martín salió raudo tras él, tratando de convencerle:

    - Detente, Servando, que se lo hemos vendido a esas personas. Nos han prometido un saco de duros para una buena temporada.
    - No quiero duros ni reales de señoritos. Este marrano vino conmigo del pueblo y allí me lo pienso llevar de nuevo para dar cuenta de él.

    A la altura de la Academia de Caballería tiró Martín de los cuartos traseros del cochino, en vista de su nula predisposición a dialogar. Pascual trocó la embriagada euforia por el amodorramiento. No era capaz de dar dos pasos seguidos, con un panorama que se le iba difuminando por momentos. El impedimento del muchacho hizo posible su llegada, todavía aturdido por los efluvios del alcohol, y torpemente intentó ayudarle a tirar de Durruti en dirección contraria.

    Don Miguel y Cristina, aún perplejos por la estrambótica pugna por el cochino, comprendieron que no servía de nada intervenir directamente en la trifulca barriobajera, y prefirieron buscar el amparo de la pertinente autoridad civil.

    Dudó la Fita si seguir leal a don Miguel o arrancarse hacia su nuevo camarada, decantándose por esto último. Así segundos después se encontraba amarrada a la pernera del pantalón de Servando.

    Atareados estaban los tres mecánicos, la perra y el cerdo que no repararon en las señales del peligro que se acercaba hacia ellos.

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  2. -¡Tente Daniel! – exclamó Pascual, repentinamente sobrio-.

    -Salvo que lo único que quieras de Durruti sean sus chorizos –añadió Martín, para captar el interés de su compañero-.

    -¿De qué estáis hablando?

    -De que esta señorita, de nombre Cristina y padres con posibles, nos quiere comprar el cerdo. Y a lo mejor con el dinero que saquemos podemos hacer mucho más que llenarnos la barriga –dijo Pascual-.

    -¿Es que hay algo más importante? –inquirió Daniel, al que ese día no le tocaba desayunar-.

    A Martín, dispuesto a salvarle a vida al cerdo como fuera, y con la lengua suelta de quien lo tiene todo perdido, soltó un discurso que dejó boquiabierto al mismísimo Don Miguel:

    -¿Cuántas veces has maldecido tu perra suerte por no tener ese soplete con el que juras y perjuras que harías maravillas? ¿Y cuántas veces se ha quejado Javier de que existen herramientas que nos harían producir lo suficiente como para arreglar las chapas de todos los coches de Castilla la Vieja? ¿Y qué me dices de Santiago? El sueño de Santi es entrar a formar parte del taller como propietarios, y tener voz y voto en las decisiones que se tomen sobre su futuro. No me digas, Daniel, que entrar a repartir al final del año las ganancias del taller no es más importante que la sexta parte de un marrano.

    Daniel se quedó tan estupefacto como Pascual. Don Miguel y Cristina, por su parte, empezaron a mirar al chico con otros ojos. En ese momento no parecía el aprendiz que callaba con todo lo que le decían los compañeros del taller, consciente de que más valía trabajar desde el banquillo que protestar por no ser titular. Daniel lo resumió mucho mejor:

    -Y tú, chaval, ¿desde cuándo piensas por tu cuenta?

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  3. Nada menos que Miguel, el hijo del patrón, un chaval de la edad de Martín al que su padre había puesto a trabajar en el taller como uno más convencido como estaba de que las casas no se empiezan por los tejados. Le obligaba a compaginar el trabajo con los estudios de Bachiller. “Así, cuando empieces la carrera de ingeniería, llevarás trabajo adelantado y, además, la pluma te pesará menos”. Miguel había demostrado muchas veces que a pesar de su juventud era un muchacho tan sensato como inteligente. Y buen compañero. Eso sí, cuando se hablaba de ideales anarquistas había que hacerlo fuera de su presencia. No dejaba de ser el heredero de aquella empresa y, seguramente, su futuro patrón. En cuanto al cerdo, no había problema.

    -¿Pero qué hacéis aquí con Durruti? ¿No lo habíais matado?

    -Es una historia muy larga, Miguel. Ya te la contaremos –explicó Pascual-. Pero ahora nos urge más otra cuestión: la venta del marrano. Estos señores lo quieren y si los demás compañeros estáis de acuerdo, se lo damos. Por qué no vas a buscar a los demás y nos reunimos todos en el bar en el que estábamos? Digo yo que es más fácil traer aquí a cinco hombres que llevar al taller a cuatro hombres, una señorita y un marrano.

    Miguel desapareció tan rápido como pudo, mientras el resto de la comitiva se encaminaba, de nuevo, a la tasca, incluido Durruti, al que tendrían que meter dentro no sabían aún cómo. Justo cuando habían convencido al dueño y el último rizo del rabo del marrano desparecía en el interior, Martín acertó a divisar frente a la puerta de la tasca, en la entrada del Campo Grande, a las tres monjas. Seguían acompañadas del secretario del Obispo.

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  4. Martín se olió desde el principio que la repentina entrada en escena de Canales no podía significar más que nuevos y,

    posiblemente, decisivos contratiempos. Hasta ese momento aún creía en una solución rápida y nada traumática del embrollo en

    el que se había metido por culpa de su falta de decisión. Ese buen hombre que la providencia había puesto en su camino

    pagaría un buen dinero por el animal, Durruti viviría despreocupado un tiempo más y a sus compañeros no les quedaría más

    remedio que aceptar el trato, generoso por otra parte, del que informarían al día siguiente en el taller.

    Con el recién llegado en el medio de la puja por Duruti todas sus esperanzas se desvanecían. Una cosa era convencer de las

    bondades del acuerdo con el fajo de billetes en la mano y otra muy distinta quitarle a 'Canalón' la idea de la cabeza de

    acabar con el marrano cuando éste se mostraba frente a él contoneando sus sugerentes carnes.

    -Mira, Canales, no vas a creer lo que ha ocurrido. Tenemos la posibilidad de sacarle más partido al cerdo de lo que habíamos

    pensado. Aquí este señor y una señorita muy simpática nos ofrecen unos buenos cuartos por Durruti.

    -No sigas por ahí, Martín, que me enciendo. -La voz del tercer mecánico en liza se incrementó en varios tonos-. Al cerdo no

    lo vendes ni tú, ni Pascual ni la madre que lo parió. Y menos a escondidas.

    Cuando acercó su mano diestra para sujetar a Durruti del trozo de cuerda que colgaba de su pescuezo, Martín sólo rezaba para

    que con la otra no le soltara un pescozón por su atrevimiento.

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  5. -Me tendréis que explicar muy bien lo que está pasando con el marrano si no queréis tener un problema.

    Las primeras palabras que dirigió el recién llegado tuvieron un efecto devastador en Martín. La tensión acumulada durante todas esas horas de persecución terminó por desbordarse en un llanto desconsolado que incomodó a Pascual y al tercer mecánico invitado a la fiesta.

    Don Miguel, más comprensivo, agarró por el hombro al padre de Durruti.

    -Vamos, hombre, que todavía no ha pasado nada malo. Vuestro amigo seguro que entiende la situación y colabora para que todo se solucione.

    -¿Y a usted quién le dado vela en este entierro? Mire, además de verdad, porque al cerdo no le queda ya mucho tiempo de vida.

    Don Miguel trataba de templar los ánimos del individuo. Aunque, por lo que había visto hasta entonces, la empresa se presumía ardua.

    -Escuche lo que quiero decirle, hágame el favor. Una señorita a la que tengo en gran estima ha pedido mi colaboración para salvar a este animal del cuchillo que se vislumbra en su futuro más inmediato. Simplemente he mediado para que todas las partes queden conformes, puede considerarme un amigo.

    -Usted lo que es es un ladrón, con todas las letras se lo llamo. Igual que esta pareja de gandules, a los que no puede confiarse nada sin que traten de estafarte. Al cerdo me lo llevo ahora mismo, y si usted trata de impedírmelo, por ahí mismo pasa un guardia que sabrá aclararnos quién es el dueño de la verdad.

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