miércoles, 14 de abril de 2010

El argumento de la joven desarmó por unos instantes al mecánico. Hasta donde él alcanzaba a comprender, poco tenían de semejante un perro y un cerdo, más allá de que se movieran a cuatro patas. Aunque, bien mirado, el tiempo que Durruti había pasado en el taller, acudiendo a la mano de quien le ofreciera una migaja de pan con ese trotecillo que despertaba sus carcajadas lo aproximaba, y mucho, a la idea que tenía de los chuchos.

-Mire, señorita. Entiendo que le pueda coger a un cochino el cariño que guarda por un perro, pero las cosas no son así. Aquí el muchacho y yo hemos alimentado al cerdo y ahora ha llegado la hora de que nos devuelva el favor. Así que, si no le importa, nos lo llevamos.

Martín apenas escuchaba ya la conversación entre Pascual y la joven del banco. Se había perdido en el interior de sus ojos y ahora era incapaz de encontrar el camino de salida. Voces amortiguadas resonaban en su cabeza, aunque no llegaba a comprender el sentido de las palabras.

-Vamos Martín. Agarra al cerdo y tira delante de mí. Y esta vez no te voy a quitar ojo de encima. Así que venga, al taller. Martín, ¿me estás escuchando, hijo? No sé qué le pasa, parece tonto.

El insulto sacó a Martín de su ensimismamiento y entendió toda la situación.

-La señorita tiene razón. Ya no es un cerdo cualquiera. Tiene un nombre. Es Durruti.

Pascual no salía de su asombro. Definitivamente al chaval se le habían fundido los plomos.

-Muy bien, pues ahí te quedas. No necesito tu ayuda.

La voz dulce pero firme de la joven resonó de nuevo.

-No tienen por qué discutir. Si quieren, les compro el cerdito.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:11 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. ¿Vender el cerdo? Esa idea nunca se barajó en el taller. Aparte de repartir sus productos, lo único que se propuso entre todos y que Pascual esperaba con impaciencia, era una buena merienda con sus colegas de oficio, asando la careta en la caldera de carbón y animando el festín con un buen tinto joven de la ribera. ¡Cuántas veces trabajando se había relamido solo con pensarlo!

    -Estoy dispuesta a ofrecerles un buen precio -dijo la chica.

    -No es cuestión de precio señorita. Después de estar persiguiendo horas a este marrano por medio Valladolid, esto ya es curestión de principios. Además, el cerdo no es solo nuestro. Es propiedad de todos los compañeros del taller y a ellos también les corresponde la decisión de cambiar su destino.

    -Vamos. Piénsenlo un momento

    La joven miraba a Martín buscando su apoyo, pero éste volvía a estar pensativo. En su mente seguía resonando el nombre del reo animal: Durruti...y las palabras de la chica: "¿se comería usted a su perro?". La mirada de Martín se había perdido por el camino del parque que desembocaba en la Acera de Recoletos. Por allí se acercaba un hombre con gafas y gorra de visera. Delante de él, con la cabeza muy alta y la lengua fuera, marchaba una perrita cazadora.

    Durruti, que hasta entonces había estado completamente absorto en la tarea de degustar los aromáticos caramelos, levantó su hocico y divisó al can.

    -Fita, Fita, ven aquí.

    La perrita en vez de obedecer a su dueño apresuró el paso y se dirigió al banco donde se estaba negociando el futuro del cerdo. La muchacha sonrió al reconocer en él a su vecino.

    -Buenos días don Miguel ¿Cómo se encuentra? Quizá usted, que es tan amante de los animales, pueda ayudarnos a resolver este pequeño dilema.

    ResponderEliminar
  2. Martín aceptó de inmediato. Se percató que se abría para Durruti una nueva oportunidad, una luz en la densa niebla que se había cernido esa fatigosa jornada sobre la vida del cochino. A Pascual, sin embargo, la oferta le pilló a contrapiés, receloso de las palabras de aquella jovencita. La idea no le desagradaba del todo, ya que no tenía nada seguro que la comitiva de monjas se presentase de nuevo, y reclamaran injustamente lo que todos bien sabían que no las pertenecía. Lo que le corroía era no saber a ciencia cierta la cotización del kilo de longaniza viva y estar expuesto a ser timado por una contraprestación, aparentemente generosa, aprovechando la ignorancia de dos zotes que no conocían más allá de motores, chapa, ruedas y tornillos.

    Martín volvió a sumergirse en el océano que se adivinaba tras los párpados de la hermosa joven, naufragando a la deriva. Cualquier precio por Durruti le parecería bueno, con tal de saberle sano y salvo, poder contemplarlo envejecer y para qué negarlo, tener la ocasión de volverla a ver, aprovechando el pretexto del cerdo.

    - ¿Y cuál sería el precio, señorita?- inquirió con perentoria curiosidad Pascual.

    - Ustedes lo determinan, el dinero no tiene porqué ser un impedimento. Les diré que mi familia es de rancio abolengo. Si prefieren me acompañan hasta mi casa, aquí cerca, en la Plaza Mayor, y por el camino se ponen de acuerdo en la cuantía.

    La joven, sin esperar respuesta, recogió el libro, se levantó del banco y se dirigió a la salida del parque, contoneando sus caderas. Durruti, a sabiendas de una nueva dueña, imitó su pavoneo. Tras ellos Martín, hipnotizado por el vaivén pélvico, y Pascual, abstraído en sus cálculos, deleitándose con el sustancioso botín que sacaría por el cerdo.

    ResponderEliminar
  3. -¿Comprarnos el cerdo?

    Pascual y Martín se quedaron cuajados. No conocían a nadie con el dinero suficiente como para pagar, contante y sonante, ni un filete, en caso de que hubiese existido tal manjar en algún sitio, cuanto más un cerdo completo. Además, Durruti saldría caro, ya que en una época en la que los precios de jamón y tocino se habían igualado, ellos se habían preocupado de que el sedentarismo y la alimentación de Durruti le hubieran proporcionado sus buenas reservas. Solo con eso los pucheros de berzas de una familia con cinco hijos tenían asegurada la grasa durante todo el invierno y los de garbanzos, oda la primavera y el verano, hasta la siguiente matanza. Ellos no aspiraban a tanto: eran cinco en el taller a repartirse el marrano, pero aún así Durruti tenía aspecto de dar para bastante en el reparto. Con todo, y si era cierto que podía hacerlo, le sacarían un auténtico dineral. Duros como para comprar muchas más cosas que comida. U otras cosas. A lo mejor la inversión necesaria en Carrocerías Molina suponía el empujón que necesitaba para hacer luego negocios más lucrativos…

    En esas estaba Martín, con una visión más larga que Pascual, cuando éste lo sacó de sus pensamientos. En realidad, había pasado apenas un segundo, pero Martín se veía ya contándole su idea a su amigo Santiago López González.

    -El cerdo no está en venta, señorita – se precipitó Pascual-.

    -¿Y por qué no? – protestó Martín, que en ese momento tenía un brillo especial en la mirada.

    ResponderEliminar
  4. Pascual y Martín se miraron incrédulos. ¿Aquella cría tenía dinero para comprar un cerdo, así sin más? Y, sobre todo, ¿podía disponer de él sin contar con un padre, un marido o similar? Desde luego, que ella estuviera dispuesta a quedarse con Durruti podía ser una solución, siempre que el cambio compensase, claro.

    -¿Pueden ustedes acompañarme a mi casa? Allí podemos tratar los pormenores del tema con mi padre –explicó la muchacha para disipar las expresiones de escepticismo-.

    Ahí la cosa cambiaba. Los mecánicos se dispusieron a seguir a la muchacha de inmediato. No sabía qué tipo de casa se iban a encontrar, ni quién sería el padre de la joven. Ella, mientras, les explicó su plan por el camino:

    -Como les he dicho, mi padre tiene una dehesa que visito frecuentemente. Y como también les he contado, un lugar específico por el que me intereso son las pocilgas. En mi última visita el porquero me contó que en breve se vería en la necesidad de un verraco. De los dos de la piara, uno será demasiado viejo en breve y el otro ha muerto debido a unas fiebres. Parece que su cerdo está a punto de alcanzar la edad adecuada para ejercer tal función, así que tal vez yo pueda comprarlo, a ustedes les hago un favor y en la finca seguirá habiendo lechones.

    A Martín la idea le pareció estupenda, pero Pascual fue el primero en hablar:

    -No sé cuánto estaría su padre dispuesto a pagar por el marrano, pero si de verdad tienen ustedes una dehesa tal vez podríamos hacer un intercambio, incluso, en especies. Por otro lado, tendríamos que consultar el negocio con otros compañeros. No somos los únicos dueños de Durruti.

    -¿Durruti? ¡¡¡¿Laman ustedes al cerdo Durruti?!!!

    Pascual acababa de meter la pata hasta el corvejón.

    ResponderEliminar
  5. La transacción se resolvió en unos minutos. Pascual se resistió en un principio a renunciar al cerdo y, por tanto, a la cuota de chorizos y tiras de panceta que le corresponderían tras darle la extremaunción a Durruti. Las dudas quedaron disipadas cuando la oferta de la joven tomó forma y las pesetas brotaron de sus labios para encandilar sus codiciosos ojos.

    El único problema lo encontrarían a la hora de regresar a Carrocerías Molina y explicar a sus compañeros que el festín a cuenta del marrano no sería posible finalmente. Claro que con fajo de billetes que sacarían de la generosa -y por lo que parecía, acaudalada muchacha- la comilona estaba asegurada. La carne que vendía Ramón en la tienducha de la esquina de la plaza del Carmen sin duda no haría olvidar las prietas formas de Durruti, pero la cantidad que ofrecía la compradora daba para más de un cerdo en piezas.

    -De acuerdo, no se hable más. Si tanto aprecio le ha cogido a un cerdo, allá usted. En cuanto nos dé el dinero, nos vamos, ¿verdad, Martín?

    El padre de Pirelli, mudo, asistía a la improvisada venta con un gesto de resignación y alivio. Las últimas le habían conducido a una excitación que apenas conocía. Pero, por fin, parecía que las sombras que se cernían sobre Durruti comenzaban a despejarse.

    Unas horas más tarde, cuando regresaron a sus puestos de trabajo para informar de los últimos acontecimientos, los nubarrones regresaron y amenazaron con descargar un violento chaparrón.

    -Ni dinero ni leches. Al cerdo le hemos dado de comer y ahora nos lo comeremos nosotros. Idioteces, las justas.

    ResponderEliminar

No es necesario estar dado de alta ni identificado en Google, OpenID, etc. para enviar tu aportación.
Recuerda incluir autor, DNI, email y tu texto.

  • Facebook
  • Twitter
  • Linkedin

Twitter

Encaja 400

PARA LA: