jueves, 15 de abril de 2010

¿Vender el cerdo? Esa idea nunca se barajó en el taller. Aparte de repartir sus productos, lo único que se propuso entre todos y que Pascual esperaba con impaciencia, era una buena merienda con sus colegas de oficio, asando la careta en la caldera de carbón y animando el festín con un buen tinto joven de la ribera. ¡Cuántas veces trabajando se había relamido solo con pensarlo!

-Estoy dispuesta a ofrecerles un buen precio -dijo la chica.

-No es cuestión de precio señorita. Después de estar persiguiendo horas a este marrano por medio Valladolid, esto ya es curestión de principios. Además, el cerdo no es solo nuestro. Es propiedad de todos los compañeros del taller y a ellos también les corresponde la decisión de cambiar su destino.

-Vamos. Piénsenlo un momento

La joven miraba a Martín buscando su apoyo, pero éste volvía a estar pensativo. En su mente seguía resonando el nombre del reo animal: Durruti...y las palabras de la chica: "¿se comería usted a su perro?". La mirada de Martín se había perdido por el camino del parque que desembocaba en la Acera de Recoletos. Por allí se acercaba un hombre con gafas y gorra de visera. Delante de él, con la cabeza muy alta y la lengua fuera, marchaba una perrita cazadora.

Durruti, que hasta entonces había estado completamente absorto en la tarea de degustar los aromáticos caramelos, levantó su hocico y divisó al can.

-Fita, Fita, ven aquí.

La perrita en vez de obedecer a su dueño apresuró el paso y se dirigió al banco donde se estaba negociando el futuro del cerdo. La muchacha sonrió al reconocer en él a su vecino.

-Buenos días don Miguel ¿Cómo se encuentra? Quizá usted, que es tan amante de los animales, pueda ayudarnos a resolver este pequeño dilema.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:28 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. - Pues en el banco me hallaba, ensimismada en la lectura del libro que me dedicó la semana pasada, disfrutando de las peripecias del Mochuelo. Y he aquí que me encontré ante tamaña disyuntiva. Estos dos hombres en busca de un cerdo al que dar matanza, aunque uno de ellos dubitativo. Les he propuesto un intercambio pecuniario, que superaría con creces las viandas que obtendrían del cerdo y que les ayudaría a comprar alimentos de primera necesidad, para ellos y para todos los compadres del taller, donde por lo visto trabajan.

    Don Miguel miró con curiosidad a los dos individuos, a la vez que escuchaba con atención la exposición de la joven. “Que curiosos personajes para uno de mis relatos”, acertó a pensar en aquel instante. A su vez, Martín y Pascual, observaban con suspicacia a aquel paseante, cuya identidad desconocían por completo, sin saber el uno si intervendría con éxito en el indulto de Durruti y desconocer el otro si sería otro candidato al yantar del gorrino. Tras la minuciosa aclaración de la chica, don Miguel decidió intervenir, con verbo sobrio y sosegado.

    - Cristina, mi niña, me encantará ayudarte. Por la confianza que ha entablado la Fita deduzco que no es un cochino cualquiera. Déjame interceder en la negociación con estos caballero -continuó, dirigiéndose a ellos.- En ningún momento la joven pretende que traicionen sus ideales, si bien tiene razón que su oferta mejoraría la situación de todos sus compañeros, que les recibirían con los brazos abiertos.

    Pascual, seducido por las palabras serenas de aquel sujeto, fue tornando a comprensivo.

    - ¿Y de cuántas pesetas estaríamos hablando?

    - Deje el precio para más tarde. Les invito a un carajillo, que sus ojerosos rostros sabrán agradecerlo. Y por favor, buen hombre, guarde ese cuchillo no acabemos todos en el cuartelillo.

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  2. En un minuto le explicó al paseante la naturaleza del problema, mientras Pascual y Martín asentían con la cabeza y Durruti observaba el panorama como pasmado, sin saber si le tocaría volver a salir corriendo o si era mejor opción quedarse allí, cerca de la muchacha y de la perra, quienes parecían congeniar con él.

    Pascual, mientras, permanecía inquieto, mirando en derredor y tratando de escuchar cualquier movimiento sospechoso.

    Probablemente la Santa Inquisición personificada en las tres monjas desatadas y el furibundo secretario del obispo andaría cerca del lugar, así que convenía darse prisa.

    -Verá -interrumpió a la chica-, el caso es que este cerdo se ha criado para ser muerto y aprovechado, no como animal de compañía. ¿Que podríamos venderlo? Es una posibilidad. Pero lo cierto es que en el taller preguntarán por sus chorizos y sus morcillas, y créame que les hace más ilusión eso que todo lo que puedan conseguir, estraperlo mediante, con el dinero de la joven.

    Don Miguel se ajustó la montura de las gafas sobre la nariz con el dedo índice mientras ponía su mirada sobre Durruti. Era curioso, aquel cerdo parecía tener rasgos humanos.

    -Bien -comenzó a decir.- Ciertamente no es algo usual esta relación fraternal que su amigo mantiene con un animal como éste. Es más propio del perro con el cazador, del gato con el niño o del canario con el anciano que lo cuida en su jaula. ¿Puede darse una verdadera amistad entre un animal rudo, o incluso entre un animal salvaje, y un hombre? ¿Que un anciano escogiera como amiga, pongo por caso, a una milana en lugar de a un pájaro? ¿Ustedes qué creen?

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  3. -Cuéntame de qué se trata, Rosa. Veremos si te puedo servir de ayuda.

    El recién llegado sujetó a su perra, que olisqueaba nerviosa la extraordinaria figura de Durruti. El cerdo, derrumbado en el suelo, descansaba por fin tras unas horas de frenético trasiego al que no estaba acostumbrado.

    -Pues verá. El cerdito es propiedad de estos señores. Me gustaría comprárselo, pero insisten en llevárselo para comérselo. ¿Se lo puede imaginar?

    La sonora carcajada del hombre sorprendió por un instante a Rosa. ¿De qué se reiría?

    -Pero hija, claro que lo entiendo. No tiene nada de extraño lo que me cuentas. Pero, de cualquier manera, -dirigió entonces la mirada hacia Martín y Pascual, aburridos ya de esa incómoda situación- aquí nuestros amigos seguro que están dispuestos a escuchar la oferta de la señorita.

    Hasta ese momento, la decisión de terminar con el marrano y repartir la carne entre todos los trabajadores del taller era la única que contemplaba Pascual. Martín, que ya se había negado a ajusticiar a Durruti una vez, veía con buenos ojos que, como mal menor, acabara en manos de la dispuesta muchacha. Sin embargo, el temor que le infundía su compañero le impedía exponer en voz alta sus deseos. Su impulsivo gesto de perdonar la vida al animal la noche anterior había sido la causa de una absurda persecución que había agriado aún más el carácter de Pascual.

    Por eso le sorprendió el radical cambio de opinión de su colega.

    -Menudo interés por un cochino. Mire, si hablamos de un buen fajo de billetes, estamos dispuestos a hablar.

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  4. Las buenas formas se imponían, a pesar de la juventud del tal don Miguel, del desparpajo de la muchacha, que a pesar de ello en ningún momento perdía su exquisito comportamiento, y de que ambos fueran vecinos.

    -Buenos días, querida. ¿Leyendo como siempre? ¿O haciendo negocios?

    -Ambas cosas. Me gustaría comprar el cerdo de estos señores, pero creo que ellos prefieren comérselo.

    -Pascual, señorita, prefiere comérselo, no yo –intervino Martín-.

    Pascual estaba cada vez más desazonado. Ahora el dilema amenazaba con convertirse en tertulia. Las monjas y el secretario del obispo podían reaparecer en cualquier momento y entonces sí que no habría ni venta ni matanza. Y a ello se unía que ellos no podían cerrar sin más un trato que afectaba a todos los compañeros. Por otro lado, no podía decirle sin más a una mujer, y mucho menos a una niña bien como aquella, que les acompañase al taller a dirimir la situación. Aunque bien pensado, si la acompañaba alguien de confianza…

    A punto estaba de proponerles a ambos que los acompañaran a Carrocerías Molina, donde podrían reunirse sin peligro con el resto de sus camaradas, cuando sus peores presentimientos tomaron forma en 6 figuras que se acercaban: tres con hábito, una con sotana y dos con tricornio. Su decidida intención pareció enfriarse repentinamente al ver a la muchacha y, sobre todo, al joven don Miguel.

    -Buenos días nos de Dios– saludó el secretario-. Veníamos a recuperar el cerdo.

    -¿Recuperar el cerdo? –terció don Miguel, guiñándole un ojo a la joven-. ¿Este cedro? Pues debe de haber algún malentendido, porque este cerdo es de mi propiedad y se lo acabo de regalar a la señorita.

    Martín y Pascual comprendieron enseguida la situación: el joven resolvía la situación ante las monjas, pero estaba claro qué iba a pedir a cambio.

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  5. -Buenos días, señorita Ángel.
    Martín y Pascual se no pudieron evitar poner cara de sorpresa.
    -La llamo así porque tiene cara de ángel, ¿no les parece?
    La muchacha se sonrojó ante el elegante piropo de su joven vecino, un muchacho de poco más de 20 años que, por lo que parecía, tenía un importante futuro por delante. ¡Había estado en la Marina y todo! Para reponerse del cumplido, comenzó a explicarle rápidamente la situación. ¿Podría ayudarla él a convencer al hombre y al muchacho para que les vendiera el cerdo?

    -A mí no tiene que convencerme señorita –intervino Martín-. Simplemente, si me asegura que no lo quiere para matarlo, es suyo. Es más, por mí se lo regalaría, siempre y cuando me asegure que va a morir de viejo.

    Las tres reacciones simultáneas que se produjeron a continuación no podían ser más diferentes. Don Miguel comenzó a reír de la ocurrencia del chico, consciente como era de que su joven amiga pensaba igual. A la muchacha se le iluminó de nuevo el rostro: era evidente que aquel chaval sabía anteponer los rugidos del corazón a los de sus tripas. Pascual estalló en cólera, levantó el enorme cuchillo que en ningún momento había soltado y miró a Martín con ganas de comérselo, y no a besos precisamente.

    -¡¿Te has vuelto loco, Martín?!

    Su aspecto en aquel momento, furibundo, cuchillo arriba y con cada músculo en tensión, no era el mejor con el que podía encontrarle la Guardia Civil, que en aquel momento acertaba a pasar por allí.

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