lunes, 26 de abril de 2010

Y diciendo esto, acercó su cara a la de Martín para susurrarle algo al oído. La cercanía de su rostro angelical. La frescura de su aroma que le recordaba al de las flores silvestres en la pradera de San Isidro. La suavidad de su voz y la calidez de su aliento tan cercano, dejaron al muchacho sin palabras, y hasta se diría que sin pensamientos.

Canales prestaba la máxima atención a la conducción del vehículo y por eso fue el único que no se dio cuenta del detalle.

Todos los demás, incluido Durruti, habían visto cómo crecía la simpatía que desde el primer momento se instaló entre los dos muchachos. Y ahora se mostraban curiosos y expectantes ante lo que parecían dos tortolitos. La cara de Martín, ruborizado y sumido en un atolondramiento inusual, expresaba claramente la importante confusión que reinaba en su cerebro.

El silencio se rompió con un bocinazo que sobresaltó a todos. Acto seguido, la camioneta efectuaba una brusca maniobra intentando evitar el atropello de una persona que cruzaba la calle sin mirar, haciendo que fueran a frenar contra una farola estruendosamente.

Se produjo un tremendo caos en el interior y, tras unos momentos de indecisión y comprobar que habían salido ilesos, se bajaron inmediatamente del vehículo para ver lo que había pasado. La gente empezó a arremolinarse en torno al accidentado grupo intentando, más que ayudar, resolver las incógnitas que a priori planteaba la heterogénea presencia de mecánicos, señorita, muchacho y cerdo.

No tardó en aparecer un policía municipal que, avisado por el tumulto y las insistentes bocinas de los coches atascados detrás, pudo ver al acercarse lo que supuso razón y causa del accidente que había producido tamaña algarabía.

-¿De quién es este animal? Espetó nada mas llegar dirigiéndose a un señor con boina.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:10 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. -Oiga, a mí que me dice. He visto lo mismo que todos estos señores. La furgoneta ha soltado un bocinazo y luego se ha estampado contra la esquina. Creo que por culpa del tipo aquel -dijo el testigo señalando al causante del estropicio, que abandonaba sigilosamente la escena del accidente.

    Martín, aturdido todavía por el golpetazo, se adelantó al resto de la comitiva y reclamó ante el policía la propiedad de Durrruti.

    -El cerdo es nuestro. Estos amigos y yo lo llevábamos a una finca cercana cuando hemos tenido este percance.

    La chapa abollada del vehículo, el motor humeante y una mancha de aceite que comenzaba a expandirse rápidamente a los pies de los allí presentes daban muestras de la violencia con la que se había producido el encuentro entre la furgoneta y la farola, que había salido aún peor parada. Canales, lívido, miraba compungido el estado en el que había quedado la furgoneta. En su cabeza flotaba la imagen de un señor Molina colérico por culpa del accidente. Puede que la culpa no fuera suya, pero sin duda el primer responsable a quien el dueño del taller y del vehículo pediría cuentas.

    -De acuerdo, -apuntó el policía- pues agarren el cochino y acompáñenme. Vamos a aclarar cómo ha sucedido el accidente y después podrán marchar y llevarse al cerdo a esa finca o a donde ustedes quieran.

    -Eso si encontramos la manera de cargar a Durruti, -pensaba, redignado, Martín.

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  2. Éste animal es propiedad mía - contestó Canales y su boina.

    -¿No ha visto la farola?

    -Lo que no he visto es ese peatón que ha salido de la nada.

    -¿Eso es cierto?

    -Sí Señor Policía.

    -¿Qué hacen con un cerdo?

    -Lo llevamos a la casa de un amigo para la matanza de la boda de nuestros amigos, ¿no ve lo enamorados que están?

    -¿Arranca la furgoneta?

    -Sí Señor Policía.

    -Entonces váyanse. Váyanse antes de que detenga a ese marrano y deje en libertad en su lugar a unos buenos torreznos. Váyanse.

    Continuaron y Cristina continuo llamando la atención de Martín, cosa que no hacía falta, con sólo estar allí: ya llamaba su atención.

    -Tengo que avisarte sobre el señor Arturo.

    Martín no podía no mirarla y no podía no sonreír.

    Quería que la milonga de Canales y su boina ante el Señor Policía fuera verdad. Y quería que ese viaje durase toda su vida, pero se impacientaba porque ya imaginaba al señor Arturo como un ogro.

    -El señor Arturo hace años trabajaba en Medina en el paso a nivel y le atropelló un tren. Desde entonces le falta el brazo derecho y su pierna no llegó a perderla, pero ganó una cojera y un bastón que es su compañía junto con numerosos galgos que sin valentía para cazar liebres, los cazadores ya no los quieren cobardes, y él intenta salvar a muchos de ser ahorcados, por eso sé qué querrá a Durruti.

    -Cristina.

    -Sí, Martín.

    Bajo el volumen de su voz, para que ni Durruti y ni Pascual y ni Canales escuchasen.

    -Puedo invitarte el sábado al baile.

    Contestó por Cristina una sonrisa que su cuello agachado intentaba esconder pero que no consiguió que sus pecas no enrojeciesen.

    Y esa conversación gestual e inaudible paró porque ya habían llegado.

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  3. l silencio fue la respuesta al unísono de todos, que mirando al señor de la boina esperaban que éste respondiera algo y no sólo el encogerse de hombros como queriendo decir que eso no iba con él.

    Ante la situación, el policía cambió de pregunta y escenario dirigiéndose hacia la furgoneta para ver si quedaba alguien dentro, pero no pudo terminar la pregunta por un tremendo olor que salía de ella nada mas meter su cabeza por una de las ventanas.

    - ¿No hay ningún…? ¡Mier...cola..!, que olor a gorrino hay aquí dentro, no sé como la gente que iba dentro aguantaba este olor. Ya comprendo por qué se accidentó.

    El pobre Durruti que había estado aguantándose todo el tiempo desde la madrugada el hacer sus necesidades fisiológicas, con el susto del golpe de la furgoneta se le aflojaron de pronto las tripas y no pudo evitar el desenlace. Tan acostumbrado estaba a hacerlo en su rincón del taller, desde que llegó cuando era un lechón, que no sabía cómo hacerlo en otro sitio.

    Tras las palabras del policía los ocupantes de la furgoneta, y quien más la joven Cristina, comenzaron a reírse a carcajada limpia no tanto por la reacción de aquel sino más bien por la producida tras el susto del accidente, como un mecanismo de defensa.

    Reían de tal manera que el municipal enfureció pensando que se mofaban de él. Tratando de ponerse sería Cristina se dirigió al policía en tono de disculpa y dar las explicaciones del caso, contando con el apoyo del resto de compañeros de viaje que trataban de guardarse las risas y confirmar con muecas y afirmaciones la verdad que Cristina trataba de darle.

    -Silencio, un respeto a la Autoridad. Quedan todos detenidos.

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  4. -Mío –dijo inmediatamente el tipo de la boina.

    -¿Cómo que suyo? –exclamaron los mecánicos casi al unísono.

    Era pasmosa la facilidad con la que la gente se adjudicaba la propiedad de la comida en potencia en aquella época. Cuando al fin habían logrado librarse de las monjas, aparecía lo que claramente era un pueblerino con ganas de agenciarse algo que no era suyo.

    -Este cerdo –intervino cristina rápidamente- es propiedad de don Miguel, a quienes ustedes conocerán por ser el actual subdirector de El Norte de Castilla. Nosotros le estamos haciendo el favor de llevarlo a una granja en que harán la matanza para él. Puede corroborar mi versión preguntándole. Si quiere le doy las señas.

    La joven esperaba que nombrando a alguien conocido y de familia de nivel de Valladolid el guardia quedase convencido. Logró su propósito con el agente, pero no así con el de la boina.

    -¡Señorita! –exclamó con ganas de gresca-. Eso es su palabra contra la mía. Y yo digo que este cerdo es mío.

    -A ver, buen hombre –terció el agente con cara de haber encontrado a toda velocidad una solución salomónica-. Podemos dejar que estos señores sigan su camino o preguntarle a don Miguel por la versión de la joven. Si lo que ella cuenta es mentira, el cerdo es suyo. Si es verdad, usted se viene al cuartelillo por intento de estafa. ¿Qué me dice?

    -Seguro que estos señoritos se protegen entre ellos y, aunque el cerdo sea mío, no podré demostrarlo –respondió, empeñado en encontrar una salida airosa sin dar su brazo a torcer-. Pero esto no quedará así, señores.

    El tipo con boina se fue. Todos daban por hecho que el asunto con él estaba zanjado. Ni se imaginaban hasta qué punto iba a influir en el final de la historia.

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  5. -Es nuestro, señor guardia –se apresuró a decir Cristina, quien seguía dispuesta a comprarlo en el caso de que el trato con don Arturo no prosperase.

    -¿Nuestro de quién? –inquirió el agente, mirando de hito en hito al grupo de mecánicos, todos ellos apostados detrás de la elegante joven. La estampa no le cuadraba en absoluto.

    -El cerdo es de mi familia –mintió-. Estos señores, mecánicos de profesión y de quienes somos clientes, nos están ayudando a transportarlo en el día en que no necesitaban su furgoneta para trabajar. Lo llevamos a la granja de otro amigo de la familia.

    -¿Y su padre de usted, señorita, la envía con media docena de hombres, en domingo, en una furgoneta de un taller, a transportar un cerdo?

    El argumento de Cristina, que segundos antes parecía tan sólido, se acababa de caer por su propio peso. Pero la joven demostró una gran capacidad creativa:

    -En poco tiempo heredaré las propiedades de mi padre y tendré que manejarme con ellas. Soy hija única y mi progenitor no desea que la gestión de mi herencia dependa de mi futuro marido. Afirma que el control directo de su hacienda es lo que le ha llevado a mantenerla intacta, y aun a aumentarla, tras la muerte de su padre, mi abuelo.

    -¿Y dónde dice que llevan al cerdo?

    -A la granja de Don Arturo, amigo de la familia. Puede acompañarnos, si lo desea.

    El órdago de Cristina acabó por convencer al guardia, que tras despejar la zona y comprobar que todos subían de nuevo a la furgoneta con el marrano, les dejó marchar. El paisano de la boina, sin embargo, no se había quedado tan convencido con la explicación de la muchacha y decidió encaminarse a pie a la famosa granja de Don Arturo. Tal vez se cociera allí algo interesante.

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