miércoles, 6 de abril de 2011

La inocente Isabel se había pasado días enteros completando el árbol genealógico de nuestra familia y había logrado recopilar documentación que podía aportar luz a la investigación que yo mismo había puesto en marcha.

En ese mismo momento me bajé del autobús y me dirigí a la Biblioteca de la Facultad de Medicina para conocer qué prácticas se solían llevar a cabo por aquel entonces, años en los que había nacido Cervantes y Don Juan de Austria, y también para intentar buscar algún dato que pudiera relacionar con el doctor Proaza.

Cogí un pesado libro de aquellas estanterías enormes y comencé a leer…

Hasta el siglo XVI la práctica de la anatomía había estado poco menos que prohibida por la Iglesia y por el pueblo en general, pues suponía como profanar los cuerpos de los muertos. Justo en estos años se extendió por toda Europa la fama del médico francés Andrés Vesalio, anatomista flamenco y autor de uno de los libros más influyentes sobre anatomía humana, “De humani corporis fabrica” (Sobre la estructura del cuerpo humano). Pero lo que más me impactó de lo que averigüé es que este médico basaba sus estudios anatómicos en la observación directa, por lo que es considerado el fundador de la anatomía moderna.

En 1548 el doctor Alfonso Rodríguez de Guevara regresa a España, tras haber cursado estudios de anatomía en Italia, y consigue que se inaugure la Cátedra de Anatomía en la Universidad de Valladolid, primera cátedra de anatomía de España. Por aquel entonces Proaza era un joven curioso de 22 años que estaba muy interesado por la anatomía humana y, por eso, comenzará a asistir a sus clases. Ese mismo año es precisamente cuando desaparece el hijo de Catalina y Guzmán.

Todos los datos que iba descubriendo me iban encaminando a una sola dirección: la muerte de ese niño a manos de Proaza no podía ser natural.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 21:31 5 continuaciones finalistas

5 comentarios:

  1. Un profundo abatimiento se apoderó de Catalina después de que el plan pergeñado por su esposo no hubiera dado los frutos previstos. La respuesta de Proaza a las maniobras del licenciado Martín únicamente habían dado como resultado un documento que certificaba a todas luces la muerte de su pequeño. El único asomo de esperanza que hasta ese momento sobrevolaba el corazón de la mujer había quedado reducido a la nada. No le quedaban fuerzas para mantener viva una ilusión que los acontecimientos vividos sólo unos días antes lograron encender.

    Para Guzmán, sin embargo, la actitud de Proaza no le produjo ningún cambio en su determinación de alcanzar el propósito que se había fijado. Poco le importaban las connotaciones de todo aquel asunto. La posición privilegiada del doctor dentro de las capas más pudientes y poderosas de Valladolid no frenarían su deseo de devolverle todo el dolor que, estaba convencido, les había procurado con su actuación. Si la maniobra emprendida con su fiel compañero no consiguió mostrar el verdadero rostro del galeno, tendría que tomar decisiones más expeditivas y arriesgadas.

    Catalina era testigo de cómo una ira abrasadora se iba adueñando de los ojos de Germán y de que su comportamiento daba muestras de una evidente enajenación. De su boca no salían más que monosílabos para aclarar cualquier cuestión que le planteaba, y deambulaba por la casa musitando un discurso sin ningún sentido para ella. Sentía que algo terrible estaba a punto de suceder, pero el abatimiento de su ánimo le impedía actuar más que como una simple espectadora de la función.

    ….

    Me desperté bañado en sudor y con la cabeza a kilómetros de mi cama. Juraría que hacía menos de un minuto me encontraba sentado en el autobús con la cálida voz de Catalina a mis espaldas. Pero no. Miré el despertador, que señalaba unas fantasmales cuatro y cuarto de la madrugada, y me pregunté si todo eso formaba parte de la realidad.

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  2. Hasta ese momento no me había planteado la posibilidad de que el bebé pudiese haber sido asesinado, estaba completamente seguro de que la intención de Proaza era venderlo, pero la información que recopilé en la Facultad de Medicina me hizo dar la vuelta a la historia de una manera desagradable. Se me revolvían las tripas cada vez que me imaginaba al recién nacido en manos de aquel médico sin escrúpulos.

    Quería continuar con la investigación, saber cuál fue realmente el destino de aquel niño, no sólo por satisfacer mi curiosidad, ni tampoco para hacer justicia, había algo más en toda aquella historia que me empujaba a averiguar la verdad…

    La siguiente pista la encontré de nuevo en uno de mis habituales viajes en la línea 7.

    -No estábamos dispuestos a darnos por vencidos –susurró Catalina en uno de los últimos asientos del autobús, antes de comenzar a narrar otro de los episodios de aquella macabra historia.

    -Puede que a mí me flaquearan las fuerzas, la pérdida de mi hijo me hizo caer en un pozo de tristeza. Pero Guzmán estaba cada vez más dispuesto a vengarse, a llegar hasta donde fuera necesario.

    El marido de Catalina llevaba días siguiendo al médico, estaba tan obsesionado que no le importaba descuidar su trabajo, sus comidas o sus horas de sueño, y todo aquello le había pasado factura. El aspecto de Guzmán se había deteriorado tanto desde el fallido plan con el Licenciado Blanco que parecía un vagabundo desequilibrado, y la mirada de odio que se veía reflejada en sus ojos hacía que los viandantes evitaran cruzarse con él.

    El sol hacía rato que se había puesto cuando Proaza regresó a su casa. Guzmán lo había seguido y, protegido por la oscuridad de la noche, esperó.

    De pronto, la tenue luz de un candil asomó en una de las ventanas de la planta baja. El marido de Catalina se pegó a la fachada del edificio para observar mejor.

    La sangre de Guzmán se congeló al contemplar la escena que tenía ante sí. Proaza, con su ropa empapada en sangre y sentado en un viejo sillón, pronunciaba un extraño rezo en latín con una sonrisa macabra dibujada en su rostro. Pero eso no fue lo peor, el corazón de Guzmán se paralizó al oír el llanto de un niño proveniente del sótano.

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  3. Una niebla cerrada se cernía sobre la ribera de la Esgueva. Una silueta avanzaba sigilosa en la noche por las callejuelas de la villa, envuelta en una capa negra. A la altura del número 9 de la calle La Platería se paró ante la puerta y la golpeó fuertemente con el puño, esperando respuesta al otro lado.

    Guzmán despertó desorientado, sin saber qué hora del día o de la noche era. En el piso de abajo se escuchaban golpes, que parecían provenir de su propia puerta. Catalina estaba profundamente dormida. Por fin la había hecho mella el cansancio de las noches en vela, atormentada desde que el Licenciado Arturo Blanco les entregara el documento sellado por el doctor Proaza, certificando el fallecimiento de su primogénito.

    Bajó los escalones y quedó en silencio, el mismo que en ese preciso
    momento envolvía la estancia. Un nuevo golpe le hizo brincar asustado.

    A aquellas horas intempestivas nada de lo que aconteciera tras la
    puerta podía presagiar buenas nuevas. Sospechó que el médico le hubiese denunciado y que el alguacil fuera a llevarle nuevamente preso y, por qué no, su ajusticiamiento postrero en la Plaza del Mercado. “Que así sea, pues”, se dijo decidido, mientras se encaminaba a abrir el portón.

    En el quicio, un individuo cubierto con un capuz permanecía inmóvil.

    - ¿Quién sois vos y que queréis de mi familia a estas horas de la noche?

    El personaje bajó la capucha y dejó ver su rostro, ante la sorpresa de Guzmán, que no daba crédito a lo que estaba viendo.

    - ¡Baraja!- apenas acertó a decir.

    - Buenas noches, compadre. No sabes lo que me costó encontrarte.

    - ¿Y para qué me andabas buscando?

    Tu historia me conmovió la noche que pasamos juntos en la celda.

    No dejé de darle vueltas, y cuando al fin pude salir de aquella pocilga, decidí indagar en el entuerto. Es de sobra conocido que el portugués no es de mi aprecio, y aprovechando que uno tiene también gente a la que cobrar favores, descubrí los oscuros negocios en los que se halla inmerso Proaza.

    - No te molestes, Baraja. Tenemos un documento fehaciente de la muerte de mi hijo.

    Tras la figura de Guzmán, apareció Catalina como de la nada, apoyando su mano en el hombro de su esposo.

    Señora, necesito que me acompañen esta noche. Creo que sé dónde puede estar su hijo …

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  4. Llegué agotado a casa. Los ojos los tenía como platos, adoloridos de tanta lectura en la biblioteca tras varias horas de devorar el pesado libro que había escogido y que me proporcionó tantos datos. Fui el último en salir y por mi hubiese seguido a pesar del cansancio, pero cerraban y no era cuestión de esconderse en los baños para salir después y quedarme leyendo todavía más. Podía haber pedido sacar el libro pero ese en particular no lo prestaban.

    Para el camino a casa tomé un taxi, quería descansar un poco de la
    historia por si me encontraba a las dos mujeres en el autobús. Prefería armar yo sólo en mi cabeza durante el camino un poco el puzzle con los datos, que cada vez apuntaban a una sola dirección.

    Debía llamar a Isabel, eso lo dejaría para mañana, para tratar de ver en detalle con ella la documentación que había recopilado para
    contrastarla con la mía. Si se confirmaba lo que me temía tenía que
    hacerlo con total convicción y tomar las medidas del caso. Yo no iba a quedarme atormentado el resto de mi vida por lo que creía.

    Apenas me eché sobre la cama me quedé profundamente dormido, con restos del dentífrico todavía entre los dientes pues apenas atiné para cepillarme un poco los dientes; no probé bocado en casi todo el día y tampoco lo hice al llegar a casa.

    - Señor, por favor usted me tiene que ayudar, no me deje morir.
    Apiádese de mi señor. No, no deje que lo haga.

    Lo de profundamente dormido fue apenas al principio, pues las
    pesadillas inundaron mi sueño inmediatamente. Un bebe recién nacido se aparecía llorando y gritándome en esos términos. Durante la noche sudé, me moví por toda la cama, contestando al bebe constantemente que no podía hacer nada, mientras un señor con bigotes y acento extraño se jactaba de la escena exhibiendo una espada llena de sangre.

    En la mañana, bien temprano, desperté más cansado de lo que me había acostado, tembloroso, asustado, hasta después de reaccionar unos segundos y comprobar que todo había sido una pesadilla.

    Esto no puede seguir así, tengo que hacer algo ya o acabaré loco. Tengo que confirmar la verdad.

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  5. Arturo no era un hombre que ignorara los presagios. La conversación con Proaza le había dejado muy mal cuerpo. Pero era una persona de principios y su lealtad estaba por encima de sus temores: no iba a abandonar a Guzmán y Catalina a su suerte sin intentarlo de nuevo. Al menos trataría de investigar en el hospital si la coartada del médico era sólida o simplemente había querido quitarse al licenciado de encima con aquella inquietante mezcla de candidez y amenazas veladas.

    Dejó pasar un par de días, en los cuales se aseguró de cuáles eran los horarios en los que Proaza no estaba en el hospital, y por fin, se
    encaminó a la puerta lateral. Allí, en un callejón apestoso se encontró a una de las personas que trabajaban en el hospital. No le costó mucho dinero conseguir que le franqueara la entrada y le condujera a un oscuro cuartucho en el que le tuvo esperando un buen rato. Al cabo, el joven volvió con otra persona, que resultó ser el que se solía encargar de trasladar los cadáveres a la morgue, echarles unas paladas de cal y entregárselos después a los enterradores.

    Las lealtades tienen un precio, y los silencios también. El licenciado
    pudo comprobar cómo aquellos dos hombres, hartos de un trabajo
    desagradable, mal pagado y con un trato despreciativo por parte de
    Proaza y de los responsables del hospital, estaban ansiosos de
    desquitarse y sacar unas monedas por ello.

    Así, Arturo conoció con detalle los tejemanejes de Proaza, y por unas monedas más, obtuvo el compromiso de sus ahora aliados de hacerle saber en unos días cuál podría haber sido el destino del bebé, uno más de los que de vez en cuando eran dados por muertos y vendidos a madres desesperadas y con pocos escrúpulos.

    De vuelta a casa, el licenciado sentía una gran ansiedad, y dos
    sensaciones contradictorias. Estaba contento de haber podido retomar su investigación y poder echar una mano a Guzmán, pero a la vez se preguntaba cómo podía haber gentuza tan avara y falta de escrúpulos como Proaza, y también como esas madres capaces de hacer tanto daño por conseguir un hijo que la naturaleza les negaba.


    Por fin llegó el día. Arturo y sus dos socios se encontraron en la otra punta de la ciudad, y al calor de unos tragos el licenciado pudo saber cómo recuperar la pista del bebé robado.

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