Puedo asegurarle que jamás hubiera imaginado que nadie a tres estertores de irse al otro barrio tuviera fuerzas para usar la cortesía incluso en un momento tan crítico. Jaime seguía siendo educado hasta el final, pero estaba claro que el pobre hombre desbarraba. ¿En qué momento anterior hubiera podido preguntarle por Felicia? Siempre he sido tan reservado a la hora de dar publicidad a mis asuntos de cintura para abajo que no me cuesta identificar a mis escasos confidentes sobre el tema. Puede que en algún momento de resaca se lo largara todo, aunque me resultaba poco probable. Él y yo teníamos una relación cordial, pero sin duda bastante lejana de lo que se pudiera considerar amistad. No, decididamente no; jamás había podido escuchar de mis labios el nombre de Felicia. De eso estaba tan seguro como de que usted está ahí. Y mucho menos durante la noche pasada, en la que acudí a esa puerta con la certeza de que ya se había mudado. Ni el nombre del buzón ni los nuevos hábitos acústicos me habían indicado lo contrario. Porque a nadie se le ocurre poner su nombre en el buzón si no se ha ido el inquilino anterior… ¿no?
En ese preciso instante, una serie de concatenaciones lógicas comenzó a despertar del letargo a mi lucidez como una súbita bofetada. Recordé de nuevo la nota, remitida por Felicia Böcking tratándome de usted, algo ajeno totalmente a las maneras descaradas de la Felicia que yo había conocido; igualmente insólito el que la firmase con nombre y apellido, como una extraña cualquiera. Ahora lo veía: esa nota no había sido escrita por ella. De ahí lo imprudente –y probablemente peligroso para mi integridad- que hubiera resultado comprobar que la identidad de la persona cuyo nombre figuraba en el buzón no se correspondía con la de quien no debía estar ya en la casa. Por eso la cita en Paraíso 4, intentando alejarme rápidamente de quién sabe qué o quién, sabiendo por alguna razón lo que ese lugar significaba para mí. ¡Qué estúpido…! Todo empezaba a casar como las piezas imposibles de un puzzle.
Jaime aún respiraba entrecortadamente.
-¿Cómo pude no darme cuenta? Fue usted, ¿verdad? ¡Usted me mandó la nota…!
Creí atisbarle media sonrisa de satisfacción en el mismo momento en que escuché el golpe de la puerta, justo un segundo antes de cerrar los párpados.
En ese preciso instante, una serie de concatenaciones lógicas comenzó a despertar del letargo a mi lucidez como una súbita bofetada. Recordé de nuevo la nota, remitida por Felicia Böcking tratándome de usted, algo ajeno totalmente a las maneras descaradas de la Felicia que yo había conocido; igualmente insólito el que la firmase con nombre y apellido, como una extraña cualquiera. Ahora lo veía: esa nota no había sido escrita por ella. De ahí lo imprudente –y probablemente peligroso para mi integridad- que hubiera resultado comprobar que la identidad de la persona cuyo nombre figuraba en el buzón no se correspondía con la de quien no debía estar ya en la casa. Por eso la cita en Paraíso 4, intentando alejarme rápidamente de quién sabe qué o quién, sabiendo por alguna razón lo que ese lugar significaba para mí. ¡Qué estúpido…! Todo empezaba a casar como las piezas imposibles de un puzzle.
Jaime aún respiraba entrecortadamente.
-¿Cómo pude no darme cuenta? Fue usted, ¿verdad? ¡Usted me mandó la nota…!
Creí atisbarle media sonrisa de satisfacción en el mismo momento en que escuché el golpe de la puerta, justo un segundo antes de cerrar los párpados.
Créame si le digo que ni un solo instante de estos tres años he podido olvidar aquella sonrisa. Permanece grabada a fuego en mi cabeza la satisfacción que en ella se adivinaba. Me ha acompañado todo este tiempo sin proporcionarme un momento de calma. Cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba la maldita mueca. Existía en ella una inquietante mezcla de venganza y crueldad que le transfiguraba la expresión de un modo mucho más desagradable que las lesiones sufridas.
ResponderEliminarPero volvamos al momento en que me desperté maniatado. Sí que sabe que alguien me ató mientras estuve inconsciente ¿verdad? Desconozco el tiempo que permanecí descansando en brazos de Morfeo pero debió ser bastante a juzgar por el aspecto de la casa al despertarme. Brillaba de tal manera que nada hacía suponer que había sido el escenario de una atroz agresión.
Y yo, pobre de mí, a esas alturas aún no sospechaba nada. El vecino loco, manda narices, el Vecino Loco ¿yo?
Aunque continuaba muy confuso, intentaba encontrar un sentido a los últimos acontecimientos y fue entonces cuando percibí unas voces susurrando en la habitación contigua. Una voz varonil y una voz ¿femenina? No estaba seguro. ¿Quiénes eran? ¿Jaime? ¿Felicia? ¿Juntos? Pero mis dudas fueron inmediatamente despejadas al presentarse ante mí, completa y milagrosamente curado, Jaime y detrás de él… No, desde luego no era Felicia. Pero ¿quién era? Esa forma de caminar, esa estatura, esa cara… recuerda Efrén, recuerda, busca en tu pasado… ¡Henar! Dios mío. Era ella. Ese era el nombre de la muchacha que faltaba en las fotos de mi juventud.
—Ahora empieza a entender ¿verdad? —preguntó Jaime adivinando mis pensamientos.
Claro. Ahora sí. Ahora entendía el porqué del volumen de la música de aquella noche y los golpes en las paredes. Todo era un montaje para amortiguar el ruido del escenario que estaban preparando y de paso para alimentar mi intriga ante la llegada de la nueva vecina….
—Entonces ¿Qué han hecho con Felicia? —acerté a preguntar con la voz entrecortada.
Al igual que tengo grabada en mi retina aquella maligna sonrisa, recuerdo con la misma certeza el eco de la carcajada en estéreo de los dos hermanos, porque resultó que eran hermanos, cuando me respondieron:
—Nunca ha estado aquí ¿de verdad creyó que aún se acordaría de usted?
El miedo también tiene su puesta en escena. Cuando mi padre decidía castigarme con su cinturón, se lo quitaba muy despacio mientras me miraba con cara de perros. Lo pasaba peor con sus preámbulos teatrales que con los golpes.
ResponderEliminarCon un cadáver a mi lado, una figura en la penumbra del recibidor y una puerta que se acaba de cerrar, dejándonos aislados del mundo, creo que entenderá que cuanto menos no me sintiera tranquilo.
El tiempo real es a veces incontable. En mi recuerdo fue mucho el que pasó hasta que me decidí a preguntar.
-¿Quién está ahí?- dije pensando que ya lo sabía.
No dio respuesta pero avanzó hacia la luz. No hubo sorpresa.
En el puzzle tenían que estar encastrados Jaime y Felicia; todas las demás especulaciones carecían de sentido
-¡Tenías que ser tú!- dije rotundo, como queriendo adueñarme algo de la situación.
-Eso quiere decir que no esperabas al oso Yogui- formas y tono para que no dudara de quién controlaba la situación.
Me miraba fija, con media sonrisa, esperando ver la reacción del pelele atemorizado que sabía tenía delante.
-No creo que las circunstancias sean las adecuadas para tus bromas-conseguí decir-. El cadáver de tu amigo Jaime está aquí a mi lado.
-No tienes las piezas bien encajadas. Jaime es mi hermano- dijo con aplastante tranquilidad- y yo no soy Felicia. En realidad, ese es el nombre de guerra de Jaime. ¿Recuerdas Paraíso?, pues no era yo.
Hizo una larga pausa para que yo pudiera ir deglutiendo lo que me lanzaba.
-Supongo- continuó- que esa especie de ataque que te dio fue posterior a ponerle tu mano en la entrepierna- se rió directamente.
-No intentes-reaccioné- hacerme pasar por tonto, tuve sexo contigo, de eso estoy seguro.
-Y bien que puedes estarlo. Y estuvo muy bien, eres todo un campeón.- dijo con la mano cerrada y el pulgar hacia arriba.
-¿Entonces?
-Tras tu colapso, Jaime me llamó. Te había llevado al hospital y quería que yo te recogiera para borrar cierto detalle de tu memoria. Reconocerás que salió bien.
-¡No puedo creerlo!
-Cuando se emperifolla somos casi idénticas. Y la luz en Paraíso deja mucho que desear. Además, ya lo hacía en el instituto y no os dabais cuenta. Imagínate ahora, después de estudiar arte dramático.
-¿En el instituto?- dije mientras pateaba el maldito puzzle en mi cabeza.
-Vas a recordar a la fuerza- dijo seriamente.
Lo primero que se me ocurrió fue correr a mi casa, extraer el viejo álbum de la estantería y revisar si faltaban fotos. Estaban todas allí. Pero yo la acababa de ver en la casa de al lado. Y en ese momento, otro pensamiento me acuchilló. Uno de esos que se te pasan por la cabeza pero tienen la virtud de hacerte un extraño agujero en el estómago: desde que la vecina de al lado me pasó la nota por debajo de la puerta con aquella dirección en Paraíso, yo di por sentado que la chica que años atrás me atrapó con sus uñas y mi vecina de al lado eran la misma persona. Fue uno de esos saltos en el vacío que hacen las mentes para llegar a conclusiones lógicas. Y allí, con mi álbum de fotos completo y la imagen de la chica que faltaba en las que había visto en la casa de Jaime, seguí atando cabos. Efectivamente, yo había sacado las fotos en algún momento del álbum, para hacerle copias a uno de los amigos que aparecían en ellas. Yo no tenía los negativos por una sencilla razón: los tenía quien había disparado, la persona que no salía en las fotos, la compañera feúcha y tímida. Pero le pasé las fotos a un conocido que disponía de un escáner en su empresa y me las guardó en un disquete. Y así se las envié a mi amigo que, probablemente, las habría pasado a algún otro de los de entonces. Sí, así es como habían acabado en casa de mi vecina, o de Jaime, como prefiera.
ResponderEliminarPero ese salto en el vacío que hacen nuestras cabezas para atar cabos, para llegar a la conclusión de que la Felicia de hacía varios años y mi nueva vecina eran la misma persona; y más aún, que Felicia, la chica de las uñas y la adolescente tímida metida a mujer fatal eran la misma mujer, esa conclusión, le comentaba, no es suficiente en un juicio. Y para cuando llegó la policía y vio a Jaime muerto en la casa ya no estaban ni las fotos y la ropa de cuero en la cama. Pero sí estaban las fotos en mi casa, y mis huellas en sus llaves. Y la nota, efectivamente escrita por Jaime (como demostró un experto) y difícil de fechar con exactitud, no sirvió de mucho.