Créame si le digo que ni un solo instante de estos tres años he podido olvidar aquella sonrisa. Permanece grabada a fuego en mi cabeza la satisfacción que en ella se adivinaba. Me ha acompañado todo este tiempo sin proporcionarme un momento de calma. Cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba la maldita mueca. Existía en ella una inquietante mezcla de venganza y crueldad que le transfiguraba la expresión de un modo mucho más desagradable que las lesiones sufridas.
Pero volvamos al momento en que me desperté maniatado. Sí que sabe que alguien me ató mientras estuve inconsciente ¿verdad? Desconozco el tiempo que permanecí descansando en brazos de Morfeo pero debió ser bastante a juzgar por el aspecto de la casa al despertarme. Brillaba de tal manera que nada hacía suponer que había sido el escenario de una atroz agresión.
Y yo, pobre de mí, a esas alturas aún no sospechaba nada. El vecino loco, manda narices, el Vecino Loco ¿yo?
Aunque continuaba muy confuso, intentaba encontrar un sentido a los últimos acontecimientos y fue entonces cuando percibí unas voces susurrando en la habitación contigua. Una voz varonil y una voz ¿femenina? No estaba seguro. ¿Quiénes eran? ¿Jaime? ¿Felicia? ¿Juntos? Pero mis dudas fueron inmediatamente despejadas al presentarse ante mí, completa y milagrosamente curado, Jaime y detrás de él… No, desde luego no era Felicia. Pero ¿quién era? Esa forma de caminar, esa estatura, esa cara… recuerda Efrén, recuerda, busca en tu pasado… ¡Henar! Dios mío. Era ella. Ese era el nombre de la muchacha que faltaba en las fotos de mi juventud.
—Ahora empieza a entender ¿verdad? —preguntó Jaime adivinando mis pensamientos.
Claro. Ahora sí. Ahora entendía el porqué del volumen de la música de aquella noche y los golpes en las paredes. Todo era un montaje para amortiguar el ruido del escenario que estaban preparando y de paso para alimentar mi intriga ante la llegada de la nueva vecina….
—Entonces ¿Qué han hecho con Felicia? —acerté a preguntar con la voz entrecortada.
Al igual que tengo grabada en mi retina aquella maligna sonrisa, recuerdo con la misma certeza el eco de la carcajada en estéreo de los dos hermanos, porque resultó que eran hermanos, cuando me respondieron:
—Nunca ha estado aquí ¿de verdad creyó que aún se acordaría de usted?
Pero volvamos al momento en que me desperté maniatado. Sí que sabe que alguien me ató mientras estuve inconsciente ¿verdad? Desconozco el tiempo que permanecí descansando en brazos de Morfeo pero debió ser bastante a juzgar por el aspecto de la casa al despertarme. Brillaba de tal manera que nada hacía suponer que había sido el escenario de una atroz agresión.
Y yo, pobre de mí, a esas alturas aún no sospechaba nada. El vecino loco, manda narices, el Vecino Loco ¿yo?
Aunque continuaba muy confuso, intentaba encontrar un sentido a los últimos acontecimientos y fue entonces cuando percibí unas voces susurrando en la habitación contigua. Una voz varonil y una voz ¿femenina? No estaba seguro. ¿Quiénes eran? ¿Jaime? ¿Felicia? ¿Juntos? Pero mis dudas fueron inmediatamente despejadas al presentarse ante mí, completa y milagrosamente curado, Jaime y detrás de él… No, desde luego no era Felicia. Pero ¿quién era? Esa forma de caminar, esa estatura, esa cara… recuerda Efrén, recuerda, busca en tu pasado… ¡Henar! Dios mío. Era ella. Ese era el nombre de la muchacha que faltaba en las fotos de mi juventud.
—Ahora empieza a entender ¿verdad? —preguntó Jaime adivinando mis pensamientos.
Claro. Ahora sí. Ahora entendía el porqué del volumen de la música de aquella noche y los golpes en las paredes. Todo era un montaje para amortiguar el ruido del escenario que estaban preparando y de paso para alimentar mi intriga ante la llegada de la nueva vecina….
—Entonces ¿Qué han hecho con Felicia? —acerté a preguntar con la voz entrecortada.
Al igual que tengo grabada en mi retina aquella maligna sonrisa, recuerdo con la misma certeza el eco de la carcajada en estéreo de los dos hermanos, porque resultó que eran hermanos, cuando me respondieron:
—Nunca ha estado aquí ¿de verdad creyó que aún se acordaría de usted?
- Al menos viva, Jaime.- puntualizó Henar, en claro reproche correctivo hacia su hermano.
ResponderEliminarUn espeluznante alarido partió de mi diafragma, desgarrándome en su camino la tráquea y estallando estridente en mi boca. De repente, las piezas del puzle comenzaban a encajar una tras otra, en mi mente se empezaron a agolpar las imágenes como fotogramas de una película que yo mismo protagonizaba, instantáneas desterradas que ahora cobraban una lucidez inusitada. Pude ver sus torsos desnudos enmarcados por una enorme inicial de cera trazada sobre un suelo de mármol negro. Eran los cuerpos de las mujeres a las que yo había amado, las que me habían despreciado posteriormente con su indiferencia, desfallecidos sobre una inmensa letra “E” cérea, en épocas dispares de mi vida. Vino a mi pensamiento el cuchillo dentado, su mango de marfil engastado de piedras preciosas y unas manos temblorosas asiendo la empuñadura. Reconocí al pobre diablo que sostenía la daga dentro de un círculo sagrado. Observé como una joven aferraba las manos del iniciado y hundía el filo en el vientre de la víctima, una y otra vez, en diferentes ceremonias ahora concatenadas en mis recuerdos.
Pude rememorar entonces los rostros camuflados de los dos hermanos en distintos parajes de mi existencia. Escruté los ojos de Jaime bajo la capucha del maestro ceremonioso, el gesto obsceno de Henar en la joven que declamaba letanías, los vi bailando espasmódicos en Paraíso, en los pacientes que esperaban en la sala del hospital, escurridiza entre mis sábanas en mis poluciones nocturnas… Los intuí vigilando cada uno de mis pasos, con identidades falsas y postizos que los encubría, pero siempre con la misma mirada de rencor con la que en aquel momento me taladraban. Supe que de alguna manera había sido narcotizado, drogado e incluso embrujado. De ahí mis desfallecimientos, mis ataques epilépticos y mis desvaríos.
- Ellas no te merecían, Efrén, y Felicia menos que ninguna.- me susurró Henar acariciando mi cara.
- ¿Por qué ahora, después de diez años?- le espeté girando bruscamente la cabeza.
- Porque la semana pasada encontraron sus huesos en las excavaciones del nuevo centro comercial a las afueras de la ciudad, y no les costará mucho hallar sus cráneos en el doble fondo de tu armario…
Hasta el día de mi detención no hubiera podido calificar estos hechos más allá de los simples desvaríos, pero el psiquiatra forense que me examinó lo tuvo claro desde el primer momento. Al parecer, se trataba de algo especialmente valioso para ellos en el momento de horadar la memoria oculta de los convictos.
ResponderEliminar-Sueño lúcido, amigo -dijo satisfecho, como un pescador con un espécimen de grandes dimensiones-. Mientras estuvo maniatado usted sufrió a todas luces un incuestionable, es más, un magnífico sueño lúcido. Espléndido, de libro. El caso es que –me explicó- ese tiempo indefinido en el que tuvo consciencia de estar soñando fue vital para recrear viejos fantasmas de juventud casi desterrados por completo, recuerdos dolorosos que sin duda su mente había eclipsado como mecanismo de supervivencia, ¿es así?
En efecto, así había sucedido. En un instante, abriéndose paso en el fulgor onírico de aquella habitación impoluta en la que creía encontrarme y superponiéndose a las siluetas y las voces de los dos falsos espectros, comenzaron a desfilar las mismas sombras confusas que bailaban en el ambiente sórdido del local de Paraíso, la garra felina de mujer, labios cálidos y húmedos, aquella pequeña lamparita verde, calor, mucho calor, se diría que el mismo infierno en el que se abre por sorpresa un oasis de placeres clandestinos en la penumbra de un sofá…Y algo más casi olvidado: muy cerca, en un rincón semioculto bajo el hueco de escalera, la silueta inconclusa de Henar clavándonos a Felicia y a mí su mirada de odio como dos saetas encendidas. Parecía fuera de sí, totalmente desequilibrada. Escupió con furia latinajos que no acerté a comprender y que relacioné de inmediato con maldiciones esotéricas. Un hombre cuyo rostro apenas pude entrever la rodeó por el hombro y se la llevó a rastras, con los ojos inyectados en sangre clavados en mí. Mientras, Felicia me tomaba la barbilla y me dirigía la cara de nuevo a ella, haciendo que me olvidase en un segundo de todo lo demás.
A medida que iba despertando, aumentaba mi temor a lo que pudiera encontrar. Efectivamente, volvía al punto en el que había perdido el conocimiento: Jaime yacía inerte, pero yo me encontraba atado de pies y manos, en medio de un círculo de velas encendidas.
Sentía aún las llaves clavándose en mi pierna y los ojos de fuego de Henar incendiando poco a poco toda la casa.
Ahora está usted algo desconcertado, lo veo en su cara. Está usted pensando que yo le dije que la Felicia de Paraíso era también mi vecina de diez años después. ¡Paciencia!
ResponderEliminarNo sé usted, pero yo tengo un olfato increíble, y la mentira me huele al barniz con que intenta solapar la verdad.
Estaba seguro que Henar lanzaba su mentira directamente a mi línea de flotación para acabar de hundirme. Pero yo ahora estaba lleno de rabia y con la fortaleza que ella me regalaba. Mientras me armaba por dentro, decidí esperar acontecimientos. Les miraba fijamente y callaba. La pelota estaba en su campo.
-Creo por tu silencio que ya me has reconocido-dijo Henar. Fue una justiciera casualidad que nos cruzáramos un día en el patio cuando venía de visita. Tú no me reconociste, pero yo lo hice como el rayo.
Aquí recuerdo la larga pausa que hizo esperando mi reacción, pero yo había decidido seguir callado, destrozándole la escena que ella tenía prevista.
-¿No piensas decir nada? ¿No quieres saber por qué estamos en esta situación?-continuó.
Yo pensé: “Me lo vas a contar de todas maneras, no pienso abrir la boca”. Y así fue.
-Todos sabíais que yo estaba enamorada de ti. Necesitábais una cobaya y te dijeron los amigotes que tú podías convencerme. Yo hubiera ido contigo al fin del mundo.
Otra larga pausa y yo callado. La estaba poniendo nerviosa.
-¡Maldito hijo de puta!- dijo con rabia- me llevaste engañada a esa especie de aquelarre donde me sacaron la sangre -me mostró las cicatrices en las muñecas- sin que yo me resistiera, solo por darte gusto, como una estúpida.
Ahora sí que yo empezaba a derrumbarme. Volver a recordar cómo fui manipulado y visualizar de nuevo aquella atrocidad era el infierno más abrasador.
-Pero cuando me sujetasteis para que el encapuchado consumara la violación mientras derramaba sobre mí mi propia sangre, invocando no sé qué mierdas, intenté resistirme y te pedí ayuda. ¡No hiciste nada!
No pude evitar que me brotaran las lágrimas escondidas tanto tiempo. En esos momentos deseaba un castigo liberador.
Pero ahora verá usted por qué en el juicio fue tan complicado explicar la historia con coherencia.
De repente alguien abrió la puerta. Sí, era Felicia.
Como puede imaginar se quedó más que perpleja al ver el panorama.
-Se suponía que no venías hasta mañana -dijo Jaime; convidado de piedra hasta el momento, con estupor.