- Al menos viva, Jaime.- puntualizó Henar, en claro reproche correctivo hacia su hermano.
Un espeluznante alarido partió de mi diafragma, desgarrándome en su camino la tráquea y estallando estridente en mi boca. De repente, las piezas del puzle comenzaban a encajar una tras otra, en mi mente se empezaron a agolpar las imágenes como fotogramas de una película que yo mismo protagonizaba, instantáneas desterradas que ahora cobraban una lucidez inusitada. Pude ver sus torsos desnudos enmarcados por una enorme inicial de cera trazada sobre un suelo de mármol negro. Eran los cuerpos de las mujeres a las que yo había amado, las que me habían despreciado posteriormente con su indiferencia, desfallecidos sobre una inmensa letra “E” cérea, en épocas dispares de mi vida. Vino a mi pensamiento el cuchillo dentado, su mango de marfil engastado de piedras preciosas y unas manos temblorosas asiendo la empuñadura. Reconocí al pobre diablo que sostenía la daga dentro de un círculo sagrado. Observé como una joven aferraba las manos del iniciado y hundía el filo en el vientre de la víctima, una y otra vez, en diferentes ceremonias ahora concatenadas en mis recuerdos.
Pude rememorar entonces los rostros camuflados de los dos hermanos en distintos parajes de mi existencia. Escruté los ojos de Jaime bajo la capucha del maestro ceremonioso, el gesto obsceno de Henar en la joven que declamaba letanías, los vi bailando espasmódicos en Paraíso, en los pacientes que esperaban en la sala del hospital, escurridiza entre mis sábanas en mis poluciones nocturnas… Los intuí vigilando cada uno de mis pasos, con identidades falsas y postizos que los encubría, pero siempre con la misma mirada de rencor con la que en aquel momento me taladraban. Supe que de alguna manera había sido narcotizado, drogado e incluso embrujado. De ahí mis desfallecimientos, mis ataques epilépticos y mis desvaríos.
- Ellas no te merecían, Efrén, y Felicia menos que ninguna.- me susurró Henar acariciando mi cara.
- ¿Por qué ahora, después de diez años?- le espeté girando bruscamente la cabeza.
- Porque la semana pasada encontraron sus huesos en las excavaciones del nuevo centro comercial a las afueras de la ciudad, y no les costará mucho hallar sus cráneos en el doble fondo de tu armario…
Un espeluznante alarido partió de mi diafragma, desgarrándome en su camino la tráquea y estallando estridente en mi boca. De repente, las piezas del puzle comenzaban a encajar una tras otra, en mi mente se empezaron a agolpar las imágenes como fotogramas de una película que yo mismo protagonizaba, instantáneas desterradas que ahora cobraban una lucidez inusitada. Pude ver sus torsos desnudos enmarcados por una enorme inicial de cera trazada sobre un suelo de mármol negro. Eran los cuerpos de las mujeres a las que yo había amado, las que me habían despreciado posteriormente con su indiferencia, desfallecidos sobre una inmensa letra “E” cérea, en épocas dispares de mi vida. Vino a mi pensamiento el cuchillo dentado, su mango de marfil engastado de piedras preciosas y unas manos temblorosas asiendo la empuñadura. Reconocí al pobre diablo que sostenía la daga dentro de un círculo sagrado. Observé como una joven aferraba las manos del iniciado y hundía el filo en el vientre de la víctima, una y otra vez, en diferentes ceremonias ahora concatenadas en mis recuerdos.
Pude rememorar entonces los rostros camuflados de los dos hermanos en distintos parajes de mi existencia. Escruté los ojos de Jaime bajo la capucha del maestro ceremonioso, el gesto obsceno de Henar en la joven que declamaba letanías, los vi bailando espasmódicos en Paraíso, en los pacientes que esperaban en la sala del hospital, escurridiza entre mis sábanas en mis poluciones nocturnas… Los intuí vigilando cada uno de mis pasos, con identidades falsas y postizos que los encubría, pero siempre con la misma mirada de rencor con la que en aquel momento me taladraban. Supe que de alguna manera había sido narcotizado, drogado e incluso embrujado. De ahí mis desfallecimientos, mis ataques epilépticos y mis desvaríos.
- Ellas no te merecían, Efrén, y Felicia menos que ninguna.- me susurró Henar acariciando mi cara.
- ¿Por qué ahora, después de diez años?- le espeté girando bruscamente la cabeza.
- Porque la semana pasada encontraron sus huesos en las excavaciones del nuevo centro comercial a las afueras de la ciudad, y no les costará mucho hallar sus cráneos en el doble fondo de tu armario…
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