Aquel momento de tensión extrema se transmutó por mor de la expiación del alma en un sincero desahogo. Tras el tremendo susto y después de controlar nuestra violenta reacción, Comesaña narró, con voz entrecortada, una VERDAD que fluía a trompicones como aquel tronco sumido en un remolino del que intenta escapar.
Nos contó lo acaecido desde el desdichado día en que al llegar del instituto encontró su casa violentada y destrozada. Por toda explicación apareció en su cama una misiva con órdenes precisas si quería volver a ver a sus padres con vida. Esa misma tarde le visitaron Kiril y la Jirafa dejándole muy claro su misión: buscarme y ganarse mi confianza de nuevo. Tenía que sonsacarnos el modo de descifrar el código que nuestra madre creó, encerrando allí la información vital para incriminar a los responsables de la mafia rusa en España.
Relató, entre lágrimas y en un clima de mutua comprensión, las amenazas y el ultimátum de Julia al no obtener resultados. Nos explicó lo acontecido en la gasolinera, donde nos habían seguido Kiril y su esbirro. Habían decidido que ya no les resultaba de utilidad con lo que le amordazaron y tiraron en un terraplén junto al lavadero de coches. Un cliente escuchó sus lamentos guturales y le liberó.
-¿Cómo has llegado hasta aquí?-le interrogó Sandra.
- Tu padre y yo nos inventamos, para ganar tiempo, lo de la caja adosada al puente.
-¿Cómo, has visto a papá? ¿Dónde? ¿Cómo está?- le pregunté histérico.
-Le cambian de piso. La última vez le tenían en la Calle Hípica y…
-¿Y?
-Nada, que vuestro padre es tremendamente fuerte. Resiste. Está bien.
Aquellas palabras lejos de tranquilizarnos nos angustiaron más si cabe, e imaginamos a nuestro padre torturado y vejado por aquellas alimañas. Comesaña no se atrevía a decirnos su estado real, estaba convencido.
-Pedí a mi rescatador que me trajera al Puente Colgante y allí no tuve más que seguir vuestro escandaloso rastro acuoso.
-Ya no sé si debo creerte.-Le dije con tono conciliador.-Eres desconcertante.
-Vosotros sí que despistáis con esas trazas.
-La única vía posible es descifrar de una vez la relación numérica. Ayuda a mi hermano mientras busco unas ropas menos llamativas.
-Pero… Si soy un zote en mates, ¿por qué crees que le copiaba?
-¿Sólo en mates?- protesté.
Nos concentramos en tan trascendental tarea y, tras dos horas gastando materia gris, llamamos con alborozo a Sandra, que para entonces apareció disfrazada de lagarterana.
-No sé a qué llamas “ropas menos llamativas”.- rio Comesaña.
-¡Vamos! ¿Qué dice? No hay tiempo.
-EN EL LUGAR PROHIBIDO ENCONTRAREIS LA RESPUESTA. SED LIBRES.-Cantamos a coro.
-¿Qué es eso del lugar prohibido?-preguntó Félix.
-Fue el sitio dónde nos ocultó nuestro padre un tiempo. Un pisito en el Cuatro de Marzo. Todavía llevo la llave.-Le aclaró Sandra.
-Corriendo. La vida de mis padres y el vuestro depende de nosotros.
De modo espontáneo nos abrazamos en una cálida piña insuflándonos una energía que íbamos a necesitar para lo que se avecinaba…
Nos contó lo acaecido desde el desdichado día en que al llegar del instituto encontró su casa violentada y destrozada. Por toda explicación apareció en su cama una misiva con órdenes precisas si quería volver a ver a sus padres con vida. Esa misma tarde le visitaron Kiril y la Jirafa dejándole muy claro su misión: buscarme y ganarse mi confianza de nuevo. Tenía que sonsacarnos el modo de descifrar el código que nuestra madre creó, encerrando allí la información vital para incriminar a los responsables de la mafia rusa en España.
Relató, entre lágrimas y en un clima de mutua comprensión, las amenazas y el ultimátum de Julia al no obtener resultados. Nos explicó lo acontecido en la gasolinera, donde nos habían seguido Kiril y su esbirro. Habían decidido que ya no les resultaba de utilidad con lo que le amordazaron y tiraron en un terraplén junto al lavadero de coches. Un cliente escuchó sus lamentos guturales y le liberó.
-¿Cómo has llegado hasta aquí?-le interrogó Sandra.
- Tu padre y yo nos inventamos, para ganar tiempo, lo de la caja adosada al puente.
-¿Cómo, has visto a papá? ¿Dónde? ¿Cómo está?- le pregunté histérico.
-Le cambian de piso. La última vez le tenían en la Calle Hípica y…
-¿Y?
-Nada, que vuestro padre es tremendamente fuerte. Resiste. Está bien.
Aquellas palabras lejos de tranquilizarnos nos angustiaron más si cabe, e imaginamos a nuestro padre torturado y vejado por aquellas alimañas. Comesaña no se atrevía a decirnos su estado real, estaba convencido.
-Pedí a mi rescatador que me trajera al Puente Colgante y allí no tuve más que seguir vuestro escandaloso rastro acuoso.
-Ya no sé si debo creerte.-Le dije con tono conciliador.-Eres desconcertante.
-Vosotros sí que despistáis con esas trazas.
-La única vía posible es descifrar de una vez la relación numérica. Ayuda a mi hermano mientras busco unas ropas menos llamativas.
-Pero… Si soy un zote en mates, ¿por qué crees que le copiaba?
-¿Sólo en mates?- protesté.
Nos concentramos en tan trascendental tarea y, tras dos horas gastando materia gris, llamamos con alborozo a Sandra, que para entonces apareció disfrazada de lagarterana.
-No sé a qué llamas “ropas menos llamativas”.- rio Comesaña.
-¡Vamos! ¿Qué dice? No hay tiempo.
-EN EL LUGAR PROHIBIDO ENCONTRAREIS LA RESPUESTA. SED LIBRES.-Cantamos a coro.
-¿Qué es eso del lugar prohibido?-preguntó Félix.
-Fue el sitio dónde nos ocultó nuestro padre un tiempo. Un pisito en el Cuatro de Marzo. Todavía llevo la llave.-Le aclaró Sandra.
-Corriendo. La vida de mis padres y el vuestro depende de nosotros.
De modo espontáneo nos abrazamos en una cálida piña insuflándonos una energía que íbamos a necesitar para lo que se avecinaba…
Nos desplazamos por la ribera del río, ocultándonos entre los árboles para no ser vistos. Cuando llegamos al piso ya era noche cerrada. No hizo falta utilizar la llave, ya que la puerta estaba entreabierta.
ResponderEliminarComesaña nos sorprendió una vez más. De una patada acabó de abrir la puerta y se dirigió al interior, sacando de uno de sus bolsillos un objeto afilado y brillante; me pareció distinguir el filo de una navaja.
El piso era pequeño, por lo que enseguida descubrimos que estábamos solos. Los pocos enseres que allí había estaban esparcidos por el suelo. Todo había sido revuelto a conciencia. Me preguntaba si habían encontrado lo que buscaban.
“En el lugar prohibido encontraréis la respuesta. Sed libres”. Ese era el mensaje que habíamos conseguido descifrar. A mí me mosqueaba bastante, me sonaba a broma para niños. Empecé a pensar en lo que nos había dicho el ruso: “Tu amigo te entregó un sobre en el Archivo. A decir verdad, te cambió un sobre por otro”.
¿Cuál era el verdadero papel de Comesaña en todo esto? ¿No estaría todo bien planeado desde el principio para llevarnos a Sandra y a mí a una encerrona? Cuanto más vueltas le daba a lo ocurrido, más seguro estaba de que se me habían pasado por alto demasiadas cosas.
Volví a verme en el Archivo, recordé el sopor repentino, que me hizo caer en un sueño profundo, y a Comesaña al despertar.
Por otra parte, me resultaba bastante sospechoso que los dos individuos rusos aparecieran justo cuando él nos pidió parar en la gasolinera para ir al baño. Tampoco tenía mucho sentido la historia que nos contó sobre su rescatador y como llegó nuevamente hasta nosotros. Cada vez estaba más seguro de que todo era parte de un plan, del que yo no había sido más que un títere.
Las piezas empezaban a encajar. Ya era hora de poner las cartas sobre la mesa y desenmascarar al falso amigo, que llevaba jugando conmigo desde nuestro primer encuentro.
Un repentino sopor volvió a invadirme, como ya ocurriera en el Archivo. Cuando me desperté ya había amanecido. Me encontraba en el piso, atado de pies y manos y amordazado.
Y lo que se nos venía encima empezó desde ese mismo momento, cuando Sandra se dio cuenta de que había dejado la llave en las ropas mojadas antes de cambiarse. Por suerte se dio cuenta ahí mismo y el susto se nos pasó rápido, si no teníamos que haber regresado y hubiésemos perdido un tiempo precioso.
ResponderEliminarTeníamos que salir a un lugar menos apartado e intentar coger un taxi para llegar a esa dirección. Con el atuendo de Sandra teníamos que estar atentos y hacer como que íbamos a una fiesta de disfraces. El taxista se partía de la risa, no podía evitar reírse de la pinta de Sandra y tuvimos que seguirle la corriente Félix y yo y tratar de que ella no hiciera una de las suyas cuando se pone furiosa.
Llegamos al Cuatro de Marzo, Félix llevaba casi el dinero justo para pagar el taxi, faltaban 2 euros que nos perdonó el taxista, que aún seguía riéndose sin parar de mirar a mi hermana.
- Aquí estamos, frente al pisito, no guardo malos recuerdos de este lugar a pesar de que permanecíamos casi siempre guardados- exclamó Sandra, ya liberada de la tensión del taxi.
- Pues yo no puedo decir lo mismo, se me hicieron eternas las semanas, meses, lo que fuera, ahí dentro.
- Venga dejaros de melancolías que aquí hemos venido a otra cosa. Dame la llave, yo mismo abro- apretó Félix al vernos perder tiempo sin necesidad.
Sandra no le concedió ese deseo y cuando iba a meter la llave en la cerradura se dio cuenta de que había sido manipulada.
Acercó la oreja a la puerta y poniéndose el dedo índice en la boca indicándonos silencio intentó averiguar quién podía estar ahí. Al momento, vi como su rostro se transformó; era una señal de que habían llegado antes que nosotros.
Dentro la Jirafa maldecía porque no daba con lo que buscaba.
- Kiril, busca bien, ¿estás seguro de que no hay nada?, no puede ser, busca, rebusca- gritaba ahora como una loca.
Era la señal de que teníamos que desaparecer de ahí y rezar para que no encontraran lo que nosotros veníamos a buscar. Seguro papá había encontrado un lugar perfecto para no dar con las pruebas. Teníamos que decidir qué hacer, ellos no iban a estar mucho más tiempo adentro y nosotros debíamos de actuar.
Ya de nuevo en la calle, y para nuestra sorpresa, el taxista nos esperaba.
- Vamos chicos, ustedes traman algo y yo quiero ser parte de esto, yo antes fui policía, y de los buenos. ¿Cuál es el próximo destino?, ¿a quién liberamos?- sin duda, nos iba a ser de gran ayuda este extraño taxista.
- Para la calle Hípica, seguro que vuestro padre permanece aún allá. Siendo ahora cuatro, y probablemente poca la vigilancia que tenga, podremos liberarlo y después con su ayuda buscamos a mis padres -apuntó Comesaña todo decidido.
De camino al piso comencé a repasar mentalmente la situación. Cuando Comesaña hablaba, que solía coincidir con sus apariciones en “momentos estelares”, todo cobraba sentido. Pero no lograba fiarme de él del todo. ¿Él había encontrado nuestro rastro y los del Twingo se habían ido sin más? ¿De dónde salía? ¿No se había quedado en la gasolinera cuando nuestros amigos armados nos obligaron a arrancar a punto de pistola? Ahora tenía claro que Félix no estaba allí por casualidad. Si de verdad sus padres estaban en una situación tan comprometida como el mío, él estaría actuando a la desesperada. Sería capaz de hacer o decir cualquier cosa. Pero, por otro lado, me resultaba difícil de creer que hubiese aparecido allí, sin más. Otra vez.
ResponderEliminarÉl sabía que se me daban bien las mates. (¿Herencia genética? ¿Rendido homenaje inconsciente a la memoria de mi madre?). No en vano, me había copiado montones de veces. ¿Y si el código que acabábamos de descifrar nos lo habían colado para llevarnos donde queríamos ir? ¿Y si también habían logrado engañar a mi hermana? Tenía cada vez más claro que Comesaña nos estaba mintiendo.
-Vamos por aquí, esta calle está más protegida-, dijo Sandra.
-Cierto. – contesté al vuelo.
No era cierto. Con el cambio de dirección íbamos a dar un rodeo tremendo hacia nuestro destino. Estaba claro que mi hermana pensaba exactamente lo mismo que yo. Quería ganar tiempo.
Por mi parte, y aunque en ese momento tenía la certeza de que Félix nos engañaba, recordaba muy bien mi infancia con Comesaña. Solía olvidar a mis amigos porque no me quedaba otra, pero él era distinto. Y también lo había sido el comportamiento de mi padre en Alicante respecto a él. Normalmente, vigilaba que no nos encariñáramos mucho con la gente. No solía dejarnos compartir fines de semana en casa de amigos, ni que los amigos vinieran a nuestra casa; no organizábamos tardes de familias, ni barbacoas… Nuestra relación con los colegas solía restringirse a los ratos de colegio o instituto, y poco más. Pero a él parecía verlo con buenos ojos.
Esta cuestión me hizo confiar en Comesaña más que todo lo que nos hubiera contado el propio Félix.
Miré a mi hermana de reojo. Iba pensativa. Le daba vueltas a sus propias finchas del puzle. Conociéndola, estaba comprobando cuáles podían encajar entre ellas, aunque fuera en el otro extremo del panel. Comesaña iba en medio de los dos, a ratos un poco desorientado, porque no conocía la dirección. A punto de doblar la última esquina hacia nuestro destino, Sandra y yo nos detuvimos súbitamente y nos miramos con la respuesta en los ojos. “SED LIBRES”. ¡Ambos acabábamos de recordar dónde habíamos oído esa frase antes! Y no era, precisamente, una coletilla anodina en el mensaje.
Agarramos a Félix de la ropa y le obligamos a acelerar el paso hacia la única dirección en que podíamos encontrar esa libertad. Una libertad muy, muy concreta.