Fue mi hermana la que reflexionó dentro de aquella locura y decidió que llamásemos a la policía, advirtiéndoles de que no debían anunciarse con sirenas o nuestro padre podría pagar las consecuencias. El taxista, que si no tuviera las manos al volante se hubiera frotado las manos de puro gusto de verse en otra igual, nos dijo que se llamaba Nico (de Nicodemo, ¿eh?), y que la carrera de esta noche nos salía gratis porque le estábamos dando argumento para una novela, porque él escribía novela negra cuando no estaba de servicio y en los ratos que estaba parado se tomaba sus apuntes. «Y celebro el 23 de abril como si fuera mi cumpleaños», concluyó.
El humor de Nico logró destensar el ambiente dentro del coche. Cuando llegamos al piso de la calle Hípica, la policía ya había entrado en el apartamento y liberado a mi padre, que solo estaba vigilado por un hombre. El reencuentro de los tres fue muy emotivo aunque casi teníamos miedo de abrazarle… ¡estaba tan delgado! Podíamos ver sus mejillas enflaquecidas y el temblor de sus manos.
Pero su voz sonaba tan autoritaria como siempre —militar hasta la muerte— cuando nos dijo, espantando sus propias lágrimas de un manotazo:
—Dejaos de lloriqueos, que hay que agarrar a esa furcia de Julia y a su amigo, ellos son los responsables de la muerte de vuestra madre.
—¡La cinta, papá! —dijo Sandra, entonces—. Están en el piso del Cuatro de Marzo, registrándolo… ¡van a encontrarla!
—Antes se helará el infierno —dijo mi padre—. Nunca hubo una cinta. Lo que necesitaba para inculparles lo he conseguido dejando que me secuestrasen, con la ayuda de mi cómplice, que les grababa —e hizo un ademán hacia el hombre que habían apresado—. Hoy, por fin, les he dicho lo del piso para poder escaparme, pero me habéis enviado ayuda antes.
Nico, el taxista, que había observado toda la escena desde la puerta, se atrevió a preguntar:
—Y digo yo, ¿me da permiso para utilizar esta historia para un relato?
Comesaña farfulló por lo bajo:
—Como si alguien se lo fuera a creer…
Autores:
GRUPO LITERARIO PARQUESOL
Armando Manrique Legido
Carmen Mínguez Sabater
Diego Irimia Sánchez
Gloria Martín Barredo
Mar Hernández Hernández
Rocío de Juan Romero
Yolanda Cantalapiedra Alonso
El humor de Nico logró destensar el ambiente dentro del coche. Cuando llegamos al piso de la calle Hípica, la policía ya había entrado en el apartamento y liberado a mi padre, que solo estaba vigilado por un hombre. El reencuentro de los tres fue muy emotivo aunque casi teníamos miedo de abrazarle… ¡estaba tan delgado! Podíamos ver sus mejillas enflaquecidas y el temblor de sus manos.
Pero su voz sonaba tan autoritaria como siempre —militar hasta la muerte— cuando nos dijo, espantando sus propias lágrimas de un manotazo:
—Dejaos de lloriqueos, que hay que agarrar a esa furcia de Julia y a su amigo, ellos son los responsables de la muerte de vuestra madre.
—¡La cinta, papá! —dijo Sandra, entonces—. Están en el piso del Cuatro de Marzo, registrándolo… ¡van a encontrarla!
—Antes se helará el infierno —dijo mi padre—. Nunca hubo una cinta. Lo que necesitaba para inculparles lo he conseguido dejando que me secuestrasen, con la ayuda de mi cómplice, que les grababa —e hizo un ademán hacia el hombre que habían apresado—. Hoy, por fin, les he dicho lo del piso para poder escaparme, pero me habéis enviado ayuda antes.
Nico, el taxista, que había observado toda la escena desde la puerta, se atrevió a preguntar:
—Y digo yo, ¿me da permiso para utilizar esta historia para un relato?
Comesaña farfulló por lo bajo:
—Como si alguien se lo fuera a creer…
Autores:
GRUPO LITERARIO PARQUESOL
Armando Manrique Legido
Carmen Mínguez Sabater
Diego Irimia Sánchez
Gloria Martín Barredo
Mar Hernández Hernández
Rocío de Juan Romero
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