“¿Y cómo va a hacerlo? ¿Conoce a alguna madre que quiera desprenderse de su hijo?
“Puedo ayudarle a aliviar su dolor pero no puedo hacer lo mismo con su curiosidad”--- Contestó Proaza. “Ahora toca descansar. Después de la suerte que he tenido hoy no quisiera que nada me la estropeara. Le espero mañana a las ocho de la mañana en la Plaza Mayor. Tenemos que concretar cuánto estaría dispuesto a pagar y cuándo sería la entrega”.
“En mi opinión deberíamos tratar los asuntos del encargo en un sitio privado, no público. No quiero arriesgarme ni lo más mínimo y me imagino que usted también querrá ser discreto. Mi casa está llena de gente y no estaríamos solos ni un minuto. ¿Qué le parece si quedamos en la suya?
“Bueno… Creo que tiene razón, un sitio público puede traernos grandes riesgos. Pásese por mi casa mañana a las nueve de la noche. –Proaza saca un papel del bolso del pantalón y se lo entrega al licenciado-.
“Muchas gracias. No sabe cuánto me ha ayudado. Hoy dormiré mejor que nunca.”- dijo el licenciado.
“Antes de que nos vayamos me gustaría saber cuál es su nombre. No acostumbro a hacer favores a desconocidos.”
“Perdóneme doctor, no suelo ser tan descortés. Mi nombre es Arturo Blanco”.
“Un placer, -contestó el doctor Proaza. Ahora ya podemos irnos”.
Mientras Arturo caminaba por las oscuras calles vallisoletanas hasta llegar a su hogar una voz familiar le recordó lo que estaba haciendo. Guzmán había esperado hasta el final de la partida en un callejón para poder hablar con Arturo y ahora quería saber si su trampa había funcionado.
“Buenas noches Arturo. -Le dijo con voz amistosa. Espero que el plan haya salido bien”.
“Buenas noches amigo Guzmán. La verdad es que no pudo haber salido mejor: el pez ha picado el anzuelo hasta el fondo”.
“Puedo ayudarle a aliviar su dolor pero no puedo hacer lo mismo con su curiosidad”--- Contestó Proaza. “Ahora toca descansar. Después de la suerte que he tenido hoy no quisiera que nada me la estropeara. Le espero mañana a las ocho de la mañana en la Plaza Mayor. Tenemos que concretar cuánto estaría dispuesto a pagar y cuándo sería la entrega”.
“En mi opinión deberíamos tratar los asuntos del encargo en un sitio privado, no público. No quiero arriesgarme ni lo más mínimo y me imagino que usted también querrá ser discreto. Mi casa está llena de gente y no estaríamos solos ni un minuto. ¿Qué le parece si quedamos en la suya?
“Bueno… Creo que tiene razón, un sitio público puede traernos grandes riesgos. Pásese por mi casa mañana a las nueve de la noche. –Proaza saca un papel del bolso del pantalón y se lo entrega al licenciado-.
“Muchas gracias. No sabe cuánto me ha ayudado. Hoy dormiré mejor que nunca.”- dijo el licenciado.
“Antes de que nos vayamos me gustaría saber cuál es su nombre. No acostumbro a hacer favores a desconocidos.”
“Perdóneme doctor, no suelo ser tan descortés. Mi nombre es Arturo Blanco”.
“Un placer, -contestó el doctor Proaza. Ahora ya podemos irnos”.
Mientras Arturo caminaba por las oscuras calles vallisoletanas hasta llegar a su hogar una voz familiar le recordó lo que estaba haciendo. Guzmán había esperado hasta el final de la partida en un callejón para poder hablar con Arturo y ahora quería saber si su trampa había funcionado.
“Buenas noches Arturo. -Le dijo con voz amistosa. Espero que el plan haya salido bien”.
“Buenas noches amigo Guzmán. La verdad es que no pudo haber salido mejor: el pez ha picado el anzuelo hasta el fondo”.
La narración de Catalina avanzaba semana tras semana en nuestros ya habituales viajes entre los dos extremos de la ciudad. Aquello no tenía ningún sentido y yo lo sabía. No le encontraba la lógica al hecho de encontrarme con aquella mujer cada vez que comenzaba mi habitual trayecto en autobús y que, inmediatamente, continuara el relato de Proaza en el mismo punto en el que lo había abandonado el día anterior.
ResponderEliminarEn cualquier caso, me había acostumbrado a ese serial y no estaba dispuesto a abandonarlo de repente. Quizás lo más sencillo hubiera sido presentarme ante la anciana y tratar de conocer por fin hacia dónde se dirigía la historia, cuál había sido el destino de su niño y quién era en realidad ese Proaza que deambulaba por el árbol genealógico de mi familia.
Supongo que sin ese detalle, todo habría sido diferente. Que la obsesión por zanjar aquel extraño episodio no me habría calado hasta tan hondo ni puesto en peligro mi vida sólo unos días más tarde. Que lo que Catalina le contaba con ese hipnótico tono a su compañera de viaje no acabaría teniendo más importancia para mí que las tontas historias que cualquiera de nosotros escuchaba en las colas de los supermercados.
Pero la imposible casualidad (¿o no tanto?) de reconocer el nombre del villano de su relato en aquella página con la que finalizaba el viaje a nuestros antepasados dinamitó mis expectativas. Confiaba en que la labor de investigación de mi hermana contara con las suficientes lagunas como para continuar obteniendo datos relacionados con ese Proaza.
Mientras esperaba al siguiente capítulo en el que conocería el resultado del engaño puesto en práctica por Guzmán y Arturo decidí buscar en el archivo municipal cualquier rastro que me sirviera para entender qué ocurría con aquella absurda historia. Apenas había puesto el pie en el interior del recinto cuando la figura que se presentó ante mí me hizo reconsiderar mi propósito inicial.
Arturo Blanco desdobló el papelillo que le había entregado Proaza. El galeno no parecía reparar en 'gastos'. El licenciado, hombre hábil en los negocios, reparó en la excelente idea del portugués: llevar papelillos con su nombre y dirección escritos –con una caligrafía perfecta, por cierto-. Así era fácil ofrecer sus servicios con discreción a cualquiera y en cualquier momento, como acababa de ocurrir, y además de impresionar al destinatario. La maniobra tenía también una parte de imprudencia. Con aquel billete escrito de puño y letra del médico se podría demostrar que había vinculaciones entre él y Arturo Guzmán, o al menos sembrar la duda, en el caso de que Proaza negara conocerle, cosa que sin duda ocurriría si el plan seguía su curso.
ResponderEliminarCon más esperanzas que dudas, Arturo Blanco se despidió de su querido amigo de la infancia, Guzmán. Entre la partida y la negociación la noche había ido avanzando y el lucero del alba confirmaba en qué medida. Arturo Blanco decidió asearse a fondo y cambiarse de camisa: cuanta mejor presencia demostrase, más inclinado se sentiría Proaza a no dudar de él.
El licenciado se dirigió hacia la dirección que había leído en el papel antes de aprendérsela de memoria y poner el billete a buen recaudo. Era una casa en la calle Esgueva. Se plantó ante el portón y dio dos aldabonazos bien firmes. Una criada le mandó pasar al despacho del médico, un lugar escrupulosamente limpio y ordenado, lleno de rollos y hatillos de manuscritos. En un armario, una sucesión de libros encuadernados.
-¿Le gusta alguno especialmente, licenciado? – interrumpió Proaza. Ese que contempla de Tomás Moro, Utopía, es realmente interesante.
-Lo he leído. Pero creía que usted se centraba en las enseñanzas médicas.
-Considero que aspirar a alcanzar metas superiores no corresponde a ninguna disciplina en concreto, y que nada debería interponerse en esas aspiraciones.
Hizo una pausa intencionada, cargada de misterio
-Por ejemplo, ¿qué no haría un buen amigo para que un alma querida encontrase la paz?
Ahora el misterio era más bien tensión.
-Tenga usted, Arturo blanco. Dele a su amigo Guzmán el documento de defunción de su vástago. Está firmado por mí y sellado. Y como vuelva a molestarme con una patraña como la de que su esposa quiere hijos, le denuncio.
El licenciado se quedó atónito. Y yo, sentado en el autobús, recordé repentinamente el documento que había visto en el cuaderno de mi hermana.
La ira se reflejaba en los ojos de Catalina mientras narraba como Proaza se había ofrecido a ayudar al licenciado. Sin ningún tipo de escrúpulo, el médico hablaba del robo de niños como si se tratara de un negocio cualquiera, sin reparar en el dolor que dejaba tras de sí.
ResponderEliminarNo podía dejar de pensar la desesperación que reflejaba la voz de aquella mujer. El dolor de una madre cuando le arrancan a un hijo de sus brazos es un sentimiento que no se olvida, y Catalina no había olvidado.
El pitido de un coche me devolvió a la realidad. No sé en que momento las dos mujeres abandonaron el autobús, pero su ausencia no me sorprendió. Estaba tan acostumbrado a las misteriosas desapariciones de aquellas dos pasajeras que aunque se hubieran vuelto invisibles delante de mis propios ojos no me hubiera extrañado en absoluto.
De vuelta en el siglo XXI, no podía dejar de pensar en toda aquella historia y la relación que tenía conmigo.
De entre todas las personas que diariamente utilizan el transporte urbano ¿por qué tenía que ser yo el espectador de ese infeliz testimonio? ¿Esperaban algo de mí? ¿Acaso el nombre de Proaza en mi árbol genealógico tenía una relación directa con la desaparición del hijo de Catalina?
Todas esas preguntas llevaban semanas resonando en mi cabeza, semanas en las que una intensa lucha interna se había producido en mi interior.
Una parte de mí deseaba no volver a subir al autobús y alejarse por completo de la voz cervantina de aquella mujer y de su historia. Pero otra parte, y no sabía lo fuerte que podía llegar a ser, se veía arrastrada a sumergirse de lleno en la desaparición del hijo de Catalina.
Finalmente, decidí dejar de ser un simple espectador en la triste narración de Catalina y me dispuse a actuar. Con paso firme bajé del autobús para dirigirme a la biblioteca de la Universidad.
El plan iba ya dando sus primeros frutos, todo hasta el momento estaba yendo sobre ruedas. Yo, del otro lado en el tiempo y en el espacio, seguía una historia que no terminaba de creer.
ResponderEliminarYa me había hecho un adicto a los paseos en bus, y quienes me vieran a menudo podrían pensar que sería un inspector disfrazado controlando horarios o cualquier cosa por el estilo, sentado casi siempre atrás en el mismo sitio, con cara de circunstancia por el hecho de estar afinando mis odios a las narraciones de las ya amigas.
Yo no me percataba de nada más. Pasaban los días y ya no eran sólo los domingos que las encontraba en el autobús; la historia iba tornándose cada vez más interesante, por unos derroteros que la convertían en algo especial y que hacían que formara casi parte de ella.
Desde el suceso de la casa de mi hermana, adonde no he vuelto desde entonces más por miedo a confirmar lo que pareciera un presagio que otra cosa, sólo he querido seguir el ritmo y sabor de los acontecimientos. Si hay algo de cierto en la historia que las dos señoras cuentan en el autobús, con ella y sus desenlaces se confirmará o no lo que no quiero que en realidad suceda.
Pero por tonto que lo parezca, quiero enfrentarme a la realidad, aunque por otro me torturo con la historia y sus episodios. Ya he olvidado la paranoia de los inicios, ahora debo estar loco sin duda por creerme lo que creo ver y escuchar en el autobús.
- Hola amiguito, hermanito del alma. ¿Por qué no has vuelto a casa este domingo pasado, ni atiendes mis llamadas?. Creo que nunca habías faltado a esas citas y mamá sólo preguntaba por ti. Bueno tú sabrás, pero al menos llama. Quería decirte que he descubierto algo más de ese apellido Proaza.
Mi hermana había subido al autobús, donde rara vez me topaba con ella, no recuerdo ni tan siquiera la última. No paraba de hablar a medida que mi cara cambiaba de color y escuchaba lo que había descubierto.
- ¿Hermanito te pasa algo?, te veo pálido.
“¿Qué le ha dicho exactamente? –Le preguntó Guzmán al licenciado.
ResponderEliminar“Hemos quedado en vernos mañana en su hogar. Ahora conviene pensar cómo vamos a conseguir pruebas de su delito. El doctor Proaza es un caballero astuto y no será fácil engañarlo”.
“Todo hombre, por inteligente que sea, comete errores. El doctor cometerá alguno, estoy seguro”. – Contestó Guzmán. Aunque Proaza fuera un tipo inteligente Guzmán tenía la esperanza de que tarde o temprano sus ansias le jugaran una mala pasada, dejando alguno de sus pasos al descubierto.
“Tienes razón. Ahora, amigo Guzmán has de hablar con tu mujer Catalina. Ella debe enterarse de la cita de mañana con el doctor porque tendrá que intervenir en nuestro plan. – Arturo se para en seco, mira a su alrededor y después continúa hablando. “Mañana le entregaré a Proaza unos documentos en los que tendrá que plasmar su firma como condición de nuestro trato. Le diré que él debe establecer el precio, pues éste hecho podremos utilizarlo como argumento en nuestra defensa. Es mejor no inducirle a nada, sino que él lleve la iniciativa”.
“Estoy totalmente de acuerdo, pero no quiero que Catalina corra ningún riesgo. Prefiero mantenerla al margen de todo lo que pueda suponer para ella un peligro. Ya he perdido a mi hijo y no quisiera tener que soportar también la muerte de mi amada. Tendremos que pensar en otra persona que realice el papel de mi mujer”. –Guzmán mira a una esquina de la calle donde una mujer llora desconsolada. “Creo que la suerte está de nuestra parte”.
“¿Estás pensando en ofrecerle a esa mujer un pequeño trabajo?”.
“Creo que podría funcionar”.-Contestó Guzmán. “Si la vestimos como una dama no despertará sospechas”.
“Entonces esa será mi supuesta esposa”. – Arturo mira a Guzmán y sonríe. “Pensé que nunca volvería a disfrutar de la compañía de una mujer tras la muerte de Julia.
Guzmán y Arturo se dirigen al otro lado de la calle y comienzan a charlar con la mujer desconocida.