viernes, 21 de marzo de 2014


Pasaron algunos segundos hasta que por fin oí el sonido de una llave dando hasta cuatro vueltas para abrir la puerta. Esa era una de tantas manías heredadas, que no se había acomodado en mí de una manera natural, sino como una opción inapelable. Los instantes me parecieron una eternidad, un reloj de arena cuyas partículas no caen por el efecto de la gravedad, sino que se mantienen suspendidas en el espacio hasta acomodarse con suavidad en el fondo. Al verme, el semblante de Valeria, el ama de llaves, mutó de un estado que podría definirse entre el tedio y el cansancio a una sonrisa de alegría.

—¡Niña, qué sorpresa!

Aquella mujer de pelo cano y espaldas anchas me seguía llamando niña a pesar de haber superado la treintena hace ya un par de años. Era lógico, estaba allí cuando yo nací y también cuando me marché. De hecho, a veces he sospechado que brotó de los propios ladrillos de la casa, como un árbol que germina de manera espontánea en el campo. Incluso guardaba cierta similitud con el edificio. Ojos grandes, como las ventanas, piernas fuertes como los cimientos y una piel muy blanca al igual que la fachada. Extendió los brazos y me dio un caluroso abrazo.

—Yo también me alegro de verte. ¿Está mi madre? ¿Y Juan?

—Debe de seguir acostada, no sé si se habrá despertado. Voy a avisarla. Tu hermano se fue a trabajar hace ya un rato y no creo que vuelva hasta bien entrada la tarde.

Me senté en una silla del vestíbulo a esperar e intenté poner la mente en blanco. Aquel lugar me traía recuerdos que jamás podría borrar y que me hicieron huir de allí demasiado joven. Creí que Carlos era mi príncipe azul y que gracias a él escapaba del dragón y del castillo montada en un bello corcel blanco. El problema es que, al contrario que en los cuentos, se volvió rana.

Metí de nuevo la mano en el bolsillo izquierdo para comprobar que todo seguía en su sitio, tanto el anillo como el USB. En las películas siempre aseguran que la información es poder y a mí siempre me gustó la frase: “la realidad supera con creces la ficción”. Parte de su contenido ya lo había utilizado antes de emprender el viaje, aunque aún no había cumplido su cometido y las consecuencias tardarían por lo menos unas horas en aparecer. Quizá estaba aún a tiempo de pararlo pero no tenía ni la más mínima intención de hacerlo. Pasos atrás ni para coger impulso. Quién me ha visto y quién me ve. El resto era un plan B por si las cosas se torcían. Sin duda, el cine negro había causado buena mella en mí.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:34 3 continuaciones finalistas

3 comentarios:

  1. Hacia el pasillo ya podía oírse el molesto taconeo de las zapatillas de Valeria acercándose al vestíbulo, yo saqué mi mano del bolsillo y simulé rascarme la cabeza casi con un impulso frenético como quien esconde su culpa mientras maquina un plan maestro que no ha de ser divulgado.
    Afuera los árboles se mecían silenciosos y era realmente imposible mantener la mente en blanco mientras miraba la pradera del gran jardín que se encontraba más seca y abandonada de lo que podía recordar cuando jugaba allí años atrás. La decoración no distaba mucho de mi recuerdo, amplias sillas rojizas por el vestíbulo, un par de cuadros de Juan colgados en la pared y el papel de colgadura color crema sobre los muros del pasillo que recordaron mis viejos juegos correteando a mi perro por la gran casa. En esas divagaciones oí al fondo el campaneo del reloj pendular que miraba como hipnotizada cuando niña como para detener el tiempo que siempre se me escapaba, me perseguía afanoso gritándome: “ya es tu hora, ya es tu hora”. Quise pararme de la silla y enfrentarlo, observarlo de nuevo por horas, pero no lo hice. Recordé la razón por la cual había ido. No lo podía echar a perder.
    Valeria se acercó de nuevo y sonrió.
    -Podrás subir a hablarle en unos minutos, la criada la está preparando, como sabes su enfermedad la imposibilita cada día más, ya ni camina niña, pero se ha alegrado de que estés acá.
    Mientras me hablaba observé las comisuras de sus ojos apagadas por la inexorable vejez. Ha pasado el tiempo, pensé mientras ella continuaba hablando de mi madre, pero yo ya estaba demasiado lejos, me encontraba en mi pasado, en las sopas amarillentas servidas en vajilla de flores, en el misterioso bosque circundante del hogar, en los primero amoríos que tuve con un jovencito de la mansión “Tourneville” a cinco kilómetros de allí. Pensé también en Carlos y en el tiempo perdido, en sus manos fuertes, en su maldito rostro. ¿Cuánto más alargaría el desenlace de mis nuevos designios?
    Volví en sí. Valeria aún se encontraba frente a mí, quizá notó que me hallaba perdida en mis pensamientos y dijo suspirando:
    - Le traeré agua, debe haber sido un largo viaje.
    Guardé silencio y asentí. Pude notar sin embargo que me miraba como si supiera, como si entendiera, como si estuviera poseída por una complicidad insospechada, casi secreta.

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  2. Mientras aguardaba impaciente el encuentro con mi madre, mi mente fue asaltada por una maraña de imágenes que acudían una y otra vez a mi memoria. Poco a poco, empecé a notar de nuevo aquel malestar que absorbía mi salud cuando era tan sólo una adolescente. Era evidente que aquel lugar jamás había sido mi hogar, y esto se hacía evidente cuando después de algunos días de estar ingresada en la residencia psiquiátrica, sanaba. Tardé mucho tiempo en entender por qué en la comarca era conocida nuestra casa como “El Nido”. Los míos la apodaban “El Refugio” porque dentro de aquellas inmundas paredes ellos se sentían protegidos de miradas que, en un futuro, pudieran ser acusadoras. Durante algunos años también fue un refugio para mí, un refugio lleno de tiernas promesas y cándidas creencias. Las promesas pasaron a ser coacciones mientras las creencias desaparecían engullidas por aquel hipócrita entorno que me envolvía.
    No me di cuenta que Valeria había regresado hasta que ésta me tocó el hombro.
    —Señorita, venga conmigo a la cocina y la preparo un desayuno.
    —Gracias, pero no tengo tiempo. ¿Está mi madre?
    —Sí, enseguida baja.
    Me levanté de un brinco y subí los escalones de dos en dos. Cuando llegué al último peldaño giré a la derecha y sin llamar con los nudillos, abrí la puerta que estaba al fondo del pasillo.
    —Tan impulsiva como siempre —fue el saludo de mi madre al verme entrar—. No te ha dicho Valeria que yo no recibo visitas hasta que me ducho y tomo un par de cafés.
    —Madre, esto se acabó.
    —No son horas para que vengas contándome tus problemas. Bastante tengo yo con los míos.
    —Madre, esto se acabó. Tengo las pruebas —grité mientras la mostraba la USB que acababa de sacar del bolsillo.
    Se dirigió a mí con la mano levantada. Cerré los ojos pensando que otra vez iba a pegarme como hacía cuando yo era pequeña y decía una verdad que ella consideraba que debía de haber callado, pero no, esta vez tan sólo me tapó la boca.
    — ¿Te has vuelto loca? —me dijo en un susurro apenas audible—. Voy a cerrar la puerta. No digas nada más hasta que lo haga.
    Antes de echar el pestillo, miró afuera, a ambos lados del pasillo.
    —Casi seguro que te han oído. Con lo que acabas de decir te has dibujado una diana en el pecho.
    —Me ha oído ¿quién?, madre. ¿A quién proteges?
    —Te protejo a ti. Por eso insistí tanto para que te casaras, pero tú has decidido desafiarnos a todos.
    —Pero, ¿de qué me estás hablando? —pregunté—. ¿Qué es eso que tienes en la cómoda?

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  3. De momento, allí sentada, tan quietecita, podía pasar por un mueble o un objeto decorativo; algo que me recordaba lo que había sido para Carlos, aparte de cosas menos amables.
    No creo en lo de que no hay mal que por bien no venga, pero en mi caso sí se aproximó. La consideración que él me tenía le llevaba a no tener ninguna precaución conmigo, la tonta de su mujer.
    Cuando se sentaba a trabajar en el ordenador, yo me ponía tras él y le masajeaba la espalda; algo que sin duda le hacia creer que yo bebía los vientos por él, pero yo llevaba ya un buen tiempo trabajando en mi particular teatro, preparando la escena final.
    Me sabía la contraseña y todas las entradas de interés. Aunque el correo era más que suficiente, también podía descifrar siglas y conversaciones en clave.
    Mamá tardó bastante en llegar. Ella no es de las que salen en batín aunque solo sea para recibir a su hija. Ya venía hasta maquillada, y en exceso, con ese perfume dulzón que se olía a varios metros.
    - ¿Qué pasa Alba? –me dijo con su engolada voz- ¿Te has caído de la cama?
    No era una broma simpática sino su manera de decirme que porqué le molestaba a horas tan tempranas y sin avisar previamente.
    Pero esa vez no me iba a dejar achicar como tantas otras.
    - Vaya mamá, ya veo que te alegras de verme –dije un tanto altanera.
    Sin más comentarios me propuso pasar al salón, pero le dije que estábamos bien ahí, que solo serían unos minutos.
    Le resumí la información de la que era poseedora, de la que ya había hecho uso y de la que todavía no. Le hice ver que de momento, Juan, podía estar tranquilo, pero que a Carlos le traería algún problemilla, nada de lo que no pudiera salir ileso, pero que le haría ver mis intenciones y posibilidades.
    - Simplemente dile a Juan que hable con Carlos, porque yo no pienso hacerlo nunca más, y que le de esta cifra y esta cuenta –concluí.
    - Esto parece un chantaje –dijo bien enfadada.
    - Pero no lo es, es una indemnización por todo lo que he pasado. Solo es lo que necesito para iniciar una nueva vida lejos de todo lo pretérito, o sea, de vosotros.
    - ¡Eres una ingrata! – empezaba a salir la auténtica fiera, esa que tantas veces se había encarado a mí.
    - ¡Que sabrás tú de lo que yo tengo que dar gracias! ¿Quieres que agradezca la humillación y los malos tratos? ¿La falta de cariño y apoyo de mi familia?
    Las últimas palabras ya me salieron dándole la espalda.
    Mientras me alejaba creía que todavía le escucharía algo más, pero no, debía estar yendo a llamar a Juan, su niño, su precioso niño.
    Me sentía satisfecha, y la sonrisa me brotaba como un reflejo primario cuando puse la radio del coche para ver si ya empezaba a saltar la liebre.

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