Mientras aguardaba impaciente el encuentro con mi madre, mi mente fue asaltada por una maraña de imágenes que acudían una y otra vez a mi memoria. Poco a poco, empecé a notar de nuevo aquel malestar que absorbía mi salud cuando era tan sólo una adolescente. Era evidente que aquel lugar jamás había sido mi hogar, y esto se hacía evidente cuando después de algunos días de estar ingresada en la residencia psiquiátrica, sanaba. Tardé mucho tiempo en entender por qué en la comarca era conocida nuestra casa como “El Nido”. Los míos la apodaban “El Refugio” porque dentro de aquellas inmundas paredes ellos se sentían protegidos de miradas que, en un futuro, pudieran ser acusadoras. Durante algunos años también fue un refugio para mí, un refugio lleno de tiernas promesas y cándidas creencias. Las promesas pasaron a ser coacciones mientras las creencias desaparecían engullidas por aquel hipócrita entorno que me envolvía.
No me di cuenta de que Valeria había regresado hasta que ésta me tocó el hombro.
—Señorita, venga conmigo a la cocina y la preparo un desayuno.
—Gracias, pero no tengo tiempo. ¿Está mi madre?
—Sí, enseguida baja.
Me levanté de un brinco y subí los escalones de dos en dos. Cuando llegué al último peldaño giré a la derecha y sin llamar con los nudillos, abrí la puerta que estaba al fondo del pasillo.
—Tan impulsiva como siempre —fue el saludo de mi madre al verme entrar—. No te ha dicho Valeria que yo no recibo visitas hasta que me ducho y tomo un par de cafés.
—Madre, esto se acabó.
—No son horas para que vengas contándome tus problemas. Bastante tengo yo con los míos.
—Madre, esto se acabó. Tengo las pruebas —grité mientras la mostraba la USB que acababa de sacar del bolsillo.
Se dirigió a mí con la mano levantada. Cerré los ojos pensando que otra vez iba a pegarme como hacía cuando yo era pequeña y decía una verdad que ella consideraba que debía de haber callado, pero no, esta vez tan sólo me tapó la boca.
— ¿Te has vuelto loca? —me dijo en un susurro apenas audible—. Voy a cerrar la puerta. No digas nada más hasta que lo haga.
Antes de echar el pestillo, miró afuera, a ambos lados del pasillo.
—Casi seguro que te han oído. Con lo que acabas de decir te has dibujado una diana en el pecho.
—Me ha oído ¿quién?, madre. ¿A quién proteges?
—Te protejo a ti. Por eso insistí tanto para que te casaras, pero tú has decidido desafiarnos a todos.
—Pero, ¿de qué me estás hablando? —pregunté—. ¿Qué es eso que tienes en la cómoda?
No me di cuenta de que Valeria había regresado hasta que ésta me tocó el hombro.
—Señorita, venga conmigo a la cocina y la preparo un desayuno.
—Gracias, pero no tengo tiempo. ¿Está mi madre?
—Sí, enseguida baja.
Me levanté de un brinco y subí los escalones de dos en dos. Cuando llegué al último peldaño giré a la derecha y sin llamar con los nudillos, abrí la puerta que estaba al fondo del pasillo.
—Tan impulsiva como siempre —fue el saludo de mi madre al verme entrar—. No te ha dicho Valeria que yo no recibo visitas hasta que me ducho y tomo un par de cafés.
—Madre, esto se acabó.
—No son horas para que vengas contándome tus problemas. Bastante tengo yo con los míos.
—Madre, esto se acabó. Tengo las pruebas —grité mientras la mostraba la USB que acababa de sacar del bolsillo.
Se dirigió a mí con la mano levantada. Cerré los ojos pensando que otra vez iba a pegarme como hacía cuando yo era pequeña y decía una verdad que ella consideraba que debía de haber callado, pero no, esta vez tan sólo me tapó la boca.
— ¿Te has vuelto loca? —me dijo en un susurro apenas audible—. Voy a cerrar la puerta. No digas nada más hasta que lo haga.
Antes de echar el pestillo, miró afuera, a ambos lados del pasillo.
—Casi seguro que te han oído. Con lo que acabas de decir te has dibujado una diana en el pecho.
—Me ha oído ¿quién?, madre. ¿A quién proteges?
—Te protejo a ti. Por eso insistí tanto para que te casaras, pero tú has decidido desafiarnos a todos.
—Pero, ¿de qué me estás hablando? —pregunté—. ¿Qué es eso que tienes en la cómoda?
-Nada, no es nada. Mira que eres entrometida también, no has cambiado nada, al contrario cada vez más. Vamos, mejor vamos ya a desayunar, necesito rápido tomarme el primer café bien cargado de la mañana, ya me duele la cabeza y apenas ha empezado el día.
ResponderEliminar- Pero mamá no rehúyas la conversación, y eso que has guardado era…, una pistola, ¿dime por qué andas con un arma? ¿Mamá qué me ocultas?
Continué bombardeándola a preguntas, con un tono cada vez más alto y muy nerviosa, jamás había visto un arma en mi vida. Su respuesta no pudo ser otra mejor que una bofetada, esta vez sí, pues sirvió para callarme y calmarme un poco.
- Hija, perdóname no me has dejado otra opción. Te repito que te has dibujado una diana en el pecho hija mía. Parece que no lo ves todavía, déjame llevar el asunto, dame tiempo, será rápido no te preocupes, tú no te precipites.
- Pero mamá por favor, - le decía ahora llorando-, es qué cada vez lo entiendo menos. ¿Me quieres explicar por qué me tengo que ...
Me volvió a tapar la boca por segunda vez antes de que terminara la pregunta, esta vez con más fuerza, a la vez que me decía que no continuáramos hablando ahí, que se vestiría rápido para llevarme a un lugar cerca de la casa que respondería a todas mis preguntas.
Quedé casi paralizada pues esperaba otra bofetada, y del todo quedé cuando veo que saca la pistola de donde la había guardado y la introduce en su bolso. Al final apenas se puso la bata de estar en casa encima del pijama y me agarró fuerte de la mano, abrió con cuidado la puerta de la habitación, volviendo a mirar a ambos lados del pasillo para asegurarse de que no había nadie. Salimos a paso acelerado hacía la puerta de atrás de la casa. Yo estaba asustada, no tenía idea de adónde íbamos y me dejaba casi arrastrar cogida de su mano, que cada vez apretaba más fuerte la mía.
- Mamá,- le decía de nuevo llorando ya fuera de la casa-. ¿Dónde vamos?, estoy asustada, ¿por qué llevas el arma contigo?, ¿no iremos a matar a alguien?- terminé parándome del todo que casi la hace caer.
Ella reaccionó agarrándome ahora fuertemente del brazo para tirar de mí, lo que me producía dolor, y volviendo a decir algo que me confundió todavía más.
- Por eso insistí tanto que te casaras. Pobre Carlos, él no tiene culpa ninguna de todo esto y al final va a pagar tanto o más como nosotros.
El huesudo dedo índice de mi madre hizo un gesto dictatorial para que me sentara en un butacón mientras ella seguía rebuscando en aquel viejo mueble. Preferí tumbarme en la cama. Un repentino mareo había dibujado manchas de colores frente a mis ojos y habría caído en redondo de no haber tenido los reflejos de ponerme en posición horizontal. Volvía a pasar. Mis impulsos habían tomado el mando y el cerebro se había colocado en modo off. Después de jurar que iba a llevar a cabo mis planes sin anunciarlos y de proponerme no utilizar el USB si no era imprescindible, había sido poner un pie en aquella casa y, en cuestión de minutos, hacer todo lo contrario.
ResponderEliminar—Madre, ¿puedes decirme qué estás buscando?
—El medallón viejo de la abuela. Lleva décadas escondido en esta antigualla y se me ha olvidado dónde está el resorte.
—¿Qué resorte? ¿Para qué quieres eso ahora?
—¿Tú crees que habría guardado una cosa tan fea durante tantos años si no tuviera alguna utilidad? Está cómoda la encargó hacer mi madre hace más de medio siglo y tiene un cajón secreto. Estoy convencida de que se acciona apretando algún punto del fondo de un cajón, pero con tanto cachivache por todas partes no hay forma de encontrarlo.
La mujer no cejaba en su empeño y repetía las mismas acciones una y otra vez. Abría un cajón, sacaba algunas carpetas con papeles y metía la mano. Sacaba un joyero y volvía a meter la mano. Después, algo de ropa interior y de nuevo los dedos sonaban dando golpes en la madera. Cerraba el cajón y la misma rutina con el siguiente. Yo no comprendía su obsesión con aquel objeto, pero me estaba subiendo la tensión intentando entender qué querría decir el comentario sobre una diana en el pecho.
—Madre, ¿por qué has dicho que estoy en peligro? ¿Puedes dejar eso y hacerme caso?
—Eso, como tú lo llamas, es nuestro seguro de vida.
Unos golpes secos sobre la puerta fueron el preludio de la dulce voz de Valeria.
—¿Por qué están encerradas? ¿Se encuentran bien? ¿Me pueden abrir?
Me puse en pie dispuesta a hacer caso a aquellas palabras, pero mi madre me cogió del brazo antes de dar siquiera el segundo paso.
—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?
—Creo que estás paranoica.
—Préstame atención y graba esta frase en tu cabeza: a partir de ahora, no te fíes de nadie.
—Estamos hablando de Valeria.
—Lo sé. Y lo mantengo. Nadie es nadie. Y eso incluye a Valeria.
—¿Y cuál es la estrategia? ¿Quedarnos aquí para siempre?
—Estoy sopesando las opciones. Podemos salir fuera, disimular y esperar la oportunidad o escapar de otra manera. Pero necesito el medallón. Entretanto, ¿serías tan amable de explicarme qué contiene exactamente el USB y qué tenías pensado hacer con él?
Mi madre se acercó nuevamente hacia la puerta y tras un sucinto silencio, se giró lentamente y me lanzó una mirada desafiante.
ResponderEliminar- Siempre fuiste muy curiosa, princesa. Tu hermano Juan, sin embargo, ha sido el adalid de la prudencia. La culpa de todo la tuvo tu padre, que te hizo una niña consentida y caprichosa.
- ¡No mezcles a papá en este asunto! – grité encolerizada. No soportaba que mi madre criticase al hombre que más había admirado y querido al unísono en vida. -El no habría consentido que todo esto ocurriera. Si hubiese sospechado siquiera algo, tal vez… o puede que sí recelase…
- Ni se te ocurra seguir…- me atajó mi madre a modo de advertencia.
- Y quizás por eso… - mi expresión retadora terminó por culminar la palabra que se me atragantaba en la garganta- desapareció…
El bofetón me pilló de improviso. Aquella mano cuidada a conciencia en reconocidos salones de belleza, pero vilmente traicionada por las manchas que los años iban depositando en su dorso, impactó súbitamente en mi cara. Sentí unas ganas imperiosas de llorar, como tantas veces hiciese de pequeña, pero había tomado la firme decisión de no derramar ni una sola lágrima y no iba a traicionar mis firmes principios recién adoptados.
- ¿De dónde lo has sacado, madre? – balbuceé con la voz quebrada, dirigiendo de nuevo mi mirada al objeto de la cómoda.
- Toda la vida me has subestimado, mi niña. He tratado de cuidar de ti, busqué lo mejor para tu futuro, pero intuía que todo aquello no te satisfaría. Comprende que me protegiera la retaguardia.
Algo más serena, mi madre se percató del desaliñado estado en el que me había presentado en su casa. La advertí intrigada, pero fue incapaz de preguntarme nada al respecto.
- ¿Y Carlos?- inquirió en cambio con gesto displicente.
Fui incapaz de sostener su mirada. Conocía el aprecio que mi madre le tenía a aquel embaucador de iris azabache. Acababa de confesar que ella había buscado denodadamente mi matrimonio. Quise estamparle la noticia en su semblante huérfano de maquillaje, pero aquella mujer aún me imponía el respeto que tan férreamente fraguó en mi infancia.
- ¿Quién más lo sabe?- contraatacó ante mi mutismo.
- Dentro de unas horas, todo aquel que quiera acceder a ello.
- Insensata. Acabas de cavar tu propia tumba.
De pronto, unos golpes en la puerta de la habitación nos sobresaltaron. Ambas sabíamos que se trataba de Valeria. La ferviente sirvienta, fiel a sus manías, tenía una peculiar manera de llamar a las puertas, con sus cuatro toques acompasados. Pese a ello, como prevención, mi madre me hizo un gesto con el dedo índice para que guardase silencio.
- ¿Sí?
- Señora, abra, por favor. Creo que debería ver algo.-suplicó servilmente Valeria.
- Lo siento, Valeria, no estoy presentable.
- Se lo ruego, señora, no la molestaría si no fuese importante.
No llegué a tiempo de impedir que mi madre descorriese el pestillo.