El huesudo dedo índice de mi madre hizo un gesto dictatorial para que me sentara en un butacón mientras ella seguía rebuscando en aquel viejo mueble. Preferí tumbarme en la cama. Un repentino mareo había dibujado manchas de colores frente a mis ojos y habría caído en redondo de no haber tenido los reflejos de ponerme en posición horizontal. Volvía a pasar. Mis impulsos habían tomado el mando y el cerebro se había colocado en modo off. Después de jurar que iba a llevar a cabo mis planes sin anunciarlos y de proponerme no utilizar el USB si no era imprescindible, había sido poner un pie en aquella casa y, en cuestión de minutos, hacer todo lo contrario.
—Madre, ¿puedes decirme qué estás buscando?
—El medallón viejo de la abuela. Lleva décadas escondido en esta antigualla y se me ha olvidado dónde está el resorte.
—¿Qué resorte? ¿Para qué quieres eso ahora?
—¿Tú crees que habría guardado una cosa tan fea durante tantos años si no tuviera alguna utilidad? Está cómoda la encargó hacer mi madre hace más de medio siglo y tiene un cajón secreto. Estoy convencida de que se acciona apretando algún punto del fondo de un cajón, pero con tanto cachivache por todas partes no hay forma de encontrarlo.
La mujer no cejaba en su empeño y repetía las mismas acciones una y otra vez. Abría un cajón, sacaba algunas carpetas con papeles y metía la mano. Sacaba un joyero y volvía a meter la mano. Después, algo de ropa interior y de nuevo los dedos sonaban dando golpes en la madera. Cerraba el cajón y la misma rutina con el siguiente. Yo no comprendía su obsesión con aquel objeto, pero me estaba subiendo la tensión intentando entender qué querría decir el comentario sobre una diana en el pecho.
—Madre, ¿por qué has dicho que estoy en peligro? ¿Puedes dejar eso y hacerme caso?
—Eso, como tú lo llamas, es nuestro seguro de vida.
Unos golpes secos sobre la puerta fueron el preludio de la dulce voz de Valeria.
—¿Por qué están encerradas? ¿Se encuentran bien? ¿Me pueden abrir?
Me puse en pie dispuesta a hacer caso a aquellas palabras, pero mi madre me cogió del brazo antes de dar siquiera el segundo paso.
—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?
—Creo que estás paranoica.
—Préstame atención y graba esta frase en tu cabeza: a partir de ahora, no te fíes de nadie.
—Estamos hablando de Valeria.
—Lo sé. Y lo mantengo. Nadie es nadie. Y eso incluye a Valeria.
—¿Y cuál es la estrategia? ¿Quedarnos aquí para siempre?
—Estoy sopesando las opciones. Podemos salir fuera, disimular y esperar la oportunidad o escapar de otra manera. Pero necesito el medallón. Entretanto, ¿serías tan amable de explicarme qué contiene exactamente el USB y qué tenías pensado hacer con él?
La voz de Valeria continuaba sonando al otro lado de la puerta.
ResponderEliminar—No te preocupes Valeria, mi hija y yo estamos teniendo una conversación familiar. ¿Qué tal si vas a preparar unas tostadas?
—Muy bien señora. Si pasa algo o necesitan alguna cosa, ya sabe que puede confiar en mí.
—Muchas gracias. Con las tostadas será suficiente.
Los pasos del ama de llaves se fueron diluyendo hasta que el silencio se hizo dueño del momento.
—Parece que estamos solas, aunque no creo que por mucho tiempo. ¿Vas a contestar a mi pregunta?
—Hay dos carpetas. La primera son fotos de Carlos con sus amantes, por lo menos con las que he localizado. Estará a punto de llegarle el e-mail que dejé programado antes de salir. Esto de haber crecido con obsesivos alrededor ha servido para algo. Le expongo las condiciones del divorcio si no quiere que salgan a la luz. Y créeme, no le interesa. Algunas de esas mujeres son esposas de personas influyentes.
Mi madre dejó su labor durante un instante al escuchar aquellas palabras.
—¿Vas a divorciarte de Carlos?
—¿No has oído nada de lo que te he contado? ¡Tengo más cuernos que una manada de reses bravas!
—En fin, no hay tiempo para hablar bien de este tema—dijo, mientras volvía a su labor.—¿Y la segunda carpeta?
—Esa información confío en no tener que utilizarla, aunque creo que te harás una idea de por dónde van los tiros. Sí, madre, cómo ya imaginarás esa carpeta contiene…
El chirrido de un compartimento que se abría después de un largo tiempo aletargado me interrumpió.
—¡Aquí está!
Mi madre sacó de aquel rincón oculto un medallón grande de color pajizo con piedras incrustadas rojas y azules. Sopló sobre él para arrastrar los vestigios del tiempo convertidos en polvo y después comenzó a frotarlo y moverlo de forma extraña, como si fuera un puzle.
—Creo que empiezo a entenderte—dije yo, convencida de que mi progenitora estaba mal de la cabeza—. Los que me han escuchado son fantasmas y ese amuleto nos protegerá de ellos.
—¡No digas sandeces! ¡El peligro es de carne y hueso! Este medallón es hueco por dentro y tiene un mecanismo especial. Lo que me interesa está en el interior.
Los dedos de mi madre se movían raudos y elegantes al mismo tiempo. Me di cuenta de que siempre tuvo unas manos cuidadas y maravillosas, porque decía que se podía conocer a cualquiera a través de ellas. De repente se oyó un clic y aquel objeto se abrió dejando al descubierto su secreto.
Desconcertada, estaba a punto de confesar mis intenciones y relatar, contraria a mi voluntad, el contenido del USB, cuando retumbaron de nuevo los golpes en la puerta, esta vez con mayor contundencia.
ResponderEliminar- ¡Señora, abra por favor! – gritó Valeria, exenta de la dulzura emanada en sus primeras preocupaciones.– ¡Voy a llamar inmediatamente al señorito Juan!
Fue el ínterin justo para que pudiera recapacitar y retomar la senda de la firme convicción que me había conducido hasta allí. No, aún no era el momento de desvelar el contenido de la memoria, y debía mantenerme imperturbable pese a la insistencia de mi madre.
- Todo a su tiempo. Antes quiero que me expliques qué es lo que está pasando aquí.- respondí manteniendo fija mi mirada ante sus coléricos ojos grisáceos.
- ¡Sigues siendo una niña mimada, caprichosa y consentida!- gritó aporreando con fuerza la cómoda con el puño derecho.
Justo en aquel instante, oímos un leve sonido metálico, y en el último cajón de la cómoda, aún abierto tras la última inspección, se precipitó rodando un objeto ovalado dorado al que iba adosado una cadena de la misma tonalidad áurea. Ambas quedamos perplejas ante el azaroso desenlace.
- Bendita seas, mi niña.- dijo mi madre, al tiempo que se agachaba y recogía el medallón del cajón inferior.
De soslayo pude ver cómo abría el medallón, en cuyo interior me pareció apreciar una pequeña llave, el tiempo justo antes de que mi madre volviera a cerrarlo.
- ¿Qué tiene ese medallón de especial, mamá?- quise saber, disimulando no haber visto nada.
- Ya te lo he dicho antes, es la llave de nuestra salvación.
Tras la puerta, se escucharon pasos apresurados por el pasillo.
- Vamos, necesitamos salir de aquí. Tenemos el tiempo justo antes de que vuelva.
- ¿Cómo, mamá? Valeria puede que siga ahí fuera. Estamos en la segunda planta, a una altura considerable, y sinceramente, creo que ni tú ni yo estamos para dejarnos caer por las enredaderas.
- Abre el armario y saca toda la ropa.
- ¿Toda la ropa? En serio, ¿crees que es el momento propicio para dilucidar tu vestuario ideal para la fuga?
- Haz lo que te digo, voy al baño.
Sin comprender los argumentos de mi madre, obedecí sus absurdas órdenes y vacié el armario de chaquetones, vestidos, faldas, blusas y pantalones, perchas incluidas. Acababa de depositar los últimos pares de zapatos encima de la cama, cuando apareció mi madre, aseada y maquillada, su pelo recogido en un moño e informalmente vestida. Me apartó ligeramente del armario empotrado y se adentró en su interior. Escuché crujir un tablero y me pareció percibir que mi madre se sumergía en la nada.
- Natalia, entra.- escuché su voz alejada.
Me metí en el armario y ante mí se abrió un lóbrego abismo. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vislumbré unos escalones que serpenteantes descendían hacia una estancia que se me antojaba, en penumbra, remotamente familiar.
Valeria volvió a golpear la puerta.
ResponderEliminar— ¿Necesitan algo?
Bruscamente moví el brazo que mi madre tenía aprisionado para liberarme de ella. Quité el pestillo y de sopetón, abrí. Escuché unos pasos rápidos y después una puerta que se cerraba en algún dormitorio de la planta en la que nos encontrábamos. Empujé a Valeria porque ésta se había puesto en medio y miré hacia el lado del pasillo por donde me parecía que me había llegado el sonido.
—Valeria, antes de abrirte, ¿había alguien más en el pasillo?
—No. ¿Por qué?
— ¿No has oído nada?
—No. Venía por si querían desayunar.
— ¿Seguro que no has oído nada?
—No.
Mi madre salió de su alcoba y se puso entre medias de las dos.
— ¿Ya se ha levantado la señora?
—Sí, tráenos el desayuno a mi dormitorio —le dijo entornando la puerta y empujándome con su cuerpo hacia adentro.
Aprovechando la distracción de mi madre y un resquicio que quedaba libre en la abertura, me escabullí fuera de la habitación.
— ¿Adónde vas? ¿Qué te acabo de decir? —me gritó mientras yo abría las puertas de una en una.
— ¿Por qué ésta no se abre? —pregunté mientras subía y bajaba el manillar de forma infructuosa—. Ésta era la cámara del tío Anselmo, ¿verdad?
Mi madre se abalanzó hacia mí y agarrándome por la ropa, me empujó hacia el interior de su cuarto.
—Sube el desayuno —le dijo a Valeria cerrando con un portazo —. ¿Qué tiene ese USB? —me sonsacó en voz baja.
—Una interesante confesión. Supongo que no tendrás dudas de quién es el autor.
—No sé de qué me hablas.
—Yo creo que sí.
Un toc-toc contribuyó a zanjar la conversación. Yo estaba segura que ella era conocedora de parte del contenido del USB, pero desconocía cuál había sido su implicación en aquella trama. Una trama urdida por mentes, tan perversas, que dejaban dudas sobre su equilibrio mental. Una trama crecida gracias al mutismo de muchos. Una trama que difícilmente se hubiera podido tejer si Cayetana, la esposa del tío Anselmo, no hubiera muerto.
—Señora, ¿dejo la bandeja en la cómoda?
—Sí, gracias. Cuando te vayas cierra la puerta, —luego, dirigiéndose a mí me preguntó— el café solo y con una de azúcar, ¿verdad?
—Sí —respondí acercándome a la ventana.
En el exterior, el viento otoñal empezaba a barrer furiosamente las hojas caídas buscando la soledad del invierno. Aquel viento enfurecido intentaba eliminar cualquier recuerdo de color. El otoño, al igual que yo, tan sólo anhelaba el frío de la escarcha invernal, y para ello intentaba borrar, con su climatología, la luz y el calor del verano. Yo también me sentía destructiva y deseaba olvidar los años pasados, un periodo que había sido pintado con el arco iris de la juventud.
—Has dejado las puerta del coche abiertas de par en par, por lo menos las de delante—comentó mi madre tendiéndome el café.