Se le iluminaron los ojos como jamás los había visto, y toda ella pareció de repente albergar una energía que la rejuvenecía en extremo.
Metió el medallón y su contenido en un bolso y me miró decidida y fijamente.
- Vale hija, sé lo de la segunda carpeta, y ellos sabrán pronto que la tienes. Por eso tenemos que marcharnos. Lo de las amantes de tu marido no es más que una tontería. ¿O es que crees que tu padre no las tenía a capazos? No eres la primera de la estirpe.
Por mi expresión debió darse cuenta de que no estaba asumiendo nada, y decidió tomar las riendas en solitario.
- Alba, hazme caso, llevo toda la vida protegiéndote aunque no lo hayas podido intuir. No te lo puse fácil, pero ahora ya estamos en peligro las dos. Esta casa no ha sido nunca lo que tú creías.
Me convenció de que bajaríamos a desayunar y que cuando Valeria no pudiera vernos ni oírnos, nos iríamos rápidamente a mi coche y huiríamos.
No podía creer lo que me estaba pasando, había ido a ajustar cuentas con mi pasado y ahora era este el que se hacía presente con matices que no conseguía comprender. Esta no era mi madre, por lo menos la que yo recordaba. Sentía su cariño por primera vez en mi vida, y resultaba tan agradable que no podía por menos que aceptarlo y seguir sus instrucciones.
- ¿Vas a confiar en mí? –me dijo con una dulzura desconocida.
- Lo haré –le dije- aunque no entiendo por qué tenemos que escondernos de una empleada como Valeria.
- Porque ella no es lo que tú crees, sino la guardiana del Refugio. Los ojos y los oídos más peligrosos para nosotras en estos momentos.
Sinceramente, no entendía nada, pero decidí convertirme en una marioneta en manos de mi nueva madre.
-Bajemos a desayunar tranquilamente – me dijo mientras me cogía del brazo.
Ya en el salón, Valeria nos sirvió tostadas, café y zumo de naranja con la amabilidad que yo recordaba de ella.
- Si no necesitan nada más voy a hacer la habitación –se excusó Valeria.
- No, nada –dijo mi madre-, pero cuando acabes ven para hablar de la comida, Alba se queda a comer.
En cuanto le pareció el momento, mi madre se puso en acción.
-¡Ahora! ¡Vámonos!
Corría tanto que casi me costaba seguirla.
Ya en el coche me instó a arrancar como el rayo y me dijo que mirara a la ventana de su habitación.
Allí estaba, observando nuestra huida. La expresión de su rostro me resultó escalofriante.
Cuando el estrés respiratorio me lo permitió, pude preguntar: ¿a dónde vamos?
-Donde nos indica lo que estaba en el medallón. El único lugar seguro para las mujeres de nuestra familia. Un legado que hasta ahora no había sido necesario, pero que tu has hecho útil e imprescindible.
Tras un breve silencio, añadió: yo tenía la estúpida esperanza de que a Carlos no lo captarían.
Metió el medallón y su contenido en un bolso y me miró decidida y fijamente.
- Vale hija, sé lo de la segunda carpeta, y ellos sabrán pronto que la tienes. Por eso tenemos que marcharnos. Lo de las amantes de tu marido no es más que una tontería. ¿O es que crees que tu padre no las tenía a capazos? No eres la primera de la estirpe.
Por mi expresión debió darse cuenta de que no estaba asumiendo nada, y decidió tomar las riendas en solitario.
- Alba, hazme caso, llevo toda la vida protegiéndote aunque no lo hayas podido intuir. No te lo puse fácil, pero ahora ya estamos en peligro las dos. Esta casa no ha sido nunca lo que tú creías.
Me convenció de que bajaríamos a desayunar y que cuando Valeria no pudiera vernos ni oírnos, nos iríamos rápidamente a mi coche y huiríamos.
No podía creer lo que me estaba pasando, había ido a ajustar cuentas con mi pasado y ahora era este el que se hacía presente con matices que no conseguía comprender. Esta no era mi madre, por lo menos la que yo recordaba. Sentía su cariño por primera vez en mi vida, y resultaba tan agradable que no podía por menos que aceptarlo y seguir sus instrucciones.
- ¿Vas a confiar en mí? –me dijo con una dulzura desconocida.
- Lo haré –le dije- aunque no entiendo por qué tenemos que escondernos de una empleada como Valeria.
- Porque ella no es lo que tú crees, sino la guardiana del Refugio. Los ojos y los oídos más peligrosos para nosotras en estos momentos.
Sinceramente, no entendía nada, pero decidí convertirme en una marioneta en manos de mi nueva madre.
-Bajemos a desayunar tranquilamente – me dijo mientras me cogía del brazo.
Ya en el salón, Valeria nos sirvió tostadas, café y zumo de naranja con la amabilidad que yo recordaba de ella.
- Si no necesitan nada más voy a hacer la habitación –se excusó Valeria.
- No, nada –dijo mi madre-, pero cuando acabes ven para hablar de la comida, Alba se queda a comer.
En cuanto le pareció el momento, mi madre se puso en acción.
-¡Ahora! ¡Vámonos!
Corría tanto que casi me costaba seguirla.
Ya en el coche me instó a arrancar como el rayo y me dijo que mirara a la ventana de su habitación.
Allí estaba, observando nuestra huida. La expresión de su rostro me resultó escalofriante.
Cuando el estrés respiratorio me lo permitió, pude preguntar: ¿a dónde vamos?
-Donde nos indica lo que estaba en el medallón. El único lugar seguro para las mujeres de nuestra familia. Un legado que hasta ahora no había sido necesario, pero que tu has hecho útil e imprescindible.
Tras un breve silencio, añadió: yo tenía la estúpida esperanza de que a Carlos no lo captarían.
—¿Qué pinta Carlos en esto?
ResponderEliminar—Vas muy despacio. Acelera.
—Voy a más de cien cuando la velocidad permitida es de cuarenta. Como volquemos no vamos a llegar a ninguna parte. ¿Piensas contestar a alguna de mis preguntas?
—A todas, pero antes dime, las pruebas que tienes ahí escondidas, ¿cómo las has conseguido?
—Odio esa costumbre tuya de responder una pregunta con otra pregunta. Encontré un documento en el ordenador de Carlos cuando le espiaba por el tema de la infidelidad, eso a lo que tu das tan poco importancia. Era una carta escaneada del doctor Villagrán explicando que mis crisis de ansiedad no eran naturales, sino inducidas por una gran cantidad de psicofármacos que había detectado en mi sangre. Después seguí buscando más información al respecto.
—¿Cómo llegó ese documento a sus manos?
—No le pregunté, no podía decirle que había mirado su portátil. Se lo he escrito en el e-mail que le he mandado esta mañana.
—¡Pero cómo se te ocurre! Ahora a ellos no les va a quedar ninguna duda de que tienes las pruebas. Si Carlos poseía esa misiva, es seguro que él también está de su parte. ¡Has sido una imprudente!
Aquel reproche dejaba claro que el momento dulzura se había esfumado. Allí delante estaba la madre que recordaba, la única que había conocido.
—¿Cómo esperabas que yo supiera que esto iba más allá de un lío de faldas? ¡Nadie me contó nunca nada! ¡Me drogabais! Y no es lo único que he descubierto. Ellos, ¿quiénes son ellos?
—Ellos son tu abuelo y su abuelo antes que él. Ellos era tu padre y ahora lo es tu hermano. Debí de sospechar lo de Carlos cuando las objeciones de tu padre fueron insuficientes. Él nunca perdía, no habría permitido que fuera de otra manera. Me dejé engañar porque quería creer. Y ahora saben que yo lo sé.
—¿Hablas de una secta? ¿De un grupo terrorista? ¡Me estás dando miedo! Yo sólo quería marcharme, conseguir una parte de la herencia que me corresponde y un buen acuerdo de divorcio e irme lejos.
—¡Alba, cuidado!
La voz de mi madre sonó justo a tiempo para permitirme dar un volantazo y esquivar a un jabalí que cruzaba la carretera. Me salí de la trayectoria y frené apenas medio metro antes de empotrarnos contra un pino. Inspiré con fuerza y cerré los ojos tratando de conseguir que el corazón volviera a entrar en el pecho. La situación me estaba sobrepasando. Oí la puerta del copiloto abrirse y después de un par de minutos volver a cerrarse. Pero yo no estaba allí, flotaba en el espacio-tiempo.
—Hija, sé que esto es complicado de asimilar y aún no te he explicado todo. Pero debemos continuar. He comprobado que el coche está bien, ha sido un susto. ¿Quieres que conduzca yo?
Sonreí pensando cómo aquel castillo de naipes, que mi madre había construido entorno a Carlos, se le venía encima. No comprendía cómo ella no había sido capaz de darse cuenta de que, desde hacía mucho tiempo, Carlos no formaba parte de mi vida. Carlos, el caballero andante, el filántropo de causas perdidas, se había convertido en un mezquino cortesano de la saga familiar. Hacía más de un año que había descubierto a sus amantes. A decir verdad, lo supe por un mensaje anónimo que alguien había dejado en mi correo electrónico. Hasta ese día, había sospechado que la persona que lo había delatado era Valeria, pero ya no estaba tan segura de ello. Mientras mi mente se sumergía en dolorosos recuerdos, mis ojos se habían depositado en el ventanal. Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni tan siquiera me había percatado que la criada ya no se encontraba tras los cristales.
ResponderEliminar— ¡Quieres arrancar de una puñetera vez! —gritó mi madre— ¿No te das cuenta de que el tiempo se acaba?
Sin entender qué había querido decir, giré la llave y encendí el motor. Metí la marcha, di un volantazo brusco a la izquierda y pisé a tope el acelerador. El coche derrapó y se incrustó contra un muro de aligustre. Las dos nos fuimos contra el parabrisas, pero tan solo yo me golpeé la cabeza. Me asusté mucho cuando noté que algo me resbalaba por la cara. Me llevé la mano a la frente y comprobé que me había hecho sangre.
—Pasa a este lado. Yo conduzco. No hay tiempo que perder.
Se bajó del coche, lo bordeó y se puso al volante. Dio marcha atrás y emprendió el camino que nos sacaba a la carretera comarcal. La goma de los neumáticos quedó abandonada en la grava mientras las hojas otoñales, al paso del vehículo, se alzaban intentando alcanzar de nuevo las ramas desde las que habían caído.
Hasta que no empezó a lloviznar, no me había fijado que el cielo se había cubierto. Me sentí acorralada por aquel manto gris que prestaba vasallaje a las tapias que cercaban la villa.
— ¿No te parece que vas demasiado rápido?
—Cuanto menos tiempo estemos dentro de la finca mejor. Te crees que lo sabes todo, pero te confundes. Y encima has gritado que tienes las pruebas. Y te habrán oído. Seguro. No me cabe duda.
—Acelera, están cerrando las verjas —chillé asustada.
Sé que cruzamos las rejas. Sé que salimos a la carretera y que algo nos embistió. Y luego… silencio y oscuridad.
De nuevo en el coche, retomé, casi inconscientemente, mi idea inicial de romper con todo. Mi plan, tan perfectamente fraguado. Me debatía entre el afecto hacia mi madre y la rabia que me había llegado a inspirar durante años. En aquel momento poco podía suponer que los delirios de mi progenitora no eran tales. Por eso, tras el sobresalto inicial de ver su rostro en la ventana, ni si quiera dediqué un segundo más a pensar en Valeria.
ResponderEliminarPor el contrario ella nos tenía bien presentes. Apenas habíamos acabado de doblar la esquina, cuando la vieja criada corrió el visillo y se centró en revisar cual perro de presa la habitación. Años ordenando y guardando la casa habían dotado a Valeria de un olfato infalible. Sus ojos se clavaron de inmediato en la cómoda aún abierta. Se acercó, simplemente para confirmar lo que ya intuía, y se precipitó de nuevo hacia la escalera. Las piernas y el equilibrio apenas le respondía, de otro modo, hubiera atacado de dos en dos los peldaños. Ya en el salón, tomó resuello, descolgó el auricular del teléfono, y marcó con calma un número. En cuanto notó que había alguien al otro lado, sin esperar a que le dieran pie, informó: “La señora ha hecho uso del medallón” y volvió a colgar el auricular, incorporándose de inmediato a su rutina.
A unos cuantos kilómetros, la tensión en el interior del coche crecía por momentos. No podía dejar de darle vueltas a todo aquello y cada vez entendía menos el extraño comportamiento de mi madre, su repentina dulzura. Allí estaba, junto a mí, apenas una enjuta silueta enlutada, que me iba indicando el camino a seguir. Era como si la desconfianza y las dudas le hubiesen ido consumiendo lentamente...
Quizá fueron las instrucciones confusas de mi madre, quizá, la impaciencia de no saber a qué atenerme exactamente, lo cierto es que mis nervios viajaban ya en una montaña rusa y apenas podía sostener con firmeza el volante.
Instintivamente, me lleve la mano al cuello para juguetear con las perlas de mi collar y calmar así mi desazón. No encontré consuelo, el recuerdo de la joya empeñada para cumplir mi plan acabó por sacarme de mis casillas. Aparqué en cuanto me fue posible y me quedé mirándola inquisitivamente.
-Podrías, al menos, mostrarme el contenido del medallón, ¿no?-
Rebuscó en su bolso y sospecho que, no sin cierto recelo, me dejó ver el interior de aquel misterioso dije heredado.