-¿Es el medallón de la abuela? ¿Qué has hecho con mamá? Lo tenía ella, me lo mostró esta mañana.
-Mamá...-. Susurró Juan mientras negaba con la cabeza.
Sentía cómo mi cabeza se iba fracturando poco a poco, a medida que los sucesos iban desmontando cada uno de los conceptos que sobre mí y mi familia había forjado a lo largo de mi vida. Fuera lo que fuese que estuviera ocurriendo, algo muy gordo se traían entre manos mi hermano y Valeria, por un lado, y mi madre, o la que yo había considerado siempre como mi madre, por el otro. Era como si no hubiera suelo firme bajo mis pies, como si el mundo entero se hubiera desmoronado. La humedad del lugar parecía un signo más del fin de una realidad en la que siempre, para bien o para mal, había confiado. El miedo y la curiosidad pugnaban con igual éxito en mi interior, y ante tal desasosiego no pude más que echarme a llorar.
-Tranquilízate, niña-. Valeria se abrazó a mí con un afecto... maternal.
-¡Suéltame!-. Caí presa de la histeria ante tanta confusión.
-Basta, Alba-. Gritó Juan, que enseguida moderó su tono, un tanto avergonzado por el pronto que había sufrido -Verás, tu madre no es quien tú crees que era.
-Déjala, Juan-. Lo reprendió Valeria -Debemos preocuparnos de cosas más importantes en este momento.
Los dos esperaron a que me tranquilizara y, entonces, me invitaron a sentarme para conocer su versión de todo lo que estaba ocurriendo. Según ellos, aquel medallón, aquella reliquia, tenía un gran valor, pero no sentimental ni económico, sino estratégico, pues contenía las coordenadas del lugar donde una presunta organización tenía su sede. Una organización con la que mi pretendida familia tenía mucho que ver, pero no así Valeria ni Juan.
-Hemos de impedir que el USB llegue allí, pero la inútil de tu madre, tu supuesta madre, se lo ha entregado a Carlos, y ahora nos llevan ventaja. Por suerte, te tenemos a ti y al medallón. No pueden conseguirlo sin él.
-Pero, quién sois vosotros-. Me revolví.
-Tu única familia ahora mismo, aunque nos lo has puesto difícil. Debes hacer todo lo que te digamos a partir de ahora, o las cosas empeorarán para todos.
El recuerdo de la diana en mi pecho de la que habló mi madre me puso los pelos de punta. Mi hermano y Valeria se pusieron en pie y me indicaron que me levantara. Era hora de irse. Sin embargo, un fuerte estruendo hizo que las paredes de aquel lugar tan húmedo temblaran. Una nube de humo se adueñó del entornó y pude notar cómo alguien que antes no estaba allí, pero que no era capaz de verlo, me llevaba en volandas fuera de la sala. Juan sacó una pistola e intentó evitarlo, pero alguien, entre el humo, efectuó varios disparos que atravesaron el pecho de mi hermano.
Lo último que recuerdo antes de desmayarme es un fuerte dolor de cabeza en la zona en la que sufrí el golpe, y cómo gritaba desconsolada mientras veía a mi hermano en el suelo.
Valeria también lloraba, arrodillada junto al cadáver de su hijo.
-Mamá...-. Susurró Juan mientras negaba con la cabeza.
Sentía cómo mi cabeza se iba fracturando poco a poco, a medida que los sucesos iban desmontando cada uno de los conceptos que sobre mí y mi familia había forjado a lo largo de mi vida. Fuera lo que fuese que estuviera ocurriendo, algo muy gordo se traían entre manos mi hermano y Valeria, por un lado, y mi madre, o la que yo había considerado siempre como mi madre, por el otro. Era como si no hubiera suelo firme bajo mis pies, como si el mundo entero se hubiera desmoronado. La humedad del lugar parecía un signo más del fin de una realidad en la que siempre, para bien o para mal, había confiado. El miedo y la curiosidad pugnaban con igual éxito en mi interior, y ante tal desasosiego no pude más que echarme a llorar.
-Tranquilízate, niña-. Valeria se abrazó a mí con un afecto... maternal.
-¡Suéltame!-. Caí presa de la histeria ante tanta confusión.
-Basta, Alba-. Gritó Juan, que enseguida moderó su tono, un tanto avergonzado por el pronto que había sufrido -Verás, tu madre no es quien tú crees que era.
-Déjala, Juan-. Lo reprendió Valeria -Debemos preocuparnos de cosas más importantes en este momento.
Los dos esperaron a que me tranquilizara y, entonces, me invitaron a sentarme para conocer su versión de todo lo que estaba ocurriendo. Según ellos, aquel medallón, aquella reliquia, tenía un gran valor, pero no sentimental ni económico, sino estratégico, pues contenía las coordenadas del lugar donde una presunta organización tenía su sede. Una organización con la que mi pretendida familia tenía mucho que ver, pero no así Valeria ni Juan.
-Hemos de impedir que el USB llegue allí, pero la inútil de tu madre, tu supuesta madre, se lo ha entregado a Carlos, y ahora nos llevan ventaja. Por suerte, te tenemos a ti y al medallón. No pueden conseguirlo sin él.
-Pero, quién sois vosotros-. Me revolví.
-Tu única familia ahora mismo, aunque nos lo has puesto difícil. Debes hacer todo lo que te digamos a partir de ahora, o las cosas empeorarán para todos.
El recuerdo de la diana en mi pecho de la que habló mi madre me puso los pelos de punta. Mi hermano y Valeria se pusieron en pie y me indicaron que me levantara. Era hora de irse. Sin embargo, un fuerte estruendo hizo que las paredes de aquel lugar tan húmedo temblaran. Una nube de humo se adueñó del entornó y pude notar cómo alguien que antes no estaba allí, pero que no era capaz de verlo, me llevaba en volandas fuera de la sala. Juan sacó una pistola e intentó evitarlo, pero alguien, entre el humo, efectuó varios disparos que atravesaron el pecho de mi hermano.
Lo último que recuerdo antes de desmayarme es un fuerte dolor de cabeza en la zona en la que sufrí el golpe, y cómo gritaba desconsolada mientras veía a mi hermano en el suelo.
Valeria también lloraba, arrodillada junto al cadáver de su hijo.
Lo primero que vi al despertar fue la cara de Carlos muy próxima a la mía, aún desenfocada, girando como si estuviera en el interior de un calidoscopio, mientras yo iba regresando lentamente a la consciencia. Descansaba en el frío y húmedo suelo. Todo parecía indicar que estábamos solos.
ResponderEliminarSentí agudos alfileres taladrando mi cabeza. Me dio por pensar que los últimos acontecimientos sólo eran fruto de mi imaginación, de un cerebro dolorido por el grave accidente que había sufrido, cuando distinguí en la mano de Carlos el medallón, que unos minutos antes se encontraba en poder de mi hermano.
Quise preguntarle por Juan, saber si realmente estaba muerto, pero no fui capaz de articular palabra. Intentaba abrir la boca, mover mi cuerpo, era imposible. Tuve la sensación de que yo también estaba muerta y de que aquéllos eran mis últimos momentos. Noté una lágrima caer por la mejilla, unos segundos después conseguí mover algunos dedos y poco a poco empecé a recobrar el poder sobre mi cuerpo.
Justo entonces observé cómo mi todavía marido sacaba un rollo de cinta aislante, cortaba un trozo y me tapaba con él la boca. Después me dio la vuelta, sujetándome las manos a la espalda con algo que sacó de su bolsillo. No alcancé a verlo, pero pronto supe que eran unas abrazaderas de plástico, que apretó fuertemente, clavándose en mi piel al menor movimiento. No fui capaz de oponer resistencia. A continuación me ató los pies. Después me cogió en brazos y se dirigió hacia un furgón negro, que se encontraba en el interior de la nave. Me dejó en la parte de atrás, casi con delicadeza, lo que me sorprendió bastante, y luego me cubrió completamente con una manta.
Apenas podía respirar, cuando puso el vehículo en marcha y salió a toda velocidad por un portón que se encontraba abierto, aquél que seguramente habían forzado para entrar.
No podía ver nada desde donde me encontraba. Los últimos acontecimientos venían a mi cabeza una y otra vez y no dejaba de preguntarme qué significaba todo aquello. Cada vez entendía menos lo que estaba pasando. ¡Ojala Valeria y Juan hubieran sido más explícitos, ahora ya era demasiado tarde! Tenía que salir de allí cuanto antes, pero ¿cómo hacerlo? El móvil aún seguía en el bolsillo del pantalón, aunque me resultaba totalmente imposible acceder a él.
Con el monótono ruido del motor y el aturdimiento que aún sufría, me quedé dormida. Desperté por un frenazo brusco, luego el coche perdió velocidad hasta que se detuvo. A continuación oí abrir y cerrarse la puerta del conductor y ya no escuché nada más, excepto el tráfico de la carretera en sordina. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni dónde nos encontrábamos. A lo lejos se podía vislumbrar el resplandor de unas luces, pero donde yo estaba todo era sombra.
Había que actuar rápido, quizás era mi última oportunidad para escapar. Me dolía todo el cuerpo, hasta el último músculo, pero tenía que sacar fuerzas de flaqueza antes de que fuera demasiado tarde.
Poco a poco fui recobrando la consciencia. Sentía un insoportable dolor de cabeza y era incapaz de abrir los ojos, en parte aterrorizada por la vívida imagen que aún perduraba en mi retina del cuerpo inerte de mi hermano Juan acribillado por las balas. Advertí mi cuerpo entumecido, y me invadió la inquietud de que la reiteración de golpes en la zona occipital del cerebro me hubiese causado algún tipo de inmovilidad.
ResponderEliminarPercibí que el habitáculo donde me encontraba postrada se desplazaba velozmente. Comenzaron a llegar a mi mente como regueros de manantiales montañosos los acontecimientos de las últimas horas. ¿En qué momento había perdido las riendas de mi premeditada determinación? Llegué a mi casa familiar y me encontré con la trama conspirativa de mi madre, la huida precipitada y el consiguiente accidente. La posterior traición de mi madre, si es que aquella mujer era en realidad mi progenitora, su alianza con el libertino de mi ex marido, la aparición por sorpresa de Valeria, el reencuentro con Juan… La intriga encerraba demasiadas incógnitas. ¿Por qué tantas molestias por ocultarme tras una venda si ellos sabían perfectamente nuestro paradero? ¿Cómo nos encontraron con tanta rapidez? ¿En qué momento Valeria se hizo con el medallón que llevaba mi madre al salir de la casa? ¿Qué relación tenían el medallón y el USB? ¿Quién había matado a mi hermano? ¿Quién era realmente mi familia, quién era yo? Excesivas aristas como para configurar un círculo perfecto.
Paulatinamente fui sintiendo que mi cuerpo se desperezaba. Me percaté que mi mano izquierda estaba pegajosa y al mismo tiempo que mi mano derecha aferraba con fuerza un objeto con el puño cerrado. Abrí ligeramente los ojos y me escandalicé con la viscosidad sanguínea que impregnaba mis manos y parte de mi ropa. Me palpé alarmada buscando en mi cuerpo la herida que derramaba toda aquella sangre, pero comprobé aliviada que me encontraba intacta. Incluso la herida de mi muslo derecho había cicatrizado. Separé los dedos de mi mano izquierda y observé horrorizada como en la palma reposaba el medallón de mi abuela, tintado de rojo intenso. ¿Cómo había llegado a mi poder y en aquellas siniestras circunstancias? Acaso Valeria también… La sola idea hizo que me asaltase una desconsolada tristeza.
Destapé el medallón y al instante volví a cerrarlo. Sonreí con histérica emoción, había descubierto el nexo que le unía a la segunda carpeta del USB. ¿Cómo podía ser tan tonta?
Justo en ese momento se abrió el portón trasero del vehículo que me transportaba. Supe, por los ondulantes brazos de los sauces llorones que me saludaban desde el exterior, que había llegado al lugar que marcaban las coordenadas, y que ellos me estaban esperando.
O eso creí ver entonces cuando mi perturbada mente se abría paso hacia la verdad, una verdad que, durante muchos años, había sido sepultada con sentimientos delirantes. Sí, toda mi vida fue invadida por creencias erigidas desde el mundo irreal en el que me habían hecho vivir. Algo desde dentro de mí se agolpaba en mi pensamiento y me pedía salir, pero en aquel momento aún desconocía la llave que abriría la prisión de mis recuerdos. Volví a percibir aquella sensación de falta de aire que motivaba mis ingresos en el Sanatorio de la Salud. Éste era el nombre por el que conocíamos al hospital psiquiátrico, una cruel metáfora sacada de este mundo imaginario, el cual, llegaba a su fin.
ResponderEliminarMe desperté sintiendo la dureza del suelo y la frialdad de mi entorno. Había perdido el USB y, por consiguiente, no tenía pruebas para demostrar los crímenes cometidos por la organización, pero la rabia que se había desatado en mí arrasaba cualquier atisbo de desesperanza. Me incorporé como pude y a gatas empecé a palpar el piso. Un resquicio de luz me hizo suponer que frente a mí había una ventana tapiada. Me levanté y con los brazos extendidos caminé hacia el único lugar de la habitación que no estaba invadido por la penumbra. Antes de llegar a tocar la pared, mis pies se chocaron contra un bulto. Me agaché y puse mis temblorosas manos sobre el objeto blando con el que había tropezado. Enseguida comprendí que había sido encerrada con otra persona, pero, ¿quién podía ser? Busqué su muñeca para comprobar si tenía pulso y fue entonces cuando descubrí aquel inconfundible reloj que había regalado a Carlos en nuestro primer aniversario.
—Carlos —susurré confusa.
No hubo contestación.
—Carlos —repetí al mismo tiempo que le zarandeaba suavemente.
No me respondió, pero sus brazos me rodearon atrayéndome hacia él mientras me besaba. Perdí el equilibrio y caí hacia atrás. ¡Cuánto le había echado de menos! De nuevo me dejé querer y olvidé todos los juramentos que yo me había hecho cuando descubrí las múltiples infidelidades de las que había sido víctima. ¿Y si lo de las amantes había sido un señuelo? ¿Y si fuese él también una víctima de la maldita institución? No pude seguir haciéndome preguntas porque me abandoné a sus caricias. Me trató con tal ternura, que volví a sentirme amada añorando momentos felices que formaban parte de mi pasado. Pero aquel deseo apasionado que sentía cuando nos conocimos, no llegó a resucitar en mí. Mi mano tocó un cuerpo ovalado y duro del tamaño de una piedra pequeña.
— ¿Por qué sigue estando en tu poder el medallón?
—Porque no les vale para nada y ellos lo saben. Sólo tú tienes la respuesta.
—La respuesta de qué.
—En este momento sólo nos tiene que preocupar una cosa: salir de aquí.