- Pare aquí, caballero.- se inclinó Valeria hacia delante con un billete de veinte euros en la mano.- Se puede quedar con el cambio.
- Gracias, señora.
Abrí la puerta y cuando quise bajar del taxi ya tenía al ama a mi lado. La agilidad de aquel corpachón me asombraba. Era un espíritu vivaz, en continuo ajetreo.
- Valeria, ¿qué insinuabas con eso de que mi madre…?
- Tranquila, mi niña, no es lo que piensas.- se regodeaba Valeria, una vez más leyendo mis pensamientos. – Simplemente sugería que una madre no sólo debe ser biológica, sino también emocional. Alguien me pidió un día que cuidara de ti como si de mi hija se tratase y así lo he hecho a lo largo de estos años. Reconozco que te he fallado a veces, y he sufrido por ello. Sufrí con tus idas y venidas del maldito “Refugio”, disfruté de tus momentos de felicidad, de tu infancia y posterior adolescencia, de tu compromiso y de la ceremonia, pese a que ambos intuíamos que Carlos no era trigo limpio.
- ¿Ambos?
- Todo a su tiempo, pequeña. Ahora necesito que sigas confiando en mí y me dejes ponerte esta venda. No quiero que sepas a dónde vamos exactamente, no por ti, sino por ellos.
Dudé por un instante seguir las indicaciones de Valeria. Ya no sabía de quién fiarme, sentía que al final todo el mundo me acababa defraudando y traicionando. Eché un vistazo alrededor y aprecié el bullicio de aquellas horas de la mañana, derivado del trasiego de camiones y furgonetas en su quehacer diario en el mercado municipal. ¿Qué era lo que Valeria no quería que viese?
Cerré los ojos como claro gesto de claudicación, mientras Valeria me los tapaba con la tela oscura que había visto sacar de su abrigo. Mis sentidos se agudizaron y escuché con mayor notoriedad el ruido de los vehículos que deambulaban a nuestro alrededor.
Me dejé guiar por Valeria, cogida de su mano, como cuando nos acompañaba a Juan y a mí al parque, o a la entrada y salida del colegio. Me reconfortó aquella nostálgica calidez y me infundió una tranquilidad de la que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo. Creía estar segura y esperaba no confundirme de nuevo.
Quise concentrarme para tratar de averiguar hacía donde me conducía, pero comprobé contrariada que Valeria daba rodeos deliberados para despistarme.
Finalmente paró y oí como abría un portón metálico, que volvió a cerrar tras franquearlo. Sentí un cierto escalofrío en su interior, pues nuestros movimientos se hacían eco a cada paso. Se respiraba la humedad de aquellos días lluviosos encerrados tras sus paredes.
Cuando Valeria me liberó de la venda, pude comprobar que nos encontrábamos en una amplia nave con estrechos ventanales, que sumía sus contornos en penumbras. Enfrente nuestro divisé una figura que se fue acercando, iluminada escasamente por unos tibios rayos ocres que se colaban diagonales.
Pese al paso del tiempo, reconocí en sus facciones avejentadas unos rasgos remotamente familiares.
- Gracias, señora.
Abrí la puerta y cuando quise bajar del taxi ya tenía al ama a mi lado. La agilidad de aquel corpachón me asombraba. Era un espíritu vivaz, en continuo ajetreo.
- Valeria, ¿qué insinuabas con eso de que mi madre…?
- Tranquila, mi niña, no es lo que piensas.- se regodeaba Valeria, una vez más leyendo mis pensamientos. – Simplemente sugería que una madre no sólo debe ser biológica, sino también emocional. Alguien me pidió un día que cuidara de ti como si de mi hija se tratase y así lo he hecho a lo largo de estos años. Reconozco que te he fallado a veces, y he sufrido por ello. Sufrí con tus idas y venidas del maldito “Refugio”, disfruté de tus momentos de felicidad, de tu infancia y posterior adolescencia, de tu compromiso y de la ceremonia, pese a que ambos intuíamos que Carlos no era trigo limpio.
- ¿Ambos?
- Todo a su tiempo, pequeña. Ahora necesito que sigas confiando en mí y me dejes ponerte esta venda. No quiero que sepas a dónde vamos exactamente, no por ti, sino por ellos.
Dudé por un instante seguir las indicaciones de Valeria. Ya no sabía de quién fiarme, sentía que al final todo el mundo me acababa defraudando y traicionando. Eché un vistazo alrededor y aprecié el bullicio de aquellas horas de la mañana, derivado del trasiego de camiones y furgonetas en su quehacer diario en el mercado municipal. ¿Qué era lo que Valeria no quería que viese?
Cerré los ojos como claro gesto de claudicación, mientras Valeria me los tapaba con la tela oscura que había visto sacar de su abrigo. Mis sentidos se agudizaron y escuché con mayor notoriedad el ruido de los vehículos que deambulaban a nuestro alrededor.
Me dejé guiar por Valeria, cogida de su mano, como cuando nos acompañaba a Juan y a mí al parque, o a la entrada y salida del colegio. Me reconfortó aquella nostálgica calidez y me infundió una tranquilidad de la que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo. Creía estar segura y esperaba no confundirme de nuevo.
Quise concentrarme para tratar de averiguar hacía donde me conducía, pero comprobé contrariada que Valeria daba rodeos deliberados para despistarme.
Finalmente paró y oí como abría un portón metálico, que volvió a cerrar tras franquearlo. Sentí un cierto escalofrío en su interior, pues nuestros movimientos se hacían eco a cada paso. Se respiraba la humedad de aquellos días lluviosos encerrados tras sus paredes.
Cuando Valeria me liberó de la venda, pude comprobar que nos encontrábamos en una amplia nave con estrechos ventanales, que sumía sus contornos en penumbras. Enfrente nuestro divisé una figura que se fue acercando, iluminada escasamente por unos tibios rayos ocres que se colaban diagonales.
Pese al paso del tiempo, reconocí en sus facciones avejentadas unos rasgos remotamente familiares.
No sabía si debía alegrarme o, dadas las circunstancias, abandonarme al temor y al rechazo. No pensé, no razoné. Impulsivamente mi cuerpo se acercó al suyo, dejándome abrazar con fuerza.
ResponderEliminar-Juan, ¿En qué bando estás?, le susurré contra su pecho.
-Tranquila, Alba, estoy a tu lado.
-Hermano, perdona pero no me creo nada. ¿Tú vas a resultar mi salvador? Tú, precisamente, que me dejaste de hablar sin conocer la causa, que ni acudiste a mi boda, que se nos han pasado los años sin vernos y…
-Valeria, acompáñala a mi despacho, regreso en cinco minutos.
Mi corazón palpitaba desbocado a caballo entre la emoción y el miedo. Recuperar a mi hermano había sido una de mis obsesiones insatisfechas, pero no era el mejor momento. Ahora necesitaba respuestas y soluciones rápidas a tanto enigma. Mi ánimo requería un baño de luz claro y reconfortante, como los que disfrutábamos de críos en el barreño de latón, bajo el sauce centenario del “Refugio”. Quizás esa palabra encerraba la clave de todo aquel misterio que me mantenía anclada en un plano irreal, en una dimensión desconocida y atemporal…
Seguí a Valeria hasta un cuartucho levantado en mitad de la lúgubre nave con paneles prefabricados. Una lámpara de mesa iluminaba la fría estancia con una luz mortecina. Yo me sentía como aquella luminaria, apagándose por momentos, sin conocer si alguna vez volvería a refulgir. No hablé ni una palabra con Valeria, no pregunté ni indagué. Esperaba la respuesta definitiva de los labios de Juan.
Al poco rato mi hermano entró con un semblante sombrío y circunspecto.
-¿Malas noticias?, preguntó Valeria.
-Están más cerca de lo que pensaba. Debemos darnos prisa, madre.
Mis ojos debieron asemejar los de una lechuza cuando en la noche atisba su presa. Esa palabra emergida de la boca de mi hermano resquebrajaba aún más las escasas certezas que todavía me acompañaban.
-¡No pudo más!, grité sollozando. ¿Me queréis contar qué está ocurriendo?
Juan me miró con unos ojos inundados por las lágrimas que en seguida rebosaron las compuertas y resbalaron por sus mejillas morenas. Unos trocitos de alma que parecían querer narrarme lo inexplicable. Me sentía como Alicia en el País de las Maravillas cayendo por aquel agujero negro y profundo, sintiendo como mi realidad saltaba en pedazos, como mis percepciones y mis recuerdos pertenecían a una inmensa falacia, a una farsa en la que yo era el bufón engañado y burlado. Nada era lo que parecía. Ya ni siquiera sabía quién era yo, una mujer que armándose de valor se había desligado de su esposo para caer en brazos de la incertidumbre y la nada…
-¿Has visto alguna vez esto?, me inquirió mi hermano, mientras Valeria, en calidad de ama o de madre, no lo sé, le limpiaba su rostro con un pañuelo.
En sus finas manos de niño bien, ahuecaba con mimo, como si fuera el fuego eterno, un medallón ya conocido…
—¿Quién es usted?
ResponderEliminar—Aunque hayan pasado muchos años, ¿de verdad no me reconoces?
El hombre sacó una hoja de papel del bolsillo del pantalón y la dobló hasta formar una rana. No podía creerlo. Me acerqué y le di un abrazo.
—¿Papá? Es imposible… yo fui a tu funeral.
—No temas, no soy un fantasma. Os hice creer que había fallecido porque no me quedaba otra opción.
—¿Mamá lo sabe?
—Casarme con tu madre es lo más peligroso que he hecho en toda mi vida. Tuve que fingir mi muerte precisamente por ella, aunque creo que se quedó con la mosca detrás de la oreja. Es lista. Demasiado lista. El incendio donde en teoría morí lo provocamos nosotros. Era la manera de certificar la defunción sin dejar un cadáver.
—¿Nosotros? ¿Valeria y tú?
—Y otros, no somos los únicos. Es complejo. La familia de tu madre forma parte desde hace siglos de una influyente institución secreta que no se detiene ante nada ni ante nadie. Valeria y yo pertenecemos a un grupo antagónico para pararles los pies.
Me sentía torpe y cansada, incapaz de digerir el caudal informativo. Miré con atención a aquel señor de ojos aguamarina al que no había visto en dos décadas y me pregunté si él sería el bueno en todo esto.
—Mamá dijo que esperaba que a Carlos no lo captaran. Carlos es mi marido, futuro ex marido… creo. Si están juntos en esto, ¿por qué lo diría? ¿No sería ella quien lo hubiese captado?
—¿Eso dijo? ¡Demonios! Hay que avisar a Carlos, está en peligro.
—Cuando escapé del hospital estaban juntos. Mamá le ofrecía mi bolso con el USB donde yo tenía todas las pruebas. Son del mismo bando.
—No lo son. Carlos está con nosotros.
Los ojos de Valeria crecieron hasta parecer dos planetas independientes. Acababa de enterarse de ese pequeño detalle a la vez que yo.
—¡Me has mentido! ¿Por qué no me lo dijiste?
—Casi nadie lo sabe. Le infiltramos. Cuanta menos gente lo conociera, más seguro sería. Lo siento. Alba, ¿qué había en el USB? ¿A dónde te dirigías con tu madre?
Parecía ser que Carlos era un desgraciado como marido, pero un buen aliado en otros terrenos y una buena persona… si lo que decía mi padre era la verdad. ¿El USB? Visto lo visto, no contenía nada. Creía que había hecho grandes hallazgos y apenas eran migajas que ahora cobraban un poco más de sentido. Mamá debió de pensar que mis descubrimientos habían sido mayores y se asustó.
—Sacó un medallón de una cómoda antigua y dijo que él nos marcaría el camino.
—¡El medallón! Por fin aparece. Llevamos mucho tiempo buscándolo.
Pregunté por la importancia de aquella joya y mi padre reiteró la cuestión sobre el contenido del USB. Yo contraataqué pidiendo más detalles sobre las sociedades secretas y él quería saber por qué fui a la casa y qué ocurría con Carlos. Era el momento de compartir información. Historia por historia. Quid pro quo.