lunes, 30 de marzo de 2015

- Como dirían por estos lares la sombra de la Jirafa es alargada.-se desternilló Comesaña ante su improvisada ocurrencia.

Yo no terminaba de reaccionar, abducido por la imagen reminiscente de la espigada profesora de Lengua, aquella mujer de piernas interminables, escrutándonos con sus ojos saltones desde su particular azotea. Noches de sudores fríos en las que me asaltaba su rostro inexpresivo y su turbadora mirada. Y aquellas preguntas que yo no entendía… 

- ¿Y qué tal tu hermana, Jarocho?- continuó Comesaña advirtiendo el mutismo en el que me había sumido.- Recuerdo que estaba enamorado de ella hasta las trancas.

- Bien, bien…-Mi hermana, sí, mi hermana, necesitaba imperiosamente avisarla…

Como bien dije al principio me encontraba solo. Llegamos juntos hace ocho meses a Valladolid, pero las circunstancias hicieron que nos separáramos una vez superado los tres meses de cuarentena. Mi hermana, que acababa de cumplir los veinte, abandonó la ciudad sin confesarme su destino. Por nuestra seguridad era mejor que no lo supiera. Prometió volver en cuanto aclarara lo sucedido, yo tan solo tendría que pasar desapercibido. Ella se pondría en contacto conmigo pero, ¿cómo me podía poner en contacto yo con ella?

Comprendí al momento que la presencia de la Jirafa no era casual y que seguramente nos estaba buscando. Quizás estuviera al corriente del acontecer de mi padre.

- ¿Estás bien, tío? Parece que hubieses visto un fantasma…

- Tengo que dejarte, Comesaña- le interrumpí nervioso, forzando una mueca que demostrase lo contrario.- Se me está haciendo tarde. 

- Comprendo… pero tenemos que quedar para seguir hablando. No sabes la ilusión que me ha hecho volver a verte. Prométeme que te pondrás en contacto conmigo.- insistió mientras escribía entre sus apuntes una dirección y un número de teléfono. Disimulé para no tener que proporcionarle mis datos de contacto, falsos a todas luces por supuesto.

Nos dimos un abrazo y sentí que el temblor aún afloraba en mi cuerpo, confiando que Comesaña lo atribuyese a la emoción del encuentro. 

- Jarocho.- recalcó mi apodo al separarnos.- Cuídate.

No supe contestarle de palabra, limitando mi respuesta a un mero movimiento de cabeza de arriba abajo. Sus últimas palabras se me antojaron inquietantes.

Retomé mi camino sin rumbo, absorto en mis preocupaciones, acrecentadas por la revelación de Comesaña. Si el azar no era el brazo ejecutor de las circunstancias acaecidas en los últimos meses, entonces el tiempo corría en contra nuestra. 



Sólo quedaba un sitio al que acudir, aquel que encarecidamente me habían vetado. 
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 15:29 3 continuaciones finalistas

3 comentarios:

  1. Arriesgarme a ir a ese lugar podría costarme caro, pero también podría sacarme de la incertidumbre en la que estaba completamente sumido. No podía permitir que la condenada Jirafa nos encontrara en Valladolid. De pronto, pensé en mi padre, y entré todavía en una duda mayor.

    Desde que mi hermana nos dejó, no he hablado con mi padre más que de cosas triviales, tampoco sobre cuándo aparecería ella. Todo parecía cambiar con la aparición de Comesaña y la noticia que me acababa de dar. Me preguntaba sí realmente mi padre estaba tan tranquilo como parecía y ajeno a lo que podría acontecer. Y mi hermana debía volver cuanto antes, ella no necesitaba aclarar ya nada fuera de Valladolid, la respuesta estaba aquí.

    Aceleré el paso como pude, ya no importaba mi temor inicial en cuanto a ir al lugar. Debía de llegar cuanto antes y asegurarme que nadie me veía, ni mi padre, ni…, ella podría ya haberme localizado y estaría siguiéndome. Seguro había enviado a Comesaña para sacarme información.

    Mi corazón subía el ritmo cardiaco a medida que mi cabeza trajinaba con tanta inquietud. Tenía que tranquilizarme, y decidí entonces tomar un taxi para cambiar un poco de escenario, aunque fuese en un habitáculo rodante, la verdad es que también quedaba mucho para llegar y a ese ritmo llegaría exhausto.

    El trayecto se hizo más rápido de lo esperado y conseguí calmarme algo. Todo parecía estar seguro, no había nadie en la puerta. Pagué al conductor, no habíamos mediado ni siquiera los saludos, ni ahora la despedida, había sido suficiente que le diera la dirección para que me trajera, y a pesar de tanto silencio no me había percatado de que me había llegado un mensaje de texto al móvil mientras estaba sentado en el taxi.

    Me di cuenta de ello cuando vi la hora en el móvil, nunca ando con reloj. Era mi padre, y me extrañaba porque nunca antes me había enviado uno, siempre tenía la costumbre de llamarme. Su lectura me estremeció y no supe qué hacer, lo primero que pensé fue en escapar, pero era ya tarde, la Jirafa apareció por la puerta con su inquietante mirada, estaba igual, como si la hubiese visto ayer y un recordado sudor frio me inmovilizó.

    -Extraño mensaje, ¿verdad hombrezuelo? Claro que no fue precisamente el cabrón de tu padre el que lo escribió. Solo quise probar tu hombría, sabía de todas maneras que vendrías. Tú lo vas a pagar también como él.

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  2. Me encaminé hacia allí decidido a descubrir qué guardaba aquel lugar prohibido. Varias veces miré hacia atrás para comprobar que nadie me seguía.

    De repente me di cuenta de que había cometido de un error garrafal. Siempre había pensado que el padre de Comesaña trabajaba en el ejército, pero si ese hubiera sido el caso, ¿por qué pensaba él que mi padre era militar? ¿Cómo puede ser que con el mismo destino no se conocieran? Me arrepentí de no haber sonsacado a qué se dedicaba su familia.
    Mis pensamientos se vieron relegados cuando el móvil empezó a vibrar.

    — Sandra, ¡qué ganas tenía de hablar contigo!

    — Carlos, nuestros nombres han sido cambiados. Me llamo Irene y tú eres Carlos. Cuando acabe esta conversación, rompe el teléfono y deshazte de él. Ya me las apañaré para contactar contigo. Te harán una entrega en el Archivo Municipal. ¿Te acuerdas dónde está?

    —Sí, cerca del Museo del Patio Herreriano.

    —OK. Escucha, me han dicho que cojas la documentación y que te la lleves.

    —Vale. Irene, hace un rato me he encontrado con Comesaña. ¿Lo recuerdas de Alicante?

    —No sé quién es, pero a mí esto me suena raro. Aléjate de él y procura que en público no te llame Jarocho. Tengo que colgarte. Destruye el teléfono inmediatamente.

    La antesala al Archivo Municipal se me antojó oscura. Aquella mañana, y a pesar de ser invierno, Valladolid lucía un atípico día soleado. Cuando me adapté a la escasa luz que allí había, me acerqué al mostrador. Sin saber muy bien qué debía pedir, arriesgué presentándome con mi nuevo nombre.

    —Soy Carlos.

    —Sí, ¿y? —me preguntó la funcionaria.

    —Ya le atiendo yo —se ofreció otra empleada del archivo—. Llegas un poco tarde. Ven conmigo.
    Entramos en una habitación alumbrada tan sólo por una lámpara de mesa. Sobre ésta, se encontraba un sobre.

    —Cuando compruebes que esto es lo tuyo, vete.

    Se marchó cerrando la puerta tras de sí. Me extrañó mucho que el sobre no estuviera cerrado como otras veces. Nunca supe qué contenía el sobre. Nada más meter la mano para coger los documentos que estaban dentro, un sopor inaudito me invadió. Caí en un sueño profundo del cual me despertaron bien entrada la tarde.

    —Jarocho, despierta —me gritaban mientras me zarandeaban de un sitio para otro —. Corres peligro.

    Aunque estaba totalmente aturdido y me era imposible abrir los ojos, creí reconocer la voz.

    — ¿Comesaña?

    —Presta atención a lo que voy a decirte. Uno, no debes fiarte de nadie; y dos, mucho menos en aquellos que dicen ser tu familia.

    De nuevo sentí la puerta a mi espalda. Me levanté torpemente, recogí los folios esparcidos por la mesa, y salí de allí. La sala principal del archivo se encontraba desierta y tan sólo estaba iluminada por pequeñas luces de emergencia. Me dirigí al portón de la entrada y empujé la puerta. Cuál sería mi sorpresa, cuando ya en el exterior, comprobé la oscuridad de la noche.

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  3. A veces me parece que la acción dibuja en el destino cosas que la vida ya no olvida – Maldita sea, que nadie más me reconozca- . Mientras caminaba por la avenida atestada de automóviles y un par de señoras bien vestidas, ataba y desataba los recuerdos de mi niñez.

    Sentía sobre mis hombros el peso inexorable de un pasado convulso. ¿En qué momento todo se vino abajo? Como un impulso inconsciente viré de nuevo hacia atrás, debía cerciorarme de que Comesaña no me siguiera y mucho menos lograra observar mi sospechoso ademán: desde que le ocurrió a mi padre aquél suceso nefasto que marcó con una cicatriz la unión familiar, siento que las personas con las que me topo pueden leer en la vibración crónica de mi quijada el miedo en mi interior, como si mi cuerpo rebelde exteriorizara cada secreto que fui forzado a guardar y quisiera gritarlo a cada segundo.

    No encontraba la manera de comunicarme con mi hermana, y menos con mi padre que se hallaba aún más oculto en los recodos de éste país. Entre las sombras de los almacenes parecía atisbar a Jirafa, escabulléndose con su mirada penetrante, atormentándome, como avisando que pronto sobrevendría la tragedia si no resolvía rápido el caos. Jirafa era una pieza importante de lo que debía averiguar antes de que mi padre volviera, pero era fundamental esclarecer primero la razón por la que había rentado ese apartamento específico cerca a la calle Angustias en Valladolid.

    Bien sabía que tenía poco tiempo para introducirme en la casa del frente y conseguir los papeles con la información, la ventana de mi piso daba directo a la de aquella vivienda, así podía observar cada movimiento de esa mujer: su taza de café a las 12:30, su obsesión por las sábanas blancas, la visita diaria de aquél hombre… Pero no había sido nada fácil para mí, un chico solitario con cierto ademán agresivo en la mirada, acercarme a ella, tan elegante y tímida. Ni siquiera hablaba mucho, sólo se le veía sonreír levemente al salir los domingos en su Mazda costoso.

    Apuré el paso mientras maquinaba una forma amable de entrar a su casa…Quizá pasarme por vendedor, ofrecerme como siervo del señor o colarme algún domingo en la tarde, cuando volvía siempre entrada la noche. ¡De repente! Sin sentir a nadie acercarse o andar tras de mí, una mano se posó sobre mi hombro izquierdo.

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