miércoles, 1 de abril de 2015

Me encaminé hacia allí decidido a descubrir qué guardaba aquel lugar prohibido. Varias veces miré hacia atrás para comprobar que nadie me seguía. 

De repente me di cuenta de que había cometido un error garrafal. Siempre había pensado que el padre de Comesaña trabajaba en el ejército, pero si ese hubiera sido el caso, ¿por qué pensaba él que mi padre era militar? ¿Cómo puede ser que con el mismo destino no se conocieran? Me arrepentí de no haber sonsacado a qué se dedicaba su familia. 
Mis pensamientos se vieron relegados cuando el móvil empezó a vibrar.

— Sandra, ¡qué ganas tenía de hablar contigo!

— Carlos, nuestros nombres han sido cambiados. Me llamo Irene y tú eres Carlos. Cuando acabe esta conversación, rompe el teléfono y deshazte de él. Ya me las apañaré para contactar contigo. Te harán una entrega en el Archivo Municipal. ¿Te acuerdas dónde está?

—Sí, cerca del Museo del Patio Herreriano.

—OK. Escucha, me han dicho que cojas la documentación y que te la lleves.

—Vale. Irene, hace un rato me he encontrado con Comesaña. ¿Lo recuerdas de Alicante?

—No sé quién es, pero a mí esto me suena raro. Aléjate de él y procura que en público no te llame Jarocho. Tengo que colgarte. Destruye el teléfono inmediatamente.

La antesala al Archivo Municipal se me antojó oscura. Aquella mañana, y a pesar de ser invierno, Valladolid lucía un atípico día soleado. Cuando me adapté a la escasa luz que allí había, me acerqué al mostrador. Sin saber muy bien qué debía pedir, arriesgué presentándome con mi nuevo nombre.

—Soy Carlos.

—Sí, ¿y? —me preguntó la funcionaria. 

—Ya le atiendo yo —se ofreció otra empleada del archivo—. Llegas un poco tarde. Ven conmigo. 
Entramos en una habitación alumbrada tan sólo por una lámpara de mesa. Sobre ésta, se encontraba un sobre.

—Cuando compruebes que esto es lo tuyo, vete.

Se marchó cerrando la puerta tras de sí. Me extrañó mucho que el sobre no estuviera cerrado como otras veces. Nunca supe qué contenía el sobre. Nada más meter la mano para coger los documentos que estaban dentro, un sopor inaudito me invadió. Caí en un sueño profundo del cual me despertaron bien entrada la tarde.

—Jarocho, despierta —me gritaban mientras me zarandeaban de un sitio para otro —. Corres peligro. 

Aunque estaba totalmente aturdido y me era imposible abrir los ojos, creí reconocer la voz.

— ¿Comesaña? 

—Presta atención a lo que voy a decirte. Uno, no debes fiarte de nadie; y dos, mucho menos en aquellos que dicen ser tu familia. 

De nuevo sentí la puerta a mi espalda. Me levanté torpemente, recogí los folios esparcidos por la mesa, y salí de allí. La sala principal del archivo se encontraba desierta y tan sólo estaba iluminada por pequeñas luces de emergencia. Me dirigí al portón de la entrada y empujé la puerta. Cuál sería mi sorpresa, cuando ya en el exterior, comprobé la oscuridad de la noche. 
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 14:16 3 continuaciones finalistas

3 comentarios:

  1. ¿Qué me pudo haber pasado ahí dentro?, me preguntaba mientras el frío de la noche invernal vallisoletana me empezaba a helar las orejas. El frío también me estaba ayudando a recuperarme del todo del desmayo y trasiego dentro del Archivo, debía haber pasado ahí varias horas.

    Me di cuenta de que no había hecho caso a mi hermana y no había destruido el móvil. ¿Por qué debiera destruirlo?, ¿quién podría rastrearlo? Me hacía demasiadas preguntas cuando de pronto, sin pensarlo, me vino a la mente el cómo me llamaba Comesaña, y otra pregunta más me sumió en la más completa confusión. ¿Cómo es posible que..?, ¿cómo se llamaba ahora Sandra..?, eso, ¿cómo es posible que Irene me diga que no deje que en público él me llame Jarocho?, pero si me dijo que no sabía quién era.

    Estaba ya medio congelado, aturdido, confundido, debía abandonar rápido el lugar, refugiarme en alguno y pensar el qué debía hacer, en quién confiar, pero el dónde ir, ahí estaba también el problema, pues igual alguien y no sé quién podría estar siguiéndome. Estaba completamente seguro de que Comesaña había estado ahí dentro cuando me zarandeaban, ¿pero si era él por qué desapareció como el resto?

    Debía dejar de hacerme del todo tantas preguntas y tranquilizarme. Decidí entonces dirigirme a casa, papá debía estar preocupado por no haber llegado todavía, pero ya me hubiese llamado y no había ninguna llamada perdida. Mejor no uso el teléfono, pero destruirlo no voy hacerlo tampoco.

    Tomé un taxi que justo pasaba en ese momento y ya dentro de él, mirando por el retrovisor, me di cuenta de que un gran coche salía cerca de donde había tomado el taxi con aspecto de que nos seguía. Dos personas iban dentro y para probar que estaba en lo cierto, le dije al taxista que apretara un poco el acelerador que debía llegar rápido a casa.

    Y así fue, el coche nos seguía igualmente a gran velocidad. Estaba claro también que no iba a encontrar lugar seguro ni tranquilidad el resto de mi existencia. El taxista disfrutaba la escena.

    - Parece que nos siguen, esto se pone interesante. Como en las películas de la tele, - decía con sátira y riéndose, el malvado, mientras yo no me lo podía creer, y más viniendo de un taxista ya entrado en años, que lo primero que hubiese hecho es haberse negado a acelerar y menos a seguir el juego.

    - Pare, por favor, prefiero eso a que esto acabe peor- le gritaba mientras el tipo pisaba más el acelerador.

    La carrera no duró mucho, de pronto el taxista tuvo que frenar bruscamente. Delante un coche de la que parecía ser la policía militar se atravesó en medio de la calle.

    ResponderEliminar
  2. Comencé a caminar todavía aturdido, y esta vez sin un destino. Solo quería que mi mente fuera despejándose con el fresco de la noche para poder ir analizando con coherencia lo acontecido.

    Me senté en un banco y me zarandeé la cabeza con ambas manos en las sienes como queriendo que todo ocupara su lugar, pero todo seguía siendo como una telaraña entretejida con sinrazones o eslabones solitarios que no conseguían formar una cadena lógica.

    El sobre. Este parecía haber sido una especie de trampa, pero no tenía sentido porque era mi hermana la que me enviaba a recogerlo. Pero ¿y si alguien lo había cambiado?
    Comesaña. No acababa de estar seguro, pero parecía como si él fuera el que me había sacado del aturdimiento e instigado a escapar ¿De quién? Incluso creo recordar que me dijo algo así como que no podía confiar ni en mi familia. ¡Pero si no tengo nada más! ¿Cómo puede decirme eso alguien que aparece y desaparece como un mísero diablo del pasado?

    Ahora sí que me encontraba más solo que nunca, con un buen puñado de preguntas y sin nadie a quien hacérselas, ni en vivo ni por teléfono. Y no solo eso, sino que también tenía miedo aunque no supiera de quién o quienes, porque aunque llevara toda la vida huyendo, nunca se me dieron detalles, simplemente un “maleta y kilómetros”.

    Ante tal circunstancia solo se me ocurrían dos cosas, o bien me escondía esperando que mi hermana me encontrara pronto en uno de nuestros escondrijos, o bien me dirigía a ese lugar no recomendado donde poder encontrar alguna respuesta y asumiendo riesgos para los que tal vez ahora no estaba muy dispuesto.

    El dolor de tripas me sacó de mis elucubraciones, ni sabía cuánto tiempo llevaba sin comer. Decidí ir a cenar algo, dinero no me faltaba, y luego tomaría la decisión que me pareciera más oportuna.

    Vi la hamburguesería y no me lo pensé dos veces, igual daba ocho que ochenta, se trataba de aplacar el hambre y estos sitios aunque den basura te la dan rápido.

    Este plan por lo menos salió bien, en pocos minutos ya estaba engullendo ni recuerdo qué. Y cuando ya estaba por acabar y decidido por esconderme por lo menos durante esa noche, va y entra en el local “La jirafa” que sin el más mínimo disimulo se dirige hacia mi mesa y se sienta frente a mí.

    - Hola, muchacho, cuánto tiempo. Supongo que me reconoces- me dijo mientras yo la miraba estupefacto al centro de los ojos donde todo es negro.

    - Pues no, creo que me confunde- le dije con cierto titubeo.

    Cuando ella abría la boca para continuar ya no le di tiempo. Volqué la mesa en su dirección y la hice caer al suelo para acto seguido salir corriendo como alma que lleva el diablo. Ni siquiera me giré para ver si ella o alguien me seguía, prefería no saberlo.

    ResponderEliminar
  3. Las ideas corrían por el laberinto que aprisionaba mi cabeza. Si quería salir de ésta, antes de avanzar alocadamente hacia donde me llevaba el instinto, debía reflexionar sobre los últimos acontecimientos: recordarlos, fijándome en pequeños matices que me ayudaran a interpretar los hechos, las palabras y los gestos.

    Me encontraba extremadamente débil. Y tenía frío. Avancé hacia la calle de la Cebadería, para entrar en el primer bar de tapas que encontrara abierto, cerca de la Plaza Mayor. Miraba a uno y otro lado, por si Comesaña volvía a aparecer; ya nada me extrañaba.

    _ Hola. Por favor, una tosta de jamón con tomate, otra de cecina y una Coca-Cola… Bueno, mejor agua.

    _ Ahora mismo. ¿No quieres un pincho de tortilla?

    _ Uff. No, gracias.

    Había pagado el capricho de esta mañana, bebiéndome los restos de ginebra de la botella que trajimos de la casa de Madrid. Una combinación peligrosa para esa maldita pastilla que tomo para la ansiedad. Nunca leo los prospectos de las medicinas; quizá porque cuando veía hacerlo a mi padre, yo sufría. Todos hemos vivido una pesadilla desde la muerte de mi madre, hace ya quince años; y se ha hecho más trágica desde que un día papá no volvió a casa, hace ya casi un año. La obstinación de Sandra en buscarle, sin duda heredada de él, mantiene mi esperanza de abrazarle de nuevo.

    La intriga y el desconcierto rodearon la muerte de mi madre. Me contaron lo ocurrido cuando pensaron que podría encajar la verdad: mi padre, que entonces sí era militar –trabajaba en la base de Málaga-, se culpó de no haberlo evitado. Decidió cambiar de profesión: no podía defender la patria cuando no había sabido proteger a su familia. Se hizo detective privado con un objetivo prioritario: investigar los detalles del caso que llevaba mi madre cuando tuvo el accidente; él sabía que fue provocado. En Marbella, la mafia rusa sabe moverse sigilosamente; más, cuando se trataba de negocios de esa envergadura: le taparon la boca para siempre.

    _ ¿Cuánto le debo?

    _ Seis euros

    Saqué las monedas del bolsillo de la cazadora: sentí el sobre, escondido entre ella y el jersey; no había abierto en todo el tiempo la cremallera. Aunque tenía que dar un rodeo para llegar al apartamento y entrar con precaución, era urgente examinar esos documentos.

    _ Adiós. Buenas noches.

    Había repuesto fuerzas. Necesitaba que el aire frío me espabilara. ¡David: piensa, piensa!: primero, la llamada de mi hermana, tan rápida que olvidé contarle que mi amigo se había encontrado con Julia. Su voz sonaba lejana y se entrecortaba, como si estuviera de viaje. ¡Ey!... si aseguró que no conocía a Comesaña, ¿cómo sabía entonces el mote con el que me llamaba? Empecé a angustiarme y, como un eco, resonaban las palabras de Comesaña –sí, la voz era de él- advirtiéndome que no me fiara de los que dicen ser mi familia. Comesaña: ahora debía interpretar todo lo que hablamos e investigar por qué vino a despertarme.

    ResponderEliminar

No es necesario estar dado de alta ni identificado en Google, OpenID, etc. para enviar tu aportación.
Recuerda incluir autor, DNI, email y tu texto.

  • Facebook
  • Twitter
  • Linkedin

Twitter

Encaja 400

PARA LA: