No conocía el coche, un Renault Twingo negro. Yo me senté a su lado y Comesaña se encogió en la esquina del asiento trasero, tapándose la cabeza con la parka.
- ¡David! ¿Estás bien? ¿Nos llevamos a éste?
- ¡Sí! Comesaña es de fiar, se la ha jugado por avisarme. Me ha contado que Julia tiene a papá y que te busca… ¡Sandra, necesitaba verte!
La noté más delgada. Apretó con fuerza los labios, y el acelerador. Hablaba, al tiempo que escrutaba el camino.
- Así, que tú eres Comesaña -dijo, mirándole fugazmente por el retrovisor-: ahora te recuerdo. Tendrás que decirme por qué sabías mi teléfono. ¿Con qué te sobornó Julia para que se lo dieras? ¡No podía creer que esa llamada desconocida fuera de ella! Me dijo que te utilizaría de tapadera.
Luego, se dirigió a mí:
- Dije a Julia que no te llamaría hasta hoy. Sabes que necesito pensar antes de actuar… ¿Te has deshecho del móvil? He comprado dos, el tuyo está en la guantera.
Cogí el teléfono y me agaché para sacar la tarjeta que tenía en el zapato y romperla. Un frenazo brusco, la tiró al suelo.
Sin esperar contestación, Sandra volvió a hablar con mi amigo:
- Por cierto, Julia me preguntó muy alterada por qué llamabas Jarocho a mi hermano.
Me giré. El pobre, no disimulaba su consternación. Por un momento, la situación era cómica: Comesaña, ahí, penitente, con la cara transformada por un flequillo crispado -de los pelos de su capucha- y una mirada, entre embobada y dolorida, hacia el retrovisor. Había perdido el aplomo con que actuaba en casa de Julia. Balbuceó:
- Le llamo Jarocho, por...por su pelo jaro.
De pronto, dio un respingo y se apartó bruscamente el falso flequillo:
- ¡Julia habló hoy de la operación Perro Jaro!, le dijo a ese extranjero que creía saber dónde estaba la prueba.
Noté la aceleración del coche y miré, asustado, a Sandra. Recordé lo que había leído meses atrás, sobre esa operación policial: actuaron en varias ciudades de España, hubo treinta detenciones y confiscaron cien cuentas bancarias, por operaciones de blanqueo de dinero. Había indicios de su conexión con empresas condenadas en el caso “Gueru”: el que llevó a la muerte a mi madre, cerrado seis años después sin haber podido demostrar el asesinato.
Comesaña pidió ir a un baño y tuvimos que parar en una gasolinera. Sandra esperó a que se alejara, para decirme:
-La policía aún no ha encontrado a papá, aunque dicen que debió esconder la cinta antes de su secuestro porque, si no, no estaría vivo. Se ha sabido que la mujer que declaró todo a mamá, vivía con Kiril, el amigo de Julia. Esa rusa también pagó con su vida: es su ley del silencio.
La miraba sorprendido, intentando asimilar la información. Después de una pausa, sacó un papel del bolso:
- Estaba junto a la tarjeta de identificación profesional de papá, en la funda.
Le eché un vistazo: era un alfabeto numérico.
- ¡David! ¿Estás bien? ¿Nos llevamos a éste?
- ¡Sí! Comesaña es de fiar, se la ha jugado por avisarme. Me ha contado que Julia tiene a papá y que te busca… ¡Sandra, necesitaba verte!
La noté más delgada. Apretó con fuerza los labios, y el acelerador. Hablaba, al tiempo que escrutaba el camino.
- Así, que tú eres Comesaña -dijo, mirándole fugazmente por el retrovisor-: ahora te recuerdo. Tendrás que decirme por qué sabías mi teléfono. ¿Con qué te sobornó Julia para que se lo dieras? ¡No podía creer que esa llamada desconocida fuera de ella! Me dijo que te utilizaría de tapadera.
Luego, se dirigió a mí:
- Dije a Julia que no te llamaría hasta hoy. Sabes que necesito pensar antes de actuar… ¿Te has deshecho del móvil? He comprado dos, el tuyo está en la guantera.
Cogí el teléfono y me agaché para sacar la tarjeta que tenía en el zapato y romperla. Un frenazo brusco, la tiró al suelo.
Sin esperar contestación, Sandra volvió a hablar con mi amigo:
- Por cierto, Julia me preguntó muy alterada por qué llamabas Jarocho a mi hermano.
Me giré. El pobre, no disimulaba su consternación. Por un momento, la situación era cómica: Comesaña, ahí, penitente, con la cara transformada por un flequillo crispado -de los pelos de su capucha- y una mirada, entre embobada y dolorida, hacia el retrovisor. Había perdido el aplomo con que actuaba en casa de Julia. Balbuceó:
- Le llamo Jarocho, por...por su pelo jaro.
De pronto, dio un respingo y se apartó bruscamente el falso flequillo:
- ¡Julia habló hoy de la operación Perro Jaro!, le dijo a ese extranjero que creía saber dónde estaba la prueba.
Noté la aceleración del coche y miré, asustado, a Sandra. Recordé lo que había leído meses atrás, sobre esa operación policial: actuaron en varias ciudades de España, hubo treinta detenciones y confiscaron cien cuentas bancarias, por operaciones de blanqueo de dinero. Había indicios de su conexión con empresas condenadas en el caso “Gueru”: el que llevó a la muerte a mi madre, cerrado seis años después sin haber podido demostrar el asesinato.
Comesaña pidió ir a un baño y tuvimos que parar en una gasolinera. Sandra esperó a que se alejara, para decirme:
-La policía aún no ha encontrado a papá, aunque dicen que debió esconder la cinta antes de su secuestro porque, si no, no estaría vivo. Se ha sabido que la mujer que declaró todo a mamá, vivía con Kiril, el amigo de Julia. Esa rusa también pagó con su vida: es su ley del silencio.
La miraba sorprendido, intentando asimilar la información. Después de una pausa, sacó un papel del bolso:
- Estaba junto a la tarjeta de identificación profesional de papá, en la funda.
Le eché un vistazo: era un alfabeto numérico.
0 continuaciones propuestas:
Publicar un comentario
No es necesario estar dado de alta ni identificado en Google, OpenID, etc. para enviar tu aportación.
Recuerda incluir autor, DNI, email y tu texto.