Pensé
que si estábamos siendo espiados había que salir de allí para poder hablar con
libertad.
Él no podía tomar la iniciativa porque podrían sospechar, así que todo dependía de mí y de lo que se me ocurriera. Y esto fue:
-
Bueno, he estado pensando que si los dos nos enrocamos no vamos a ningún lado,
por eso te propongo que yo te acerco hacía donde está Sandra, pero antes de
entrar tú me pones al teléfono con mi padre.
Aquí,
Comesaña se quedó más bien pétreo durante unos segundos, supongo que
descolocado por la oferta y sin saber bien que hacer.
-
Espera un momento, voy a la habitación a por el móvil y la cartera- me dijo por
fin.
Estaba claro que iba a consultar la oferta, y mientras tanto yo me hacía cargo de la tontería que era, pero viniendo de un muchacho tal vez pensaran que no sabía lo que decía e intentaran sacar partido.
Estaba claro que iba a consultar la oferta, y mientras tanto yo me hacía cargo de la tontería que era, pero viniendo de un muchacho tal vez pensaran que no sabía lo que decía e intentaran sacar partido.
-
Bueno, Jarocho, la oferta me vale, pero si después de hablar con tu padre no
veo a Sandra, lo vas a pasar muy mal- me espetó en el tono duro y dramático que
correspondía.
Podía decir lo que quisiera, mi parte consistía en aceptar, y así lo hice antes de que iniciáramos la peregrinación, vete tú a saber a dónde.
Podía decir lo que quisiera, mi parte consistía en aceptar, y así lo hice antes de que iniciáramos la peregrinación, vete tú a saber a dónde.
-
Félix- inicié yo la conversación- solo se trataba de salir de allí, porque de
momento has de saber que no tengo ni idea de donde está mi hermana, y aunque lo
supiera no te llevaría. Vas captando el problema.
-
Pero David- me dijo, y ya en solo dos palabras se le notaba el miedo- yo he
intentado ayudarte y tú no me ofreces ninguna salida.
Admití y le agradecí su ayuda, pero le hice ver que yo no podía hacer mucho, aunque sí advertirle que ahora no debía temer a la Jirafa por sus tonterías de Alicante sino porque estaba metido en un lio mucho mayor y en un peligro que no imaginaba.
Admití y le agradecí su ayuda, pero le hice ver que yo no podía hacer mucho, aunque sí advertirle que ahora no debía temer a la Jirafa por sus tonterías de Alicante sino porque estaba metido en un lio mucho mayor y en un peligro que no imaginaba.
-
Jarocho, me estoy cagando.
-
Mira, solo se me ocurren dos cosas, o salimos los dos corriendo y nos
escondemos, o te pego un empujón y salgo yo corriendo. En este último caso ya
eres inútil para ellos y no se si pasarán o se desharán de ti.
-
Ahora estoy mucho más animado- me dijo con una sonrisa irónica.
Permanecí callado mientras él pensaba y yo iba escudriñando, porque era seguro que nos seguían.
Permanecí callado mientras él pensaba y yo iba escudriñando, porque era seguro que nos seguían.
Por
fin habló sin mucha convicción. Había decidido venirse conmigo.
- Yo
sé dónde quiero ir, así que a la voz de ¡ya! echamos a correr como almas que
lleva el diablo- dejé unos segundos- ¡Ya!
Esta
vez sí que íbamos al sitio prohibido, seguro que mi apartamento no era seguro.
Con
solo cien metros recorridos ya teníamos un coche al lado bajando la ventanilla
y frenando ante nosotros
- ¡Subid los dos!- nos espetó una voz que me supo a
gloria bendita- ¡y rapidito!
Como dos tontos en apuros nos metimos rápido en el asiento de atrás del coche, junto a un energúmeno que nos empezaba a mirar con cara de muy pocos amigos.
ResponderEliminarLa persona de delante que iba junto al conductor en cambio tenía un aspecto afable, diciéndonos al momento de ponerse de nuevo el coche en movimiento que no tuviéramos miedo.
El silencio se apoderó del entorno por un espacio más que razonable para pensar en cualquier cosa. Alguien tenía que hablar y ese no podía ser otro más que yo.
- ¿Dónde nos llevan? – pregunté algo atragantado.
Nadie respondía y Félix me dirigió la mirada como tratando de decirme que me callara. Pero por una razón u otra en ese momento yo prefería de nuevo tratar de romper el hielo, y aunque el de adelante nos dijera que no tuviéramos miedo, la situación no daba para pensar así.
- Miren, yo, bueno, nosotros dos podemos explicar con claridad que no sabemos por qué nos secuestraron. Somos dos personas pacíficas y nuestros padres no tienen dinero.
Tuvo que hacerles gracia lo que les solté porque inmediatamente los tres al unísono se partieron de la risa. El altote regordete que tenía a mi lado con sus carcajadas parecía todo lo contrario a lo que semejaba con su seriedad del principio. Se tronchaba de la risa y fue el primero que respondió.
- Caray con el chico, qué gracioso jefe. No esperaba que saliese con estas, hacía rato que no me reía como ahora. Yo creo que para quitarles la cagalera que llevan mejor nos vamos al mesón, que por cierto es hora de comer, y ahí aclaramos todo.
El que parecía el jefe y que nos había hablado al principio, asintió con la cabeza y le dijo al conductor, que me la sensación de parecer ir disfrazado, que acelerara el Seat para ir a comer un buen filetón con patatas.
Me pareció extraño el comportamiento de esta gente que nos había secuestrado, y ya un poco relajado, me repanchigué un poco en el asiento junto al que seguía riendo mi supuesta gracia.
En unos minutos, durante los que nadie habló y yo no paraba de fijarme en el conductor que me seguía pareciendo extraño y por momentos familiar, llegamos a un mesón por el que en algún momento creo haber pasado por delante. Aparcamos justo delante de él y la tranquilidad que reinaba en el ambiente, nos hizo a Félix y a mí preguntarnos por quiénes eran esa gente con la que íbamos a compartir el almuerzo.
- Tranquilos amigos, todavía no habéis visto lo mejor. En cuanto entremos todo se aclarará, y espero que nos ayudéis a descifrar este entuerto que os lleváis ya desde hace rato por más de media España – dijo el jefe mientras encendía un cigarrillo y entrabamos al mesón.
Félix y yo nos introdujimos a trompicones por la puerta trasera del coche redentor. Sentía un irrefrenable deseo de abrazar a mi hermana, de besarla, de abandonarme a su protección y consuelo. Pero no había tiempo que perder. Sandra aceleró rasgando la desabrida noche con un estentóreo rugido de fiera acosada.
ResponderEliminar-Les tenemos que despistar como sea. Os han estado siguiendo todo el tiempo.
-¿Quién?-inquirimos al alimón los dos.
Mi hermana no contestó. Giró el volante en redondo y saltándose el semáforo en rojo nos condujo al Polígono de Argales. Miré por la luna trasera y comprobé que un Peugeot negro nos seguía a no mucha distancia.
-Hermanita haz algo, nos come terreno.
Como si hubiera pronunciado las palabras mágicas el Seat “Toledo”, de súbito, se convirtió en el Halcón Milenario engullendo calles, curvas, recodos, cruces, semáforos y rotondas, hasta parar en seco en la entrada de los Dominicos, al amparo de unos silentes cedros. Ya con las luces apagadas comprobamos como nuestros perseguidores volaban por la carretera de las Arcas Reales en pos de nuestro espectro.
-Vaya, Sandra, estás hecha una “fitipaldi” pero en buenorra. Desde la última vez que te vi has pasado de guapa a espectacularmente arrebatadora…
-Comesaña, déjate de gilipolleces y centrémonos de una vez. El reloj va en nuestra contra. Pero… antes... David…
Bajó del coche y abriendo la portezuela de atrás se lanzó sobre mi cuerpo en un irrepetible y fraternal abrazo.
-Salgamos del coche, nos espera Don Joaquín.
Anduvimos por un sendero ornado con setos y arrayanes que en la oscuridad parecían fieros canes. Una chirriante cancela nos permitió pasar a un patio del colegio al fondo del cual se divisaba una mortecina luz. Fuimos hacia ella, sin pronunciar palabra, Sandra delante y nosotros tras ella. Recorrimos un dédalo de estrechos pasillos que desembocaron en una gran sala dónde un dominico de pelo cano observaba impávido las pantallas de tres ordenadores que emitían una luz azulada.
-Don Joaquín, les he traído conmigo. Creo que lo mejor será sumar fuerzas-dijo mi hermana, adentrándose sus palabras entre el inmisericorde ruido de las impresoras matriciales que escupían ristras de listados tintados.
Me quedé absorto, mirando los monitores que mostraban una interminable procesión de secuencias numéricas. Sandra nos explicó que aquel fraile, matemático y experto en numerología era el tío de nuestra madre. Instintivamente saqué de mi bolsillo el papel con los misteriosos números que recogiera en el Archivo junto a la foto de mi padre.
-Gracias, has adivinado mi intención. Necesitamos tus números para casarlos con los que me entregó la Jirafa el día que papá desapareció.
En ese momento, Don Joaquín se volvió, levantándose de la silla.
-Me alegro de veros a salvo. Ahora debemos concentrarnos en encontrar el patrón que nos permita interpretar la información que vuestra madre escondió tras estos números. Ella estaría muy orgullosa de vosotros, estoy seguro.
Una lágrima corrió por la pecosa mejilla de Sandra. El dominico se la arrebañó con su índice mientras mostraba su sonrisa de níveos dientes.
No conocía el coche, un Renault Twingo negro. Yo me senté a su lado y Comesaña se encogió en la esquina del asiento trasero, tapándose la cabeza con la parka.
ResponderEliminar- ¡David! ¿Estás bien? ¿Nos llevamos a éste?
- ¡Sí! Comesaña es de fiar, se la ha jugado por avisarme. Me ha contado que Julia tiene a papá y que te busca… ¡Sandra, necesitaba verte!
La noté más delgada. Apretó con fuerza los labios, y el acelerador. Hablaba, al tiempo que escrutaba el camino.
- Así, que tú eres Comesaña -dijo, mirándole fugazmente por el retrovisor-: ahora te recuerdo. Tendrás que decirme por qué sabías mi teléfono. ¿Con qué te sobornó Julia para que se lo dieras? ¡No podía creer que esa llamada desconocida fuera de ella! Me dijo que te utilizaría de tapadera.
Luego, se dirigió a mí:
- Dije a Julia que no te llamaría hasta hoy. Sabes que necesito pensar antes de actuar… ¿Te has deshecho del móvil? He comprado dos, el tuyo está en la guantera.
Cogí el teléfono y me agaché para sacar la tarjeta que tenía en el zapato y romperla. Un frenazo brusco, la tiró al suelo.
Sin esperar contestación, Sandra volvió a hablar con mi amigo:
- Por cierto, Julia me preguntó muy alterada por qué llamabas Jarocho a mi hermano.
Me giré. El pobre, no disimulaba su consternación. Por un momento, la situación era cómica: Comesaña, ahí, penitente, con la cara transformada por un flequillo crispado -de los pelos de su capucha- y una mirada, entre embobada y dolorida, hacia el retrovisor. Había perdido el aplomo con que actuaba en casa de Julia. Balbuceó:
- Le llamo Jarocho, por...por su pelo jaro.
De pronto, dio un respingo y se apartó bruscamente el falso flequillo:
- ¡Julia habló hoy de la operación!, le dijo a ese extranjero que creía saber dónde estaba la prueba.
Noté la aceleración del coche y miré, asustado, a Sandra. Recordé lo que había leído meses atrás, sobre esa operación policial: actuaron en varias ciudades de España, hubo treinta detenciones y confiscaron cien cuentas bancarias, por operaciones de blanqueo de dinero. Había indicios de su conexión con empresas condenadas en el caso “Gueru”: el que llevó a la muerte a mi madre, cerrado seis años después sin haber podido demostrar el asesinato.
Comesaña pidió ir a un baño y tuvimos que parar en una gasolinera. Sandra esperó a que se alejara, para decirme:
-La policía aún no ha encontrado a papá, aunque dicen que debió esconder la cinta antes de su secuestro porque, si no, no estaría vivo. Se ha sabido que la mujer que declaró todo a mamá, vivía con Kiril, el amigo de Julia. Esa rusa también pagó con su vida: es su ley del silencio.
La miraba sorprendido, intentando asimilar la información. Después de una pausa, sacó un papel del bolso:
- Estaba junto a la tarjeta de identificación profesional de papá, en la funda.
Le eché un vistazo: era un alfabeto numérico.