Me precipité a las aguas tras Sandra. Los dos éramos buenos buceadores. Vivir en Alicante había tenido sus ventajas y una de ellas era el poder aprender submarinismo. Intentamos sumergirnos lo más posible pero aun así las detonaciones de los disparos llegaron a nuestros oídos. Los rusos debían estar tremendamente furiosos.
Estuvimos cerca de un minuto braceando en el seno de aquellas turbias aguas henchidas de incómodos habitantes: ramas, botes, plásticos, jirones de tela y algún ignoto cuerpo carnoso que bien pudiera tratarse de una rata. Sentíamos su roce mientras avanzábamos hacia el otro lado del puente. Allí, una colonia de carrizales nos cobijó de las inquisitoriales miradas de nuestros perseguidores. Comprobamos, ateridos de frio, el estado enfebrecido de Kiril y su amigo que recorrían el pretil del puente asomándose aquí y allá con sus negras pistolas. La encapotada noche favorecía nuestra ocultación.
El tiempo pareció detenerse, como si los pequeños granos de arena tuvieran pánico a deslizarse por la superficie acristalada del reloj.
-Como no salgamos pronto de aquí,-dijo mi hermana tiritando-no hará falta que los esbirros de la Jirafa nos maten.
En ese instante, el rugido del motor del Twingo nos permitió respirar aliviados. Abandonaban la búsqueda.
Trepando por la terrosa ladera ascendimos hasta la pradera aledaña al río. Una vez allí corrimos chorreando agua hasta el antiguo cuartelillo de la Guardia Civil. Y esta vez la suerte se alió con nosotros al encontrar unas ropas viejas abandonadas en un contenedor de basura. Rebuscamos hasta acomodarnos unas prendas secas. Miré a Sandra y a pesar de la tensión se me escapó una carcajada al verla disfrazada de cabo de la Benemérita. Yo, sin embargo, me tuve que conformar con unos pantalones de loneta que me llegaban por la pantorrilla y un suéter femenino.
-¡La hemos liado buena!-me lamenté. Quizás en estos momentos le están haciendo algo malo a papá.
-Confío en que no sea así. Al fin y al cabo todavía nos necesitan, y eso que no saben que tenemos el alfabeto. Por cierto, ¿Dónde lo tienes? ¿Se quedó en el coche?
No. Por suerte tanto el código numérico como el alfabeto para desentrañar su significado los había guardado en mi bolsillo dentro de mi monedero. Tanteé las ropas mojadas y comprobé su estado.
-¡Bien! Están intactos. Y luego dicen que las cosas del mercadillo… Pues esté portamonedas es un seguro de vida…
-Debemos darnos prisa y descifrar cuanto antes la relación de números. Conociendo la pasión de mamá por las mates estoy convencido que contiene el lugar dónde escondió las pruebas incriminatorias del caso “Gueru”.
Reactivado por el recuerdo de mi madre y por la necesidad de vengar lo que le ocurrió, me acodé en un rincón de nuestro refugio y aprovechando la luz que llegaba de una farola comencé la difícil tarea. O iba a hacerlo porque, de súbito, se escuchó un estrépito que nos obligó a parapetarnos tras una mesa.
-¡Comesaña! ¡Hijo de la gran…!- gritamos al unísono los dos.
Estuvimos cerca de un minuto braceando en el seno de aquellas turbias aguas henchidas de incómodos habitantes: ramas, botes, plásticos, jirones de tela y algún ignoto cuerpo carnoso que bien pudiera tratarse de una rata. Sentíamos su roce mientras avanzábamos hacia el otro lado del puente. Allí, una colonia de carrizales nos cobijó de las inquisitoriales miradas de nuestros perseguidores. Comprobamos, ateridos de frio, el estado enfebrecido de Kiril y su amigo que recorrían el pretil del puente asomándose aquí y allá con sus negras pistolas. La encapotada noche favorecía nuestra ocultación.
El tiempo pareció detenerse, como si los pequeños granos de arena tuvieran pánico a deslizarse por la superficie acristalada del reloj.
-Como no salgamos pronto de aquí,-dijo mi hermana tiritando-no hará falta que los esbirros de la Jirafa nos maten.
En ese instante, el rugido del motor del Twingo nos permitió respirar aliviados. Abandonaban la búsqueda.
Trepando por la terrosa ladera ascendimos hasta la pradera aledaña al río. Una vez allí corrimos chorreando agua hasta el antiguo cuartelillo de la Guardia Civil. Y esta vez la suerte se alió con nosotros al encontrar unas ropas viejas abandonadas en un contenedor de basura. Rebuscamos hasta acomodarnos unas prendas secas. Miré a Sandra y a pesar de la tensión se me escapó una carcajada al verla disfrazada de cabo de la Benemérita. Yo, sin embargo, me tuve que conformar con unos pantalones de loneta que me llegaban por la pantorrilla y un suéter femenino.
-¡La hemos liado buena!-me lamenté. Quizás en estos momentos le están haciendo algo malo a papá.
-Confío en que no sea así. Al fin y al cabo todavía nos necesitan, y eso que no saben que tenemos el alfabeto. Por cierto, ¿Dónde lo tienes? ¿Se quedó en el coche?
No. Por suerte tanto el código numérico como el alfabeto para desentrañar su significado los había guardado en mi bolsillo dentro de mi monedero. Tanteé las ropas mojadas y comprobé su estado.
-¡Bien! Están intactos. Y luego dicen que las cosas del mercadillo… Pues esté portamonedas es un seguro de vida…
-Debemos darnos prisa y descifrar cuanto antes la relación de números. Conociendo la pasión de mamá por las mates estoy convencido que contiene el lugar dónde escondió las pruebas incriminatorias del caso “Gueru”.
Reactivado por el recuerdo de mi madre y por la necesidad de vengar lo que le ocurrió, me acodé en un rincón de nuestro refugio y aprovechando la luz que llegaba de una farola comencé la difícil tarea. O iba a hacerlo porque, de súbito, se escuchó un estrépito que nos obligó a parapetarnos tras una mesa.
-¡Comesaña! ¡Hijo de la gran…!- gritamos al unísono los dos.
Aquel momento de tensión extrema se transmutó por mor de la expiación del alma en un sincero desahogo. Tras el tremendo susto y después de controlar nuestra violenta reacción, Comesaña narró, con voz entrecortada, una VERDAD que fluía a trompicones como aquel tronco sumido en un remolino del que intenta escapar.
ResponderEliminarNos contó lo acaecido desde el desdichado día en que al llegar del instituto encontró su casa violentada y destrozada. Por toda explicación apareció en su cama una misiva con órdenes precisas si quería volver a ver a sus padres con vida. Esa misma tarde le visitaron Kiril y la Jirafa dejándole muy claro su misión: buscarme y ganarse mi confianza de nuevo. Tenía que sonsacarnos el modo de descifrar el código que nuestra madre creó, encerrando allí la información vital para incriminar a los responsables de la mafia rusa en España.
Relató, entre lágrimas y en un clima de mutua comprensión, las amenazas y el ultimátum de Julia al no obtener resultados. Nos explicó lo acontecido en la gasolinera, donde nos habían seguido Kiril y su esbirro. Habían decidido que ya no les resultaba de utilidad con lo que le amordazaron y tiraron en un terraplén junto al lavadero de coches. Un cliente escuchó sus lamentos guturales y le liberó.
-¿Cómo has llegado hasta aquí?-le interrogó Sandra.
- Tu padre y yo nos inventamos, para ganar tiempo, lo de la caja adosada al puente.
-¿Cómo, has visto a papá? ¿Dónde? ¿Cómo está?- le pregunté histérico.
-Le cambian de piso. La última vez le tenían en la Calle Hípica y…
-¿Y?
-Nada, que vuestro padre es tremendamente fuerte. Resiste. Está bien.
Aquellas palabras lejos de tranquilizarnos nos angustiaron más si cabe, e imaginamos a nuestro padre torturado y vejado por aquellas alimañas. Comesaña no se atrevía a decirnos su estado real, estaba convencido.
-Pedí a mi rescatador que me trajera al Puente Colgante y allí no tuve más que seguir vuestro escandaloso rastro acuoso.
-Ya no sé si debo creerte.-Le dije con tono conciliador.-Eres desconcertante.
-Vosotros sí que despistáis con esas trazas.
-La única vía posible es descifrar de una vez la relación numérica. Ayuda a mi hermano mientras busco unas ropas menos llamativas.
-Pero… Si soy un zote en mates, ¿por qué crees que le copiaba?
-¿Sólo en mates?- protesté.
Nos concentramos en tan trascendental tarea y, tras dos horas gastando materia gris, llamamos con alborozo a Sandra, que para entonces apareció disfrazada de lagarterana.
-No sé a qué llamas “ropas menos llamativas”.- rio Comesaña.
-¡Vamos! ¿Qué dice? No hay tiempo.
-EN EL LUGAR PROHIBIDO ENCONTRAREIS LA RESPUESTA. SED LIBRES.-Cantamos a coro.
-¿Qué es eso del lugar prohibido?-preguntó Félix.
-Fue el sitio dónde nos ocultó nuestro padre un tiempo. Un pisito en el Cuatro de Marzo. Todavía llevo la llave.-Le aclaró Sandra.
-Corriendo. La vida de mis padres y el vuestro depende de nosotros.
De modo espontáneo nos abrazamos en una cálida piña insuflándonos una energía que íbamos a necesitar para lo que se avecinaba…
- Tranquilos, tranquilos amigos, yo os explico en un momento, pero tenemos que salir rápido de aquí, tienen cómo rastrearos. ¿Pero de qué vais disfrazados?, esto no es un baile de carnaval, -dijo acto seguido y si hubiese podido en ese mismo momento lo hubiese desintegrado con la misma mirada.
ResponderEliminarSalimos corriendo del lugar, seguíamos a Comesaña mientras pensaba, todavía tiritando, en muchas cosas, que hilvanándose me empezaban a producir ansiedad. Paré cuando supuse estábamos lo suficientemente lejos del lugar para tratar de sonsacarle de una vez, jadeando como un perro tras la carrera, la verdad.
- A ver Félix, dime la verdad y solo la verdad, como dicen en las películas, y ahora que me acuerdo adorabas las de policías, cosa que no me explicaba, y ahora creo que lo voy entendiendo. Dime, ¿de qué lado estás?, porque no me termino de creer tu presencia en todo momento. Y de paso me dices cómo es que nos rastrean.
Iba al parecer a sincerarse con nosotros, por la manera en que nos miraba, cuando de pronto empezó a escucharse a lo lejos la sirena de la policía.
- Vámonos, corramos más, ahora no es el tiempo para que la policía nos detenga; pensarían que estamos locos y la vida de vuestro padre peligra. Tenemos que ir a rescatarlo antes de que esos locos le hagan algo serio, enrabietados como tienen que estar ahora.
Me quedé sin respuestas a mis preguntas, pero Comesaña tenía razón, la vida de papá estaría en grave peligro y tenía que creer que mi amigo estaba realmente con nosotros, probablemente arrepentido, o nos estaba llevando engañados donde la Jirafa.
Con esa terrible incertidumbre corríamos siguiendo a Félix lo más rápido posible, por sitios baldíos a las afueras de la ciudad. No había mucha luz y parecía que habíamos dejado atrás a la policía. Debíamos llevar unos veinte minutos corriendo, estábamos realmente en forma, pero alguna vez había que parar.
- ¡Basta!,- gritó Sandra tras llevar mucho tiempo callada. ¿Adónde nos dirigimos?, por aquí no hay nada.
Me asusté y al parar me caí dando con la cara en el suelo, rompiéndome la nariz. Félix al verme se desmayó, no podía ver la sangre, y recordé como le gastaba bromas con ello en el colegio.
- Ahora vamos a ver quién es realmente tu amigo. Rápido, miremos en sus bolsillos a ver qué lleva, no me extrañaría cualquier cosa,- dijo Sandra mientras buscaba desesperada en los bolsillos de Comesaña.
Y Sandra tenía razón, encontró un pequeño localizador e inmediatamente empezó a fijarse en mis brazos, el cuello, hasta que dio con un microchip pegado en mi espalda. Él me había estado siguiendo, ahora me lo explicaba, probablemente desde el incidente del Archivo, cuando me pondría el microchip.
No entendía nada, pero pronto salí de dudas, cuando no muy lejos de nosotros vimos aparecer una gran silueta saliendo de un coche, acompañado detrás de otra, ambas me eran muy familiares. Parecía que estábamos todos juntos, por fin.
—Pero dónde os metéis. Hace horas que os busco. ¡Ni os imagináis a quiénes vi en la gasolinera!
ResponderEliminar—Nosotros de imaginación vamos sobrados, pero no la vamos a utilizar porque no nos hace falta
—le respondió mi hermana irónicamente—. Por cierto, ¿estaban limpios los servicios?
—Y esa pregunta, ¿a qué viene?
Inesperadamente para él, le agarré por detrás y lo arrojé al suelo.
—Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco?
—La respuesta a la primera es una llave de judo. Disciplina que he practicado desde el asesinato de mi madre. La respuesta a la segunda es por el momento no, en el futuro pudiera ser que sí, dado mis problemas psiquiátricos de los cuales, a lo mejor, no me he curado.
—Me necesitáis para descifrar el criptograma.
—No, te equivocas.
—El código es de dos dimensiones y yo tengo una de ellas.
—Deshazte de él —interrumpió mi hermana.
—¿Cómo? —pregunté atónito—. Lo tengo bien sujeto, empieza a descifrarlo.
—Te confundes, acabará estorbándonos. Veamos que contiene el código numérico. ¡Es una ecuación! ¿El código numérico es una ecuación? —gritó mi hermana.
Me eché a reír. Ni tan siquiera la muerte de mi madre había acabado con aquel carácter ingenioso tan característico de mi padre.
—Supongo que la ecuación es: a ene igual a menos uno elevado a ene que multiplica a ene más uno.
— ¿Cómo lo sabes?
—No siempre he sacado dieces en matemáticas. La culpa fue de esta ecuación. Apunta lo que te dicte: “a12a0a19 a16a18a20a4a2a0a18 a4a18a20a0a14 a4a14 a12a0 a0a14a20a8a6a20a0”. Ahora mete los parámetros en el alfabeto y lee lo que pone.
— Las pruebas están en la Antigua.
— ¿Os dais cuenta cómo os hago falta? —interrumpió Comesaña—. Yo tengo el siguiente código, no me preguntéis para qué os puede valer, yo no lo sé. Por cierto, me estás haciendo muchísimo daño, y si me rompes la espalda, jamás tendréis lo que vais buscando.
No muy convencido me hice a un lado para que se levantara. Mi hermana se aproximó a él y le agarró por el jersey.
—Te voy a ser sincera, no sé a qué estás jugando. Lo que sí sé es que siempre te tenemos detrás. No me fio de ti, pero como la vida de mi padre corre peligro si no consigo estas pruebas, voy a aguantarte un poco más. Por lo tanto, nada de chorradas. Si vuelves a tener necesidad de un servicio no te preocupes si mojas la ropa. A nosotros también se nos ha mojado y no hemos tenido necesidad de comprar nada. ¿Te queda claro?
—Jarocho, estás malinterpretando todo. Yo no te he mentido.
—Ya habrá tiempo para aclarar todo. Llevo dos días que no sé qué hacer para no verte. Yo tampoco confío en ti. Pero mi padre está secuestrado y ellos quieren las pruebas. Si se las entregamos, nos lo devolverán, así que andando.