lunes, 6 de abril de 2015

El sobre era pequeño y en una esquina tenía una especie de emblema que parecía que habían intentado borrar. Lo primero que vi fue la fotografía: era mi padre, aunque no parecía él. Reconocí su destacada nariz, pero ahora tenía una el pelo largo y una frondosa barba que le escondía la mitad de la cara.

Lo mejor fue reconocer el fondo. ¡La Plaza del Ejército! ¡Estaba aquí! Si esta foto era reciente, tenía posibilidades de encontrarle. Junto a la imagen, había un folio con un montón de números al que no era capaz de encontrar sentido. Lo guardé todo en mi bolsillo y salí a caminar.

Mi siguiente idea fue buscar a Comesaña a la dirección que me dio. No le llamé primero, quería encontrármelo por sorpresa. 

Le vi salir tras dos horas de espera y llamé sin temor a ser reconocido. Nadie abrió. Perfecto, tenía ganas de volver a utilizar mis viejas ganzúas. Siempre he tenido curiosidad por las puertas que no se abren.

Revolví sus papeles. Es curioso, había cientos de documentos con ese código numérico indescifrable. ¿También le mandaban cartas a Comesaña? ¿Era él quien me lo había enviado? ¿Qué tenía que ver Comesaña con mi padre?

En pleno bloqueo patrocinado por toda esa incertidumbre se paró mi pulso ante el sonido de su voz.

-Hola Jarocho. ¿Te gusta mi casa?

Me volví. Ahí estaba, sonriéndome tranquilo. Decidí coger el toro por los cuernos:

-¿Por qué me despertaste en el archivo? ¿Qué son todos estos números? 

-Relájate, ¿te han gustado las flores de la entrada? Me costó mucho decidir entre hortensias y geranios.

-¿Qué haces en Valladolid, Comesaña? ¿Qué tienes que ver con mi padre?

-Finalmente me decanté por los geranios, me parecían más típicos. ¿No crees?

-No sé, siempre he odiado las flores.

-Una lástima, las flores dicen más de lo que crees. A esta casa, por ejemplo, la disfrazan con un ambiente familiar.

-Déjate de flores, Comesaña, te he pillado. No me voy a ir de aquí sin saber en qué andas.

-Eres más tonto de lo que pensaba, Jarocho. ¿Aún crees que me has pillado tú a mí? Yo te di la dirección. Te estaba esperando.

-¿Y qué es lo que quieres? ¿Dónde está mi padre?

-No entiendes nada. Mira, Jarocho, yo no soy el malo aquí. Tu padre y tu hermana te han estado utilizando todos estos años. No sé cuál es su fin, pero han estado jodiendo a mucha gente. Tenemos que frenarles, y será más fácil si me ayudas. 

-No entiendo qué te pueden estar haciendo mi padre y mi hermana a ti.

-Eso ahora da igual, es una historia compleja. Sé que tienes contacto con tu hermana y necesito ir hasta ella. Y también sé dónde está tu padre, así que el trato es el siguiente: tú me llevas hasta tu hermana y yo a ti hasta tu padre.
Autor REDLATO CULTURATIC-FLV Fecha 15:33 3 continuaciones finalistas

3 comentarios:

  1. Le miré a sus estrábicos ojos sin saber qué decir. Su defecto ocular resultaba una cruel metáfora de mi realidad distorsionada. En el interior de mi cabeza bullían, en absoluto desconcierto, una infinidad de interrogantes sin respuesta, de contradicciones y de inseguridades.

    -De acuerdo- le contesté, impelido por alguna ignota fuerza interior-.Te llevaré con mi hermana.

    Mientras caminábamos, en silencio, por el Paseo Zorrilla, intentaba ordenar las piezas de un puzle que se me antojaba infinito desde su inicio. Ignoraba su principio y su término.

    -¿Queda mucho?- me preguntó Comesaña.

    -No, tranquilo, llegaremos en unos minutos.

    La noche ya cerraba su tupido manto con una cremallera que sentía sobre mi pecho. La opresión apenas me dejaba respirar. Al llegar a la Plaza Zorrilla, seguimos Calle Santiago arriba, sin pronunciar palabra. Era como si la camaradería se hubiera desprendido de su fatua máscara para mostrar su descarnado rostro. Una faz henchida de recelo y desconfianza.

    -Ay, Jarocho, ¿quién nos iba a decir que tú y yo…?

    Prefería el silencio del reo condenado a sus impostadas peroratas. Él hablaba y hablaba de nuestra divertida niñez mientras yo buceaba en la maraña esperando vislumbrar una rendija de luz en mi oscuro devenir. ¿Qué podía hacer? ¿En quién debía confiar? ¿Mi padre y hermana jugaban en mi equipo o en cambio me estaban utilizando? ¿Comesaña era mi aliado o mi verdugo? Para desentrañar alguna incógnita lo primero era ganar tiempo hasta… Desconocía el paradero de mi hermana y ardía en deseos de ver a mi padre. Las inexorables manecillas del reloj punzaban mi esperanza y mi libertad.

    -¿No me estarás toreando? ¿No?

    -¿Por?

    -No sé, te noto bastante tenso. No creas que no entiendo tu desconcierto pero debes confiar en mí.

    - Parece que no me queda otra, pero me resulta difícil sin que me aclares un mínimo de todo esto.

    - Ten paciencia. De mi mano irás viendo paso a paso la verdad, y créeme será dura pero al mismo tiempo te reconfortará más de lo que supones.

    El lenguaje críptico de Comesaña no hacía más que ahondar más en mi recelo y en mi soledad. Me sentía sin apoyo hacía un rumbo desconocido e incierto. Llegamos a través de la calle San Quirce al Viejo Coso. Mis pies me habían llevado allí obedeciendo algún mandato de mi subconsciente. Al pie del centenario árbol e iluminados por la tenue luz anaranjada de una huérfana farola intenté que volteara alguna de sus cartas tapadas.

    -¿Qué son esos números? ¿Qué tiene que ver la Jirafa con mi familia?

    -Vamos con tu “querida” hermana y verás cómo tus preguntas encuentran su media naranja.

    -Dame sólo una pista, por favor, un dato que me permita confiar en ti.

    - Está bien. Los números tienen que ver con tu madre y…

    De súbito, un ruido seco seguido de un estruendo de cristales rotos precedió a una insondable oscuridad.

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  2. De pronto, hizo un rápido y mudo movimiento hacia la entrada. Con el dedo sobre la boca indicando silencio, y apuntando hacia los geranios con la mano derecha, insistía mirándome furiosamente a los ojos. Entonces, lo vi: un destello blanco entre el rojo de las flores. Me acerqué a la maceta y comprobé que había un papel doblado hasta la mínima expresión. Lo cogí, escondiéndolo en la mano, y acerté a decir con una voz que, asombrosamente, sonó firme:

    - Ese trato lo haremos sólo si antes puedo ver a mi padre con mis propios ojos.

    Observaba a Comesaña, inquisitivamente. Él me miraba también, un ojo hacia mi mano, la que escondía su pedazo de papel, y el otro desviado hacia los geranios.

    - ¿Y tú, cómo vas a probar que veré a Sandra?

    - Félix, necesito ir al baño. Mira, no puedo escaparme, ya ves que no tengo nada en los bolsillos. Me quito la cazadora. ¿Te vale?

    Parecía que dudaba hacia dónde dirigirse y que probaba suerte. Abrió una puerta cercana, casi al inicio del pasillo que arrancaba a la derecha. La casa parecía grande.

    - No tardes.

    Desdoblé ansiosamente el papel, escrito por una cara, en unos trazos minúsculos. Las letras se contorsionaban, con el temblor de mis manos: “Julia os la tiene jurada. Estamos en su casa, nos está escuchando. Me la crucé el martes por la calle… ya sabes cómo sonsaca, ella me dijo que vivías aquí. Saqué en claro que tu padre y Sandra saben algo que no le deja vivir. Me amenazó con contar a mis tíos cosas que sabe de mí, de Alicante: valdría más su palabra que la mía, aunque esa chusma ya no tenga nada que ver conmigo. No les diría nada si yo hacía mi papel. Entonces, delante de mí, llamó a tu hermana: le dijo que tenía a tu padre y le dio las instrucciones para llevarte al archivo y recoger la prueba. Si no ibas, te haría daño. Joe, te di pistas las dos veces que nos vimos. Ahora, piensa bien qué hacemos, porque no está sola. Hoy la llamó su chico, oí el acento raro de su voz, mientras Julia buscaba entre los papeles, hasta que cerró el cajón al darse cuenta de que yo miraba...”.

    Temblaba. Eché el papel en el retrete, estrujado en una bola compacta, y tiré de la cadena. Miraba fijamente el remolino de agua, quería estar seguro de que desaparecía. Podía haber arrojado también la tarjeta de mi móvil, escondida dentro del zapato. ¿Y el teléfono?... lo dejé en el apartamento antes de venir a buscar a Comesaña.

    Se me escapó un suspiro de alivio: mi padre estaba vivo y podía confiar en Sandra. Esa tía no iba a conseguir amargarnos más la vida.

    Salí. Comesaña esperaba; el tío no perdía la tranquilidad. Nuestras miradas eran cómplices.

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  3. Me quedé mirándole a los ojos y preguntándome qué hacíamos dos muchachos de dieciséis años como protagonistas de una historia en la que a lo sumo deberíamos ser unos míseros secundarios.
    Lo mío estaba claro, lo era por ser hijo de quien era, pero lo de Comesaña era una incógnita por descubrir.

    Decidí dejar eso para luego y responder a su oferta.

    - Dado que tu información sobre que yo sé dónde está mi hermana es falsa, he de suponer que tampoco sabes dónde está mi padre.

    Como vi que se quedaba perplejo, continué mi discurso.

    - Además, eso de que están aprovechándose de mi es algo surrealista. Y aun más, eso de que están jodiendo a mucha gente, cuando lo único que ha hecho mi padre es poner nerviosos a unos cuantos canallas, es una tontería.

    Comesaña parecía haber perdido el “oremus” y no encontraba por donde interpelar.
    - Entonces, ¿no sabes dónde está Sandra?- fue lo más que alcanzó a decir.

    - No, no tengo ni idea- le respondí.

    A partir de aquí, su cuerpo se puso tembloroso, su piel blanquecina y sus ojos eran como una piscina a punto de desbordarse.

    - Necesito darles algo, sino…- llegó a decir entre dientes antes de desplomarse y que yo amortiguara su caída de puro milagro.

    Mientras le hablaba, le levante las piernas como había visto hacer en casos similares.
    No tardó en recuperarse y le ayudé a levantarse y acomodarse en el sofá. Le llevé un paño húmedo y un vaso de agua, porque no se me ocurrió otra cosa,
    y esperé a que fuera él quien continuara con la conversación sin presión ninguna.

    - Jarocho, Jarocho, que mala situación- fue lo que dijo con tono dramático, pero nada teatral.
    A pesar de que mis circunstancias no eran nada halagüeñas, sentí su dolor y quise mostrarle mi apoyo.

    - Amigo, estoy aquí contigo, cuéntame y miramos que podemos hacer.

    Supongo, que en ese largo silencio, él estuvo sopesando si se unía a mi o cogía el otro camino.

    - Ya me he desmoronado- comenzó a decir- y no creo que pueda hacer otra cosa que no sea confiar en ti.

    Yo estaba absolutamente ansioso por conocer los detalles que le habían llevado a intentar chantajearme, pero le di su tiempo.

    - Mira, Jarocho- continuó diciendo- tu familia está en peligro, pero no saben dónde está, sin embargo a la mía la tienen bien controlada.

    Ahora fui yo el que se quedó de sal y él quien siguió hablando.

    - Si cuando te pongas en contacto con tu padre le convencieras de que olvidara el asunto, a lo mejor nos dejaban a todos en paz.

    No pude ni recapacitar ante el tono de sus palabras.

    - Lo haré, no te preocupes, lo haré- le dije de la manera más convincente que encontré.

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